Aurelio Sainz Pezonaga
Vittorio
Morfino, El tiempo de la multitud,
Madrid, Tierradenadie ediciones, Madrid, 2014, 228 pp.
Tierradenadie
ediciones ha publicado recientemente El tiempo de la multitud de
Vittorio Morfino. Morfino es uno de esos nuevos lectores de Spinoza que, como Warren
Montag o Laurent Bove, por nombrar autores cuyas obras más importantes sobre
Spinoza han sido traducidas también al castellano por Tierradenadie ediciones,
están construyendo una nueva mirada de la filosofía del pensador del conatus.
Profesor
de la Universidad Milán-Bicocca, Morfino lleva años trabajando en torno a una
nueva hipótesis para el materialismo filosófico. Su hipótesis enlaza las
aportaciones de Spinoza y Althusser, pero está igualmente conectada a las
aventuras intelectuales, tan distantes entre sí y al mismo tiempo tan próximas,
de Lucrecio, Maquiavelo, Marx, Darwin o Negri.
Esa
nueva hipótesis descansa, y ésta es una discusión que recorre todo El tiempo
de la multitud, en lo que Morfino llama el “primado[1] del encuentro sobre la
forma”. El marco y las estrategias con los que la hipótesis está elaborada son
los propios de la historia de la filosofía: resolución de problemas de lectura
de autores clásicos, esclarecimiento de supuestos, proposición de alternativas
interpretativas, trazado de líneas de demarcación, diferenciación entre
propuestas filosóficas, descubrimiento de afinidades entre pensadores
históricamente distantes...
Los
dos últimos procedimientos citados conducen gran parte de la argumentación del
libro. La investigación de Morfino avanza en buena medida estableciendo diferencias.
Así traza las diferencias entre una concepción teleológica de la forma como la de
Aristóteles y la concepción materialista que expone Lucrecio, entre una
relación con el otro definida por la intersubjetividad (Husserl-Leibniz) y otra
pensada como interindividualidad (Simondon-Spinoza), entre un concepto
idealista de la libertad (Schelling-Heidegger) y otro materialista (Spinoza), entre
una aproximación dialéctico-teleológica a la violencia (Hegel-Engels) y otra
arqueológica (Marx-Althusser), etc.: 1885-477X YOUKALI,
16 página 137 A
A
su vez, la construcción de afinidades (Lucrecio - Maquiavelo - Spinoza - Darwin
- Marx - Simondon - Althusser) no es menos fundamental para la exquisita elaboración
del concepto del primado del encuentro sobre la forma que realiza Morfino.
Pero, el terreno donde el concepto se pone a prueba es, seguramente, el
despliegue de las consecuencias que del mismo se siguen para la política.
Obviamente reproducir en una reseña la riqueza de las argumentaciones del libro de Morfino es tarea imposible. Nos contentaremos con esbozar el esqueleto conceptual de El tiempo de la multitud por si puede servir de presentación somera de una obra que es una apuesta filosófica exigente y arriesgada, y que exige y arriesga también en su modo de exposición.
Empecemos
por el significado del concepto principal: el primado del encuentro sobre la
forma. Que el encuentro prime sobre la forma significa que toda determinación
consiste en la concurrencia contingente de otras múltiples determinaciones. Ya
sea una persona, un colectivo, una institución, un aparato, un sistema de
producción y distribución, un modo de producción, una formación social o una
situación histórica..., lo que explica su esencia, su forma, su configuración
es una composición aleatoria de elementos heterogéneos entrelazados y su articulación
con otras realidades igualmente diversas. Se podría decir que, en el primado
del encuentro sobre la forma, Morfino pone a filosofar la metáfora del
encuentro junto con la metáfora del tejido y la idea de una dinámica sin
timonel.
Iremos
viendo cómo se concreta está primera aproximación abstracta. Por ahora,
conviene señalar que los puntales que concurren para sostener el primado del
encuentro sobre la forma son tres: la contingencia del encuentro, la
heterogeneidad de los elementos, la relacionalidad constitutiva de toda
determinación.
Morfino
habla de encuentro contingente o aleatorio haciendo uso del Althusser de La
corriente subterránea del materialismo del encuentro, y de la que es su
fuente principal, el De rerum natura de Lucrecio. La clave, en última
instancia, está en el clinamen, en la idea de que la desviación es la
condición de inteligibilidad de las determinaciones. En la física
epicúreo-lucreciana, si faltara la desviación, los átomos caerían eternamente sin
conjuntarse, sin formar ninguna realidad. El clinamen, la mínima
desviación, provoca el choque entre átomos y con él la concurrencia y
separación que constituyen a todas las realidades observables. Pero, que la
determinación de las cosas se alce sobre el clinamen supone, a su vez,
que es una determinación necesariamente múltiple, cambiante y perecedera. Y excluye
que haya alguna ley, voluntad o destino al mando de la totalidad de las
determinaciones. El clinamen permite así pensar la an-arquía ontológica
sin caer en la pura indeterminación, sin caer en el pozo del silencio de lo
impensable.
