28 septiembre, 2018

DE LOS MODOS DE VIDA X

Sergio Espinosa Proa

Llevar la diferencia a la contradicción es hacer de la desviación una mala elección. ¡Parece un (mal) juego de palabras! Deleuze piensa que el deseo es productor de diferencias. En eso resulta inagotable; reducirlo a contradicción es empobrecerlo. El deseo genera anomalías, y eso choca con el Capital, que se rige por la lógica de la apropiación/acumulación. Hay un elemento azaroso y contingente en esta producción. La producción de diferencias se topa pronto con las normas. ¿Qué es la política?, se pregunta alguien: "un cuestionamiento minoritario de las normas", se responde (Guillaume Le Blanc, "Mayo del 68 en filosofía. Hacia la vía alternativa", en op. cit., p. 112). Devenir múltiple vs. control único: tal la alternativa. Apertura vs. clausura, captura vs. interrupción, poder vs. dominación, devenir vs. historia, natura naturante vs. natura naturata... ¿no es esto una contradicción pura y simple? ¿Dónde quedó la riqueza? A menos que ambos momentos no se contradigan... Kafka contra el feminismo. La lógica de la apropiación, ¿a qué se opone? ¿A la lógica de la desapropiación? La lógica de la apropiación es cerrada; la desapropiación es abierta. ¿Sigue siendo lógica? El devenir-minoritario equivale a una producción anti-nómica que hace de lo humano una figura limitada y contrahecha. No es in-humana esta política: es ex-humana, trans-humana, extra-humana, a-humana. Por prefijos no paramos. El deseo es radiactivo: eso es lo que conviene retener. Ahora bien: el deseo no se ceba en cosas o signos. No obedece (sólo) a una lógica de la apropiación. ¿Obedece el Capital a una estrategia mercado-lógica? Bueno, hay que decir que el deseo resulta limitado, frustrado y contradicho por el mercado. Eso es todo. Que los cuerpos y las ideas sirvan exclusivamente como mercancías es afrentoso, pero es lo más común. "El capitalismo se presenta así como un proyecto con dos cabezas, deseo y aparato de captura", (p. 118). Acicate y jaula. La "política" tal como la conciben Deleuze y Guattari libera el deseo, lo desujeta; de ahí su proximidad con la anomalía. Quizá, pero ¿puede desearse algo que escape a las leyes del mercado, a sus normas? ¿No se trata de una mera sustracción? Pues no necesariamente: puede desearse lo que nadie (o casi nadie) quiere. ¿Pensar? ¿Mantenerse todo el día en casa? ¿No será eso hacer de la propia vida una obra de arte? Desear lo intraducible a monedas: ¿dónde se compran esas cosas? La pregunta es entonces qué relación guardan el deseo y el delirio. Es preciso estar locos de otra manera para no contraer la locura de la mayoría. ¿De qué manera? Exactamente así: pensando. El pensamiento crea el objeto, pero éste responde alterando a aquél. No existe una "adecuación" entre la cosa y la palabra, o entre el objeto y el concepto, o entre ser y pensar, porque ambos se forman en el mismo movimiento. En consecuencia, la "verdad" ocurre al menos en los bordes del pensamiento, no en su centro (y no por costumbre en su provecho). Estamos forzados --cuando en verdad lo estamos-- a pensar. Uno "no quiere" hacerlo, se está --o no-- obligado a hacerlo. La lógica es interesante sólo cuando se calla, dice el filósofo. Eso ocurre, al parecer, con todas las reglas; son interesantes en el momento en que dejan de regularlo todo. El pensamiento no es dialéctico, pero no lo es porque en principio no es lógico: el hecho es que ha surgido un problema, que es lo que hay que pensar -y no se sabe con qué herramientas. La lógica viene siempre después. Lo primero es la fuerza, que no tiene por qué confundirse con la violencia. El pensamiento no quiere "conocer" algo, quiere saber qué quiere ese algo, qué y por qué afirma algo de qué, de qué es evaluación. "Lo que le interesa ante todo al pensamiento es la heterogeneidad de las maneras de vivir y pensar", afirma un comentarista (François Zourabichvili, Deleuze. Una filosofía del acontecimiento, Amorrortu, Buenos Aires, 2004, p. 44). No hay un grado-cero de lo pensable; siempre se parte de en medio: de un problema. No hay "buena voluntad" allí, ni las cosas vienen empaquetadas y etiquetadas para ser conocidas. Por eso "pensar" equivale a pensar de otro modo. Mas no por aburrimiento o mera curiosidad sino por hartazgo: lo que fuerza a pensar es lo desconocido, con aquello que no sabemos cómo ni para qué ni hasta qué punto representar. No es un afuera físico, una exterioridad en el sentido habitual, es decir, científico, del término. Con cierto humor, Zourabichvili se pregunta: "La cuestión es saber bajo qué condición el sujeto pensante entra en relación con un objeto desconocido, y si para hacerlo le basta con ir al zoológico, dar vueltas en torno a un cenicero puesto sobre la mesa, hablar con sus congéneres o recorrer el mundo"(p. 48). Esa es "la cuestión", que de platónica o positivista no tiene un pelo. Es una cuestión de supervivencia, pues el sujeto piensa porque no sabe de momento a qué atenerse. Por eso representa una disolución tanto de la cosa como del punto de vista; todo se juega en este desvanecimiento. No sabemos lo que puede un pensamiento, y tampoco sabemos lo que puede una cosa. Lo único que sabemos es que ni el uno ni la otra guardan una relación de interioridad o de homogeneidad: son exteriores, heterogéneos, ajenos entre sí. ¿La cosa? Para un ser pensante no existen, en primer lugar, cosas sino signos, y esto significa solamente que las "cosas" están enrolladas, embrolladas, embrocadas. La fuerza es afirmativa, que se vuelve violencia sólo porque no puede: no puede, por principio, descifrar los signos. El poder es generoso, de lo contrario se transforma en dominación.

No hay comentarios.: