María Jimena Solé
Traducción de Alfredo Lucero Montaño
En el Tratado teológico-político (TTP),[1] [2]
Spinoza postula que “el fin de la filosofía no es otro que la verdad” (GIII/179).
Esta descripción se completa con las primeras páginas del Tratado de la reforma del entendimiento (TdIE) donde Spinoza presenta
sus propios motivos para recurrir a la reflexión filosófica. En estas páginas,
Spinoza afirma que la reflexión sobre la cuestión de si existe un verdadero
bien fue originada por su experiencia de un sentido de futilidad en relación
con la mayoría de las cosas que suceden en la vida cotidiana. Esta experiencia
le hizo preguntarse si había un bien que, en sí mismo, lograra afectar al
espíritu y le hiciera "gozar eternamente de una alegría” de una manera
consistente (GII/5). Por ello, la necesidad de la búsqueda de la verdad se le
impuso como resultado de lo que podríamos llamar una experiencia de vida.
Pero el deseo de encontrar el verdadero bien implicaba un cambio completo en su forma de vida. Tuvo que abandonar la búsqueda de lo que las personas generalmente asocian con los bienes más importantes: la riqueza, el honor y los placeres corporales, ya que éstos son bienes manifiestos e inseguros que distraen la mente y dejan a aquellos que los persiguen en un estado permanente de insatisfacción. Además, dice, a menudo terminan poniendo en riesgo la vida de la persona que los persigue cuando son buscados como bienes en sí mismos y porque representan ciertos males. En cambio, Spinoza escribe: “el amor hacia una cosa eterna e infinita apacienta el ánimo con una alegría totalmente pura y libre de tristeza, lo cual es muy de desear y digno de ser buscado con todas nuestras fuerzas” (GII/7). Spinoza admite, sin embargo, que no es capaz de realizar tal cambio. Reconoce que no puede dejar de ser afectado por la codicia, la lujuria y la gloria.
Entonces, ¿cómo
se logra cambiar la forma de vivir de acuerdo con los requisitos de la
filosofía? ¿Cómo se puede dejar atrás el modo de vida vulgar que relaciona la
felicidad con los conceptos de riqueza, honor y placer para convertirse
completamente en un reflejo del verdadero bien, en la búsqueda de la felicidad
auténtica? La respuesta de Spinoza apunta a la posibilidad de reemplazar el
círculo vicioso, que amenaza a la filosofía en convertirla en inocua, en un
círculo virtuoso que refuerce constantemente su propia necesidad. Escribe:
Sólo veía una cosa: que, mientras mi
mente se entregaba a esos pensamientos, se mantenía alejada de aquellos otros y
pensaba seriamente en la nueva tarea. Esto me proporcionó un gran consuelo,
puesto que comprobaba que esos males no eran de tal índole que resistieran a
todo remedio. (GII/7)
Spinoza afirma
que los momentos dedicados a la reflexión, que eran raros y breves al
principio, aumentaron en frecuencia y duración en la medida que conocía la
naturaleza del verdadero bien, lo que le permitió descubrir una primera,
fundamental, verdad: que no hay bien o mal, no hay perfección o imperfección en
la naturaleza, porque "todo cuanto sucede se hace según el orden eterno y
según las leyes fijas de la Naturaleza”. (GII/8) La filosofía -- la búsqueda de
la verdad a través de la razón-- que Spinoza había empezado presentándola como
necesaria para hacer soportable la vida --como un medio para combatir la
inutilidad de los acontecimientos mundanos-- se revela, al final, como algo
valioso en sí mismo. Así, Spinoza identifica el "bien supremo" con la
adquisición de una naturaleza humana que es más estable (menos expuesta a las
fluctuaciones de las pasiones) y más perfecta (más potente). Esta naturaleza
consiste en el conocimiento de la naturaleza y su unión con el ser humano.
La preocupación
práctica (para alcanzar la felicidad y encontrar un bien que proporcione una
alegría duradera) produce la necesidad de asumir una actitud teórica
(investigar si existe el verdadero bien) que, a su vez, implica en sí mismo un
cambio de conducta. Así, el cambio en la forma de vida se produce de una manera
doble. Realizar una investiagación racional proporciona evidencia para
descubrir el verdadero bien en esa misma investigación racional. Porque,
mientras reflexionamos, conquistamos --aunque sólo sea en breves instancias--
un estado de verdadera felicidad. Además, las verdades que descubrimos debido a
la meditación racional —por ejemplo, que no hay nada bueno o malo en la
naturaleza o que los bienes que persiguen las personas comunes suelen tener
efectos éticos adversos— nos hacen cambiar la forma en que valoramos el mundo.
