Louis
Althusser
Althusser, Louis. “Sobre
Spinoza”, en Elementos de autocrítica,
Barcelona, Laia, 1975, pp. 44-56.
Si no fuimos estructuralistas, sí podemos decir ya por qué; por qué
parecimos serlo, pero sin serlo, y por qué este singular malentendido. Fuimos
culpables de una pasión fuerte y comprometedora: fuimos spinozistas.
¡Por supuesto, a nuestro modo, que no es el de Brunschvicg!; tomando del
autor del Tratado teológico-político
y de la Ética ciertas tesis que él
nunca hubiera proclamado, pero que autorizaba. Pero ser un spinozista herético
forma parte del spinozismo porque, ¿no ha sido acaso el spinozismo una de las
mayores lecciones de herejía de la historia? En cualquier caso, y con muy raras
excepciones, nuestros sagrados críticos, penetrados por su convicción y
atormentados por la moda, no lo dudaron. La facilidad les perdió: ¡era tan
fácil gritar a coro contra el estructuralismo! El estructuralismo está en todas
partes y, como no es fácil encontrarlo en ningún libro, todo el mundo puede
charlar de él. Pero Spinoza, hay que leerlo, y saber que existe: que existe aún
hoy. Para reconocerlo, hay que conocerlo al menos un poco.
Expliquémonos sobre este asunto en pocas palabras. Pues, casar el
estructuralismo con el teoricismo, no proporciona apenas satisfacción y luces.
Siempre quedará algo «en el cajón» en esta alianza: el formalismo, que es lo esencial del estructuralismo. Por el
contrario, combinar el estructuralismo y el spinozismo puede esclarecer ciertos
puntos y ciertos límites en la desviación teoricista de la que iratamos.
Pero veamos la gran objeción: ¿por qué haberse relacionado con Spinoza
cuando no se trataba más que de ser simplemente
marxista? ¿Por qué este rodeo?, ¿era necesario?, y si lo era, ¿a qué precio se
pagó? El hecho es: nosotros realizamos este retorno en los años 1960-1965 y lo
pagamos caro. Pero la cuestión no es ésta. La cuestión es: ¿qué puede
significar esta cuestión?, ¿qué puede significar: ser simplemente marxistas (en
filosofía)? Justamente si algo había probado yo (no era yo el único, pero las
razones que di son casi todas actuales todavía) era que no es fácil ser
marxista en filosofía. Tras haber rondado durante años textos enigmáticos y sus
tristes comentarios, se hacía preciso tomar partido por una vuelta atrás y un
retorno.
Nada de escandaloso. Y que no se invoquen solamente las contingencias de
la autobiografía intelectual: todos partimos de un punto dado que no escogemos
en absoluto; y para reconocerlo y conocerlo hay que haberlo dejado atrás a
costa de muchos esfuerzos. Es el mismo trabajo filosófico el que está en
cuestión: porque requiere por sí mismo el
retroceso y el rodeo. ¿Qué otra cosa hizo Marx en todas las etapas de su
interminable búsqueda, más que volver a Hegel, para deshacerse de él, más que
reencontrarlo, para distinguirse de él y definirse? ¿Puede pensarse que esto
haya sido un mero asunto personal, fascinación, liquidación y retorno de una
pasión de juventud? En Marx sucede algo que trasciende al individuo: la
necesidad para toda filosofía de pasar por el rodeo de otras filosofías para
definirse y asirse a sí misma en su diferencia: en su división.
En realidad (cualesquiera que sean sus pretensiones) ninguna filosofía
se da en el simple absoluto de su presencia, y menos que ninguna otra la
filosofía marxista. No existe más que «trabajando» su diferencia con las otras
filosofías, con las que pueden, por proximidad o contraste, hacer sentir,
percibir, y comprender, a fin de ocupar sus propias posiciones. Así Lenin ante Hegel: tratando de aislar de los
«desperdicios» y la «ganga» inutilizable, los «elementos» que pueden sostener
su esfuerzo de definición diferencial. No hacemos más que empezar a ver claro
en este principio necesario.[1] ¿Cómo negar que este procedimiento sea
indispensable a toda filosofía, y lo sea a la misma filosofía marxista? Marx,
lo hemos subrayado, no se contenta con el sólo rodeo a través de Hegel, sino
que se relaciona constantemente, según sus propias palabras, por la insistencia
de ciertas categorías, con Aristóteles, «este gran pensador de las formas». Y
¿quién puede negar que estos rodeos indispensables se han pagado a un precio
teórico cuyas dimensiones todavía no podemos comprender, aunque sí lo
sospechamos, y no comprenderemos más que trabajando
sobre estos rodeos?