29 junio, 2015

La «teodicea clandestina» de Spinoza

José Luis Pardo

Pardo, José Luis. “La teodicea de Spinoza”, en La regla del juego. Sobre la dificultad de aprender filosofía, Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, Barcelona, 2004, pp. 624-629.

[N]o puede dejar de resultar curioso que Spinoza, cuya agudeza a la hora de captar la mezquindad de la teodicea de los sacerdotes es proverbial, opere al final (al final de su obra) una suerte de teodicea clandestina que reproduce el mismo defecto que con tanta justicia combatía al principio (en el ya citado «Apéndice» del libro primero de la Ethica). Y es que a veces nos pasa desapercibido el hecho de que un tratado como el de Spinoza, universalmente reconocido como tratado de metafísica, lleve por título Ethica. La «th» de este título nos impide perder su conexión con el ethos, ese término griego que podríamos traducir por carácter. Porque está sin duda que la Ethica de Spinoza, además de ser un tratado de metafísica y sin dejar de serlo, es también la narración heroica de la forja de un carácter o el dibujo de un personaje (character), el de aquel que consigue, gracias a la potencia de su entendimiento, liberarse de la servidumbre de las pasiones y alcanzar la perfección moral e intelectual. De quien logre completar este trayecto habría que decir, en el espíritu de Spinoza, que ha llegado a ser el que era (o el que es), que, lejos de cambiar, lo que ha hecho es «progresar hacia sí mismo», es decir, explicitar o expresar su esencia (lo que él ya era) o, lo que para Spinoza sería lo mismo, actualizar su potencia. Desde la perspectiva de la eternidad, cada individuo es un grado de potencia, una parte intensiva de la infinita esencia de la substancia única. Pero, desde la perspectiva del tiempo, cada individuo se enfrenta a la tarea intelectual y moral de explicitar ese grado de potencia implícito que es su esencia, de actualizarlo plenamente mientras dura. Desde la perspectiva de la eternidad, no hay nada que contar y, desde ella, la Ethica de Spinoza (que entonces no se hubiera llamado Ethica) habría terminado con el primer libro. Si el tratado se llama finalmente Ethica es porque en él no se trata de expresar únicamente «el punto de vista de Dios» (o sea, de la naturaleza sin comillas: la sustancia infinita y eterna que constituye todo cuanto hay), sino también un cierto ethos (noción esta que, para Dios, carece de sentido). Pues además de que en sus páginas el Dios de Spinoza --la naturaleza-- despliega inmediatamente in actu toda su potentia (que es lo mismo que decir que existe con toda su esencia, que es todo lo que puede ser, pues en Él coinciden esencia y existencia, potencia y acto), también en ellas intenta Spinoza construir un personaje y hacerlo verosímil, el del hombre virtuoso que, a pesar de no existir por su propia esencia, a pesar de desarrollarse en el tiempo y no en la eternidad, a pesar de tener una parte considerable de su potencia sin realizarse en acto, debe esforzarse tanto como pueda por alcanzar ese fin --la plena actualización de toda su potencia--, por progresar hacia sí mismo desde el comienzo hasta el final de su vida, por llegar a ser (al final y explícitamente) lo que ya era (al principio e implícitamente): un grado de potencia de la infinita y eterna esencia de la naturaleza-sustancia divina. Y esto es lo mismo que decir que debe preocuparse de que su existencia sea «reabsorbida» y redimida por la eternidad (de acuerdo con lo que acabamos de considerar como la «solución clásica» de la aporía).

