03 abril, 2018

ESTADO COMÚN CONTRA LA DEVASTACIÓN: SPINOZA EN TRES RELATOS JUDÍOS

DiegoTatián

El presente texto trata sobre el vínculo entre Spinoza y el judaísmo contemporáneo. Para ello, considera tres relatos de escritores judíos (Baschevis Singer, Bernard Malamud y Amos Oz) en los que spinoza aparece como figura central y una polémica reciente sobre Spinoza y los judíos que tiene por referentes a Jean-Claude Milner e Iván Segré, no exenta de implicancias para la actual cuestión palestina.



20 marzo, 2018

LA NATURALEZA DE LA UNIÓN DEL CUERPO Y LA MENTE


Chantal Jaquet

JAQUET, Chantal. “La naturaleza de la unión del cuerpo y la mente”, en La unidad del cuerpo y de la mente. Afectos, acciones y pasiones en Spinoza, trad. María Ernestina Garbino y Cecilia Paccazochi, Encuentro, Córdoba, 2013, pp. 19-46.*

Los datos del problema

Pese a estar constituido por un cuerpo y una mente, el hombre en Spinoza no es un ser doble compuesto por dos entidades realmente distintas. La unión entre cuerpo y mente debe ser pensada como una unidad y no como la conjunción de dos sustancias, extensa y pensante. En efecto, para el autor de la Ética, “la mente y el cuerpo son uno y el  mismo individuo, que se percibe ora bajo el atributo del pensamiento, ora bajo el atributo de la extensión”.[17] De este modo Spinoza descarta el dualismo fundando la posibilidad de un doble acercamiento físico y mental a la realidad humana.

Pero si el cuerpo y la mente constituyen uno y el mismo ser expresado de dos maneras, resta saber cómo esos modos de concepción se articulan uno con el otro y se funden para comprender clara y distintamente la naturaleza del hombre. La mente (mens) en Spinoza no es ni una sustancia, ni un receptáculo, ni [19] una facultad, es la idea del cuerpo.[18] El término mens no designa entonces otra otra cosa que la percepción o, más exactamente, la concepción que el hombre tiene de su cuerpo –y por extensión del mundo exterior—a través de los diversos estados que la afectan. La idea se define como un concepto que la mente crea porque es una cosa pensante.[19] Prefiriendo abiertamente el término “concepción” antes que “percepción”, Spinoza pone el acento en el carácter activo y dinámico de la potencia de pensar que opera en la producción de ideas.[20] La mente es, en consecuencia, una manera de pensar el cuerpo, de hacerse una idea de éste más o menos adecuada en función de la naturaleza clara o confusa de los afectos que lo modifican.

Asimilando la mente a la idea del cuerpo, el autor de la Ética indica la manera de concebir sus relaciones. Invita a pensar su unión sobre el modelo de la relación entre una idea y su objeto.  Después de haber establecido en la proposición XIII de la parte II que “el objeto de la idea que constituye la mente humana es un cuerpo”, concluye en el escolio que, “a partir de lo dicho no sólo entendemos que la mente humana está unida al cuerpo, sino también lo que debe entenderse por unión de mente y cuerpo”. La naturaleza de la unión entre una idea y su objeto, sin embargo, no es evidente. ¿Qué significa exactamente [20] la tesis según la cual la mente está unida al cuerpo como una idea a su objeto?

Para ilustrar la naturaleza de esta relación, Spinoza recurre al ejemplo geométrico del círculo. “Un círculo existente en la naturaleza, y la idea de ese círculo existente, que también es en Dios, son una sola y misma cosa, que se explica por medio de atributos distintos”.[21] El círculo es un modo de la extensión que se constituye a partir de la rotación de un segmento del cual una de las extremidades está fija y la otra móvil, y cuya propiedad es tener rayos iguales; la idea del círculo es un modo del pensamiento que se forma a partir de la idea de un segmento, y que comprende la idea de la igualdad de los rayos. El círculo y la idea del círculo no constituyen sin embargo dos seres distintos. Es el mismo individuo que es concebido a veces como modo de la extensión, el círculo, a veces como modo del pensamiento, la idea del círculo. Lo mismo ocurre con todos los cuerpos en la naturaleza y sus ideas. El árbol y la idea de árbol no constituyen dos seres diferentes, sino que remiten a una sola y misma cosa contemplada unas veces como realidad material extensa y otras como el objeto de un pensamiento. La idea de círculo, de árbol o de cuerpo humano contienen objetivamente[22] todo lo que el círculo, el [21] árbol o el cuerpo humano contienen formalmente. Para Spinoza, toda cosa posee una esencia formal que expresa su realidad y una esencia objetiva que es la idea de esa realidad. La esencia objetiva de una cosa es por lo tanto la idea de esa cosa y se distingue de la esencia formal que señala la cosa en su realidad material o en su forma. La mente, en cuanto idea, es entonces la idea objetiva del cuerpo, es decir que comprende, a título de objeto de pensamiento, todo eso que la esencia del cuerpo comprende formal o realmente según el mismo orden y el mismo encadenamiento.  Por ejemplo, si la forma del cuerpo es afectada por la presencia de Pedro, luego por la de Pablo, la mente va a tener sucesivamente la idea del cuerpo afectada por Pedro, luego por Pablo. La idea y su ideado son por lo tanto idénticos e indisociables.

