Uno de los libros más leídos e influyentes de Jacques Rancière es El
maestro ignorante. En él, Rancière recoge y hace suya la
experiencia vivida por el pedagogo francés Joseph Jacotot, cuando en 1818 tuvo
que exiliarse en tierras flamencas y desempeñar su profesión de maestro con
alumnos cuya lengua desconocía absolutamente. Ahí Jacotot descubrió que podía
enseñar desde la imposibilidad de transmitir nada a sus alumnos. Descubrió que
sus alumnos podían ser puestos en situación de aprender por sí mismos tomando
en sus manos el uso de su propia inteligencia. Este descubrimiento, una
verdadera revolución
interior en la conciencia de un profesor, tuvo lugar en tiempos de
Ilustración, en el momento en el que la vida social y política empezaba a
pedagogizarse bajo la doctrina del progreso. Jacotot dinamitó esta doctrina.
Con su enseñanza desde la ignorancia, Jacotot puso en cuestión las promesas
emancipadoras ilustradas y sus presupuestos. Pero no lo hizo desde la reacción
contrarevolucionaria, lo hizo desenmascarando las trampas que entraña la idea
misma de emancipación, cuando convierte a unos en emancipadores y a otros en
necesitados de emancipación. Jacotot puso al descubierto la nueva coartada de
la desigualdad vestida de promesa de libertad.
Me atrevería a afirmar que el maestro ignorante es la clave del
pensamiento de Jacques Rancière y de su reformulación de la tradición
emancipadora para nuestros tiempos. El maestro ignorante es el personaje
central, la figura ejemplar de una propuesta emancipadora que no se propone
como promesa sino como método, que no es un canto a la libertad sino la
exigencia de una verificación concreta y siempre situada de la igualdad de
nuestras inteligencias. A través del maestro ignorante y su minucioso método de
la igualdad, Rancière apela a una política de los sin-parte, a una política
entendida como proceso a través del cual un disenso no previsto ni previsible
irrumpe en la sociedad dando la palabra a los que sólo podían gritar y poniendo
en práctica las capacidad de los que sólo podían existir desde la pasividad, la
impotencia y la obediencia. La minuciosidad y la humildad de Jacotot no deben
engañarnos: su política apela a una guerra entre mundos, a una ruptura sin
fundamento, an-árquica, del orden de la representación que nos sitúa y nos
sustenta. Los iguales no son los que pueden reconocerse entre sí. Son los que
son igualmente capaces de reconfigurar el mundo.
Pero, ¿de qué política hablamos? ¿Vale el maestro ignorante como figura
desde la cual proponer hoy una regeneración del político, de nuestros
políticos? Absolutamente no. El político puede ser ignorante, pero no será
nunca un maestro ignorante. Rancière lo tiene claro: el arte de gobierno tiene
como tarea borrar el litigio de la política. Sus procedimientos son conocidos:
pacificar a través del consenso, fragmentar los intereses y fundamentar la
comunidad a partir de algún tipo de identidad o esencia común. La
despolitización en la que hemos vivido en las últimas décadas no es un déficit
o un fracaso del sistema de partidos: es su verdadero éxito. El arte de
gobierno es la despolitización, la “supresión política de la política”, la
clausura del disenso y de la an-arquía democrática.
Entonces, ¿cuándo hay política? ¿Quién hace la política? Hay política cuando
los sin-nombre irrumpen en el espacio público y lo reconfiguran con sus
lenguajes y capacidades nuevas. Hay política cuando quien no está capacitado
para rehacer el mundo lo toma en sus manos. Hay política cuando cada uno de
nosotros “rompe filas” y abandona “su puesto”, su lugar de reconocimiento, y se
aventura en un proceso de desclasificación. La política la hace la fuerza del
anonimato, una potencia colectiva y nunca apropiable por identidades ni
instancias representativas. No son palabras abstractas ni hay que refugiarse en
la impoluta ágora griega para buscar un ejemplo de todo ello. Las plazas
tomadas en este último año en el mundo árabe y en nuestras propias ciudades son
la concreción más fiel de lo que Rancière entiende como verdadera política: ni
mero movimiento reivindicativo ni estrategia de visibilización, sino un proceso
imprevisible por el que los incapacitados (jóvenes ni-ni, parados, víctimas de la crisis,
ciudadanos impotentes, etcétera) hemos decidido salir de nuestros puestos y
tomar el mundo en nuestras manos. Cuánto saber, cuántos saberes se descubren
entonces en lo que sólo parecía un gran mar de ignorancia. Esta es la lección
que ningún político nos podrá nunca enseñar.
Fuente: La vanguardia
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