Así, desde la perspectiva del tiempo, se cuenta en la Ethica lo que siempre cuenta el tiempo, a saber, un movimiento, un movimiento que va desde un principio hasta un final. Al final (del movimiento), la perspectiva del tiempo desaparece (porque se ha concluido el movimiento que tenía que contar), queda reabsorbida en la perspectiva de la eternidad como si se hubiese tratado de una ficción, porque el final coincide exactamente con el principio (la esencia del individuo que ha estado durando es al final lo mismo que era al principio, una parte intensiva de la esencia eterna e infinita de la sustancia única, y exactamente esa parte que ya era, que siempre fue y que siempre será). Por eso, lo que mientras dura la historia --mientras se forja el carácter o se dibuja el personaje-- presenta un aire de contingencia, de imprevisibilidad, que mantiene en vilo al lector de la narración para saber cómo acabará la historia, eso mismo adquiere, al final, un carácter de ineluctable necesidad (el último capítulo nos hace comprender que las cosas no podían haber sucedido de otro modo que como sucedieron, que cada episodio contingente era absolutamente imprescindible para que la trama quedase configurada como exactamente ha quedado configurada al final, y para que al final se dibujase el verdadero carácter del personaje que ha protagonizado la intriga). Esta coincidencia final de la perspectiva del tiempo con la perspectiva de la eternidad es lo que hace que la historia sea una historia sólida, que su personaje sea un personaje bien definido, y todo ello porque el final es --como podría decirse-- un buen final. ¿Quiere esto decir que es un final feliz? Las esencias de los virtuosos y las de los viciosos van a parar al mismo final, todas ellas terminan siendo lo que ya eran, grados indivisibles de potencia que componen la esencia infinita y eterna de la sustancia única. ¿Puede decirse, entonces, que ha habido un progreso desde el principio hasta el final (si en definitiva tanto el principio como el final, y el movimiento que ambos definen, no es más que una ficción), si la distancia entre ambos se disuelve al resolverse en la eternidad? Es una pregunta difícil de contestar, pero no más que esta otra: ¿en qué sentido puede decirse que suponga un progreso, en una historia de ficción, el haber recorrido el argumento desde el principio hasta el final? El final del libro siempre estuvo allí escrito, en la última página, y para el caso podríamos suponer --al estilo de Spinoza-- que estuvo allí escrito desde la eternidad. Pero para quien lee el libro eso no basta, como no bastaría con empezar simplemente por la última página y leer el final, porque el final sólo llega a ser final si se lee al final, después de haber leído el principio y la mitad, después de haber progresado hasta él. Se dirá que la lectura no cambia el final (que ya era el mismo antes de que la lectura comenzase, y que lo seguiría siendo aunque no hubiese habido esa lectura), pero acaso cambia algo en el que lee. Asimismo, es indudable que la sustancia única, infinita y eterna, no resulta modificada por la lectura que de ella hacen los individuos en el tiempo y mientras duran (lectura que es una ficción que la propia sustancia única termina desbaratando), pero ya es menos indudable que a esos mismos individuos les deje indiferentes tal lectura --su propia historia--, que durante ese tránsito del principio al final no hayan aprendido nada.

Ahora bien, así como el teólogo cristiano está obligado a reconocer que la «reabsorción de todas las cosas en Dios» no puede producirse sino después de la muerte y, lo que es más, al final de todos los tiempos, Spinoza es un metafísico lo suficientemente modesto como para admitir que la distinción entre potencia y acto, entre tiempo y eternidad, entre esencia y existencia, debe durar al menos «mientras dura el cuerpo», sin que la virtud, por mucha que sea, pueda reducir a cero esa distancia (distancia que, una vez más, es la imposibilidad de la contradicción o de la coincidencia de lo dialógico y lo diacrónico ). Pero en la parte V de la Ethica --que es en donde Spinoza escribe su última línea--, como ya hemos indicado, Spinoza somete a consideración al alma humana «independientemente de su relación con el cuerpo» (como el sacerdote experto en teodicea quiere hacer que la madre desconsolada contemple el episodio de la pérdida de su hija «independientemente de su relación con ella»), y en ese contexto que se produce una reconciliación total por la cual la perspectiva del tiempo resulta completamente reabsorbida, salvada y redimida por la perspectiva de la eternidad, que Spinoza marca celebrando el alcance del conocimiento intuitivo «del tercer género» (es decir, también una vez más, el tan ansiado y buscado «juego»). Quienes han conseguido perfeccionar su potencia hasta el máximo de perfección posible «mientras dura el cuerpo», verán su alegría existencial convertida en felicidad esencial eterna e infinita (gozarán para siempre de la felicidad de la sustancia). Es decir, que de esta manera se cumple esa «teodicea clandestina» merced a la cual, incluso para un antifinalista tan caracterizado como Spinoza, los «buenos» se salvan eternamente y los «malos» se condenan eternamente, quedando los esfuerzos de los unos sobradamente compensados y los fracasos de los otros debidamente castigados. Y esta justicia final, que «desde la perspectiva de la eternidad» es prácticamente inapreciable, pues Dios no puede comprender el significado de los términos «justicia» o «injusticia», es, «desde la perspectiva del tiempo», exactamente lo que ocurre en el curso del tiempo (que la naturaleza, al reabsorberlo en la eternidad, convierte en implacablemente necesario). Por ello, todo cuanto pasa (a los mortales) es finalmente justo en toda su extensión. Y ésta es la noción de «justicia» que, para los mortales, resulta completamente injusta (no es posible justificar todo lo que pasa).