Además, eliminan los obstáculos que impiden nuestra adquisición del verdadero
bien. El conocimiento y la felicidad se revelan como aspectos integrales de
cada uno. Para encontrar el bien más elevado, uno debe entender la naturaleza,
y mientras uno entiende, es decir, piensa racionalmente y adquiere un conocimiento
verdadero de la naturaleza, uno posee el bien más elevado.
Spinoza entonces
pregunta qué debemos hacer para adquirir el conocimiento de la naturaleza que
es constitutiva de una naturaleza humana estable y que coincide con su bien más
elevado. ¿Qué debemos hacer, es decir, para
poder filosofar? "Pero, ante todo," responde, "hay que
excogitar el modo de curar el
entendimiento y, en cuanto sea posible al comienzo, purificarlo para que
consiga entender las cosas sin error y lo mejor posible" (TdIE, GII/15).
Spinoza reflexiona a continuación sobre los medios para aprehender: su método y
la noción de certeza. El primer resultado de esta reflexión, que ocupa a Spinoza durante las partes restantes de la TdIE, es
que no existe un criterio para la certeza diferente de la verdad. Spinoza
escribe que "para la certeza de la verdad no se necesita ningún otro signo,
fuera de la posesión de la idea verdadera" (GII/15). Por lo tanto, Spinoza
afirma, mientras discute implícitamente con Descartes, que el verdadero método
"no consiste en buscar el signo de la verdad después de haber adquirido
las ideas, sino en el camino por el que se buscan, en el debido orden, la
verdad misma o las esencias objetivas de las cosas o las ideas (pues todo esto
viene a ser lo mismo)” (GII/15).
Es importante advertir
que el método así descrito no es un preludio de la filosofía. No es un medio
para examinar ideas ya adquiridas por medio de una condición extrínseca. El
método auténtico, afirma Spinoza, es el camino a través del cual uno busca
ideas verdaderas. Por lo tanto, purificar la forma en que uno llega a
comprender o adquirir conocimiento no
es una condición previa de la filosofía. Por el contrario, podríamos pensar que
el método verdadero para purificar la mente y liberarla del error es la filosofía en sí misma.
La filosofía, para
Spinoza, es una práctica, una búsqueda, un camino que conduce a la verdad y la
felicidad. Con este fin, y en la medida en que la Ética demostrada según el orden geométrico (Ética) es la exposición más completa y madura de la filosofía de
Spinoza, no debemos entender que sus lecciones se limitan a la naturaleza
verdadera de la naturaleza y la naturaleza humana. Debe considerarse que su
lección más importante consiste en algo más: algo que no apunta ni al
conocimiento que ya poseemos ni a las verdades que ya hemos descubierto, sino a
los medios por los cuales es posible reconocer estas verdades como tales y
producir nuevos conocimientos.
No es difícil
encontrar en las cadenas argumentativas de la Ética los signos de esta idea. El espíritu de la filosofía de Spinoza
no consiste simplemente en ser una doctrina positiva particular, sino algo más.
Entre otros lugares, podríamos, por ejemplo, señalar: E1ap; E2p47s y 49s;
E3pref, E4pref y E5pref. A continuación, un breve análisis de estos pasajes.
En el apéndice de
la primera parte, Spinoza dice que ya ha explicado la naturaleza de Dios y sus propiedades.
Señala que tantas veces como tuvo la oportunidad, ha tenido la intención de
eliminar todos los prejuicios que pudieran impedir la concepción correcta de
sus demostraciones. Sin embargo, como todavía quedan muchos prejuicios
"que podrían y pueden, en el más alto grado, impedir que los hombres
comprendan la concatenación de las cosas" (GII/77), dedica algunas páginas
a examinar estos prejuicios y enseñar a los lectores cómo eliminarlos. Spinoza
denuncia la existencia de un prejuicio original: "que los hombres supongan,
comúnmente, que todas las cosas de la naturaleza actúan, al igual que ellos
mismos, por razón de un fin" (GII/78), de donde surgen muchos otros
prejuicios (como la idea de un libre albedrío, la idea de un Dios trascendental,
personal y providencial que premia y castiga a sus criaturas y que ha creado la
naturaleza para beneficio de los seres humanos). El apéndice está dedicado,
primero, a demostrar por qué la mayoría de los seres humanos son propensos a
aceptar estos prejuicios y, entonces, refutarlos todos a su vez y mostrar cómo
todos están conectados a un error epistemológico común. Spinoza afirma, entonces,
que en la medida en que cualquier prejuicio de este tipo aún permanezca en el
lector, "cada cual podrá corregirlos a poco que medite" (GII/83).
