El Tratado Político comienza con un apunte de un realismo
tan crudo que nos recuerda indefectiblemente a Maquiavelo.
Los que acarician la ilusión que sería posible inducir a
la multitud o a los hombres divididos por los negocios públicos, a vivir según
la disciplina exclusiva de la razón, sueñan con la edad de oro o con un cuento
de hadas [1].
Los hombres están tan inevitablemente sometidos a sus
pasiones que confiar la seguridad del Estado a la buena fe de sus dirigentes es
como intentar afianzarlo sobre arenas movedizas [2]. Hay que organizarlo, por
el contrario, de tal modo que no haya que confiar en la buena voluntad de
nadie. El planteamiento de Spinoza está en los antípodas de la utopía.
Así como el Tratado Teológico-Político se refería exclusivamente al
régimen democrático por ser el mejor posible, el Tratado Político se centra en
las formas políticas reales, en la aristocracia y la monarquía existentes en el
siglo xvii que, aún no siendo regímenes ideales,
pueden también garantizar la libertad individual. Y es que, según Spinoza, en
cualquier forma de Estado el individuo puede ser libre.
No se trata, pues, de fomentar revoluciones ni de
derrocar Estados con riesgo de provocar una «ruina total» [3], sino de ofrecer
alternativas realistas a los regímenes existentes, mecanismos concretos para
preservar, sea cual sea el sistema político, la libertad de los individuos. Con
este fin, Spinoza emprende una detallada reflexión de las formas de gobierno
que, no sólo huye de irrealizables proyectos, sino que propone una batería de
soluciones específicas para que ningún grupo, partido o individuo se alce con
el monopolio del poder. Propuestas que incorporan una minuciosa y prolija descripción
de cómo deben organizarse la monarquía y la aristocracia para aproximarse
lo más posible a la democracia y respetar al máximo la libertad.
Los modelos que ofrece el Tratado Político pivotan de
hecho sobre un equilibrio de poderes que recuerda a Montesquieu, aunque, como
ya he señalado, el marco teórico en el que reflexiona Spinoza no es aún el de
la división de poderes. En el caso de la monarquía, el poder del rey queda en
la práctica limitado por el ejército, integrado por todos los ciudadanos en armas
[4], así como por varios consejos de los cuales el más importante, el Consejo
real, es tan representativo de la población (está formado por representantes de
todos los grupos sociales) que el monarca se verá en la necesidad de seguir sus
recomendaciones si no quiere enfrentarse al conjunto de sus súbditos.
En el caso de la aristocracia, el principal objetivo es
que las numerosas y amplias asambleas diseñadas impidan la concentración del
poder en pocas manos. Escindido en dos grupos sociales, patricios y plebeyos,
la clave para la supervivencia del régimen aristocrático es la correlación de
fuerza entre ambos grupos, proporcionalidad [5] que no debe variar. Al
Consejo General, órgano legislativo supremo, al Senado en el que recae el poder
ejecutivo [6], y al Tribunal supremo que administra justicia a patricios y
plebeyos, se suman otros órganos como el Consejo de Cónsules que realiza las
tareas propias de una comisión permanente del Senado [7], o el Consejo de
Síndicos [8], encargado de convocar al Consejo General y del control de los
funcionarios.
Para evitar las excesivas diferencias entre las dos
clases sociales e impedir que los plebeyos acaben siendo oprimidos por la
minoría patricia, única detentadora de los derechos políticos, Spinoza les
compensa con la posesión de tierras [9], con cargos en el ejército, y con
puestos de tesoreros y de secretarios en los distintos consejos [10].
El último capítulo, en el que debería haber analizado la
democracia, sólo está esbozado pues quedó inacabado por la súbita muerte del
filósofo. No hay razón para pensar, como sugieren algunos investigadores
[11], que la obra quedó voluntariamente inacabada, bien porque Spinoza
desconfiaba de las masas y no veía realizable la democracia en aquellos
momentos, o bien porque carecía de un modelo histórico y real en el que
inspirarse, una experiencia democrática cercana que le sirviera de punto de
referencia.
