07 octubre, 2016

Médula panteística del sistema filosófico de Spinoza

Plotino C. Rhodakanaty

Rhodakanaty, Plotino C., “Médula panteística del sistema filosófico de Spinoza”, en Obras, Carlos Illades (ed.) y Ma. Esther Reyes Duarte (recop.), México, UNAM, 1998, pp. 205-214. El texto se publicó originalmente en El socialista, México, 1885.

No puede existir ni concebirse
otra sustancia más que dios.

Spinoza, Ethica, I, 14

I. Dios es por esencia el ser, el ser infinito, el ser perfecto. Es pues necesario que dios contenga en sí todas las formas de la perfección. Si la existencia es una perfección, dios encierra en sí la existencia; si el pensamiento es una perfección, dios encierra en sí el pensamiento; si la… [extensión] es también una perfección, dios encierra en sí la extensión; y lo mismo sucede en todas las perfecciones posibles.

El pensamiento de dios, el pensamiento en sí, es perfecto e infinito, debe pues, encerrar en sí todas las formas, todas las modalidades del pensamiento. La extensión de dios, la extensión en sí debe, por igual razón, contener todas las formas, todas las modalidades de la extensión. Y de la misma manera que repugna decir que dios sea perfecto, y no contenga la perfección del pensamiento y la pefección de la extensión, repugna decir igualmente que el pensamiento y la extensión sean perfectos, y que haya fuera de ellos alguna extensión y algún pensamiento. ¿Qué viene a ser pensamiento perfecto, extensión perfecta, sin su relación al ser perfecto? Puras abstracciones. Un pensamiento particular, y una extensión determinada, no serían tampoco sino vanas abstracciones sin su relación a la extensión en sí y al pensamiento en sí. Pero, las determinaciones del pensamiento es lo que llamamos almas, y las determinaciones de la extensión, lo que llamamos cuerpos. Por consiguiente, el ser produce necesariamente el pensamiento, la extensión y otros infinitos atributos que no alcanza nuestra ignorancia, y la extensión y el pensamiento producen necesariamente una variedad infinita de cuerpos y almas, que supera a la imaginación, y que el entendimiento humano no puede abrazar. El pensamiento perfecto y la extensión perfecta, en su plenitud y en su unidad, no caen bajo la condición del tiempo. Dios los produce en la eternidad, son el destello siempre igual de su ser. Las almas y los cuerpos, cosas limitadas e imperfectas, no pueden existir sino de una manera sucesiva. Dios, desde el seno de la eternidad, les marca un orden en el tiempo y, como la variedad de ellos es inagotable e infinita, este desarrollo, que no ha comenzado, no debe concluir jamás.

Así todo es necesario; dado dios una vez, están igualmente dados sus atributos, las deterrninaciones de estos atributos, las almas y los cuerpos, el orden, la naturaleza, y los progresos del desarrollo de ellos, todo esto está igualmente dado. En este mundo geométrico no hay sitio para el acaso, no lo hay para el capricho, no lo hay para la libertad. En la cumbre, en el medio, y en los extremos, reina una necesidad inflexible e irrevocable.

No habiendo libertad ni acaso no puede existir el mal. Todo está bien, porque todo es lo que debe ser. Todo está ordenado, porque cada cosa tiene el sitio que debe tener. La perfección de cada objeto está en la necesidad relativa de su ser y, la perfección de dios, está en la absoluta necesidad que le hace producir necesariamente todas Ias cosas.

¡Qué vengan ahora a hablarnos, dice el insigne maestro Spinoza, de un dios que crea por su gusto y por… [indiferencia], que elige esto y desecha aquello, que descansa y se fatiga, que crea para gloria suya, que prosigue un cierto fin y se afana por alcanzarle! Dios, decís, ha hecho todo lo que existe, pero hubiera podido hacer lo contrario. ¿Podía, pues, hacer dios que la suma de los ángulos de un triángulo no fuese igual a dos rectos? Dios ha elegido el universo entre los posibles, ¿hay, pues, posibles que dios no realizará nunca? Porque si los realizase todos ya no podría elegir y, según vosotros, agotaría toda su omnipotencia, lo cual es más absurdo y más contrario a la omnipotencia de dios que cuanto pueda imaginarse. Decís que su creación es obra de su voluntad, pero, todo efecto, tiene una relación necesaria con su causa, y efectos diferentes piden causas diferentes. Si, pues el mundo fuera otro, otra sería la voluntad de dios que lo hubiese creado, pero la voluntad divina no está separada de su esencia. Suponer que dios puede tener otra voluntad, es suponer que puede haber otra esencta, lo cual es un absurdo. Si la esencia de dios no puede ser sino lo que es, la voluntad de dios no puede ser  tampoco sino lo que es y, por consiguiente, los productos de esta voluntad, las cosas, no pueden ser otras sino lo que son. ¿Hay algún filósofo que niegue que en dios todo es necesariamente eterno y está en acto? Luego, en la eternidad de un acto inmanente, no hay ni antes ni después ni diferencia, ni mudanza concebibles. Este acto es eternamente lo que es, e incapaz de inferir de sí, no puede ser sino lo que es. ¿Concederéis, al menos, que el entendimiento divino no está nunca en poder, sino siempre en acto? Pero, ¿puede separarse la voluntad del entendimiento y ambos de la esencta? Cual es la esencta, tal es el entendimiento y tal la voluntad. Ser, para dios, es pensar, es obrar. Lo que piensa, lo hace, sus ideas son los seres. Si queréis variar los seres, principiad por variar las ideas de dios, su pensamaiento, su esencia misma.