Esta identidad, sin embargo, no excluye la alteridad. Aunque expresen una y la misma cosa, concebida unas veces bajo el atributo de extensión y otras bajo el atributo de pensamiento, el círculo y la idea de círculo no por eso son reducibles uno a otro. El círculo es un modo de la extensión, determinado únicamente por modos de la extensión. La idea del círculo es un modo del pensamiento, determinado únicamente por [22] modos del pensamiento. Siendo distinta de su objeto, posee una esencia formal propia y puede ser a su vez el objeto de una idea. Es lo que subraya el §27 del Tratado de la reforma del entendimiento: “Una cosa es el círculo y otra cosa es la idea de círculo. La idea del círculo no es un objeto con un centro y una periferia como el círculo, de la misma manera que la idea de un cuerpo no es el cuerpo mismo”. Como el círculo y la idea de círculo, el cuerpo y la mente son dos expresiones de una sola y misma cosa, pero esas dos expresiones no son estrictamente reducibles una a la otra. Una idea expresa las propiedades de su objeto sin por eso tener las mismas propiedades que éste. En estas condiciones, el problema es delimitar la esencia de esta unión psicofísica, que implica a la vez la identidad y la diferencia entre el cuerpo y la mente, y determinar con precisión sus modalidades de expresión.

13 marzo, 2018

SPINOZA: ACAECERES, METAINDIVIDUOS Y VENCEJOS


Jesús Ezquerra Gómez*
Universidad de Zaragoza

I

En el universo spinoziano no hay substancias. No hay substancias porque hay la substancia. La afirmación de la substancia es la negación de las substancias. Afirmar que sólo hay una única substancia es el modo que Spinoza tiene de decir que no hay en absoluto substancias.

La palabra latina substantia traduce el griego ousía,  es decir, lo que es (ousía deriva del tema de participio del verbo eîmi:  ont, y el sufijo de formación de sustantivos: -ia). La ousía es, además, lo que subyace a y sustenta (de ahí la traducción latina) lo que le acaece (to symbebekós). Lo que acaece le acaece a lo que es. A esto que es –a esta ousía– le acontece, por ejemplo, el tener determinada magnitud, el ser de tal o cual color, el ser relativo a esto o a aquello, et cetera. Todos estos acaeceres presuponen la ousía: Una magnitud no se da aislada, es la magnitud de algo; un color tampoco es sólo color, es el color de algo; una relación no subsiste como tal, necesita de algo relativo a otro algo. Ese “algo” del que se pueden predicar magnitudes, cualidades, relaciones, et cetera., es la ousía. La ousía es el sujeto (hypokeímenon, es decir, lo que subyace) de toda posible predicación pero nunca algo predicable.[1] Es, por lo tanto, aquello que necesitan otras cosas (lo que acaece) para existir, pero que existe por sí mismo, sin necesidad de otra cosa.  “Por substancia –escribe Spinoza– entiendo aquello que es en sí y se concibe por sí, es decir, aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra cosa  por el que deba ser formado”. Sólo hay una cosa –si se la puede llamar así– cuyo concepto no necesita del concepto de otras cosas: aquella que incluye exhaustivamente todas las cosas, imposibilitando así toda alteridad (pues no hay lo otro de todo). Eso es lo que Spinoza llama substancia. Su concepto no necesita del concepto de otra cosa porque incluye el concepto de todas las cosas. Es lo que Kant denominó Imbegriff aller Realitäten (omnitudo realitatis),[2] es decir, el concepto integrador de todas las realidades.

26 febrero, 2018

EL MAL COMO CARENCIA

Sara Reyes Vera

REYES VERA, Sara. “El mal como carencia”, en Spinoza: Las cartas del mal. Inmanencia y significado (Tesis doctoral en prensa), Universidad de La Laguna, Santa Cruz de Tenerife, 2017, pp. 153-182.

B. d. S.
al muy docto y distinguido señor
Willen van Blijenbergh
(respuesta a la precedente)
(OP = Versio)
Schiedam, 28 de enero de 1665
[EP 21. Dordrecht, 16 de enero de 1665]

Por atributo entiendo aquello que el entendimiento percibe de una substancia como constitutivo de la esencia de la misma. E, I, def 4

[I] HASTA AQUÍ llegó la paciencia de Spinoza. La aproximación entre sus posiciones teóricas y la forma en las que se hacen prácticas para la vida son inmediatas. La inmediatez y acción de su filosofía lo hacen siempre actual pues, efectivamente, “[l]a verdad de una filosofía existe en sus efectos”.[191] El filósofo quiere evidenciar en el mal un concepto cavernoso lleno de significan tes que nombran el abismo. No es comprendido, al llegar a esta segunda carta nos encontramos con el tono de su decepción.

«Muy señor mío y amigo:

Al leer su primera carta, pensaba que nuestras opiniones casi coincidían. Pero por la segunda, que me fue entregada el 21 de los corrientes, veo que está lejos de ser así pues constato que no sólo disentimos sobre aquellas cosas que sólo remotamente se pueden derivar de los primeros principios, sino incluso sobre estos mismos principios. Hasta el punto de que dudo que nuestro intercambio epistolar pueda enseñarnos algo.

