Sergio Espinosa Proa
Žižek sabe que Spinoza no es Hegel, y de ahí su pecado. La crítica
consiste en llamar, en un doblez freudiano, super yo a aquello que Spinoza
llama "vida", con lo cual su incomprensión --y su distorsión-- es
total. La Ética del holandés es,
desprovista de su lado deontológico, completamente inmoral: "... hay una
hendidura irremediable en el edificio del Ser, que es la que hace intervenir la
dimensión ontológica del 'Debe'; el debe que subsana la incompletud del 'Es',
del Ser" (p. 60). Es imperdonable que esa Ética no tome en cuenta un "Debe". Justifica cualquier
cosa, incluso el fascismo. Adviértase que la crítica, si no es de mala fe, es
de una ignorancia supina. Pero Žižek no se conforma con eso: quiere hacer ver
por qué Spinoza se equivoca de palmo a palmo postulando un ser (una sustancia)
sin fisuras. Lo cierto, a la vista de tanta obsesión, es que todo debió
quedarse en el nivel elemental: no hay punto de encuentro entre uno y otro (así
como no lo hay entre Deleuze y Derrida). ¿Cómo podría pretender darle por
detrás al francés? Tal vez Deleuze esté esquizofrénico, pero Žižek sólo da
muestras de paranoia. ¿A qué tanta insistencia en defender a Hegel? ¿No lo
puede hacer solo? Llegado a la página 70, uno está harto. Deleuze hace a un
lado a Hegel porque no puede con él. ¡Ya basta! El "problema", sin
embargo, subsiste: la desproporción entre la pregunta y la respuesta. Deleuze
en el fondo está de acuerdo con Hegel, pues no existe un inmanentista como él.
Un respiro lo da enseguida: Lacan --en El
reverso del psicoanálisis-- califica a su maestro como "el más sublime
de los histéricos" y como el culmen del saber universitario. ¡Por fin algo
sensato! Pero, ¿qué hace Žižek? "El sistema de Hegel es el caso extremo
del conocimiento universitario que pretende abarcarlo todo y situar cada tema
particular en el lugar que le corresponde; si alguna vez ha existido la figura
del Amo dominante en la historia de la filosofía, ésta es la de Hegel. Su
procedimiento dialéctico tiene su más precisa determinación en la histerización
permanente (el cuestionamiento histérico) de la figura hegemónica del Amo"
(p. 76). Como buen lacaniano, dirá que su verdadero discurso es el cuarto, el
que no aparece, el del analista. Por enésima vez, alega que Deleuze no sabe
leer a Hegel: decir que la sustancia es sujeto, ¿qué significa si no que ésta
está quebrada, desinflada? ¿La sustancia? Eso no es "malentender" a
Hegel, es comprenderlo exactamente (y eso es lo que hicieron Nietzsche primero
y Deleuze después). No se vale salirse por la tangente con un chiste. Tiene
razón al sostener que la diferencia básica es, menos que la distancia que va de
la trascendencia a la inmanencia, la que media entre el flujo y el hiato. El
flujo en uno es permanente y sin cortes; en el otro, está interrumpido, es
discontinuo. Hegel es histérico, ni cómo negarlo. "Quizá lo que Deleuze no
puede aceptar es esa hendidura en la inmanencia (que no es causada por ninguna
trascendencia sino que es ella misma su propia causa). Y ahí reside la
verdadera lección de Hegel: la inmanencia genera el espectro de la
trascendencia porque ya es inconsistente de por sí" (p. 80). Difícilmente.
Si la inmanencia genera trascendencia es porque se halla bloqueada, limitada,
oprimida por otra inmanencia. Es acaso la misma operación del cristianismo: no
agregar (ni sustraer) dioses al Dios Único sino hacer un agujero entre ambos,
con el avieso propósito de descentrar al Dios Verdadero. ¿Qué decir de
operación semejante? El verdadero Deleuze, ya lo ha dicho varias veces, es
Schelling: el Deleuze "bueno". Hay uno malo, que es quien echa
bravatas a Hegel y a Lacan. Bravatas que no se explican, porque para Žižek
ambos autores son inatacables. Las críticas de Deleuze a Hegel y a Lacan son
caricaturescas. Lacan, por no decir nada de Hegel, se corrige constantemente. Y
Deleuze los deforma porque, quiéralo o no, son "precursores oscuros".
Efectivamente, el filósofo no ha dudado en echar mano de Hegel y Lacan cuando
los ha necesitado. Pero con este tipo de acusaciones el esloveno resbala por
debajo de sí mismo: todo vuelve a la trivialidad del "sucio
secretitito" que anida incluso en mentes esclarecidas. Así explica, por
ejemplo, el "agenciamiento" con Félix Guattari: un "alivio"
para su sobrecarga de pensamiento. Ahora ya puede explayarse y odiar con
libertad. Žižek, en fin, aplica todo su saber --que no es limitado ni mucho
menos-- a "lacanizar" a Deleuze. Lo importante en todo este chisme
es, desde luego, la crítica a Spinoza: el paso del cuerpo al espíritu no se
explica por un mero paralelismo entre uno y otro: hay un trauma que media entre
ambos, un hiatus que hace del cuerpo algo que necesariamente ha de ser
imaginado y del pensamiento algo que necesita un cuerpo a fin de sostenerse. El
lenguaje, dice Žižek citando a Roman Jakobson, es "inhumano". Se da
entonces un triple movimiento de territorialización, desterritorialización y
reterritorialización que hacen de Deleuze un hegeliano avant la lettre y, algo peor, malgré
lui.
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