22 marzo, 2016

Pintura de un rostro inexistente

En la feria holandesa de arte de TEFAF Maastricht 2016 se exhibió un supuesto retrato recién descubierto de Spinoza (fechado en 1666) atribuido al pintor holandés Barend Graat (1628-1709). Este retrato fue descubierto casualmente por un admirador profano de Spinoza en el catálogo de un comerciante de arte de París en el otoño de 2013.

Hay muchos retratos de Spinoza, pero ninguno fiable. Retratos que expresan sólo impresiones subjetivas de las descripciones verbales que el fraile agustino Tomás Solano y Robles y el capitán Miguel Pérez de Maltranilla, que conocieron a Spinoza en Amsterdam en 1658, dieron de él en la Inquisición española en 1659. El fraile lo describe como «un hombre de pequeña estatura, con un bello rostro, de tez pálida y de cabellos y ojos negros». El capitán añade que «su cuerpo era delgado y bien formado, sus cabellos largos y negros, y su cara bella, adornada con un pequeño bigote también negro». De la misma manera el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz, quien visitó a Spinoza en 1676, lo describió como «un hombre pálido de color, y un aire español en su rostro». Los presuntos retratos de Spinoza de aquel período también muestran un rostro alargado y delgado, sin barba y cuya palidez confirman que la salud de Spinoza no fue demasiado buena (Cf. Steven Nadler, Spinoza, Madrid, Acento, 2004, pp. 217 y ss.).

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s de las descripciones verbales que el fraile agustino Tomás Solano y Robles y el capitán Miguel Perez de Maltranilla, que conocieron a Spinoza en Amsterdam en 1658, dieron de él frente a la Inquisición en 1659. El fraile lo describe como «un hombre de pequeña estatura, con un bello rostro, de tez pálida y de cabellos y ojos negros». El capitán añade que «su cuerpo era delgado y bien formado, sus cabellos largos y negros, y su cara bella, adornada con un pequeño bigote también negro». De la misma manera el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz, quien visitó a Spinoza en 1676, lo describió como «un hombre pálido de color, y un aire español en su rostro». Los presuntos retratos de Spinoza de aquel período también muestran un rostro alargado y delgado, sin barba, y cuya palidez confirman que la salud de Spinoza no fue demasiado buena (Cf. Steve Nadler, Spinoza, Madrid, Acento, 2004, pp. 217 y ss.).

07 marzo, 2016

El filósofo pulidor de lentes

Pilar Benito Olalla

El filósofo holandés de origen judío Baruch Spinoza (1632-1677) se ganaba la vida puliendo lentes destinadas a la fabricación de instrumentos ópticos. No vivió de impartir clases; incluso rechazó el ofrecimiento de una plaza en la Universidad de Heidelberg a cambio de conservar la libertad de su verbo rebelde. Tampoco dependió su economía de la publicación de sus obras: apenas solo dos de sus libros vieron la luz en vida del autor, Principios de filosofía de Descartes. Pensamientos metafísicos (1663), con su nombre, y Tratado teológico-político (1670), anónimo. El primero era una exposición crítica de la teoría de Descartes; el segundo, una lúcida y demoledora exégesis bíblica, que cuestionaba una de «las ilusiones» más arraigadas del ser humano, la religión. El sello inequívoco de Spinoza como autor lo confería una mezcla misteriosa de inteligencia brillante y acerada junto con una profunda originalidad e insólita rebeldía frente a la tradición: lo que Antonio Negri ha denominado «la anomalía salvaje». La obra arquetípica del filósofo holandés, Ética demostrada según el orden geométrico, tuvo que esperar hasta su muerte para ser publicada; pero esas cautelas propias de la época ahora no cuentan, porque los ecos de sus ideas siguen resonando en la actualidad con gran fuerza y colonizando nuevos territorios del pensamiento: así, el interés y reivindicación de las aportaciones de Spinoza a la teoría de los afectos por parte del neurocientífico Antonio Damasio (Looking for Spinoza, 2003).