Dejando aparte el hecho de que esto, precisamente, es lo que hace de las partes I y V de la Ethica escritos bastante inverosímiles (a pesar de su pretensión de ser, en última instancia, los únicos auténticamente «verdaderos» de todo el tratado), esta redención constituye un modelo de lo que hemos llamado «forma clásica» de «superación» de la dificultad de aprender (y por tanto de superación del encabalgamiento crono-lógico del ser y de la filosofía misma), es decir, la superación del tiempo a favor de la eternidad y en virtud del riguroso método geométrico, que consigue que incluso las pasiones del alma (es decir, aquello que Dios no puede de ningún modo sentir, porque nada pasivo hay en él) puedan ser tratadas como figuras y números cuyo conocimiento claro y adecuado extingue el poder que tienen sobre el alma humana. La manifiesta «falta de sentido» que afecta al Dios de Spinoza (y que nos avisa de que, como ya sabemos, allí donde sólo hay un sentido, el recto, el único, ousía, substantia --allí donde no hay encabalgamiento crono-lógico del ser--, no hay sentido alguno), su indiferencia con respecto a las afecciones que padecen sus criaturas, su imposibilidad (debida a su perfección) de comprender el significauo de términos «humanos» tales como «bien», «mal», «justo», «injusto», etc., su total impasibilidad (debida a su infinitud) relativa a la cuestión del «final» (de la historia, que para Dios no puede ser otra cosa que tiempo y, por lo tanto, ficción creada por una forma inadecuada de existir que genera una forma inadecuada de pensar, ya que quien todo lo mira desde la perspectiva de la eternidad no puede comprender el sentido de la sucesión, y quien existe infinitamente por su eterna esencia no puede comprender que haya fines o finales), y en suma su neutralidad moral, termina por hacer de él, justamente por carecer de intenciones que podrían enturbiar sus actos (es decir, por carecer de potencias que ensombrecerían su actualidad plena), el perfecto juez capaz de premiar a los buenos y castigar a los malos, en un sentido lógico-deductivo o físico-mecánico y de ningún modo moral, pues no es que Dios (o la naturaleza) se someta a algún principio (por ejemplo, al de no-contradicción, o al de preferir el bien al mal), sino que resulta bueno aquello que Dios hace y precisamente porque lo hace (sin que ninguna «regla del bien» preceda a su acción), un poco de la misma manera que, para Leibniz, la «prueba» de que el mundo real es el mejor de los posibles es que Dios (un entendimiento infinito y perfecto) lo ha preferido a todos los demás. Spinoza rechaza el argumento de aquellos que quieren hacer de la inverosimilitud algo verdadero (lo que él llama argumentar «por reducción a la ignorancia»), pero sustituye este procedimiento por otro que hace de la verdad --entendida como convergencia sólida y final de tiempo y sentido-- algo inverosímil. Y ésta sigue siendo la «forma clásica» de superar la dificultad o de abolir la filosofía haciéndola innecesaria more geometrico.

22 junio, 2015

Spinoza. Filosofía, física y ateísmo

María Luisa de la Cámara

Moreau, Pierre-François. Spinoza. Filosofía, física y ateísmo, Antonio Machado, Madrid, 2014, 268 p.
  
En 2006 la casa Vrin publicaba el libro Problèmes du spinozisme de Pierre-François Moreau. Pedro Lomba tuvo la gentileza de hacer la reseña que aparecería ese mismo año en el “Boletín de Bibliografía Spinozista” (Anales del Seminario Historia de la Filosofía,Vol. 23). Ocho años después, en 2014, veía la luz Spinoza. Filosofía, Física y Ateísmo,que es la versión española del libro de Moreau cuya traducción ha sido realizada por Pedro Lomba. El libro que comentamos aquí reúne diecisiete trabajos, algunos publicados entre los años 1993 y 2001, precedidos de la Introducción, a la que se añade, un Prólogo fechado en 2009 para la edición española. Estamos ante una rareza: un libro sobre Spinoza rabiosamente filosófico y, a la vez, profundamente histórico y contextuado en el tiempo. Lo que se explica por la naturaleza de las materias tratadas, en no menor medida que por su hechura, capaz –como acabamos de apuntar– de atravesar los años sin perder ni un ápice de su real interés.

