Aurelio Sainz Pezonaga
El texto considera las dos dicotomías del deseo
productor de juicios de valor en Spinoza: deseo pasional versus deseo racional
y deseo ético versus deseo político, y explica por qué todo acuerdo sobre
valores posee un carácter político. Atiende, luego, al modo en que construye lo
que llama “dictámenes de la razón” a través de la idea universal de hombre y la
noción de mal. Revisa la socialidad tejida espontáneamente por la imitación de
los afectos y la cooperación intelectual de la multitud. Y, por último, esboza
el concepto de deseo común adecuado a la multitud libre. Su tesis es que el
deseo común de concordia que mueve a la multitud libre se constituye,
paradójicamente, en la disputa por las definiciones compartidas de lo bueno y
lo malo, esto es, en la disputa en torno a la institución del imperium
Spinoza define
el bien y el mal pasionales y su diversidad y conflictividad en E 3P39S. Sobre
el deseo racional, se explica expresamente en las proposiciones 58 y 59 de la
Parte III de la Ética. En esta
última, Spinoza remite a la fortitudo
todos los afectos que se refieren a la mente en tanto que entiende. Y, dentro
de ella, distingue entre animositas y
generositas, según se trate de un
deseo racional de conservar el ser o de “ayudar a los demás hombres y unirse a
ellos en amistad”, respectivamente. Un deseo racional es, según este escolio,
“un deseo por el que cada uno se esfuerza en virtud del solo dictamen de la
razón”. Las consecuencias para la producción de valores desde el deseo racional
las expone Spinoza en E 4P26 y E 4P27. Si juzgamos algo como bueno porque lo
deseamos, aquello que deseemos en cuanto obramos, a saber, en cuanto concebimos
ideas adecuadas, lo juzgaremos bueno y nuestro juicio será verdadero. Lo
verdaderamente bueno o verdaderamente útil es lo que deseamos racionalmente; y
esto no es otra cosa que el conocimiento mismo y lo que sirve al conocimiento.
Al deseo pasional político le dedica Spinoza el primer artículo del capítulo VI
del Tratado político.
Dado que los hombres se conducen, como hemos dicho, más por el afecto
que por la razón, la multitud conviene de manera natural (naturaliter convenire), y quiere conducirse como una sola mente, no
porque la mueva la razón, sino algún afecto común, es decir (como dijimos en el
§ 9 del capítulo III), por una esperanza o un miedo comunes o por el anhelo de
vengar una injuria común. Por otra parte, el miedo a la soledad habita en todos
los hombres, puesto que nadie, en solitario, tiene fuerzas para defenderse ni
para procurarse los medios necesarios de vida. De ahí que los hombres apetezcan
por naturaleza (natura appetere) el estado civil, y es imposible que ellos lo
destruyan jamás del todo.
De este artículo
se deben señalar al menos tres cuestiones. La primera es que el pasaje indica que
las mismas causas que llevan a la constitución de la sociedad, impulsan las
conspiraciones contra los regímenes ya existentes, tal como apunta la remisión
a TP 3/9. En un reconocido artículo, “L’ indignation et le conatus de l’État
spinoziste” (1994), Alexander Matheron analiza ambos pasajes enfatizando el
papel que desempeña la indignación como generadora de rebeliones y como
creadora de sociedades.
La segunda es
que el parágrafo establece de manera directa la relacionalidad6 como base de
cualquier comunidad política. Apela para ello al carácter natural de la multitudo y del status civilis y al miedo universal a la soledad. La socialidad es
intrínseca al conatus, incluso en sus
efectos pasionales.
Por último, las
pasiones aparecen en TP 6/1 ya no como causa de conflicto como en TP 1/5, sino
como causa de la conveniencia, del convenire natural de la multitud y de la
creación del estado civil.
La capacidad
productiva y reproductiva de lo social que posee la indignación reside en que,
a pesar de ser una forma de odio, se sostiene al mismo tiempo en la imitación
de los afectos, esto es, en la identificación o en el amor a la víctima, que
son formas de alegría y facilitan la reciprocidad. El problema es pensar cómo
es posible que el miedo o el anhelo de venganza, en tanto que pasiones tristes,
puedan ser comunes, puedan unir, esto es, supongan una conveniencia de
naturaleza entre distintos seres humanos, ya que convenir en naturaleza (natura convenire) significa “convenir en
potencia y no en impotencia o negación (negatione)”
(E 4P32).
Siendo la
tristeza un afecto por el que se disminuye o reprime la potencia de obrar del
cuerpo (E 4P41) y no pudiéndose atribuir a la mente en cuanto que actúa (E
3P59), no puede conducir por sí misma a una conveniencia o mutuo favor entre
seres humanos. Sólo la alegría de los demás, que nunca es directamente mala (E
4P41), puede ser común, puede unirnos a otras personas, puede convertirse en
algo útil para mí así como la mía lo será para ellos (E 4P31C). Si el odio o el
miedo sirven para unir a las personas, no es por la disminución de potencia que
ellos suponen, sino por la alegría que nos produce imaginar que se destruye
aquello que odiamos o tememos (E 3P20).
La aversión o el
miedo no pueden unir por sí mismos. Lo que nos junta es el esfuerzo por alejar
la causa del daño o bien la alegría de imaginar la exclusión de lo que nos
produce tristeza. En la medida en que el odio o el miedo son una impotencia,
una tristeza, no se pueden compartir, porque nada positivo hay en ellos, son
sólo la disminución de nuestra fuerza vital. El miedo universal a la soledad,
que sería la pasión más fuerte de las citadas en TP 6/1, no puede unir como tal
miedo, sino por el lado de la esperanza que necesariamente incluye (E 3DA13E).
La otra cara del miedo común de soledad es la esperanza común de concordia o el
apetito de vida. social, que ya es un germen de concordia.
Traducida esta
última cuestión al problema de la creación de los valores de bueno o malo,
resulta que las pasiones pueden generar tanto una diversidad irreconciliable de
juicios valorativos como los valores compartidos socialmente, los valores
comunes. De hecho, esto es lo específico de la política racional que,
reconociendo la irreductibilidad del conflicto, trabaja para contrarrestar unas
pasiones con otras, unos poderes con otros. Los valores comunes son ocasionados
por deseos comunes, que en la medida en que existen y se fortalecen, ponen
freno al conflicto pasional.
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política, Humanidades y Relaciones Internacionales, año 21, no. 42. Segundo semestre de 2019.