Efectivamente, veo que ninguna demostración, ni siquiera la más sólida del punto de vista lógico, tiene valor para usted, a menos que esté acorde con al explicación que usted u otros teólogos, conocidos suyos, atribuyen a la Sagrada Escritura.

Si usted entiende que Dios habla por medio de la S. Escritura más clara y eficazmente que por la luz del entendimiento natural, que también él nos concedió y que asiduamente conserva, firme e incorrupta, con su divina sabiduría, tiene usted razones válidas para doblegar el entendimiento ante las opiniones que atribuye a la S. Escritura, pues ni yo mismo podría obrar de otro modo».

Desde la perspectiva del mal como carencia, cualquier contenido sistémico y positivo pierde sentido. ¿Qué sentido se gana? Se traduce con claridad de sus análisis la ganancia para la materialidad. En ese sentido es tanto como el agua que, “en cuanto agua, se genera y corrompe; pero, en cuanto sustancia, ni se genera ni se corrompe”.[192] Un proceso que en nada necesita auxilio moral. El mal en cuanto mal se genera en la materialidad del daño o dolor de cada existente, pero si se refiere a la sustancia no hay nada que sea mal, dicho mas ampliamente, no hay nada mal en la configuración geométrica de cada átomo y sus relaciones en el proceso del Todo. Las causas del dolor se confunden con un mal imaginado. Spinoza propone hechos de causa a la privación y la negación de los estados singulares. Su ontología pura desvincula pérdida del mal y ganancia de bien. Esos pares o su revés no son ontológicamente parte del Uno. Lo que si se observa es falta, vacío, laguna o carencia en los estados esenciales. Tomamos la carencia para nuestro análisis causal.

La carencia exige un lenguaje cuidado. Es una laguna que incluye un movimiento sobre el reposo, una acción que no permite la quietud del término que demarca la zona descubierta. Se ve en ella el conflicto entre los significados críticos. Es necesario cuidarnos en el uso del lenguaje para evitar que este contenga elementos que estanquen al concepto para la trascendencia. Spinoza lanza su crítica como una piedra sobre esa laguna. Provoca un movimiento concéntrico de ondas que sacuden la quietud del concepto carencia. El mal como carencia proviene del análisis de la carencia de; sea cuestión de ideas, superficies o cuerpos (E, III, pref). Lo que libera el significado es parte de la libertad misma del conocimiento. En palabras de Ananda Kentish Coomaraswamy, la comprensión de la unidad de aquello que no es “ni así, ni así”.

Spinoza afirma la inmanencia del mal en oposición a cualquier idea, o imagen de idea, asociada a la trascendencia. La potencia es tiempo, esto queda muy marcado en su crítica por su visión intempestiva. El sustrato para la carencia no la define lo hace, más bien, su unión al tiempo. El mal no es nada, sin embargo la carencia depende del tiempo y en esa potencia está la fuerza depotenciadora que ejerce. La paradoja y la importancia de ese absurdo es tal, que nos regresa del concepto sin él porque el sentido que se gana es la materialidad del no-es. Se desvela que en la esencia del modo el no-es no lo puede definir y por tanto, materialmente el sentido del mal es sólo el valor operativo de la carencia.

Fijémonos en cómo la fotografía nos da un no-es a través de su lenguaje. Roland Barthes en su último libro hace inseparable a la foto de su esencia referencial, se refiere a la muerte, el no-es más implacable. El mal como la fotografía está referenciado a la muerte, pero sin la esencia de la imagen fotográfica, su gráfica está representada en el miedo.


“Diríase que la Fotografía lleva siempre su referente consigo, estando marcados ambos por la misma inmovilidad amorosa o fúnebre, en el seno mismo del mundo en movimiento: están pegado el uno al otro, miembro a miembro, como el condenado encadenado a un cadáver en ciertos suplicios […] La fotografía pertenece a aquella clase de objetos laminares de los que no podemos separar dos láminas sin destruirlos: el cristal y el paisaje, y por qué no: el Bien y el Mal, el deseo y su objeto: dualidades que podemos concebir, pero no percibir (yo no sabía todavía que de esa obstinación del Referente en estar siempre ahí iba a surgir la esencia que buscaba)”.[193]

El miedo es el referente del mal. El miedo a la muerte y la esperanza de vivir, fluctuaciones que se hilvanan por el concepto de mal contra el que, a través de la inteligencia inseparable del amor a la verdad, se rebela Spinoza. Aprender al leer en medio de la confusión del los términos que se dan por el miedo y la esperanza, afectos que no pueden ser por sí mismos buenos (E, IV, pr 47), es un singular avance del ateo virtuoso. Hay un concepto invisible, el mal, cuyo signo no cuaja y de todas las maneras que se intente es siempre invisible pues no es al mal a quien vemos.[194] No es representable en sí. La muerte le da lo que no tiene. Sin la muerte ¿dónde el signo del mal?

