Ivan Almeida
…ouvrir ou
fermer une porte, n'est-ce pas le même mouvement?
Balzac, La
peau de chagrin
Hay dos
sentencias de filósofos célebres que dicen mucho del destino enorme y ambiguo
de Spinoza en la historia del pensamiento. Según la primera, de Hegel, todo
filósofo comienza un día siendo spinozista. La segunda, de Bergson, dice que
todos tenemos dos filosofías, la de Spinoza y la propia nuestra. Interpretadas positivamente,
tales apreciaciones sirven para ilustrar la universal seducción del sistema de
pensamiento spinoziano. Interpretadas negativamente, dejan entender que es
imposible ser spinozista a tiempo parcial, o, más precisamente, que la
filosofía de Spinoza es una totalidad intransigente, que no permite
combinaciones. Por eso la filosofía de Spinoza acaba siendo una referencia
obligada de todo proyecto filosófico, pero a precio de permanecer, en cierto
modo, inaccesible.
Sin embargo,
Borges tiene una forma tan original de acercarse a la filosofía, que acaba
haciéndosele accesible lo vedado a los filósofos profesionales. Tan es así que
no resulta contradictorio el que afirme no profesar más filosofía que la del
asombro y la perplejidad, y que, sin embargo, pueda ser considerado un auténtico
(aunque y porque herético) spinoziano. Lo que ocurre es que Borges es más
sensible a la tonalidad y al ritmo que al contenido de los grandes textos. En
lo que hace a Spinoza, hasta confiesa no haberlo leído sino a través de
epítomes y extractos. Para su oído filosófico fue suficiente. Y no es de
extrañar que grandes especialistas del pensamiento de Spinoza tomen como
referencia o epígrafe algún texto de Borges.
La presente
nota seguirá la orientación trazada por esa perspectiva. No se tratará de
partir de un corpus de referencias explícitas de Borges a Spinoza, ni de
intentar un rastreo de influencias, según el modo profesional de los
comentarios filosóficos. Se tratará, más que todo, de afinar el oído para
percibir, detrás de motivos diferentes, los “aires de familia” y las
resonancias entre dos estilos de pensamiento.
Clave de Baruch Spinoza

En 1974 Borges
se proclama autor de un libro imaginario publicado en el futuro, cuyo título es
Clave de Baruch Spinoza. Esta afirmación figura en el “Epílogo para las
obras completas” (OC 3: 499) que simula la entrada “Borges, José [sic]
Francisco Isidoro Luis” de una Enciclopedia Sudamericana que habría de
publicarse en Santiago de Chile en 2074. “Sus preferencias –dice la nota-
fueron la literatura, la filosofía y la ética”. Y, más adelante, esta lacónica
referencia a la filosofía: “En lo que se refiere a la metafísica, bástenos
recordar cierta Clave de Baruch Spinoza, 1975.” Este sintomático juego
con la irrealidad sirve, al menos, para sopesar la posición central de Spinoza
en las opciones filosóficas de Borges. El título de ese libro virtual debe a su
sobriedad una paradójica elocuencia. En primer lugar, Spinoza aparece dotado de
un nombre, pero no de una obra. En Borges, ese tipo de metonimia es ontológica.
En segundo lugar, el genitivo que afecta a “clave” deja en la ambigüedad la
atribución actancial del sujeto interpretante: ¿trátase de una clave para
entrar en Spinoza, o de la clave que aporta Spinoza para entrar en el mundo del
pensamiento? No hay duda de que Borges ha querido y sugerido tal ambigüedad.
Finalmente, la formulación puede también entenderse como calcada sobre la
expresión musical: “clave de sol”... La “clave de Baruch Spinoza” sería una
operación para fijar un cierto diapasón de pensamiento.
Huérfanos de
ese libro, nos queda la posibilidad, ofrecida por Borges, de conjeturar sus
líneas esenciales.
Si
consideramos que un filósofo se funda sobre la base de lo que aporta al
pensamiento que lo precede, el “gesto” de la filosofía de Spinoza con respecto
a la filosofía clásica prefigura el gesto de Borges con respecto al spinozismo.
Es difícil
describir sin paradojas ni juegos de lenguaje el gesto filosófico de Spinoza
con respecto a la tradición. Trataré de resumirlo en fórmulas que pecarán por
exceso de esquematismo.
En líneas
generales, el gesto intelectual de Spinoza se distingue por un exceso de
coherencia. Diderot, en la Encyclopédie lo llama “témeraire raisonneur”
(XV: 464). Ambas formulaciones enfatizan dos términos (el exceso y el rigor) en
posición de casi oxímoron. En la práctica, significa que cuando Spinoza hace
suya una argumentación ajena, le pide cuentas más allá de lo que ésta parecía
querer implicar. Es lo que en matemáticas se llama una “extrapolación”, es
decir una prolongación de las consecuencias de un argumento más allá de los
límites en que fue propuesto. La consecuencia de este gesto es que, por una
secreta circularidad, la prolongación de la consecuencia conduce a la
invalidación de las premisas. Un equivalente popular de esta actitud se
encuentra en la expresión “ser más X que X” (por ejemplo, “ser más papista que
el Papa”), que da como resultado una posición de herejía por radicalismo. Así,
la aceptación firme y literal de la idea escolástica y cartesiana de Dios como
substancia necesaria, conduce, en el pensar hiperracionalista de Spinoza –más
escolástico que los escolásticos–, a la negación de la multiplicidad de las
substancias y, por ende, a la negación misma de la idea de Dios creador que
subyace a esa demostración.
Ese tipo de
razonamiento se parece a lo que Aristóteles llamaba apagogé eis to adynáton,
retroducción a lo imposible. Sólo que para el Estagirita se trata de un modo de
demostración, mientras que aquí se trata más bien de un modo de explorar, con
reservas, un razonamiento que se acepta. En vez de negar una posición
filosófica, se la afirma, pero se muestra, mansamente, hasta dónde lleva dicha
afirmación.
Como
movimiento inferencial se trata de una paradoja de circularidad: si la
consecuencia invalida la premisa, la consecuencia queda igualmente invalidada,
y también su posibilidad de invalidar la premisa... Como gesto intelectual, en
cambio --gesto que Borges no cesará de compartir--, contribuye en cierto modo a
una atenuación del carácter apodíctico de la filosofía y a una acentuación de
su carácter exploratorio y hasta ficcional. Es decir que cuando un filósofo
retrotrae a lo imposible una filosofía que acepta, el resultado es menos una
negación de esa filosofía que una simple atenuación del carácter afirmativo de
toda filosofía.
Este gesto de
prolongación invalidante se completa a veces con otro, más estático pero
igualmente original, que consiste en mirar las ecuaciones al revés. El juego
parece de una total inocencia: si a=b, entonces b=a. Por ejemplo, si Dios es la
naturaleza, la naturaleza es Dios. La ingenuidad de ese juego no es más que
aparente. Wittgenstein decía que el lenguaje es como un laberinto de caminos:
“vienes de una parte y eres capaz de situarte, pero llegas al mismo lugar desde
otra parte, y ya no sabes dónde estás” (1). Y Spinoza, que trabajaba como
pulidor de lentes, sabía que la transparencia no es la misma de cada lado de un
lente transparente...