De tal manera se hace sentir, en el presente volumen, el potencial investigador y docente de Moreauque nos ha parecido más que oportuno acercarlo de nuevoal lector, habida cuenta de la relevancia que para la crítica textual tiene su contenido –en lo tocante a cuestiones metodológicas tanto como en lo relativo a la propia noción de Historia de la filosofía que maneja el autor–. Por otra parte, es de justicia subrayar la impecable traducción de Lomba, que atiende a los matices del libro original con todo el respeto posible al estilo resuelto y determinado de Pierre-François Moreau.

Nada más abrir el volumen el autor nos invita a tomar posición acerca de lo que ahí se leerá, ofreciendo en el plano meta-teórico un adelanto de lo que el lector puede hallar a lo largo de sus páginas. El Prólogo puesto a la edición española con el sugerente título de “La utilización de la mirada histórica” defiende la pertinencia de un encuentro activo y situado por parte del investigador frente a los filósofos, a sus textos y a la Historia de la filosofía que constituyen su objeto de estudio. Esta exigencia metodológica de la crítica textual a la hora de construir la Historia de la filosofía requiere, sin suprimir por ello otras prácticas más convencionales, el estudio diferenciado y fronterizo de los problemas que se examinan, el respeto a la especificidad léxica del autor, la búsqueda diligente de toda clase de matices en los materiales, el registro cultural y el tono de sus argumentos, las controversias de las que participa o a las que se enfrenta. En una palabra: el reconocimiento del texto histórico en toda su historicidad. Lo que, en el caso de Spinoza, justifica la existencia de un tipo de estudios sobre su filosofía que ha de ir más allá de la búsqueda de la coherencia del sistema, y más allá incluso de los microanálisis textuales al uso. Siguiendo a Leo Spitzer, subraya Moreau, es menester considerar, ante todo, la inserción de las aportaciones filosóficas de Spinoza en la Historia de la Ideas: “las dificultades –pero también los recursos– que derivan de su manera propia de situarse en las controversias y de escalonar diferentes estilos de argumentación” (p. 13). Así pues, nos hallamos ante una serie de herramientas metodológicas adoptadas por Moreau como: la dimensión controversial del texto spinoziano, sus silencios y omisiones, los conflictos en los que se inserta su filosofía, el léxico empleado y su dimensión argumentativa y retórica. En todo caso, el investigador que se sitúa ante los textos de Spinoza ha de hacerlo activamente, reflexionando sobre el texto filosófico juntamente con todo un universo de materiales precisos procedentes de la Historia de las ideas (es decir, de la cultura religiosa, científica, política y literaria), materiales que no sólo requieren ser nombrados y catalogados sino que han de ser determinados con toda la precisión posible en sus desvíos significativos, es decir, en sus variantes léxicas, en sus contenidos específicos, en la diferencias de tono y de argumentación, etc.– con que han transformado la herencia recibida.

Poco más puede decirse del libro, salvo que pone en práctica una serie de estrategias que persiguen evitar diferentes obstáculos epistemológicos transportados por la Historia de la filosofía de cuño academicista, como son la generalización, el sistematismo a ultranza, el esquematismo conceptual –es decir, medias verdades que terminan por falsear el texto en su historicidad. En la primera parte del libro, Materiales, la filosofía del judío holandés es presentada, a partir de tres conocidos artículos (publicados en 1994, 1996 y 1997) en confrontación con el pensamiento de Epicuro, con las observaciones de Tácito a propósito de los judíos y con el método de Descartes respectivamente. Baste como botón de muestrael siguiente ejemplo: Aunque en los dos filósofos la física ocupa el lugar de la lógica a la hora de explicar la producción de lo falso, en ambos resulta también innecesario agotar todos los envites de esa ciencia, pues lo que les interesa realmente es la ética. Con todo, Epicuro hace dos excepciones en su lucha contra las percepciones ilusorias: el azar y la libertad, mientras que Spinoza se proclama, al contrario, defensor de una necesidad sin límites.

Bajo la rúbrica Problemas, Pierre-François Moreau muestra cómo la crítica textual puede ser iluminadora en función de la manera como se planteen las cuestiones filosóficas. Desde una nueva óptica el autor aborda problemas clásicos, que unas veces son extrínsecos a la filosofía del autor, y otras veces son desplazados o reformulados, como sucede con “El ateísmo” (p. 73), “El materialismo” (p. 89), “El lenguaje como poder” (p.99), “El engaño de sí” (p. 109) y la filosofía entendida como práctica activa de la demarcación (p. 121), es decir, como ejercicio de discernimiento y división según el criterio entendimiento/imaginación.