Contingente,
aleatorio o por azar referido al encuentro significa, por tanto, que el
encuentro podría no haberse dado. Nada en sus componentes anticipaba que el
encuentro fuera a darse. Además, el encuentro puede ser breve o desanudarse en
cualquier momento. Está expuesto a desaparecer porque es un encuentro entre una
multitud no totalizable de otros encuentros y está compuesto de un entramado de
encuentros igualmente contingentes. Por otro lado, eso implica que el
antagonismo múltiple, también en su forma de violencia, es un aspecto esencial
al encuentro. Durar es resistir a todo aquello que se opone a la continuación
del encuentro (y generar alianzas con aquello que concuerda en naturaleza).
Ahora
bien, ¿en qué medida puede decirse que Spinoza comparte esta concepción del
encuentro aleatorio? ¿No dice Spinoza precisamente que “en la naturaleza de las
cosas no se da nada contingente”[2]? Morfino apunta a diversos lugares de la
obra de Spinoza[3] en los que éste alude a la concurrencia, la casualidad o la
fortuna para explicar el modo en que actúa la causalidad inmanente divina. Pero
quizás sea el rechazo del finalismo y las formas sustanciales de “Platón, de
Aristóteles y de Sócrates”, y su apología de los atomistas, en su famosa carta
LVI a Boxel, allí donde la opción de Spinoza es más clara. Un mundo que es una
totalidad sin clausura y sin telos es el mundo de una diversidad
irreductible. O, como dice Deleuze, hablando precisamente de Lucrecio, es la
naturaleza “pensada como el principio de lo diverso y de su producción”[4]. La
diversidad irreductible de las cosas y las causas implica que las composiciones
y disyunciones que se dan entre ellas no puedan responder a una ley más alta.
La ley que las rige no se distingue de la acción misma, sin a priori, de
las composiciones y las disyunciones singulares, es decir, lo que Morfino llama
“el encuentro contingente o aleatorio”. Por eso, quizás en Spinoza la
formulación más directa de la diversidad irreductible sea la proposición 16 de
la Primera Parte de la Ética: “De la necesidad de la naturaleza divina
deben seguirse infinitas cosas de infinitos modos, esto es, todo cuanto puede
caer bajo el entendimiento infinito”. La necesidad spinoziana es la necesidad
de lo diverso como diverso, una “necesidad aleatoria” la llama Morfino[5], una
necesidad sin afuera y sin proyecto, la necesidad de la causalidad inmanente.
La
contingencia es inseparable, entonces, del segundo puntal del primado del
encuentro sobre la forma: la heterogeneidad de los componentes del encuentro. Morfino
piensa la heterogeneidad o la diversidad a través del concepto de temporalidad
plural. Este es otro de los aciertos de su investigación y no es extraño que
sea precisamente la idea a la que apunta el título del libro. Abordar la
diversidad a través de una discusión de la concepción del tiempo le permite a Morfino
discutir con otras tendencias de pensamiento desde la diferencia respecto de
una categoría filosófica clave y vincular apuestas conceptuales en principio tan
distantes como la textura de Lucrecio, el tercer género de conocimiento
de Spinoza, la ocasión maquiaveliana o la teoría del tiempo histórico de Althusser.
En último término, la temporalidad plural permite pensar los otros dos puntales,
la contingencia y la relacionalidad, fuera del marco teo-teleológico.
La
temporalidad plural es un modo de entender el concepto de ocasión de
Maquiavelo. La ocasión para Maquiavelo, como Morfino toma de Jankélévich, es el
instante en el que diversos devenires o procesos se cruzan. Ese
entrecruzamiento no sería posible si todas las duraciones armonizaran en última
instancia, ni tampoco si nunca jamás se encontrarán unas con otras. La ocasión
combina el azar del encuentro de las diversas temporalidades con la
determinación del resultado del encuentro.