La influencia de Spinoza ha sido notoria en la historia de la filosofía (metafísica, política, ética), pero resulta un fenómeno sorprendente que este autor fuera silenciado durante mucho tiempo, o leído a hurtadillas y de modo parcial, hasta llegar, en cambio, a la espléndida salud de que gozan en la actualidad los estudios spinozistas y las sociedades dedicadas a esa labor. Spinoza siempre fue un pensador independiente y se mantuvo incólume ante cualquier tipo de oposición externa: la severa excomunión de la comunidad judía de Ámsterdam a la que pertenecía, o las duras críticas de calvinistas y cartesianos. Y él nunca se adhirió a ninguna «iglesia», sino que permaneció libre y fiel a su «círculo de amigos» –feliz expresión de uno de los grandes y tempranos estudiosos spinozistas, Meinsma (Spinoza en zijn kring, 1896). Ese círculo lo formaban personas de mentalidad abierta, fuertemente atraídas por la personalidad del filósofo judío y por el carácter deslumbrante de sus ideas.

Un hecho añadido más a la peculiaridad del llamado «fenómeno Spinoza» fue precisamente su ocupación en un trabajo artesanal: el ya señalado pulido de lentes. Esta tarea le permitió afianzar su humilde sustento, al que colaboró uno de sus amigos más fervientes, Simon Joosten de Vries, con una generosa pensión de 500 florines que Spinoza aceptó finalmente, pero rebajada por él mismo a unos módicos 300 y solo después de la muerte de Simon. Gracias al oficio como pulidor de lentes, pudo también poner en práctica su marcado interés por la ciencia.


En el siglo XVII europeo, la revolución científica y filosófica estaba dando innumerables frutos, desde Galileo a Descartes, y abriendo campos insospechados para la curiosidad humana y el poder del hombre sobre la naturaleza. La modernidad acababa de emerger, y con ella la gestación de todas las consecuencias que vinieron después: algunas extraordinarias y otras no tan deseables. Spinoza no era ajeno a este ambiente de vital renovación y avances científicos, a pesar de un relativo aislamiento, necesario para su pensar, en los diversos lugares de Holanda donde vivió: desde las ciudades de Ámsterdam o La Haya, hasta villas más pequeñas como Rijnsburg o Voorburg. Así lo prueba su amistad con la familia Huygens: con Christiaan –el afamado físico y óptico dotado de gran habilidad para pulir lentes– y especialmente con su hermano Constantijn, con el que la relación fue mucho más cercana; este último también era pulidor y colaboró con Christiaan en la construcción de potentes telescopios que corregían en mucho la aberración cromática. La correspondencia de Spinoza constituye un rico material que refleja no solo la gestación de sus obras o las discusiones filosóficas con amigos y enemigos sino también su curiosidad científica y sus escarceos experimentales; un claro ejemplo lo constituye la relación intermitente con el célebre diplomático Henry Oldenburg, secretario de la recién fundada Royal Society of London. Curiosamente, en el intercambio epistolar con Oldenburg, que en ocasiones oficia como intermediario de Spinoza con otros científicos del momento, se trata del experimento del químico Robert Boyle sobre las transformaciones del nitro o salitre (nitrato potásico), y de las observaciones detalladas que Spinoza le transmite a Oldenburg a raíz de su propia experiencia: el filósofo también había efectuado el mismo experimento y algunos más, concluyendo otros resultados, que se basaban en una interpretación mecánica y no química. Todo ello pone de relieve la gran atracción que Spinoza sentía por las ciencias.

En este sentido, las cuestiones inmediatas que surgen son las siguientes: ¿Por qué Spinoza eligió un oficio, y en concreto, el de pulidor de lentes? ¿Qué conocimientos ópticos aportó? ¿Por qué ese interés de un filósofo racionalista, aunque a su manera y no fiel a Descartes, por la óptica? ¿Cómo se plasmó en su filosofía su peculiar mirada óptica?