15 enero, 2019

UN EXTRAÑO PRECURSOR, BARUCH SPINOZA


Monserrat Galcerán

Galcerán, Monserrat, «Un extraño precursor, Baruch Spinoza», Deseo (y) libertad. Una investigación sobre los presupuestos de la acción colectiva, Traficante de sueños, Madrid, 2009, pp. 103-136.

Y es aquí donde nos tropezamos con Spinoza y su enorme repercusión en el marxismo estructuralista y post-estructuralista francés de los años setenta, aupada en el notable auge de los estudios sobre Spinoza en los últimos 30 años, especialmente en el ámbito galo. Baste citar nombres como Martial Gueroult y su monumental estudio de la Ética, Pierre Macherey, Gilles Deleuze, Alexandre Matheron, el propio Louis Althusser a pesar de lo exiguo de sus referencias, Antonio Negri. Esos estudios y su recepción en el ámbito de la filosofía marxista han revolucionado completamente las categorías con las que pensarla.

Desde un punto de vista estrictamente biográfico hay que decir que Marx, si bien estudió de
joven el Tratado teológico-político de Spinoza y copió algunos párrafos cuidadosamente, prestó poca atención a este autor. Aparecen pocas referencias a él en su obra, tanto implícitas como explícitas, y caben dudas fundadas sobre una relación directa entre Marx y Spinoza, al tiempo de que no cabe duda alguna de la relación con Hegel. Eso hace que la polémica del Marx spinoziano frente al Marx hegeliano no se dilucide en el marco de los intereses de Marx, ni de sus estudios o influencias, sino como un intento, hasta cierto punto fructífero, de salvar ciertas dificultades que el hegelianismo (real) de Marx crea en su escritura y (tal vez) en su pensamiento, y especialmente como un modo de abordar problemas reales de la constitución de la sociedad anticapitalista que no puede seguir pensándose como una unidad, como un «Estado de todos», sino que tiene que acometer proyectos políticos tan internamente diferenciados como para poder ser llevados a término por «singularidades».

Spinoza --Pierre Macherey dixit-- sería la«auténtica alternativa» al hegelianismo en Marx. Sin duda hay ahí algo de pose intelectual, más acá o más allá de que ataque un punto central del asunto. En el libro de Macherey, que será obra de referencia para todo el marxismo «spinozista», se cultiva la imagen de la oposición del talante de ambos. Mientras que Spinoza rechazó el puesto que  se le ofrecía en la Universidad de Heidelberg, para poder seguir defendiendo su pensamiento sin imposiciones ni adecuaciones externas, Hegel lo ocupó gustosamente, lo que reenvía a una oposición entre sus filosofías: la de Spinoza es la de un marginado, un rebelde, un solitario, y no se deja enseñar en la escuela sino que se difunde entre iguales; la de Hegel, por el contrario, es una filosofía de tendencia oficialista, preparada para ser divulgada entre seguidores. Negri, y no es el único, lo tacha de «¡fervoroso alto funcionario de la burguesía!».

08 enero, 2019

HOMO AMAT (Y) HOMO COGITAT


Diego Tatián

Tatián, Diego, «Prólogo», Baruch Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, Cactus, Buenos Aires, 2006, pp. 9-29.


“Me parecía, además, que esos males provenían de poner toda la felicidad o infelicidad en una sola cosa, es decir, en la cualidad del objeto a que estamos ligados por amor. En efecto, lo que no se ama no engendra nunca disputas, ni tristeza si se pierde, ni envidia cuando otro lo posee, ni temor, ni odio, en una palabra, ninguna conmoción del alma. Pero ocurre todo esto cuando amamos cosas perecederas…”.

El amor extravía, la felicidad se pierde. La ruina es un efecto del amor extraviado que se expone así a las conmociones de la tristeza, la envidia, el odio, el temor. Homo amat. Esta sencilla constatación es el punto de partida del método, a la vez que la circunstancia humana elemental en la que se inscribe su necesidad. Amor y método establecen así las condiciones que permiten transitar la fortuna sin malograr la potencia de pensar y de afectar que singularizan a una criatura finita.

