Sergio Espinosa Proa
La recepción británica de Spinoza es igualmente, como hacen con casi
todo los británicos, circunspecta. El libro de Stuart Hampshire se abre ello no
obstante con una sentencia apabullante: "No me jacto de haber descubierto
la mejor filosofía, pero sé que conozco la verdadera" (Spinoza, Alianza, Madrid, 1982, p. 11).
No podía ser la mejor, porque la filosofía no existe, al menos para el judío
holandés, para dar gusto a la gente. ¿Cómo es entonces la
"verdadera"? Es filosofía, y no cualquier otra cosa, porque no apela
ni a la autoridad, ni al consenso, ni a la revelación, ni al artificio
literario. Es filosofía pura. No es, por lo mismo, una disciplina entre otras:
es la forma de conocimiento completa y esencial capaz de subordinar a todas las
demás. No es una ciencia: es la sabiduría gracias a la cual todas las ciencias
cobran sentido. En tal sentido, no es "teórica"; pone a la teoría a
su servicio. ¿Sigue siendo esa, en nuestros días, la función de la filosofía?
Sólo en muy limitada medida. Spinoza no quiere fiarse ni de la fe, ni de la
revelación sobrenatural, ni del misterio, ni de la teología; se fía de la
razón, del entendimiento, de la luz natural. No quiere guiarse por eso que en
la inmensa mayoría de la gente es la principal fuente de error: por la imaginación.
Este vocablo significa en Spinoza "representación mental", y es la
mar de arbitraria. Es una "figuración" o una "alegoría" y
por tal motivo mueve a error. Nada casual que el autor británico lo haga
enseguida uno de los suyos: Spinoza, junto con Descartes y Leibniz, es
representante de la filosofía clásica que no se duerme en ensueños metafóricos
para crear ideas claras y distintas. Pero hasta allí: el francés y el holandés
tienen diferencias inconciliables. El primero se quedó corto, seguramente por
temor a las consecuencias (y a las represalias). Se quedó, dice Hampshire,
"tranquilamente en el seno de la iglesia católica" (p. 19),
proporcionándole incluso una "armadura" para protegerla del embate
del nuevo materialismo filosófico. No así Spinoza: él llevó hasta sus últimas
consecuencias la distinción entre entendimiento e imaginación, con lo cual el
Dios de la Biblia --y en particular el del cristianismo-- ha quedado sin
empleo. El Dios en el que piensa Spinoza no tiene absolutamente nada que ver
con la experiencia sensible. Tampoco tiene relación con la retórica, pues al
filósofo no le parece necesario agradar o seducir a nadie. Puede más bien
disgustarnos, pero Spinoza trata de desaparecer como modo finito para dejarnos
escuchar sólo la voz de la razón pura. En efecto, disgusta por igual a
escépticos y a devotos. Es un filósofo, es decir: un solitario. Le parece un
exceso de imaginación la idea cristiana (y judía) de Dios. Para empezar, es
ilógica. Ese Dios ni siquiera podría ser omnipotente. Del sistema spinozista
está descartado cualquier Dios trascendente y creador. Es ateo en ese sentido.
No hay nada exterior y nada contingente. Nada, en suma, irracional:
absolutamente todo puede tornarse inteligible para la razón. Esto equivale a
decir que lo libre es lo necesario, porque Dios y el hombre no tendrían por qué
confundirse. La posición de Leibniz es a tal respecto completamente distinta:
Dios pudo haber decidido no crear el mundo. "Dios creó el mundo mediante
un acto libre de voluntad, pero su creación puede entenderse mediante el
ejercicio de la razón, utilizando el principio de no-contradicción y de la
razón suficiente como guías de la investigación" (p. 39). Es resultado de
una indecisión de origen; no se me vayan a alebrestar los teólogos (cristianos)
si me escuchan, diría Leibniz. Hacer de Dios naturaleza es lo mismo que hacer
de los atributos de la sustancia una infinidad infinita en sí misma. Dios es
infinitamente positivo, es decir: perfecto. La enmienda a Descartes es inmensa;
no hay dos sustancias, hay una. Esto evitó dificultades sin término. Hampshire
propone a este propósito abandonar la equiparación de pensamiento y extensión,
de origen cartesiano, con la mancuerna ordinaria "mental y físico",
al menos si queremos no incurrir en confusiones. Spinoza simplemente dice que
hay cosas extensas e ideas de esas cosas; no las puede haber unas sin las
otras. La perplejidad de Descartes desaparece porque la identidad entre las
ideas claras y distintas y las cosas es inmediata. La identidad de lo real y lo
racional no necesitará, como en Hegel, ser dialéctica. Es la correspondencia
instantánea entre las ideas y los ideata.
No es fácil proposición semejante. Pero lo que sí es es perfectamente
congruente con los postulados spinozistas, principalmente con su premisa básica
de la sustancia única. En otras palabras, existe una continuidad entre los
grados de potencia y perfección de la naturaleza. No hay una
"contradicción" o una enemistad entre ella y el espíritu, entre el
cuerpo y la mente. Decir que algo tiene "más realidad" significa que
tiene más potencia. No hay saltos: el animal es, en muchos aspectos, menos
potente que el cuerpo humano, pero en otros lo es más. Existe una continuidad
de potencia --de potencias-- en la naturaleza. El comentarista británico se
entusiasma por la anticipación científica de Spinoza: su bosquejo metafísico es
más "completo" que el de Descartes, e incluso que el de cualquier
otro filósofo de la época. "Su descripción es mucho menos crudamente
mecánica, y está mucho más cerca de la biología y la física modernas" (p.
59). Dejémosle emocionarse; no es eso lo que a nosotros nos interesa. ¿Qué es?
Su desprecio no del mundo, sino de la imaginación, que ha contaminado a la
pureza de la sustancia con los terrores y fervores demasiado humanos del Dios
Padre, del Dios Hijo y del Dios Espíritu Santo. Con eso.
3 comentarios:
Les sugiero agregar botones para compartir (share buttons), por ejemplo AddToAny.com Un cordial saludo, JW.
Hola John: Gracias por la sugerencia, es una buena idea. Un abrazo.
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