Sólo eliminando
los errores que sustentan los prejuicios de la mente es posible comenzar a
captar la verdad más elevada; una noción de Dios que existe y obra en virtud de
la necesidad de su naturaleza y que produce necesaria e infinitamente modos
finitos que están en él. Ninguna de las verdades sobre Dios y la naturaleza que
Spinoza ha expuesto durante la primera parte de la Ética puede ser confirmada por aquellos individuos cuya comprensión
racional está confundida por los prejuicios mencionados en el apéndice. El spinozismo
se revela, en este momento, como el proceso
de reconocimiento de que la verdad implica el esfuerzo de liberarse de los
errores que confunden a la mente y que, a su vez, están arraigados tanto en el
conocimiento tradicional como en la naturaleza finita de la mente humana.
La segunda
parte de la Ética se centra en la
naturaleza de la mente y el cuerpo humano y, en medio de sus demostraciones,
Spinoza continúa con el llamado manifiesto de liberarse de los efectos dañinos
de los prejuicios, especialmente aquellos que surgen de la confusión entre
imágenes e ideas. En el escolio a E2p47 que afirma que todos los seres humanos
poseen una idea adecuada de la naturaleza de Dios, explica por qué los seres
humanos están propensos a malinterpretar la naturaleza de Dios. La razón de esto,
según Spinoza, radica en el hecho de que los hombres "no pueden imaginar a
Dios como imaginan los cuerpos y a que han unido al nombre de Dios imágenes de las cosas que suelen
ver" (GII/128).
Spinoza usa
esta idea para demostrar, en las siguientes proposiciones, que la voluntad y el
entendimiento son una y la misma cosa. De acuerdo con E2p49s, la mayoría de las
personas ignoran la verdadera naturaleza de la voluntad porque confunden
imágenes, palabras e ideas de las cosas entre sí. En efecto, aquellos que no
distinguen entre ideas e imágenes consideran que las ideas son como “imágenes
mudas en un panel” y no reconocen que las ideas, en cuanto son ideas, implican siempre
una cierta afirmación o negación (GII/132). "Pero de tales prejuicios",
sostiene Spinoza, "podrá desembarasarse fácilmente quien aienda a la
naturaleza del pensamiento, el cual no implica en absoluto el concepto de la extensión,
y entenderá así claramente que la idea (supuesto que es un modo del pensar) no
consiste ni en palabras, ni en la imagen de alguna cosa” (GII/132).
El prefacio de la tercera parte de la Ética reafirma la necesidad de abandonar
ciertos prejuicios generalmente aceptados como condición necesaria para un
cambio radical en la forma de pensar. En las primeras líneas de este prefacio,
Spinoza denuncia como un prejuicio la concepción del "hombre, dentro de la
naturaleza, como un imperio dentro de otro dominio" (GII/ 37). Agrega un
segundo prejuicio: la idea de que la causa de la impotencia y la inconsistencia
humana, en lugar de ser natural, reside en un vicio de la naturaleza humana que
las personas después "deploran, ridiculizan, desprecian o, lo que es más
frecuente, detestan" (GII/137).
Esta visión de
la naturaleza humana es la que impide que las personas reconozcan a los seres
humanos como modos finitos de la sustancia al igual que todos los demás seres y
como modos con esencias que no son más que un esfuerzo por aumentar el poder de
ser. En el esfuerzo por perseverar y aumentar de poder, los afectos comunes del
amor, el odio, el miedo y la esperanza juegan un papel fundamental. La vida
afectiva --que la mayoría de los hombres entiende erróneamente como arbitraria
e imposible de decodificar--, puede desarrollarse, al igual que todos los demás
aspectos de la vida, de acuerdo con las leyes necesarias que explican y
permiten a los hombres comprender y, de esta manera, ordenar los afectos.
En el prefacio de la cuarta parte de la Ética, Spinoza ofrece una explicación
general del origen de la concepción tradicional de las nociones de perfección,
imperfección, bien y mal. Lo hace para probar que estas concepciones surgen de
ideas inadecuadas que son el resultado de una comparación entre las cosas,
tanto naturales como hechas por el hombre, y los modelos universales de estas
mismas cosas, producidos de acuerdo con la propia experiencia y disposiciones. Al
atribuir estas ideas a las cosas, lo que percibimos equivale a una errónea
interpretación de la realidad que conduce a una ética trascendental falsa. Pues
no hay un bien absoluto y verdadero por el cual todas las criaturas deban
esforzarse. Cada uno debe aprender a reconocer por sí mismo lo que es verdaderamente bueno para uno mismo.