A pesar de que las circunstancias históricas no eran
efectivamente las mejores y el régimen de la «verdadera libertad» era cosa del
pasado, Spinoza seguía enfrascado, en el segundo semestre de 1676, en la
redacción del Tratado
Político. Así consta en la última carta que se conserva del
filósofo [12]. En ella Spinoza comunica a un amigo el plan de la obra, de la
que dice tener redactados ya seis capítulos. No parece, pues, que los trágicos
acontecimientos ocurridos en los cuatro años anteriores —la caída del régimen
de Jan De Witt en 1672 y su muerte a manos de la plebe—, afectaran a sus concepciones
democráticas, sustentadas sobre firmes cimientos teóricos y no sobre hechos
coyunturales. Ni tampoco es verosímil que un pensador que estudiaba a los
hombres siguiendo el método matemático (como si fueran rectas o ángulos), se
dejara influir por ellos [13].
Además, que el filósofo holandés no se hacía demasiadas
ilusiones sobre la racionalidad de las masas no era algo nuevo. Basta echar una
ojeada al Tratado
Teológico-Político para constatar hasta qué punto está sembrado
de apuntes —para nosotros— pesimistas y desesperanzados [14]. Por otro lado,
tal vez deberíamos dar crédito a sus propios discípulos que insistieron en el
carácter repentino de su muerte y en los numerosos proyectos que, por este
motivo, dejaba sin terminar, entre ellos el Tratado Político.
A pesar de su brevedad, el capítulo final apunta ideas
extremadamente interesantes. Por un lado, después de hacer un recorrido por las
distintas formas de democracia, Spinoza apuesta por la democracia más amplia,
la que otorga los derechos políticos a toda la población, con la obvia
excepción de extranjeros, niños, tutelados y… mujeres. Opción ésta que le sitúa
en la cúspide de las teorías democráticas, trascendiendo con creces a afamados
demócratas como Locke, Rousseau o Kant que, sin embargo, nunca concedieron la
ciudadanía a los asalariados y sirvientes [15]. Pero incluso su decisión final
de excluir a las mujeres de los derechos políticos va envuelta en una larga
disquisición, que testimonia sus vacilaciones, y que contrasta con el silencio
de sus contemporáneos —Hobbes, Locke— e incluso de autores posteriores
—Rousseau, Kant—.
Merece la pena que nos detengamos en esta reflexión con
la que concluye la obra, pues, hasta mediados del siglo xviii,
son rarísimos los autores que, como Platón o Poulain de la Barre, se pronuncian
a favor de los derechos de las mujeres. La República de Platón
representa la excepción —una extraordinaria excepción— frente a la misoginia
generalizada que domina las sociedades antigua y medieval [16]. Al encendido
alegato platónico a favor de la educación de la mujer y de su participación en
la dirección y defensa de la polis, se suma en el siglo xvii
el escrito del cartesiano y contemporáneo de Spinoza, François Poulain de la
Barre, De la
igualdad entre los dos sexos.
La extensión que el pensador holandés dedica al tema —no
se trata de una anotación de pasada— demuestra sobradamente la importancia que
le atribuye. A pesar de que la conclusión final es descorazonadora y
decepcionante, la argumentación en sí es significativa. Spinoza comienza por
preguntarse, al igual que Platón, si la sumisión política de las mujeres es fruto de su
naturaleza o de las convenciones sociales, en cuyo caso no estaría justificada.
Aunque finaliza afirmando que es por naturaleza, los rodeos, incoherencias y
contradicciones que recorren el párrafo, dejan perplejo al lector. Por ejemplo,
su afirmación de que las mujeres no han reinado jamás [17] y de que los dos
sexos nunca han detentado la autoridad política juntos, resulta incomprensible
en boca de un pensador de antepasados españoles y buen conocedor de la cultura
y de la literatura de nuestro país [18]. Es inverosímil que Spinoza no tuviera
conocimiento, no ya de la regencia de Catalina de Médicis en Francia, sino del
reinado conjunto de los Reyes Católicos y que, sin embargo, conociera al
dedillo cómo estaba organizada la monarquía aragonesa o las vicisitudes de
Fernando el Católico al recibir en herencia el reino de Castilla, como pone de
manifiesto el propio Tratado Político unas páginas antes [19]. ¿Por qué hace
una declaración tan evidentemente errónea?
Podríamos pensar que se trata de un simple error si su
siguiente argumentación no fuera igual de sorprendente y contradictoria. En
efecto, después de declarar que «la condición de las mujeres procede de
su debilidad natural» [20], hace referencia al reinado de las legendarias
amazonas, las mujeres guerreras de la Antigüedad famosas por su fortaleza
física, que combatían a los varones. ¿Por qué si está hablando de debilidad
natural acude a un ejemplo que demuestra lo contrario? La clave que aporta algo
de luz a este galimatías la encierra la frase: «de este modo los dos sexos
viven en paz».