El punctum es ese azar en el que la foto punza, lastima.[195] Barthes escribe hacia el final de su cámara lúcida:

“En el tiempo (al principio de este libro: qué lejos queda) en que me interrogaba sobre mi apego hacia ciertas fotos, había creído poder distinguir un campo de interés cultural (el studium) y ese rayado inesperado que acudía a veces a atravesar ese campo que yo llamaba punctum. Ahora sé que existe otro punctum (otro ‘estigma’) distinto del ‘detalle’. Este nuevo punctum, que no está ya en la forma, sino que es de intensidad, es el Tiempo, es el desgarrador énfasis del noema ‘esto-ha-sido’), su representación pura.

En 1985, el joven Lewis Payne intentó asesinar al secretario de Estado norteamericano, W. H. Seward. Alexander Gardner lo fotografió en su celda: en ella Payne espera la horca. La foto es bella, el muchacho también lo es: esto es el studium. Pero el punctum es: va a morir. Yo leo al mismo tiempo: esto será y esto ha sido; observo horrorizado un futuro anterior en el que lo que se ventila es la muerte. Dándome el pasado absoluto de la pose (ariosto), la fotografía me expresa la muerte en futuro. Lo más punzante es el descubrimiento de esta equivalencia”.[196]

La foto de Payne presenta al vivo y al muerto. El mal está en el horror de esa visión, no por la visión de éste en sí, sino por el devenir de la muerte. Es estar siendo muerte lo que entra en contacto con la uniformidad del pensamiento que saca de la materialidad al hecho de pensar ¿qué ocurre? El soporte físico y químico de la fotografía nos da una imagen para nuestro ser orgánico. Nuestra percepción no se agota en esa física y la materialidad del mal se extiende a niveles submoleculares tanto como a niveles de pensamiento. Uniformar a éste último es la baza de la alienación. Es la mirada crítica sobre el mal la que puede dar un porqué a la foto del preso, le da un quién y le da un cómo. Se da un relato vivo, siempre perseverante con la verdad de ese ser, de cualquier ser.

19 febrero, 2018

INVESTIGACIÓN DE UNA 'RATIO CAUSAE' EN SPINOZA

Antonio Rocha Buendía

ROCHA BUENDÍA, Antonio.  “Investigación de una ratio causae en Spinoza”, en Sobre el concepto de causa en la metafísica de Spinoza (Tesis de maestría inédita), Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Filosóficas, México, 2018, pp. 8-38.

Que la noción de causa ocupa un lugar central en el pensamiento de Spinoza, es hoy algo difícilmente contestable. Sólo en la Ethica, el término aparece un total de 397 veces. Pero su centralidad está lejos de ser una cuestión meramente cuantitativa. Las ocurrencias del término causa se dan casi siempre en lugares estratégicos, en los momentos más cruciales del progreso argumentativo de la Ethica. Como se ha señalado a menudo, la discusión en torno al problema de la causalidad fue una de las principales herramientas teóricas que permitieron a Spinoza replantear e intentar resolver problemáticas de suma importancia para la filosofía de su tiempo: la demostración de la existencia de Dios, la relación entre alma y cuerpo, la posibilidad de la verdad y el conocimiento. Yendo un poco más lejos, podríamos afirmar incluso que, para Spinoza, la categoría de causa no es meramente una noción entre otras, sino que indica a la vez el principio a través del cual se constituyen y relacionan todas las cosas y, simultáneamente, el concepto a partir del cual es posible pensar y reconstruir dicho entramado de relación y constitución.

El principio de causalidad tendría, por tanto, una centralidad a la vez ontológica y epistemológica, pues no sólo indica el modo en el cual las cosas se producen y llegan a la existencia, sino que representa también la herramienta conceptual a partir de la cual nos es posible conocer verdaderamente ese proceso. En la medida en que, para Spinoza, el conocimiento de una cosa depende del conocimiento de su causa y lo implica, podemos afirmar que no conocemos realmente algo sino en tanto que hemos aprehendido la concatenación específica de causas y efectos que lo han producido.

No obstante, si bien todo esto nos permite afirmar su importancia, la especificidad del concepto spinoziano de causa, sus funciones y significado están lejos de haber sido completamente fijados o aclarados. En efecto, si bien la lectura de algunos célebres pasajes como la proposición 28 del libro I de la Ethica, o la demostración de la onceava proposición del mismo libro podrían invitarnos a considerar la filosofía de Spinoza como un férreo necesitarismo causal, tales pasajes, por sí mismos, no nos dicen todavía en qué podría consistir dicho necesitarismo ni qué habría que entender aquí por “causal”.

Del mismo modo, no basta con sostener que, para Spinoza, el verdadero conocimiento es el conocimiento por las causas, pues una proposición tal puede afirmarse, sin demasiada dificultad, de tantas filosofías, procedentes de contextos diversos y con funciones a tal grado distintas, que su mera formulación tosca, sin  precisar el sentido en que deben comprenderse cada uno de sus términos, resulta una banalidad. Así pues, si queremos comprender a cabalidad el alcance y las consecuencias del concepto de causa en nuestro autor, debemos empezar por determinar su sentido específico. Dicho en términos spinozianos, debemos trabajar por hacernos de éste una idea adecuada.