La tercera parte del volumen, titulada Nociones, ofrece a lo largo de varios trabajos una serie de contribuciones metodológicas que repercuten en nociones fundamentales de la filosofía spinozista. Es el caso de: “El léxico de la primera persona” (p. 139) donde se ponen en juego algunos recursos que interesan a la metodología de la traducción. Tienen también gran interés los estudios: “Sobre la justicia divina” (p. 157), sobre “Los profetas” (p. 167) –a partir de la fórmula “Scriptura sola”–, sobre los sacerdotes a partir del léxico del TTP (p. 183), o sobre “El martirio” (p. 249). Por último, los trabajos de carácter gnoseológico incluidos al final del volumen contribuyen a deshacer determinados equívocos y prejuicios que una lectura precipitada o demasiado rígida de la filosofía de Spinoza hubiera podido provocar. Se trata de los ensayos titulados: “La luz natural en Spinoza” (p. 191), “El amor en el Tratado de la reforma del entendimiento” (p. 215), “El juicio” (p. 229) y “La duda” (p. 243”).

Si no se trata de un libro de cabecera para el investigador, se le parece mucho.

Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, vol. 32, núm. 1, Boletín de bibliografía spinozista, núm. 16, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2015, pp. 296-297.

15 junio, 2015

Modus

En la primera parte de la Ética Spinoza define modo (modus) como las afecciones de la sustancia, o sea, aquello que es en otra cosa, por lo cual también se la concibe (E1def5). La definición no comprende su existencia necesaria, ni se le concibe de manera independiente, es decir, un modo es ontológica y lógicamente dependiente de la sustancia.

Puesto que Dios es la única sustancia –Dios es único, esto es, que en el orden natural de las cosas no se da sino una sustancia (E1p14cor1)--,  se sigue que todas las cosas son inherentes a Dios –los modos no pueden ser ni concebirse sin la sustancia; por lo cual éstos sólo pueden ser en la naturaleza divina y sólo concebirse por ella (E1p15dem).

Ahora bien, entre la sustancia y los modos tiene lugar una relación de causalidad inmanente donde la sustancia es causa de ser (causalitas secundum esse) y causa de existir (causalitas secundum fiere).

Dios no sólo es causa de que las cosas empiecen a existir, sino también de que perseveren en existir (E1p24cor). En el orden natural de las cosas nada se da contingente; sino que todo está determinado por la necesidad de la naturaleza divina a existir y obrar de un cierto modo (E1p29).

Así, cada modo es causalmente dependiente de la única sustancia, o Dios, siendo ésta su causa eficiente absolutamente primera.

De la necesidad de la naturaleza divina deben seguirse infinitas cosas en infinitos modos (E1p16)... la naturaleza divina tiene absolutamente infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa también una esencia infinita en su género, de su necesidad deben, pues, seguirse, infinitas cosas en infinitos modos (E1p16dem)… Dios es causa eficiente de todas las cosas (E1p16cor1).

Por tanto, Dios es causa necesaria del ser de los modos –Dios no sólo es causa de que las cosas empiecen a existir, sino también de que perseveren en existir, o Dios es causa del ser de las cosas (E1p24cor).

Aquí debe señalarse que un modo es sólo causado indirectamente por la sustancia. Éste es causado por medio de los atributos divinos –pensamiento y extensión--  y es el resultado de la potencia de la esencia divina --Por cuerpo entiendo el modo que expresa de cierto y determinado modo la esencia de Dios, en cuanto se la considera como cosa extensa (E2def1). Por idea entiendo un concepto del alma, que el alma forma por ser una cosa pensante (E2def3). Así pues los cuerpos, las ideas y los afectos son los únicos modos que percibimos.

Otra característica de los modos es que son cosas particulares –Las cosas particulares no son nada, sino afecciones de los atributos de Dios, o se a, modos por los cuales se expresan de cierto y determinado modo los atributos de Dios (E1p25cor). También las ideas y los estímulos corporales (cuerpos externos) son cosas singulares --Las ideas de las cosas singulares… como las esencias formales de las cosas singulares, o modos, están contenidas en los atributos de Dios (E2p8). El cuerpo humano es afectado y dispuesto… cuando algunas de sus partes han sido impulsadas por el cuerpo externo mismo (E2p28dem).

