Desconocemos hasta qué punto Manuel Vicent ha estudiado la filosofía de
Spinoza, ni en qué medida prepara en general los contenidos que vierte en su
columna de opinión. Sólo sabemos que no nos gustaría que aquellas personas que
tengan algún interés por el pensador racionalista se hicieran una idea
extravagante de su filosofía leyendo el artículo "Panteísmo"
publicado por Vicent el pasado domingo 7 de octubre en El País.*
Uno de los textos más populares dentro de la obra de Spinoza es el
apéndice antifinalista de la primera parte de la Ética. En él se hace una suma de los obstáculos que se oponen a la
cabal comprensión de su doctrina de la sustancia infinita que denomina Dios.
Los principales obstáculos los cifra Spinoza en la creencia en el libre
arbitrio y el pensamiento finalista que éste conlleva. Según estas creencias,
el ser humano sería libre de gobernarse a sí mismo, como un reino independiente
dentro del reino de la naturaleza, sin ser perturbado por sus leyes necesarias.
Afirma Spinoza que la creencia en el albedrío --que debe distinguirse
cuidadosamente de la libertad-- es resultado de la articulación de la conciencia
que el individuo tiene de su propio deseo con la ignorancia de las causas de
éste. A esta idea de libertad, además, le corresponde necesariamente la idea de
fin, esto es, del objetivo o finalidad que se da a sí mismo el ser humano en
virtud de su libertad. Como el ser humano no instruido por la razón ignora las
causas de sus deseos y de los fenómenos naturales, no puede sino sorprenderse
de encontrar en el mundo muchas cosas que colaboran a la consecución de los
fines que persigue, tales como el aire para respirar, los alimentos para comer,
o el Sol para calentarse y la noche para dormir. Es entonces cuando la idea de
finalidad se desconecta del sujeto humano y se transporta al orden de una
naturaleza que habría sido producida por un Sujeto suprahumano y sobrenatural
en virtud de fines que satisfacen los deseos humanos. A tal Sujeto se le llama
Dios, pero no es otra cosa que la proyección de la imagen que el hombre tiene
de sí mismo y de sus deseos. La idea de la acción como un proceso determinado
por el libre albedrío de un sujeto que elige entre varios fines posibles se
basa pues en la ignorancia y sólo puede conducir a la ignorancia supersticiosa
mayúscula consistente en atribuir fines a la naturaleza y convertir a Dios en
un sujeto dotado de libre albedrío. De esta manera, el hombre parece “anterior”
a una Naturaleza que posteriormente habría sido fabricada para él, para su goce
y deleite, por Dios. El Dios así imaginado habría dotado al ser humano de
libertad, comodidades y placeres a su alcance, y sólo requeriría de éste un
goce libre e inocente de su creación.
Vicent no sólo parece ignorar este texto fundamental de la doctrina de
Spinoza, sino que se muestra empeñado en ilustrar estos obstáculos, denunciados
por el mismo Spinoza, convirtiéndolos en los supuestos preceptos del Dios
spinozista. Empieza así Vicent: "Así habla el Dios de Spinoza: deja de
rezar y disfruta de la vida, trabaja, canta, diviértete con todo lo que he
hecho para ti. Mi casa no son esos templos lúgubres, oscuros y fríos que tú
mismo construiste y que dices que son mi morada. Mi casa son los montes, los
ríos, los lagos, las playas. Ahí es donde vivo. Deja de culparme de tu vida
miserable. Yo nunca dije que eras pecador y que tu sexualidad fuera algo malo.