La
temporalidad plural supone la materialidad del tiempo, el tiempo es el
movimiento, el devenir o la duración de las cosas. Los devenires, a su vez,
están desajustados unos respecto de otros. Entre ellos se da la no
contemporaneidad y la discontinuidad relativa. Las duraciones además sólo
pueden establecerse unas en relación a otras. No hay un tiempo absoluto, sino
una medición convencional de las temporalidades en relación con una de ellas,
el movimiento de la Tierra, adoptada como patrón. Así, en el tiempo histórico,
como defendía Althusser, las diferentes determinaciones tienen su tiempo
específico. Hay un tiempo histórico específico de las fuerzas productivas y un
tiempo específico de las relaciones de producción, cada aparato de estado tiene
su tiempo específico, lo mismo que cada ciencia o la producción artística o la
filosofía... Pero todos esos tiempos sólo se pueden establecer unos en relación
a los otros, de forma que, como afirmaba Althusser, su especificidad es
diferencia[6].
La
temporalidad plural encuentra su explicación filosófica en la distinción
spinoziana entre la eternidad de la sustancia y las duraciones de los modos. El
tiempo es para Spinoza un producto de la imaginación, pero cada cosa implica
una duración específica. La naturaleza es una infinita multiplicidad de
duraciones sin totalización. Frente a la esfera como reloj del ser de
Aristóteles, frente a la creación continua de Descartes que establece una misma
línea temporal para todo lo creado o frente a la armonía preestablecida de
Leibniz que reúne todos los tiempos en uno, Spinoza liga la duración al conatus
de las cosas singulares y abre el pensamiento a la irreductible
multiplicidad material de los devenires.
Es
esencial en este punto la lectura del concepto spinozista de eternidad que
elabora Morfino. Con el termino “eternidad”, Spinoza no se refiere a una
duración sin principio ni fin, como él mismo rechaza al comienzo de la Ética.
Pero tampoco, puede entenderse, defiende Morfino, como un eterno presente. Esta
segunda lectura conduciría a la interpretación de la filosofía de Spinoza como
un pensamiento incompatible con el cambio, la historia o la pluralidad. La
tesis de Morfino es que, en efecto, esto no puede ser lo que Spinoza entiende
por eternidad. Semejante perspectiva dejaría sin explicación la casi totalidad
de su obra escrita. La eternidad, en Spinoza, es el entrecruzarse de las
duraciones.
El
tercer puntal del primado del encuentro sobre la forma es la relacionalidad
constitutiva o, como también lo llama Morfino, el primado de la relación sobre sus
términos. Un antecedente en el campo de la historia sería el primado
althusseriano de la lucha de clases sobre las clases. La referencia más
significativa en la reflexión de Morfino es, sin embargo, el concepto de
transindividual de Gilbert Simondon y la lectura que del mismo hace Étienne
Balibar. Morfino utiliza las implicaciones de la relacionalidad constitutiva para
establecer, por ejemplo, la diferencia entre las filosofías de Leibniz y
Spinoza a partir de la diferencia entre la monada y el modo: la primera es
definida como una determinación intrínseca que funda toda determinación
extrínseca, el segundo como una determinación intrínseca fundada en un complejo
juego de determinaciones extrínsecas[7].
El
primado de la relación significa, entonces, que la relación no es un accidente
de la sustancia, sino la esencia misma de las cosas. Y ello sucede a través de un
doble grado de complejidad. En un primer grado, se da en tanto que lo singular
se define por su integración en un tejido de relaciones. Y en un segundo, ocurre
porque lo singular se define por la compleja red de relaciones que integra.
Cuando Simondon explica al individuo a partir del proceso de individuación, entiende
que el individuo es relativo en dos sentidos: porque presupone una realidad
preindividual y porque el resultado de la individuación no es un individuo
aislado sino la relación individuo-ambiente. En términos althusserianos
podríamos decir que toda realidad social está sobredeterminada por el entramado
del que depende y subdeterminada por las relaciones que la constituyen. Esta
doble determinación relacional es, por lo demás, la condición de la autonomía
relativa (actividad / pasividad, afirmación / resistencia) de toda realidad. La
relación entre el primer grado de complejidad y el segundo constituye la
singularidad. O como dice Morfino para el concepto de individuo en Spinoza: “el
individuo para Spinoza no es ni sustancia ni sujeto... sino una relación entre
un interior y un exterior que se constituyen en la relación”[8].
Morfino
persigue también en el pensamiento de Spinoza la conceptualización de esta
relacionalidad constitutiva. Parte de la diferencia entre la concepción de la
causalidad transitiva que Spinoza desarrolla en el Tratado de la reforma del
entendimiento a través de la noción de serie y la causalidad
inmanente que, en la Ética, va ligada al concepto de connexio y
que conduce a Morfino a una bella lectura de la ciencia intuitiva o tercer
género de conocimiento como conocimiento de las connexiones singulares.