Finalmente, los modos tomados en su conjunto constituyen la natura naturataPor Naturaleza naturalizada… entiendo todo aquello que se sigue de la necesidad de la naturaleza de Dios, o sea, de la de cada uno de los atributos de Dios, esto es, todos los modos de los atributos de Dios, en cuanto se los considera como cosas que son en Dios y que sin Dios no pueden ni ser, ni concebirse (E1p29esc).

alm

08 junio, 2015

Un claro laberinto. Lectura de Spinoza

Francisco José Martínez

Ezquerra, Jesús, Un claro laberinto. Lectura de Spinoza, Prensas Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2014, 198 p.

El profesor Jesús Ezquerra, de la Universidad de Zaragoza, nos presenta un bello libro en el que nos muestra una visión muy sugerente del pensamiento de Spinoza enmarcado en una reflexión filosófica y literaria muy amplia.

A partir de una reflexión inicial sobre la noción de laberinto y de sus diferentes modelos, Ezquerra pasa a presentar las principales aportaciones spinozianas, empezando por su noción de Dios que nuestro autor entiende como nada (una nada que no envuelve contradicción y que entronca con la tradición neoplatónica plotiniana). Pero frente a la trascendencia emanatista de la nada plotiniana, el dios spinozista, la substancia, es pura inmanencia, no se encuentra más allá del ser sino que es el ser. Presentado el fundamento de lo que es, la substancia o Dios como causa inmanente, se pasa a lo que es, los individuos, que no son substancias sino modos. Los individuos además son partes de una serie de todos que los incluyen y a su vez son todos de sus propias partes. Todo individuo es compuesto, es un todo en un sentido y una parte en otro. Todo individuo es una “unidad estructural”, es decir, “un plexo estable de relaciones”, un conjunto de relaciones que estructuran sus partes. Precisamente la esencia o conatus de los individuos es el esfuerzo por perseverar en su ser, es decir, por mantener la proporción entre sus partes dentro de los límites que lo definen como individuo. Cuando el cambio desequilibra la proporción determinada de movimiento/reposo que lo define, entonces el individuo concreto perece, y surgen nuevos individuos.

A continuación, es examinado el método geométrico de Spinoza desde la perspectiva de su articulación con la ontología. Esta articulación implica la identificación de las causas y las razones, lo que supone que se da una concatenación causal de las ideas que expresa el orden causal que se establece entre las cosas. La identidad entre causa emanativa y causa activa es lo que justifica la identificación entre la ratio lógica como causa interna y la causa física, como causa externa. Para Spinoza, según el autor, la geometría es el ethos mismo de lo real, su forma de ser, y por ello, su ética describe el ethosde lo real, entendido lo real como un laberinto, como un “claro laberinto”, por geométrico.

El análisis de las pasiones que Spinoza desarrolla es una apuesta por la alegría y la felicidad, basadas en la quietud del ánimo derivada de la recta comprensión de las cosas que nos suceden. Esta alegría sería para Ezquerra apática en el sentido de que va más allá de las pasiones, es “la autoconciencia de Dios en nosotros”. Por fin, nuestro autor nos presenta la política de Spinoza, entendida como el poder de la multitud y analizada de una forma completamente naturalista, ya que se entiende al hombre como una parte de la naturaleza más y no como “un imperio dentro de otro imperio”, como suele considerarse habitualmente separando al hombre de la naturaleza. La naturalización de la política hace que Spinoza, frente a Hobbes, no entienda la sociedad en ruptura con el estado de naturaleza sino más bien como en continuidad con él, de tal manera que los individuos al entrar en sociedad no renuncian a su derecho natural. La ley, en tanto que derecho de la sociedad, supera por combinación, y a la vez conserva, el derecho natural de los individuos en su nueva faceta de ciudadanos. La diferencia esencial entre Hobbes y Spinoza es que el primero diseña una política para hombres impotentes, que han cedido su derecho al soberano al entrar en la sociedad de forma total e irreversible, mientras que Spinoza piensa una política para hombres fuertes, que combinan sus potencias respectivas pero que no las ceden nunca. En consecuencia, el iussupone las relaciones entre los individuos en el seno del Estado, como una serie de relaciones horizontales entre individuos, mientras que la lex consistiría en una relación vertical entre el Estado y cada uno de los individuos. Si lo primero apunta a la relación entre las diversas partes que forman un todo, el Estado; lo segundo expresaría la relación entre dicho todo, el Estado, y cada de sus partes, los individuos. Ezquerra retoma la diferencia establecida por Negri entra potentia y potestas, es decir entre la potencia de los individuos por una parte y el poder coagulado del Estado contra dichos individuos, por otra parte –a través de las bellas nociones de Santayana de potestades y dominaciones–. Las potestades son poderes que funcionan como condiciones de posibilidad de las cosas y, sin las cuales, dichas cosas serían inconcebibles; las dominaciones, en cambio, ejercen sobre las cosas un poder hostil, ajeno y externo a las mismas. La liberación política consistiría, según esto, en la disolución del poder en la potentia, o de las dominaciones en potestades. Para Ezquerra, Spinoza apuesta por una democracia radical, ya que para él, el poder no se cede sino que se comparte.