12 febrero, 2018

TRAZOS Y VESTIGIOS. EL ROL DE LA IMAGINACIÓN EN LOS AFECTOS

Ana Leila Jabase

JABASE, Leila Ana. “Trazos y vestigios. El rol de la imaginación en los afectos”, en La fortaleza del alma y el cuerpo en la teoría spinoziana de los afectos (Tesis de licenciatura), Universidad Nacional de Córdoba, Facultad de Filosofía y Humanidades, Escuela de Filosofía, Córdoba, 2017, pp. 61-79.

I. La potencia de la imaginación y los vestigios de los cuerpos

La capacidad de formar imágenes, así como la relación entre el pensamiento y la sensibilidad, ha sido, en general, un objeto de reflexión común a los principales pensadores del seiscientos. Entretejida en la trama de las facultades humanas y el problema del conocimiento, atraviesa las distintas teorías del período moderno, en un momento histórico en el cual abundaron todo tipo de profetas e intérpretes de signos divinos a la par del desarrollo de una filosofía de la naturaleza. Esta última buscaba, principalmente, establecer los linderos entre la razón y la fe y unificar el estudio del mundo mediante la identidad de sus leyes, así como también comprender la naturaleza humana misma. En ese sentido, la problemática de la imaginación emerge con gran fuerza, en un intento por elucidar en qué medida prefigura el objeto de los deseos de los hombres, así como también hasta qué punto determina las emociones y expresa el modo de actuar y de proceder de los mismos en el marco de la vida afectiva. En el caso de Descartes, en su concepción juvenil de las facultades, encontramos que le confiere prioridad al conocimiento que se origina en el entendimiento, al cual han de subordinarse las funciones propias de la imaginación, los sentidos y la memoria. En sus Reglas para la dirección del espíritu, vemos cómo la imaginación es concebida como un auxilio del entendimiento para el descubrimiento de las verdades buscadas y su comparación con las conocidas. A su vez, en el marco de los sentidos externos y en cuanto que son parte del cuerpo, sienten sólo pasivamente, “del mismo modo que la cera recibe del sello la figura”.[150] También es asociada a la falsa opinión o a la posibilidad de incurrir en el error en el marco de la experiencia, en la medida en que si se actúa de modo apresurado, sin la precaución y atención necesarias, se establecen juicios a la ligera y sin fundamento, volviéndola así incierta y engañosa.[151] Igualmente Hobbes, que sin duda es uno de los predecesores de Spinoza que, –junto con el filósofo francés– más lo influenciaron, también le dedica gran atención a la imaginación. La concibe como siendo “una sensación que se debilita; [una] sensación que se encuentra en los hombres y en muchas otras criaturas vivas, tanto durante el sueño como en el estado de vigilia”.[152] Para explicar dicha debilitación de las sensaciones, Hobbes recurre a una metáfora: es algo análogo “a como la luz del sol obscurece la de las estrellas”. En efecto, las estrellas no ejercen menos en el día que por la noche la virtud que las hace visibles. Sin embargo, siendo predominante la luz de sol, no nos impresiona la de las estrellas. De igual modo ocurre con la imaginación: cuando apartamos la vista de cualquier objeto, la impresión que hizo en nosotros permanece, pero otros objetos nuevos más presentes vienen a impresionarnos, de modo tal que la imaginación del pasado se obscurece y se debilita. Otro problema será para Hobbes la dimensión política de la imaginación, cuando la misma no se distingue del ensueño y de toda clase de fantasías. Fácilmente puede tornarse en superstición, donde personas ambiciosas de poder o simplemente hombres con malicia “abusan de las gentes sencillas”.[153]

Ahora bien, ¿en qué lugar se ubica el análisis que Spinoza hace de la imaginación, y en qué medida constituye un enfoque original que lo distingue de sus predecesores? Sobre ello intentaré echar luz en las páginas que siguen. Veremos que Spinoza también le asigna un lugar en el proceso del conocimiento, pero sin agotarse en ello. Por el contrario, el filósofo holandés establece una estrecha relación entre la imaginación y la corporalidad, así como entre el concepto de potencia y la constitución de la esencia actual de cada modo de la naturaleza.

Considero que Spinoza plantea una teoría de la imaginación que ha de ser concebida bajo tres aspectos, los cuales guiarán el presente análisis: el primero, en tanto que género de conocimiento que se identifica con el más inferior de todos, que es el conocimiento mediante signos; el segundo concebido como virtud, es decir, que implica un conatus determinado, y que puede constituirse como una expresión de la propia potencia; y el tercero –que también puede ser visto como un desprendimiento del anterior– .en tanto que expresión de la constitución del propio cuerpo.