No se trata tanto de reprimir el odio, la envidia, la venganza, etc., como, afirmativamente, de
una estrategia del amor que se alía con el pensamiento a través del método, pues la enmienda del entendimiento es al mismo tiempo y sobre todo una reforma del amor. Homo cogitat. La tarea de una enmienda –cuyo propósito, si esta distinción tuviera algún sentido en Spinoza, no es tanto teórico como práctico— procura una transformación de la vida, la producción de una forma de vida cuyos efectos y cuyo significado presentan una dimensión última que es existencial y política. Spinoza lo dice con toda claridad: “Desde ya puede verse que quiero dirigir todas las ciencias a un solo fin y objeto, es decir, llegar a la perfección humana de la que hemos hablado, por tanto, todo lo que en las ciencias no nos hace avanzar hacia nuestro fin deberá eliminarse como inútil…”. Esa perfección humana es el amor de un bien que permita “gozar eternamente de una alegría suprema y continua”. Un amor que ya no es posible de transformarse en su contrario, que por tanto ha alcanzado la plenitud de sí, la eternidad de la alegría. La expresión es definitivamente obtenida por la Ética: amor Dei intellectualis. Un amor pensante que es lo más alto que podemos esperar y que, también allí –como la “perfección humana” descrita en las primeras páginas del Tratado de la Reforma (“…adquirir tal naturaleza y procurar que muchos la adquieran conmigo…”)--, presentará una dimensión de comunidad: “Este amor a Dios no puede se manchado por el afecto de la envidia, ni por el de los celos, sino que se fomenta tanto más cuantos más hombres imaginamos unidos a Dios por el mismo vínculo de amor” (E, V, 20).

El extravío del entendimiento –cuya forma extrema es la superstición— no es problemático por el hecho de promover el error, sino por la forma de vida que implica, por la manera de estar en el mundo que establece, por una economía del amor que lo acompaña y, en general, por la afectividad que libera.

02 enero, 2019

LEER A MACHEREY

Michael Hardt

Hardt, Michael, «Prólogo», Pierre Macherey, Hegel o Spinoza, trad. Ma. del Carmen Rodríguez, Tinta Limón, Buenos Aires, 2006, pp. 7-16.

La eternidad es ausencia de fines

1. Quienes escribimos estas líneas hemos sentido la presencia de Spinoza. La lectura fue el medio para dar con él. La experiencia de la lectura se encarga luego de invertir los términos: justamente, leer la experiencia (cuyo medio es la lectura). Una lectura que se nutre de sentimientos que la acompañan, porque no hay lectura activa que pueda prescindir del vínculo íntimo entre orden conceptual y afectos. Spinoza es quizás uno de los nombres más misteriosos --y radicales-- de esta mismidad concepto-afecto.

Se ha dicho muchas veces: a Spinoza se lo percibe en el intento de explorar una intuición
atrapada en un abigarrado texto de presunciones geométricas. Escritos una y mil veces desautorizados; como desautorizadas fueron muchas de sus lecturas posteriores (las de Asa Heshel, vagando entre guerras con la Ética en su bolsillo, o Yakov --el hombre de Kiev-- en prisión, reflexionando sobre Vida de Spinoza): sin excesivo apego a la letra, más atentos a los efectos producidos por el impacto que implica su encuentro.

Con la edición de este texto de Pierre Macherey pretendemos sumarnos a esa larga lista de filósofos y no filósofos (quienes, sin profesión, se hacen filósofos desde fuera de la filosofía misma) que han sucumbido a esta curiosa fidelidad sin obediencia, que busca una y [7] otra vez los modos de articular fragmentos de textos a la propia investigación, para rehacerse en ella.

¿Confió Spinoza excesivamente en la filosofía? ¿Se entregó en alma y cuerpo al concepto y la palabra expuesta con rigor, enmudeciendo precisamente sobre su propia relación con las pasiones, a las que se dedica largamente, sin embargo, en proposiciones y escolios?, ¿es su dios un dios muerto, pura abstracción, despojado de la vida con que lo representan las religiones? La política de Spinoza, su filosofía práctica, no se esconde en recónditos detalles en torno al origen de tal o cual palabra utilizada en una vieja carta aún no lo suficientemente descifrada. Su modo de ir más allá depende, para ser iluminado, de nuestras propias estrategias de desacato. El sentido de su sustracción tan radical de la vida pública y universitaria, de sus modos en apariencia solitarios, ascéticos, está definitivamente perdido y sólo alimenta mitos sin fuerza si no se reabre al fragor de una reflexión actual sobre los modos de relación con los libros, las palabras, la vida social, las representaciones públicas y los compromisos políticos.

Spinoza desarrolló en sus días una política de la cautela. Una prudencia extrema -y ya célebre--, ante los sucesos de la vida pública del reino de los Países Bajos de aquellos años del siglo XVII. Sus sugerencias para una moral provisoria tenían por objetivo conquistar los medios para una existencia filosófica a la altura de sus intuiciones, malditas entonces, malditas ahora --contracara de la moda Spinoza de la que sin dudas no hemos dejado de beneficiarnos-- sin chocar con los prejuicios de época. Comprendemos muy bien que ni aún así haya podido evitar los escándalos: toda época se define, también, por sus prejuicios. El método de la cautela puede recobrar su proximidad si lo reconocemos como prudencia necesaria y cuidado práctico interior a todo proyecto de desobediencia.