A lo largo de
la cuarta parte de la Ética, Spinoza
se dedica a explicar un camino hacia el bien y el bienestar que es
independiente del método de los modelos universales del bien, el mal, la
perfección y la imperfección. Proporciona evidencia sobre la afirmación de que
lo verdaderamente bueno para todos y cada uno, en toda y cada instancia, es aquello
que aumenta el propio poder de obrar. Al hacerlo, Spinoza afirma que "el supremo
bien del alma es el conocimiento de Dios, y su suprema virtud, la de conocer a
Dios” (E4p28) y que “no hay cosa singular en la naturaleza que sea más útil al
hombre que un hombre que vive bajo la guía de la razón” (E4p35c1). El esfuerzo
por conocer --la decisión de vivir de acuerdo con la razón--, no puede ser el
resultado de una imposición externa; no puede ser el efecto de una obediencia
pasiva de una ley heterónoma. Todos deben por sí mismos llegar a conocer el
objetivo ético-político de esforzarse por lograr un mayor conocimiento que es
común a toda la humanidad. La búsqueda del verdadero bien es siempre e infaliblemente
un acto de libertad. Por lo tanto, es absolutamente necesario desprenderse de
los prejuicios nocivos de que hay un bien y un mal absolutos en la naturaleza y
que las cosas finitas, en sí mismas, pueden ser más o menos perfectas.
La última y quinta
parte de la Ética está dedicada a
desterrar aquellos prejuicios que probablemente están más arraigados en la
naturaleza humana. Spinoza se ocupa en el prefacio de la quinta parte a
combatir la idea de que la mente tiene un poder absoluto sobre los afectos --una
idea que atribuye tanto a los estoicos como a Descartes. Aceptar la creencia
bien establecida de la completa dominación de la mente sobre el cuerpo, Spinoza
argumenta, nos impide reconocer la lección ética fundamental enseñada por
Spinoza: que el único remedio para las pasiones es el conocimiento verdadero y
que la virtud consiste en nada más que en el conocimiento intelectual y el
conocimiento de la naturaleza y de nosotros mismos (cf. E5pref). En el mismo
prefacio, Spinoza también se enfrenta con otro de los prejuicios comunes con
respecto a la felicidad humana que mantiene a los seres humanos en un estado de
servidumbre en relación con los afectos pasivos. Aquí escribe sobre una extendida creencia
que es difícil de combatir precisamente porque está fomentada por la mayoría de
las religiones tradicionales. Es la idea de que la mente individual es inmortal
y que la verdadera felicidad consiste en la recompensa de Dios después de la
muerte para los piadosos. Tal es quizás el principal obstáculo para una
aplicación práctica de la ética de Spinoza. En la penúltima proposición de la quinta
parte [Ep41], después de haber demostrado en orden geométrico qué significa la
auténtica eternidad de la mente y el verdadero amor de Dios, Spinoza afirma que
la eternidad de la mente no es relevante para las decisiones morales. Incluso
si no somos conscientes de la eternidad de nuestras mentes, dice,
consideraremos la estabilidad y generosidad de nuestros espíritus (que es a lo
que apuntan las enseñanzas racionales) como algo esencial para lograr el
aumento de poder que todos naturalmente buscamos.
La Ética, el trabajo que encarna la
filosofía de Spinoza, es la
exposición racional de un sistema. Consiste en un desarrollo ordenado y
exhaustivo de los conceptos fundamentales de ontología, gnoseología,
antropología, política y ética. Pero no termina con eso. Además, y es lo más
importante, la ética es el llamado a todos nosotros para que individualmente, y
con nuestros propios poderes, abordemos y construyamos el camino que conduce al
descubrimiento de cada uno de estos conceptos fundamentales y a las verdades
que se siguen de ellos. Este descubrimiento, condicionado como está por nuestra
propia producción de ideas verdaderas (la actividad que lleva al conocimiento y
la comprensión), es la única forma en que podemos llegar a aceptar estos
conceptos fundamentales y hacerlos propios.
Bibliografía
Spinoza, Baruch, Opera (G), 4 volúmenes, Carl Gebhardt (ed.), Winter, Heidelberg,
1925.
_____, Ética demostrada según el orden geométrico
(E), trad. Vidal Peña, Alianza, Madrid, 2011.
_____, Tratado de la reforma del entendimiento (TdIE),
trad. Atilano Domínguez, Alianza, Madrid, 2014.
_____, Tratado teológico-político (TTP), trad. Atilano Domínguez, Alianza, Madrid, 2003.
Notas
[1] Solé, María Jimena, Spinoza’s Ethics Teachings, en Michael A. Peters
M. (ed.), Encyclopedia of Educational
Philosophy and Theory, Springer, Singapore, 2018.
[2]
Las citas del Tratado teológico-político
y el Tratado de la reforma del
entendimiento corresponden a la traducción de Atilano Domínguez y las de la
Ética demostrada según el orden
geométrico a la traducción de Vidal Peña (Alianza Editorial).
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