24 septiembre, 2017

Mariela Oliva Ríos. La inmanencia del deseo

Alfredo Lucero Montaño


Mariela Oliva Ríos, La inmanencia del deseo. Un estudio sobre la subjetividad ética y el amor a la existencia en Spinoza, Universidad Autónoma de la Ciudad de México/Gedisa, México, 2015, 252 pp. http://reflexionesmarginales.com/3.0/spinoza-la-inmanencia-del-deseo/

El libro que nos ocupa, La inmanencia del deseo. Un estudio sobre la subjetividad ética y el amor a la existencia en Spinoza de Mariela Oliva Ríos, se inscribe en una estrategia inmanente para interrogar a Spinoza no como una mera figura histórica cuyo pensamiento se puede aprehender estáticamente en su contexto histórico e ideológico, ni como un objeto de estudio cuyos textos están fijos, coagulados, sino, al contrario, se propone descubrir el movimiento y la realización de sentido de la filosofía de Spinoza. En otras palabras, descubrir que su filosofía nunca se cierra sobre sí misma en un conjunto de proposiciones o teorías que la pueden caracterizar como racionalista o materialista; más bien, se trata de descubrir su inagotable productividad que es capaz de producirse y reproducirse a sí misma infinitamente. La filosofía de Spinoza ilustra un ejemplo singular de causa inmanente, es decir, se trata de una filosofía que se realiza en sus efectos, --no antes ni independientemente de éstos--, efectos que sólo se activan o reactivan en el encuentro con otros cuerpos, otras ideas, otras mentes. Así, La inmanencia del deseo es justamente uno de esos infinitos efectos de la potencia del pensamiento de Spinoza.

Otra característica valiosa –insoslayable-- del libro de Mariela Oliva es su estilo de trabajo, estilo filosófico que se asocia a la tradición del “giro afectivo” iniciado por Gilles Deleuze, quien contribuye a interpretar, bajo una nueva perspectiva, la función y el significado de los afectos en Spinoza. Así, la nueva posición hermenéutica se centra en la dimensión ontológica de los afectos, la capacidad de los cuerpos de afectar y ser afectados, así como en la dimensión antropológica --política y social-- de los afectos, que no sólo orientan el esfuerzo individual del ser humano de perseverar en su propio ser, sino que lo hacen a través de los encuentros y las relaciones con los otros.

Ahora bien, la cuestión que permea La inmanencia del deseo es el análisis de la ontología inmanente de Spinoza y la ruptura que implica, así como su propuesta ontológica radical --Deus sive Natura.

La univocidad del ser establecida por Spinoza, es decir la noción de Dios como sustancia absolutamente infinita que en su necesidad e indeterminación como causa inmanente y a cuya esencia pertenece la existencia, produce una infinidad de atributos de los cuales cada uno expresa una esencia eterna e infinita (E1D6). Dichos atributos ya no serán entendidos como propiedades fijas sino modificaciones, expresiones y afirmaciones de la esencia, esto es de la potencia infinita de la naturaleza. Esta ontología, el ser en su permanente actualidad se hará  presente en todos los planos y dimensiones de la realidad.[1]

Asimismo, el hilo conductor del texto está determinado precisamente por la pregunta: ¿Qué papel tienen el cuerpo y las pasiones en el conocimiento de la propia naturaleza y con ella la constitución de una subjetividad ética? De ahí que Oliva examina las condiciones metafísicas, epistemológicas y ético-afectivas de la relación cuerpo-deseo a partir de la radicalidad del pensamiento de Spinoza. La cuestión no es fácil, pues articular el concepto de subjetividad ética --o afectividad ética--, en Spinoza supone analizar la composición y dinámica de las relaciones del ser humano, es decir, exige explicar en paralelo la física del cuerpo y la teoría de los afectos; explicar cómo las afecciones del cuerpo y los afectos de la mente son la expresión, la afirmación, de una identidad (paralelismo) en el orden de la naturaleza, en el orden del mundo.

La autora de La inmanencia del deseo establece tres momentos de estudio de la subjetividad en Spinoza que constituyen sendos capítulos del presente trabajo –sumando una introducción y conclusiones. En el primer capítulo, “El acontecimiento Spinoza”, de carácter biográfico, Oliva no se conforma simplemente en narrar las circunstancias históricas bajo las cuales se desenvolvió la vida y la obra de Spinoza ni sobre la relación que éste mantuvo con las reformas de su tiempo, más bien se interesa en descubrir el pathos de su obra, pues bien sabe que Spinoza es la anomalía, es decir, es el acontecimiento que rebasa las dimensiones históricas y las relaciones sociales que definieron su pensamiento. De ahí que Spinoza sea la excepción que rompe con el orden establecido de las ideas y las cosas, una novedad en el horizonte del ser y el saber. Spinoza es el lugar del acontecimiento cuya metáfora es el desarraigo, nos dice Oliva. Éste es el conatus de su desarrollo emocional e intelectual. “Su experiencia de vida es el sentido de su obra filosófica”.[2] De ahí su interés en comprender la experiencia vital de Spinoza, de otra manera no se podría comprender ni explicar el sentido de su pensamiento. Así, nuestra autora se ocupa en aprehender y mostrar en Spinoza aquello interior que es su exterior seleccionado y aquello exterior que es su interior proyectado.

Spinoza descubre, nos dice Oliva, en medio del desierto, en el vacío, un diálogo profundo con la soledad, y con exilios y metamorfosis en vilo:

[su] pensamiento se encarna desde el interior de sí mismo en una obra cuyo sentimiento no se desprende de su vivencia personal… Desprenderse, desarraigarse, ocupar ese destierro propio, habitarlo, vivirlo desde la filosofía, desde ese pensar y reconciliar lo irreconciliable….[3]

 Así, Spinoza asume, en palabras de Althusser, "el vacío de una distancia que se toma". Para Oliva, esta es justamente la clave constitutiva de la subjetividad de Spinoza que en la encrucijada del ser y el ser sí mismo descubre en lo singular lo universal, en lo finito lo infinito, en la inmediatez la verdad.

