Sergio Espinosa Proa
Lo que era anómalo en el XVII hoy es tópico. El
capitalismo se ha reinventado, ha fracasado y se ha vuelto a reinventar. El
socialismo ha hecho su experimento y, de manera más o menos estrepitosa, ha
fracasado. La democracia prosigue su tracto y continúa mal que bien creyendo en
sí misma. Banderas que supusimos envejecidas lucen su lustre y su frescura.
Otras se hunden o se deshilachan. Emergen otros héroes y figuras. Algunos que
no esperábamos, otros que se mantuvieron hasta muy recientemente en la discreción
de un segundo plano. Creímos en algunos que se revelaron fiascos. Se redefinen
aliados y enemigos, nuevos frentes de lucha, campos en barbecho y
reconstrucción. Hay nuevos compañeros y sospechosos comunes. Importa extraer de
lo antiguo un potencial de resistencia, una fuente de poder. ¿Fuente? Es eso
que leemos en algunos modernos abrevando en aguajes casi arcaicos. Esos aguajes
están o siguen hasta el tope. Los modernos encuentran asimetrías y diferencias
de energía en obras neutralizadas por el trabajo académico o por políticas
aviesas. Se da una repulsa a lo negativo y se abre paso a otra idea de la
positividad. Se vuelve a creer en las fuerzas productivas. El viejo conflicto
con las relaciones de producción cobra actualidad y virulencia. Existen modos
de creación de la vida que permanecen inéditos. Han sido o bien reprimidos o
bien descontinuados. Muchos se apartan de interpretaciones teológicas,
disfrazadas o no de modas seculares. ¿Qué paradigmas subsisten tras el diluvio?
¿Quién en una palabra, sobrevive? Quizá quien más resiste es quien menos ruido
hiciera, o quien menos ha presumido ponerse a la vanguardia. Es gente muy
silenciosa que casi pasa desapercibida. Es la verdaderamente imprescindible.
Baruch Spinoza no ha hecho demasiado
escándalo (a pesar de las polémicas a que dio lugar). Pero pensó una modernidad no centrada en el individualismo burgués; la pensó
como la comunidad de los sujetos instituyentes. ¿Por qué no triunfó de modo
claro? Habrá que hablar claro: porque la mayoría es estúpida. La mayoría, no la
gente en general. Está bloqueada. Piensa asegurándose. Es demasiado
calculadora, demasiado mezquina, demasiado insegura. Tiene miedo del futuro,
desconfía del presente y se desentiende del pasado. Podría decirse o que es
vulgar o que se encuentra aterrorizada. O ambas alternativas. Spinoza, en tal
tesitura, ya ni siquiera es moderno. Es otra cosa. Dice Antonio Negri: "El problema que suscita Spinoza es la
posibilidad, en el corazón de la modernidad, de un pensamiento democrático, de
una hipótesis de gobierno de la multitud, de una institucionalización de lo
común" (Spinoza y nosotros,
Nueva Visión, Buenos Aires, 2011, p. 24). No
es moderno porque no piensa en esa
posibilidad como un ideal, como algo que se imponga a resultas del trabajo de
lo negativo: no es obra de un "último dios" o de alguna trascendencia por espabilar. Es obra de la gente común. Es algo que ni Negri da señas de
entender a cabalidad: como si la democracia fuese un ideal, un estado a
conquistar. No es moderno porque no es
ni individualista, ni contractualista, ni dialéctico... ni oportunista. ¡Pero
tampoco es un post! Al no ser moderno, al no preocuparse por eso, Spinoza
lo es hasta el fondo. No piensa en una asamblea de fieles, sino en una comunidad de personas inteligentes y
libres. ¿Podrá haberla? Sin duda la hay, pero no como mayoría. Por su
parte, ni Žižek ni Badiou han dado muestras de querer escuchar a Spinoza: le
acusan, entre otras cosas, de platonizante. Badiou, en una especie de retorno a
Malebranche, desconfía del materialismo del holandés. ¡Son hegelianos! Es
decir: cristianos (con o sin closet). Negri, además de recalcar la oposición
potencia/potestad, se verá forzado a decir: la materia es productiva. Esto, para contraponer el bio-poder a la bio-política. No hay duda de que
Spinoza ha encontrado un nuevo uso político: en la debacle del marxismo, un
dique a Heidegger y a Schmitt, por la derecha, y una opción lúcida ante el
idealismo alemán, por lo que podríamos, con obvias dificultades, llamar
izquierda. Es una alternativa al pesimismo de la razón que puede advertirse en
la Escuela de Francfort, en Giorgio Agamben y en Roberto Esposito, y a un
optimismo de la voluntad, bien representado por Antonio Gramsci. La salida está
en Foucault y Deleuze: una lógica de los
cuerpos como productores de subjetividad. Para Negri, desenmascarado Marx, o removido su hegelianismo, sólo Spinoza posee la teoría sobre la cual
(re)construir la revolución. De pronto es el único de nuestros clásicos.
¿Qué representan Derrida y Agamben sino pasiones tristes? "... variaciones
débiles, en los márgenes, éticamente ociosas; también son el asombro ante lo
sublime, más o menos estetizado, son la vida bella y la huida lejos de la
lucha, el desprecio por las determinaciones históricas, el escepticismo
libertino-destructor en lugar de la excedencia y la resistencia verdadera"
(p. 51). Son realmente pocos a los que tenemos que estudiar. Unos cuantos.
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