Sergio Espinosa Proa
¿En qué sentido Spinoza representa una anomalía
histórica? No como derrota y marginalidad, dice Antonio Negri, sino como
potencia e ideal: gracias a su materialismo sigue siendo posible revolucionar
el mundo. Lo es porque, a pesar del siglo en que escribe, y de sus límites
intrínsecos, su pensamiento es materialista y ateo, es decir, atañe a un ser
inmanente y dado, pero no ordenado previamente por Dios, sino sólo por la
acción humana. Las lecturas socialistas no lo han comprendido. Hay que
"actualizarlo", lo que significa añadirle un elemento dinámico que se
encuentra trabado por su cartesianismo de fondo. El lastre de Spinoza tiene
nombre: es el eje Hobbes-Rousseau-Kant-Hegel. Liberado de ellos, piensa una
democracia sin mistificaciones: la unidad de la constitución (política) con la
producción (económica). Liberado de ellos, de su "fango", piensa una
democracia por fuera de la noción burguesa: una idea fresca no del pueblo, sino
de la multitud. Esta relectura se ha hecho factible a partir de cinco autores:
Gueroult, Matheron, Deleuze, Macherey y Hecker. Lo "salvaje" de
Spinoza se halla en la transgresión del mundo burgués, en su crítica de la
ideología capitalista: es una alternativa a la metafísica, algo que lo hace
nuestro contemporáneo. "...es como decir que Spinoza muestra la
alternativa del vivir como potencia material en el interior del bloque
metafísico de la filosofía moderna" (La
anomalía salvaje. Ensayo sobre poder y potencia en B. Spinoza, Anthropos,
Barcelona, 1993, p.18). Su pensamiento es "otro", caracterizado por
una ontología constitutiva, espontánea e imaginativa. La ontología de Spinoza
es pluralista, y en tanto tal opera en el pensamiento una serie de elecciones:
contra la explotación, la liberación; contra el positivismo, la positividad;
contra la legislación, la verdad; por último, pensarlo no como ejercicio del
poder, sino como gestión de la potencia. Spinoza está preñado de futuro. Pero
esto no empequeñece sino que agranda la imagen de su dualidad: un santo laico,
un monstruo diabólico. Todo depende, según observa Feuerbach, de si niega o
afirma a Dios; y ello con un carácter absoluto o extremo. Además de ser una
anomalía dado su empuje, Holanda está en la cima de la revolución burguesa. El
concepto de "multitud" aparece con esa índole: es una fuerza material
que eclipsa al racionalismo europeo. Negri concede que, sin la desproporción
holandesa, Spinoza ni siquiera tendría lugar. O lo tendría, pero no podría
aplicársele el adjetivo "anómalo". Sea por lo que fuere, el filósofo
experimenta una especie de sobrepuja: recorre un camino que se remonta desde la
metafísica hebrea y el renacimiento humanista hasta el materialismo más
depurado. En su pensamiento, el ser no es dialéctico pero lo real incluye a lo
posible, con lo cual le otorga un singular dinamismo. Otros críticos han
abogado por su distanciamiento del cartesianismo: Holanda no es Francia, no se
ha visto forzada a esos sus enojosos compromisos religioso-politicos. Lo que en
una parte es "clásico" en otra es desacomplejadamente
"revolucionario". Spinoza es una anomalía porque no echa mano del
pensamiento burgués, que ve en el "método dialéctico" la solución a
todas sus crisis. Esta es, por lo demás, una afirmación fuerte que cimbra toda
la estructura del marxismo. El filósofo atisba un porvenir que tuvo lugar, si
lo tuvo, mucho tiempo después. ¿Una filosofía post-burguesa? Por lo pronto,
queda claro, como asegura Pierre Macherey, que es post-dialéctica. ¡Pero no
post-colectiva! Es su principal diferencia con Hobbes; la escala del inglés es
siempre ajustada al individuo, con lo cual su praxis dará por fuerza la medida.
Según Negri, se da en Spinoza una confusión temprana, que llega hasta el Tratado breve, entre misticismo hebreo,
teología cristiana y emanatismo plotiniano. Será con el Tratado de la reforma del entendimiento cuando el mismo Spinoza
siente las bases de una superación o abandono del horizonte panteísta. Desde
ese Tratado lo trascendental será
erradicado cada vez con mayor energía, y con tal erradicación la eliminación
del panteísmo: "...entre totalidad y modalidad no hay mediación, hay sólo
tensión, no hay asunción abstracta, trascendental, existe sólo la tensión del
ser mismo" (p. 89). La destrucción de la trascendencia involucra una
negación de todo ser "analógico": el ser es resuelta, violentamente
unívoco. Spinoza arrumba al mismo tiempo la escolástica analógica del ser y el
idealismo cartesiano de la unidad pensada. Es el momento empirista, nominalista
y escéptico de su pensamiento: una crítica de lo universal a fin de no dejar
pasar ninguna "idea" previa del ser. ¡Ni siquiera --y menos que nada--
Dios! Sin embargo en la Ética se
comienza por Dios, por aquello que es causa de sí. El resultado es una concepción
de una sustancia de enorme e incrementable riqueza y absoluta maleabilidad. No
el ego cogito cartesiano,
extremadamente débil... y mentiroso. En cosmología semejante, Dios es "una
cosa pensante" y a la vez, y sin desmedro alguno, "una cosa
extensa", con lo cual Spinoza crea no una dimensión jerárquica, sino
"plana, lisa --versátil y equivalente" (p. 120). Negri aprovecha este
pasaje para distinguir netamente entre potencia y poder: entre la disolución
completa de las mediaciones y abstracciones, que forman el armazón del poder
(como potestad, es decir, como fuerza y derecho humano). No extrañará que los
atributos, como mediación entre la sustancia y los modos, o como mediación de
la infinita espontaneidad del ser, tiendan a extinguirse. Los modos, entendidos
como singularidades, emergen solos en un terreno no jerárquico, que puede ser
ondulado y estratificado, pero, debe insistirse en ello, no jerárquico. El
materialismo de Spinoza es más potente que el idealismo hegeliano; todo lo
reduce, como dice Deleuze, a un plano de inmanencia. ¿Qué es, en efecto, Dios
si no la constitución del mundo? Esta es una versión particularmente vivaz de
la inmanencia: la singularidad es lo único real, pero es, al mismo tiempo, lo
divino. En otras palabras, el cuerpo es conocido por el cuerpo, y tal
conocimiento es el alma. El resultado del análisis que practica Negri de la
parte II de la Ética es la casi
absoluta desaparición de las mediaciones que aún cargan los atributos: los
individuos son la afirmación inmediata de Dios (o, en su terminología, los
modos son la afirmación inmediata de la sustancia).
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