¿Cuál es la conclusión que podemos extraer de su
serpenteante y alambicada reflexión?
Aunque la ambigüedad del párrafo no permita llegar a
conclusiones definitivas, sí podemos, al menos, formular la hipótesis de que
Spinoza creía en la igualdad de las mujeres e incluso estaría de acuerdo en
otorgarles los derechos políticos. Sólo le retenía una cuestión de orden
práctico, eso sí, definitiva, a la que se refiere de manera recurrente a lo
largo del párrafo, la hostilidad de los varones y la guerra de los sexos que
tal medida provocaría.
Como el zorro de la fábula de La Fontaine que se aleja
despectivamente de las uvas porque supuestamente no están maduras, aquí Spinoza
da cerrojazo al tema con un argumento ficticio: la debilidad de las
mujeres es lo que justifica su sumisión. Pues, aunque es una creencia
completamente falsa, está tan arraigada en la sociedad que es
imposible combatirla. El guiño a los lectores cómplices que comparten
sus poco ortodoxos puntos de vista parece manifiesto.
No podemos por menos que preguntarnos quién alejó a
Spinoza de la visión misógina tradicional y le forzó a escorar hacia posiciones
«feministas». Sin descartar la influencia de Poulain de la Barre, a quien tal
vez leyó, la huella más visible es la de su maestro Francisco Van den Enden,
quien sostenía en éste y en otros muchos temas posiciones democráticas
radicales.
El ex jesuita se oponía al régimen político holandés por
considerarlo poco democrático e igualitario, y abogaba por establecer una
república libre en Holanda y convertir el país en una democracia [21], en la
que los dirigentes del Estado fuesen elegidos para un período determinado
de años, por ciudadanos (hombres y mujeres) debidamente educados. También sus
concepciones religiosas eran extremas. Afamado ateo y anticlerical, proponía
proscribir a los predicadores [22] de las colonias holandesas de Norteamérica
[23].
Las teorías del profesor de latín no estaban reñidas con
la práctica. Van den Enden había convertido su casa de Ámsterdam, enclavada en
el Singel, uno de los canales de la ciudad, en una especie de escuela
preparatoria a la que acudían no sólo los hijos de las familias regentes antes
de ingresar a la universidad, sino también algunas de sus hijas, interesadas en
aprender latín y humanidades [24].
En sus años de alumno de Van den Enden, con quien
colaboró en tareas de enseñanza y en cuya casa probablemente se alojó, Spinoza
debió habituarse a la igualdad de sexos que allí reinaba, y a tratar como
iguales a las mujeres [25]. Es probable pues que, tras la desconcertante
postura de Spinoza acerca de las mujeres, se hallase un abanderado avant la lettre
de la igualdad femenina como fue su mentor.
Aunque Van den Enden no fue el único propulsor de la
rebelión intelectual de su discípulo, de la que dan testimonio los dos textos
aquí comentados, su influencia fue decisiva, como subrayan Wim Klever, Nadler o
Jonathan Israel. La obra de Baruch de Spinoza fue fruto del torbellino
intelectual que sacudió la Holanda del siglo xvii,
y su pensamiento fue un cruce de caminos entre varias culturas y tradiciones,
entre la rica cultura hispano-portuguesa de sus antepasados aún viva a través
de la lengua [26], el judaísmo ortodoxo de la Talmud Torah, las concepciones
cabalistas de la Kether
Torah (La Corona de la Ley) del rabino Morteira, y el popurrí cultural de
los judíos conversos, los anusim (los forzados) o meshummadim (los convertidos) [27], que acudían
en tropel a Ámsterdam contaminados por hábitos, usos y costumbres cristianos. A
ello habría que añadir, en su época de adulto, la influencia decisiva de la
disidencia marrana
(las heterodoxas ideas alimentadas en el círculo de Juan de
Prado, Miguel Reinoso, Pacheco, Joseph Guerra, etcétera [28]), así como la
carga crítica del cartesianismo más radical, representada por el propio Van den
Enden.
Todo este cúmulo de influencias aparece coronado por la
propia anomalía de una sociedad como la holandesa, caracterizada por el
pluralismo religioso y cultural, y de una república enclavada en la Europa de
las monarquías absolutas, pacifista en un entorno de Estados agresivos y
beligerantes, y tolerante en grado sumo para los criterios de la época.
Inscrita en este marco de excepcionalidad, la obra del
pensador holandés representa la cúspide del pensamiento más radical y más
democrático.