En el segundo capítulo, “La inmanencia del deseo: potencia de Dios, naturaleza humana y vida afectiva “, nuestra autora glosa y analiza con sorprendente claridad y rigor una problemática compleja: la instauración del horizonte inmanente, el lugar del deseo y el tránsito de lo infinito a lo finito en la metafísica de Spinoza, con el objetivo de caracterizar las determinaciones del conatus para, entonces, explicar la naturaleza del cuerpo y las pasiones. Estas son las preocupaciones que trazan el mapa analítico del texto:

[…] cómo se da el tránsito de lo infinito a lo finito […] cómo se manifiesta en su determinación está subjetividad material que es deseo y cuerpo, cuál es su potencia y qué significa que ésta se exprese necesariamente por su capacidd de afectar y ser afectada.[4]

El tercer capítulo, “El sujeto ético y el amor a la existencia”, en consonancia con el subtítulo de esta obra, presenta lo novedoso de la lectura inmanente de la autora, esto es, cómo articula la teoría de la subjetividad ética en Spinoza: entender nuestras pasiones para saber cómo transformarlas en afectos activos y así acceder a la experiencia del amor y la libertad. “Ninguna ética es posible sin el conocimiento de esa realidad que es la subjetividad como afecto”.[5]

El punto de partida es la configuración de la “trama afectiva” de las estructuras ontológicas del ser humano: “en la existencia todo acontece y en la esencia todo es real”,[6] esto es, la existencia inscrita en la duración y la esencia en la potencia.

Los individuos humanos, somos cosas singulares, modos finitos que pasamos a la existencia y en la duración perseveramos, deseamos [esencia]. La subjetividad de este individuo compuesto y determinado, tiene como condición de ser y estar, la transformación de sí con conciencia de tener en sí la causa de sí mismo. Por la fuerza siempre anhelante que constituye la expresión de su potencia de actuar [conatus], es a partir del conocimiento y entrega a tal fuerza afirmativa de la vida donde necesariamente damos cuenta de aquello de lo que participamos, Dios o naturaleza, el infinito Dios inmanente, indiferente y a la vez amante.[7]

La imaginación, el deseo, la pasión y la razón son las fomas en que se manifiesta la condición del ser humano. Así, la identidad compuesta y compleja del hombre se configura en los ámbitos del conocimiento y la afección –en la interioridad del modo singular-- y, al mismo tiempo, en la exterioridad de la Naturaleza, configuración no sólo psicológica, sino ética y ontológica.

A manera de conclusión, la experiencia del desarraigo es la clave de la subjetividad que nos plantea la filosofía de Spinoza.

[…] subjetividad que nace del desarraigo, en la experiencia de aquello que lo vuelve anónimo, tal exilio hacia el interior es el sentimiento de una experiencia íntima de unión y libertad, la verdad es impersonal y la razón como deseo y conatus se convierte en el medio y el tránsito para ese encuentro… que [nutre] su estar en el mundo, y es a la vez la expresión del amor a la existencia y al orden que le determina infinitamente, la naturaleza.[8]

Un valor agregado de La inmanencia del deseo es la claridad y amenidad que se muestra al lector, sin perjuicio de la profundidad y rigor a lo largo de sus páginas. No es poca cosa.

Notas

1. Mariela Oliva Ríos, La inmanencia del deseo. Un estudio sobre la subjetividad ética y el amor a la existencia en Spinoza, Universidad Autónoma de la Ciudad de México/Gedisa, México, 2015, pp. 97-98.
2. Ibidem, p. 29.
3. Ibid., p. 30.
4. Ibid., p. 98.
5. Ibid., p. 192.
6. Ibid.
7. Loc. cit.
8. Ibid., p. 240

18 marzo, 2017

Universalismo y singularidad en la ‘Ética’ de Spinoza

Aurelio Sainz Pezonaga

SAINZ PEZONAGA, Aurelio. Universalismo y singularidad en la Ética de Spinoza, en Montserrat Galcerán Huguet y Mario Spinoza Pino (eds.), Spinoza Contemporáneo, Tierradenadie ediciones, Ciempozuelos, 2009, pp. 133-160. PDF

Sin duda, uno de los lugares que más se prestan a equívocos y más paradojas suscitan de los no pocos que pueblan la obra de Spinoza es el recurso a una idea de hombre en el que éste se apoya para desarrollar la Parte IV de la Ética. No es sólo que las ideas universales (y expresamente señalada la de hombre) habían sido poco antes criticadas en la misma Ética, en tanto que imaginarias (Ética, II, 40, esc. 1). Es además, y sobre todo, que la idea de hombre en cuanto modelo de la naturaleza humana sólo parece encontrar sentido si es usada como criterio de decisión por el que o bien se elige imitar ese modelo o bien rehuirlo.

El problema de la idea de hombre lo arrastran por tanto igualmente las ideas de bien y de mal que Spinoza define a partir de ella en el Apéndice de la Parte IV. Ya que, ¿qué función podría tener considerar o conocer algo como bueno o malo si no es para elegir lo bueno y rechazar lo malo? Claramente, la idea de hombre y su uso como modelo o criterio a partir del cual establecer qué es lo bueno y lo malo están enraizados en el marco de inteligibilidad de la creencia en la voluntad libre.

