Sergio Espinosa
Proa
En su aspecto político, la lectura que de Baruch
Spinoza obsequia el intelectual italiano,
independientemente de que sea difícil sustraerse a una sensación general de exageración o forzamiento, tiene consecuencias prácticas: los sujetos son autoconstituyentes. Es decir: los modos son libres: "La libertad es el modo del ser singular" (p. 152). Es necesario, del todo punto, que las singularidades sean libres; de lo contrario, el sistema de Spinoza caerá en el acaso más sutil, pero igualmente eficiente, totalitarismo. Se le reducirá, en terminología marxista, a su estatuto ideológico -que es a lo que Negri se opone con peculiar energía. Lo de Spinoza es una ontología con repercusiones éticas, políticas, prácticas; incluso militares. Los modos no se encuentran sometidos a la sustancia, lo que en política significa que el ciudadano no puede ser un súbdito del Estado (ni del rey). Esto constituye su vector propiamente utópico, cuyo contenido es distinto del convencional. La libertad no tiene relación ni con la contingencia ni con la indiferencia: es más bien un modo de afirmar o negar. ¿Quiénes son los enemigos del filósofo, si no los teólogos? Es que, desde luego, los teólogos son políticos. No por casualidad el Tratado teológico-político se redacta a la mitad de la Ética, interrumpiéndola. Para Negri equivale a una refundación: nada es abordable desde el balcón de la teología racional (ni de la física). Desde la perspectiva de Spinoza no hay ni religión ni política que no se apoyen en la libertad. Pero tampoco existe nada humano que no brote de la imaginación: "Lo político es la metafísica de la imaginación, es la metafísica de la constitución humana de lo real, del mundo" (p. 174). La imaginación tiene una virtud práctica: contribuye a la solidez del mundo y a la eficacia de la acción humana. Pero ocurre lo contrario; al igual que con la religión, todo se degrada e invierte. No es lo que ésta, en particular, enseña. Se transforma en instrumento de manipulación, de distracción, de opresión, siendo que en el fondo, según el mismo Spinoza, es una manifestación de la verdad. ¿De qué depende la libertad si no de una "luz natural" que opaca cualquier luz sobrenatural? De ahí el nexo con la Ilustración -y con la democracia. La luz natural no es otra cosa que la razón, y ella es, para nuestro filósofo, menos interpretativa que constructiva. Pero no se construye una sola cosa: si la Revelación es de la Verdad, no únicamente está constituida la libertad, sino también la obediencia; dice Negri: "La interiorización de la conciencia religiosa que se tiene con el cristianismo universaliza la definición política de la obediencia" (p. 185). La verdad de la religión es la necesidad de la obediencia, de la sumisión. Eso, en cuanto positividad; el lado negativo es superstición pura. La crítica no podría ser más ilustrada. Y sin embargo, se halla lastrada por cierto iusnaturalismo; la filosofía de Spinoza no ha llegado a ser lo bastante radical. A partir de determinado punto, en especial del capítulo XVI del Tratado, el iusnaturalismo pierde su carácter ius. La postura de Spinoza no es analítica sino fenomenológica, y su ontología no es dialéctica sino constitutiva. En definitiva, el individuo ni transfiere su fuerza ni cede su derecho a la comunidad, sino que se organiza, mediante la imaginación, en un socius productivo que no conoce la cesura lógica. Ni Hobbes ni Rousseau ni Hegel. Todo esto, se entiende, es un alegato contra el absolutismo y en favor de la democracia como organización de las potencias de cada individuo. Hobbes es quien cede su puesto a Maquiavelo. Lo cual significa que Spinoza nunca ha sido, de verdad, ni liberal ni iusnaturalista. Es en tal límite que Negri formula su hipótesis de la "anomalía salvaje". El filósofo funda otra metafísica, que no es la de la burguesía mercantil. ¿De quién es entonces?
independientemente de que sea difícil sustraerse a una sensación general de exageración o forzamiento, tiene consecuencias prácticas: los sujetos son autoconstituyentes. Es decir: los modos son libres: "La libertad es el modo del ser singular" (p. 152). Es necesario, del todo punto, que las singularidades sean libres; de lo contrario, el sistema de Spinoza caerá en el acaso más sutil, pero igualmente eficiente, totalitarismo. Se le reducirá, en terminología marxista, a su estatuto ideológico -que es a lo que Negri se opone con peculiar energía. Lo de Spinoza es una ontología con repercusiones éticas, políticas, prácticas; incluso militares. Los modos no se encuentran sometidos a la sustancia, lo que en política significa que el ciudadano no puede ser un súbdito del Estado (ni del rey). Esto constituye su vector propiamente utópico, cuyo contenido es distinto del convencional. La libertad no tiene relación ni con la contingencia ni con la indiferencia: es más bien un modo de afirmar o negar. ¿Quiénes son los enemigos del filósofo, si no los teólogos? Es que, desde luego, los teólogos son políticos. No por casualidad el Tratado teológico-político se redacta a la mitad de la Ética, interrumpiéndola. Para Negri equivale a una refundación: nada es abordable desde el balcón de la teología racional (ni de la física). Desde la perspectiva de Spinoza no hay ni religión ni política que no se apoyen en la libertad. Pero tampoco existe nada humano que no brote de la imaginación: "Lo político es la metafísica de la imaginación, es la metafísica de la constitución humana de lo real, del mundo" (p. 174). La imaginación tiene una virtud práctica: contribuye a la solidez del mundo y a la eficacia de la acción humana. Pero ocurre lo contrario; al igual que con la religión, todo se degrada e invierte. No es lo que ésta, en particular, enseña. Se transforma en instrumento de manipulación, de distracción, de opresión, siendo que en el fondo, según el mismo Spinoza, es una manifestación de la verdad. ¿De qué depende la libertad si no de una "luz natural" que opaca cualquier luz sobrenatural? De ahí el nexo con la Ilustración -y con la democracia. La luz natural no es otra cosa que la razón, y ella es, para nuestro filósofo, menos interpretativa que constructiva. Pero no se construye una sola cosa: si la Revelación es de la Verdad, no únicamente está constituida la libertad, sino también la obediencia; dice Negri: "La interiorización de la conciencia religiosa que se tiene con el cristianismo universaliza la definición política de la obediencia" (p. 185). La verdad de la religión es la necesidad de la obediencia, de la sumisión. Eso, en cuanto positividad; el lado negativo es superstición pura. La crítica no podría ser más ilustrada. Y sin embargo, se halla lastrada por cierto iusnaturalismo; la filosofía de Spinoza no ha llegado a ser lo bastante radical. A partir de determinado punto, en especial del capítulo XVI del Tratado, el iusnaturalismo pierde su carácter ius. La postura de Spinoza no es analítica sino fenomenológica, y su ontología no es dialéctica sino constitutiva. En definitiva, el individuo ni transfiere su fuerza ni cede su derecho a la comunidad, sino que se organiza, mediante la imaginación, en un socius productivo que no conoce la cesura lógica. Ni Hobbes ni Rousseau ni Hegel. Todo esto, se entiende, es un alegato contra el absolutismo y en favor de la democracia como organización de las potencias de cada individuo. Hobbes es quien cede su puesto a Maquiavelo. Lo cual significa que Spinoza nunca ha sido, de verdad, ni liberal ni iusnaturalista. Es en tal límite que Negri formula su hipótesis de la "anomalía salvaje". El filósofo funda otra metafísica, que no es la de la burguesía mercantil. ¿De quién es entonces?
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