El libro se completa con un Resumen de la Ética que resulta muy útil para una lectura rápida de la obra; y proporciona un esquema de dos posible éticas de Spinoza: una, la escrita realmente, que a partir de Dios analiza la mente, los afectos y la libertad; la otra ética posible estudiaría, también partiendo de Dios, los cuerpos, las afecciones y la necesidad. Si la primera está estructurada como la concatenación de una ontología que coincide con una teología, una psicología racional o filosofía del alma, una ética o geometría de los afectos y una eudemonología o soteriología, la segunda estaría formada por una ontología o teología, una física racional o filosofía de la naturaleza, una geometría de las afecciones corporales y una posible terapéutica.

El libro está muy documentado y muy bien escrito, lo que hace muy amena su lectura, mientras que sus alusiones continuas muestran la gran erudición y cultura literaria, artística y cinematográfica del autor.

Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, vol. 32, núm. 1, Boletín de bibliografía spinozista, núm. 16, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2015, pp. 293-294.

04 junio, 2015

Spinoza's Letter on the Infinite (Letter XII, to Louis Meyer)

Martial Gueroult

Martial Gueroult, “Spinoza’s Letter on the Infinite,” in Spinoza. A Collection of Critical Essays, ed. Marjorie Grene, trans. Kathleen McLaughlin (Garden City, New York: Anchor/Doubleday, 1973): 182-212.

[182]

I. The problem of the infinite and of the indivisibility of substance is treated in Book I of the Ethics, Proposition xii demonstrates infinity; Proposition xiii, its Corollary and its Scholium, and lastly the Scholium of Proposition xv demonstrate indivisibility. Infinity and indivisibility are two unique properties of substance which derive immediately from its fundamental property: causa sui. Indeed, whatever necessarily exists of itself cannot, without contradiction, be deprived of any part whatever of its existence; Consequently, it is necessarily infinite and excludes any partitioning. Infinity and indivisibility being two sides of the same property, there results a radical antinomy between the infinite and the divisible. If we affirm one we must deny the other: the dogmatist,·affirming divisibility, denies the infinite; Spinoza, affirming the infinite, denies divisibility. This is an irreducible conflict, as long as we ignore the nature of substance, but one that is instantly resolved as soon as we know that substance necessarily exists of itself.

Given this, however, the problem is far from exhausted. The antinomy opposing infinity and divisibility, resolved in the Ethics·on the level of substance by excluding the divisible, reappears on the level of the mode, where we must affirm infinite divisibility, that is, both the infinite and the divisible. If it is true that the solution to the second part of the problem is included in that of the first part, the Ethics did not expressly develop it. It is Letter XII to Louis Meyer, called by Spinoza and by his correspondents Letter on the lnfinite [1], which, embracing the problem in its entirety, answers this difficulty as well as many others.

Its character, at once succinct and exhaustive, is emphasized by the author himself: "I have," he wrote toward the end, "briefly ex-

[183]

posed to you… the causes (causas) of the errors and confusions which have arisen on the subject of this question of the Infinite, and I have explained these errors in such a way that, if I am not mistaken, there no longer remains a single question relative to the Infinite that I have not touched upon, nor one whose solution cannot be quite easily found from what I have said" [2].

We see by these last lines that this letter presents above all a refutative quality, and it owes to this a great part of its obscurity. The doctrine is not directly expounded, but indicated through the errors whose causes are exposed.

These causes are first of all confusions among things, and secondly the reason for such confusions, which is itself also a confusion, but among our cognitions.

II. The difficulties relating to the Infinite flow from three kinds of confusions arising from our failure to distinguish between six different cases.

These six cases are divided into three pairs of opposing terms:

First pair:

1. The thing infinite by its essence or by virtue of its definition [3].

2. The thing without limits, not by virtue of its essence, but by virtue of its cause [4].

Second pair:

3. The thing infinite insofar as without limits ]5].

4. The thing infinite insofar as its parts, although included within a maximum and a minimum known to us, cannot be expressed by any number [6].