El sexo es un regalo que te he dado para que puedas expresar tu amor, tu
éxtasis, tu alegría." Según Vicent el Dios de Spinoza no es el Dios negro
de las sotanas, no es el Dios de la culpa, sino el del placer y la naturaleza
puesta al servicio del hombre. Dios se confunde de este modo con lo que Freud
denominaba "principio de placer", en una proyección subjetiva e
imaginaria que se extiende a una supuesta finalidad del orden natural. Dios,
por otra parte, no sólo ha creado el mundo para el hombre, sino que le ha dado
el libre albedrío y le dice:"Yo te llené de pasiones, de placeres, de
sentimientos, de libre albedrío. ¿Cómo puedo castigarte si soy yo el que te
hice?" El Dios que atribuye Vincent a Spinoza es un Dios que propugna una
moral hedonista a un hombre dotado de libre albedrío, es el Dios Adánico, el
Dios del paraíso forjado para el hombre, un Dios que se enmarca por lo tanto
dentro de la crítica global que Spinoza realiza a una concepción finalística de
la naturaleza y a sus correlatos subjetivos imaginarios, tanto divinos como
humanos. Spinoza mismo nos advierte de que la idea de un Dios tan bondadoso y
servil supone una impostura difícil de mantener, como demuestran desgracias tales
como "las tempestades, los terremotos o las enfermedades" que acaecen
“indistintamente, a piadosos e impíos”, y que niegan palpablemente la hipótesis
de un Dios bueno que dispone todas las cosas en beneficio de los hombres. No es
muy original por lo tanto, Vicent, cuando pretende preguntar lo siguiente al
supuesto Dios de Spinoza:
"Si existiera un Dios tan esteta y se hiciera visible, se le podría
exigir que explicara el dolor de tantos inocentes, los millones de niños que
mueren de hambre, la violenta depravación de muchos hombres con las mujeres, el
instinto de matar que ha inscrito en las entrañas del ser humano."
El Dios de Spinoza está más allá de estos esquemas imaginarios en los
que nuestro articulista queda atrapado. Para el Dios de Spinoza, o mejor dicho
"en" el Dios de Spinoza --pues no se le puede aplicar la preposición
"para" a una sustancia infinita que no tiene finalidad alguna-- no hay
ni Bien ni Mal, pues en términos absolutos, en la naturaleza no hay ni fines
realizados (Bien) ni frustrados (Mal). El Bien y el Mal, así como todo tipo de
trascendentes sustantivados (tales como la Belleza y la Fealdad, o el Orden y
la Confusión), no expresan propiedades de las cosas mismas; son meras
denominaciones que se refieren al modo en que son afectados los individuos. No
se puede por lo tanto, acusar al Dios de Spinoza de haber creado el Mal, pues
tanto éste como su correlato, el Bien, no son, en palabras de Spinoza, sino “modos
de imaginar” que “son consideradas por los ignorantes como si fuesen los
principales atributos de las cosas”. No hay motivos para deprimirse con un
supuesto Dios o naturaleza, o ser humano, que lleve inscrito en sus entrañas el
Mal, como tampoco lo hay para consolarse en un supuesto Dios bondadoso de
voluntad inescrutable. Spinoza nos dice que “la perfección de las cosas debe
estimarse por su sola naturaleza y potencia”, y sólo pueden estar en falta,
error, o culpa, por cuanto las comparamos con esos entes trascendentes
imaginarios. El Bien y el Mal sólo pueden ser entonces nombres de la
ignorancia, entes abstractos cuya producción afectiva y social permanece
ignorada por aquél que ni se los cuestiona. El Bien y el Mal sustantivados, así
como la Belleza y la Fealdad o el Orden y la Confusión, pertenecen a ese orden
de cosas según el cual los hombres “se esfuerzan por que todos aprueben lo que
uno ama u odia”, lo cual “es en realidad ambición” [E3p31esc]. Valores
trascendentes que tienen, por lo tanto, funciones de normalización y
homogeneización social, en virtud de la creación de un sujeto sometido que se
encuentra siempre con respecto a ellos en situación de mérito o culpa. La
estructura sujeto-fines se muestra así como la matriz ideológica básica de la configuración
de la subjetividad y de la sujeción humanas.
La libertad para Spinoza no consiste, por lo tanto, en el libre
arbitrio. Frente a la función normalizadora de los trascendentales morales que
condicionan las conductas, Spinoza propone la experimentación práctica de la
búsqueda coyuntural y concreta de lo que nos es bueno y útil, búsqueda que no
puede realizarse sin el conocimiento de aquello que determina nuestras
acciones. La libertad nunca será, por lo tanto, esa idea falsa y retroactiva
que proyectamos por ignorancia sobre nuestras acciones y que sirve generalmente
para ocultar la servidumbre estratégicamente construida en la que estamos
integrados. La libertad consistirá más bien en liberarnos de los obstáculos
alienantes de la ignorancia, obstáculos que nos someten a esas pequeñas
teodiceas cotidianas que justifican nuestras miserias en virtud de su deuda con
algún Fin. Hacer participar a Spinoza del vicio ideológico de la teleología y
el libre arbitrio constituye no solamente una enorme muestra de desconocimiento
filosófico, sino que, lo que es mucho más grave, es un pequeño acto de
resistencia de esa vieja ignorancia que se niega obstinadamente a renunciar a
sus construcciones fantasiosas y delirantes.
Fuente: Comité Spinozista
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