En la Ética, Spinoza deja de entender la causalidad en términos de orden
serial y lineal, esto es, según el modelo de la imputación, para hacerlo como
enlace complejo, según el modelo textil.
El
principio clave de esta lectura es la identificación spinoziana entre esencia,
existencia y potencia. La potencia es, en efecto, la capacidad de entrar en relación
con la complejidad exterior. Ser, existir como algo determinado, es ser en
relación diferencial constitutiva con una red compleja de otras potencias. Morfino
proyecta desde aquí una mirada esclarecedora sobre algunos conceptos
fundamentales de Spinoza. Por ejemplo, las pasiones en Spinoza han de entenderse
no como propiedades, sino como “relaciones constitutivas del individuo
social... que no actúan sobre la interioridad, sino sobre el espacio entre los
individuos del cual la interioridad es un efecto histórico”[9]. “El alter es
eso de lo que estamos entretejidos”[10], condensa expresivamente Morfino.
Igualmente,
la multitud, objeto específico de la teoría política, es el entrecruzamiento de
pasiones “que constituye y atraviesa la sociedad”[11]. La multitud no es sujeto
(importante diferencia con respecto a la propuesta de Toni Negri), sino
coyuntura o, como dice Morfino en un texto publicado en el nº 13 de Youkali:
“La multitud es una red compleja de relaciones, una textura en sentido
lucreciano o, en términos rigurosamente spinozianos, una connexio de
cuerpos, trazas, imágenes, ideas, palabras, prácticas, pasiones, hábitos, dispositivos,
aparatos, instituciones, conflictos y resistencias”[12].
Algunas
de las consecuencias que para la política se siguen del primado del encuentro
sobre la forma se han ido ya anticipando en la exposición de sus tres puntales.
Pero, el concepto político que asienta el marco es el maquiaveliano de ocasión.
El acontecimiento histórico es precisamente un encuentro contingente de tiempos
heterogéneos que se definen por su relación: un encuentro de encuentros.
Al
concepto de ocasión vincula Morfino la consideración de la política como
intervención estratégica en una coyuntura.
La
intervención es un acontecimiento que, desde el punto de vista de su sujeto (la
fuerza social actuante), se muestra como el encuentro contingente entre la virtud
y la fortuna, esto es, entre el propio sujeto de la intervención y la
coyuntura. La estrategia consiste, entonces, en actuar en la coyuntura creando
las condiciones de un encuentro potente. La coyuntura, por su parte, es, como
hemos dicho, una red compleja de relaciones, un entrecruzamiento de
temporalidades no contemporáneas. Y, por tanto, la estrategia tiene que ser
igualmente compleja. Tiene que atender a los diferentes factores y fuerzas,
cada uno con su cadencia específica y cada uno con su mayor o menor capacidad de
determinación. La estrategia no tiene nada que ver con la linealidad
medios-fines. Se compone más bien de un amplio espectro de acciones que
concurren en una nueva configuración de fuerzas.
El
objeto de la teoría política sería así para Spinoza la multitud entendida como
entrecruzamiento de temporalidades pasionales, prácticas, institucionales (la
coyuntura). Y su finalidad radicaría en producir los efectos de libertad
posibles dentro de cierta multitud materialmente determinada. Es en este
sentido que Spinoza recurre a Maquiavelo para exponer la tesis de que no sirve
de nada intentar acabar con un tirano si no se suprimen las causas de la
tiranía. Los tiranos no se sostienen por sí mismos: son el efecto de la
conjunción de una trama de causas heterogéneas que es necesario identificar y
eliminar.
El
sujeto de la intervención, por su lado, no es ontológicamente distinto de la
coyuntura. Está constituido igualmente por una trama de encuentros. Además, sujeto
y coyuntura (virtud y fortuna) no son realidades aisladas: el sujeto está
entretejido de la coyuntura. Es por eso que la estrategia consiste en que el
sujeto actúe también sobre sus propios componentes, de forma igualmente compleja,
aumentando su potencia y racionalidad. Y aquí ha de hacerse reconocible la
teoría del príncipe-centauro de Maquiavelo, mitad hombre, mitad animal, animal
a su vez desdoblado en león y zorro. Pero, más si cabe, podemos adivinar lo que
quizás sea su reverso en Spinoza: las variadas medidas con las que el rey debe
quedar sujeto a la potencia de la multitud para poder ésta mantener bajo su mandato
una libertad suficientemente amplia[13].