Sabemos, por otro lado, que la ética de Spinoza no sólo niega la voluntad libre, sino que la combate activamente. La ética de Spinoza es una ética contra la creencia en la voluntad libre en tanto que facultad de elección. No es que su teoría la elimine, como apunta Atilano Domínguez en la Introducción a su traducción de la Ética (Spinoza, 2005: 17), sino que la combate expresa y particularmente. Y la diferencia es significativa, nos sitúa en marcos de lectura realmente distintos. Es más, Spinoza considera que la lucha contra la creencia en la libre decisión de la mente es una componente esencial del deseo racional de aumentar la libertad o potencia. Así las cosas, ¿cómo podemos entonces explicar este recurso a la idea de hombre?

Mi tesis es que el carácter paradójico del uso por parte de Spinoza de la idea de hombre libre disminuye totalmente –o al menos considerablemente– si su propuesta se aprecia desde una visión materialista de su filosofía, más en concreto desde un materialismo polémico. El universal de hombre que Spinoza construye –o, como él mismo dice, “forma”– en la Parte IV de la Ética puede entenderse bien en tanto que universal estratégico.

03 noviembre, 2016

Leo Strauss. La lectura "madura"de Spinoza

Claudia Hilb

Hilb, Claudia, “La lectura "madura"de Spinoza (un recorrido de “How to study Spinoza’s Theological Political Treatise”), en Leo Strauss, el arte de leer: una lectura de la interpretación straussiana de Maquiavelo, Hobbes, Locke y Spinoza, Buenos Aires, FCE, 2005, pp. 289-298.

“Ahora leo el Tratado Teológico Político de manera diferente de la que lo leía cuando era joven. Entendí a Spinoza demasiado literalmente porque no lo leí con la suficiente literalidad” --así concluye el Prefacio a la edición inglesa de Die Religionskritik Spinozas--, [72] ¿En qué consiste ahora --es la pregunta que debemos hacernos-- esa “literalidad suficiente”? En los párrafos que siguen nos proponemos identificar las coordenadas fundamentales que organizan la comprensión, por parte del Strauss maduro, de la intención de Spinoza y en particular de su comprensión de la filosofía. [73] Para ello, como anunciábamos recén, centraremos nuestra atención en "How to study Spinoza's Theologica Political Treatise", el único texto que nuestro autor consagró enteramente a Spinoza después de 1930, focalizándonos sobre algunos aspectos que nos parecen claves: la comprensión spinoziana de la filosofía, los presupuestos de esta filosofía, los destinatarios del Tratado, y la relación entre Spinoza y Maimónides. Una vez que hayamos echado luz sobre la manera como, a ojos del Strauss maduro, Spinoza entiende y enseña la filosofía, estaremos en condiciones de proceder al análisis de la oposición entre Strauss y Spinoza.

La comprensión spinoziana de la filosofía

Las páginas que Strauss dedica a la discusión del método hermenéurtico de Spinoza están orientadas principalmente a restituir la manera como Spinoza entiende la filosofía, y como entiende por ende su propio propósito. "Las reglas de lectura de Spinoza", afirma Strauss, "derivan de su creencia en el carácter final de la filosofía como la explicación clara y precisa, y por lo tanto la explicación verdadera del todo. [74] Según Spinoza, añade Strauss, el hombre está por naturaleza confrontado con una explicación supersticiosa del todo, por un lado, y con la explicación filosófica, por el otro (PAW, 156); y él –Spinoza-- se ha propuesto brindar la explicación filosófica clara, precisa y definitiva. Tras la afirmación exotérica de que su propósito es propender a la separación de filosofía y teología y de que, una vez separadas, razón y fe no entrarán en conflicto, se esconde, sostiene Strauss, la afirmación esotérica de que "filosofía y teología [...] se contradicen mutuamente" (PAW, 170). [75]

Spinoza se propuso refutar la teología, pero también la enseñanza filosófica anterior, componiendo un sistema que diera cuenta de la inteligibilidad del todo. Sólo podremos comprender a Spinoza, entiende Strauss, si estamos dispuestos a estudiar su obra apoyándonos en sus principios fundamentales, es decir, si estamos dispuestos a partir de la hipótesis de que su enseñanza puede ser la enseñanza verdadera. Sólo una vez que hayamos comprendido su enseñanza podremos juzgar, afirma Strauss, si, como Spinoza pretendió, logró efectivamente refutar la enseñanza teológica y filosófica anterior (PAW, 161) y si su filosofía logra el propósito de dar cuenta del todo de manera exhausta. [76] Pero para llegar hasta allí deberemos antes que nada abandonar la convicción historicista de que toda explicación está “históricamente condicionada”, recuperando “el acceso al significado original de la filosofía como búsqueda de la explicación final y verdadera del todo” (PAW, 157).

En síntesis, en la lectura de Strauss la comprensión spinoziana de la filosofía se organiza centralmente sobre estos dos ejes: (a) la filosofía se propone la explicación verdadera y clara del todo; (b) filosofía y teología se contradicen mutuamente en tanto representan dos modos antagónicos de explicación del todo.