El gran maestro concluye de todos estos argumentos contundentes reunidos, que la idea de la creación, es decir, la de un dios que produce el mundo de la nada por un acto libre de su voluntad, es un antropomorfismo absurdo, una quimera de la imaginación, que el análisis metafísico desvanece enteramente.

La razón, en efecto, no puede admitir la creación sin caer en el mayor absurdo, pues que nuestra filosofía panteísta está fundada en la idea de una actividad necesaria, infinita, que se desarrolla necesaria e infinitamente, y atraviesa, sin concluirlos nunca, todos los grados posibles de la existencia. Esta concepción, como se ve, es eminentemente racional y sensata, pues que se apoya sobre la ciencia misma, y sobre todas las condiciones del conocimiento mismo, hallándose, además en perfecto acuerdo con los datos más inmediatos y ciertos de la certidumbre, suministrada por la ciencia experimental, que se ocupa del estudio práctico de la naturaleza.

03 octubre, 2016

Spinoza en México. 1952-2016

Alfredo Lucero Montaño

La bibliografía que aquí presentamos es una relación de los estudios sobre la filosofía de Baruch Spinoza en México, publicados durante la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Estos trabajos --artículos, libros, reseñas, tesis, traducciones-- no agotan los que se cuentan, pues nuestra consulta se ha limitado a los catálogos bibliográficos y hemerográficos, así como a las revistas académicas disponibles en la red. Pero no hay duda de que esta recopilación es el rastro de agua de la recepción y la creciente relevancia del pensamiento de Spinoza en México. En otras palabras, es la huella de Spinoza en la filosofía actual en México.

01 octubre, 2016

Los dos perros

Ariel Suhamy

Suhamy, Ariel y Daval, Alia, Spinoza por las bestias, ilust. Alia Daval, trad. Sebastián Puente, Buenos Aires, Cactus, 2016, pp. 125-130.

Perros de pasiones

“No tenemos un imperio absoluto sobre nuestras pasiones”. Con esta afirmación, Spinoza señala su diferencia con los moralistas.

“Los Estoicos, por su parte, han pensado que ellas dependían absolutamente de nuestra voluntad y que podemos comandarlas absolutamente. Sin embargo, las pruebas de la experiencia, y no sus principios, los han obligado a reconocer que para conocer y gobernar las pasiones se requiere bastante de la costumbre y el ejercicio. Uno de ellos se esforzó por demostrarlo con el ejemplo de dos perros (si mal no recuerdo), uno domésticoy el otro de caza: el hábito puede hacer que el perro doméstico se acostumbre a czar, y el perro de caza, por el contrario, a abstenerse de las  lebres. Descarte es bastante favorable a esta opinión…”. (1)

En la imaginación estoica, retomada por Descares, el sabio es una suerte de adiestrador de perros. Como si la pasión fuera fuera una fuerza exteriror a nosotros, y a la que podríamos, a fuerza de voluntad, amaestrear y domesticar.

Spinoza rechaza ese esquema así como rechaza toda acción del alma sobre el cuerpo. La pasión no es otra cosa que yo mismo, afectado de una cierta manera por las causas exterirores; librarse de ella, es entonces modificarme a mí mismo --devenir otro sin revestir, no obstante, otra naturaleza, a la manera de esos perros que cambian sus caracteres conservando al mismo tiempo su naturaleza de perros--.

“Dado entonces que la potencia del alma se define solo por la inteligencia” --solo por la potencia de comprender, y no por una voluntad libre que se ejerce sobre el cuerpo-- “los remedios para los afectos, de los cuales todos tienen, creo yo, alguna experiencia, pero no la observan con cuidado ni la ven distintamente, nosotros los determinaremos solo por el conocimiento del alma; y de ese mismo conocimiento deduciremos todo lo que respecta a su beatitud”. (2)