Notas
1. Spinoza, Tratado Político, Tecnos,
Madrid, 2007 (4.ª ed.), cap. Primero, p. 144.
2. Spinoza,
Tratado
Político, Tecnos, op. cit., pp. 143-144.
3. Spinoza, Tratado Teológico-Político, Tecnos, op. cit., cap. XVIII, p. 107.
4. «Todos
los ciudadanos tendrán la obligación de poseer armas y no serán ciudadanos si
no han tenido entrenamiento militar, comprometiéndose a cumplir durante
períodos regulares». Spinoza, Tratado Político, op. cit., cap. VI, pp. 178-179.
5. La
proporcionalidad que rige las relaciones entre ambos grupos es de 1 a 50.
Spinoza, Tratado
Político, Tecnos, op. cit., cap. VIII, pp. 219-220.
6. «El
Senado tendrá como función dirigir los asuntos públicos». Spinoza, Tratado Político, Tecnos,
op. cit.,
cap. VIII, p. 227.
7. Spinoza,
Tratado
Político, Tecnos, op. cit., cap. VIII, p. 232.
8. Spinoza,
Tratado
Político, Tecnos, op. cit., cap. VIII, p. 222.
9. Spinoza, Tratado Político, Tecnos, op. cit.,
cap. VIII, p. 218.
10. Spinoza,
Tratado
Político, Tecnos, op. cit., cap. VIII, pp. 237-239.
11. Entre
ellos Mercedes Allendesalazar, Spinoza. Filosofía, pasiones y política, Alianza, Madrid,
1988, pp. 121 ss.
12. Spinoza,
Correspondencia,
edición de Atilano Domíngez, Alianza, Madrid,
1988, carta 84, p. 413.
13. Es
cierto que su reacción en 1672, cuando el ataque de las masas a De Witt le
impulsó a escribir el panfleto Ultimi barbarorum, es muy poco racional. Pero el relato
de este suceso se basa únicamente en el testimonio de Leibniz y puede no ser
excesivamente creíble.
14. Spinoza
estaba convencido de que el vulgo «es incapaz de percibir las cosas de un modo
claro y distinto». Spinoza, Tratado Político, Tecnos, op. cit., cap. V, p. 40.
15. Sobre
este tema ver mi libro La ilusión republicana, Tecnos, Madrid, 2008, pp. 335 ss.
16. Se
encuentran algunos textos en el Renacimiento italiano pero son raros. También
las prácticas de los cuáqueros destacaban por sus aspectos igualitarios. Ver mi
artículo «Mujeres que matan, mujeres que votan. Misoginia en el pensamiento
occidental», Claves
de Razón práctica, no. 166, octubre 2006.
17. «En ninguna parte ha sucedido que los hombres y las mujeres reinen
juntos». Spinoza, Tratado Político, Tecnos,
op. cit.,
cap. XI, p. 261.
18. Como
demuestran los libros de Cervantes, Góngora, Quevedo, Pérez de Montalván,
Saavedra, etcétera que se encontraron en su reducida biblioteca. Ver K.O. Meinsma,
Spinoza et son
cercle, Vrin, Paris, 1983, p. 403.
19. Spinoza,
Tratado
Político, Tecnos, op. cit., cap. VII, pp. 207 a 210.
20. Spinoza,
Tratado
Político, Tecnos, op. cit., cap. XI, p. 261.
21. Steven Nadler, Spinoza, Acento, Madrid, 2004, p. 154.
Sin embargo escribió a Jan De Witt en 1672 ofreciéndole ideas para aumentar la
capacidad ofensiva de los buques holandeses en la guerra contra Francia.
22. Nadler, Spinoza, op. cit., p.
153.
23. El
proyecto de Constitución que elaboró para las colonias holandesas de
Norteamérica figura en su obra Una breve narración de la nueva situación, de las virtudes, privilegios
naturales y especial aptitud de la población de los Países Bajos.
24. Nadler, Spinoza, op. cit., p. 151.
25. Al parecer una de las hijas de Van den Enden, Clara
María, tenía una inteligencia sobresaliente. Se dice que Spinoza recibió clases
de latín de ella y le propuso matrimonio. Meinsma, Spinoza et son cercle, op. cit.,
p. 388.
26. Como ya he dicho, el español era la lengua culta de
la comunidad judía.
27. Ver Nadler, Spinoza, op. cit., p. 21.
28. Ver Richard H. Popkin, Spinoza, Oneworld, Oxford, 2004, p.
42.
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