Por
último, la intervención prima tanto sobre el sujeto como sobre la coyuntura,
esto es, su puesta en marcha transforma a ambos o, mejor dicho, los va
definiendo. El sujeto no atraviesa incólume el desarrollo de la intervención.
La estrategia consiste, entonces, en actuar también sobre los efectos mismos
que el encuentro produce en la relación entre coyuntura y sujeto. Esta es otra
idea que Spinoza retoma de Maquiavelo quien a este respecto había hablado de la
necesidad de que las sectas, las repúblicas o los reinos, siendo que no pueden
evitar sufrir alteraciones, estén organizados de tal modo que periódicamente se
renueven siendo reconducidos a sus principios. Sus principios, como señala
Spinoza, son el equivalente para el cuerpo político a las relaciones de reposo
y movimiento entre las partes del cuerpo biológico.
La
estrategia es pues compleja al menos en un triple sentido. Es compleja en tanto
que posee diferentes vertientes: la acción sobre la textura de la
coyuntura, la acción sobre la textura del sujeto, la acción sobre los
efectos de la intervención en la relación entre coyuntura y sujeto; y en tanto
que en cada una de ellas debe atender a realidades diversas de diversa
efectividad. Es compleja, en un tercer sentido, porque la multitud no es
totalizable. Ni el sujeto ni la coyuntura poseen garantía alguna a priori de
éxito o de continuidad: la intervención puede fracasar. No hay teleología o
escatología que nos salve.
En
conclusión, el primado del encuentro sobre la forma que elabora Vittorio
Morfino desemboca en lo que podemos llamar una política del encuentro. La política
del encuentro es una propuesta de acción política materialista y, por ello,
compleja. Es una acción política que entiende que luchar por la común libertad supone
renunciar a contarse cuentos, renunciar a los mitos del Sujeto y de la
Historia, de la Unidad y de la Simplicidad. Parafraseando a Maquiavelo,
podríamos decir que la política del encuentro exige atender a la realidad
efectiva del encuentro contingente, múltiple y complejo del sujeto y de la
coyuntura en la intervención (y no a la representación imaginaria que podamos
hacernos de ellos).
Aurelio
Sainz Pezonaga, reseña de El tiempo de la
multitud de Vittorio Morfino, Youkali.
Revista crítica de las artes y el pensamiento, no. 16, Madrid, mayo de
2014, pp. 137-141. PDF
Notas
1.
Como explica Morfino, el primado es aquí “un primado ontológico que debe ser
afirmado sobre un plano epistemológico contra un empirismo ingenuo que toma las
cosas que aparecen frente al sujeto como una realidad dada y subsistente por
sí, sin relación con la totalidad” (Morfino, V., El tiempo de la multitud,
p. 204).
2.
E, I, prop. 29.
3.
Morfino, V., El tiempo de la multitud, pp. 42-43.
4.
Deleuze, G., La lógica del sentido, Paidós, Barcelona, 1994, p. 267.
5.
Morfino, V., El tiempo de la multitud, p. 213.
6.Althusser,
L., “El objeto de El capital”, en Althusser, L. y Balibar, E., Para
leer El capital, Siglo XXI, México D. F., 1990, p. 110. Esta relación diferencial
entre duraciones sería lo que, según Althusser, les faltaría precisamente a las
propuestas de pluralidad temporal que estaban haciendo en los años sesenta
Fernand Braudel y la Escuela de los Anales (a los que se refiere sin
nombrarlos): “no basta decir, como hacen los historiadores modernos, que hay
periodizaciones diferentes según diferentes tiempos, que cada tiempo posee sus
ritmos, los unos lentos, los otros largos, también es necesario pensar estas
diferencias de ritmo y de cadencia en su fundamento, en el tipo de
articulación, de desplazamiento y de torsión que enlaza entre sí estos diferentes
tiempos” (Ibíd., p. 111).
7.
Morfino, V., El tiempo de la multitud, p. 77.
8.
Ibíd., p. 78.
9.
Ibíd., pp. 78-79.
10.
Ibíd., p. 80.
11.
Ibíd., p. 145.
12.
Morfino, V., “La multitud en la lectura de Negri o sobre la desarticulación de
ontología e historia”, en Youkali. Revista crítica de las artes y el
pensamiento, nº 13, Madrid, julio de 2012, p. 76. Véase también Morfino, V,
“¿Qué es la multitud?”, en Youkali.
Revista crítica de las artes y el pensamiento, nº 9, Madrid, julio de 2010,
pp. 182-187.
13. Véase TP, VII, 31.
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