Third pair:

5. The things representable by understanding alone and not by imagination [7].

[184]

6. The things representable at once by imagination and by understanding [8].

The confusion between the two cases of each of these pairs has made us unable to understand: a) which Infinity cannot be divided into parts and is without parts; b) which, on the contrary, is divisible without contradiction; c) which can, without difficulty, be conceived as larger than another; d) which, on the other hand, cannot be so conceived [9].

We will examine the different cases in this order, keeping for the end the analysis of the geometrical example on which the discussion of the fourth case is based.


01 junio, 2015

Attributum

En la Ética Spinoza define atributo (attributum) como aquello que el entendimiento percibe de la sustancia en cuanto que constituye la esencia de la misma (E1def4). Esta definición ha dado lugar a dos lecturas: una subjetiva y otra objetiva. La primera sostiene que 'atributo' significa la manera en que el hombre, siendo una modificación de la sustancia, percibe la sustancia; mientras la última afirma que el ‘atributo’ es la propiedad intrínseca por la cual una sustancia es lo que es:

A la esencia de una cosa… pertenece aquello dado lo cual queda puesta necesariamente la cosa, y quitado lo cual se quita necesariamente la cosa; o sea, aquello sin lo cual la cosa y, viceversa, aquello sin que la cosa no puede ni ser, ni concebirse (E2def2).

Independientemente de la cuestión, está clara la estrecha relación entre los atributos y la sustancia que Spinoza llama ‘Dios’.

Por Dios entiendo el Ente absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita (E1def6).

Un contraste obvio entre la sustancia y los atributos es que hay una sola sustancia –Aparte de Dios no puede darse ni concebirse ninguna sustancia (E1p14).

Spinoza utiliza el concepto de atributo para deducir la imposibilidad de la existencia de otras sustancias, además de Dios –Cuanto más realidad o ser tiene una cosa, tantos más atributos le comparten (E1p9). Más aún, agrega Spinoza, cada uno de los cuales expresa cierta esencia eterna e infinita (E1p10esc). Y enseguida demuestra la existencia necesaria de Dios, pues sería absurdo negar de un ser absolutamente infinito que su esencia no implicase su existencia –Dios, o la sustancia que consta de infinitos atributos cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita, existe necesariamente (E1p11). Además, la identificación de Dios con todos sus atributos se corrobora al afirmar que Dios y todos sus atributos son eternos (E1p19) e inmutables (E1p20cor2).

Spinoza continúa argumentando que este ser, constituido por infinitos atributos, cada uno de los cuales es uno en su género, no es divisible --No puede concebirse en verdad ningún atributo de una sustancia del cual se siga que la sustancia puede dividirse (E1p12). La sustancia absolutamente infinita es indivisible (E1p13). Así debe considerársele como la única sustancia existente –Aparte de Dios no puede darse ni concebirse ninguna sustancia (E1p14). Todo lo que es, es en Dios; y nada puede ser ni concebirse sin Dios (E1p15). De ahí que la sustancia produce infinitas cosas en infinitos modos (E1p16). Justamente porque ésta posee absolutamente infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa también una esencia infinita en su género, de su necesidad deben, pues, seguirse, infinitas cosas en infinitos modos (E1p16dem).

Si los modos son producidos por algún atributo de Dios, el ser humano compuesto de mente y cuerpo tiene así acceso a dos de los infinitos atributos: el atributo de pensamiento y el atributo de extensión. El Pensamiento es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa pensante (E2p1). La Extensión es un atributo de Dios, o sea,Dios es una cosa extensa (E2p2).

Para Spinoza, cada atributo produce sus propios modos –Los modos de un atributo cualquiera tienen por causa a Dios sólo en cuanto se lo considera bajo el atributo del cual son modos, y no en cuanto se lo considera bajo algún otro (E2p6)--; y enseguida explica la relación entre los atributos de la manera siguiente:

El orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas (E2p7)… todo lo que se sigue formalmente de la naturaleza infinita de Dios, todo ello se sigue objetivamente en Dios, en el mismo orden y con la misma conexión, de la idea de Dios (E2p7cor)… ya concibamos la Naturaleza bajo el atributo de la Extensión, ya bajo el atributo del Pensamiento, o bajo otro cualquiera, hallaremos un solo y mismo orden, o sea, una sola y misma conexión de las causas (E2p7esc).

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