Leonora Carrington |
1.
Los hombres por los cuales siento cierta simpatía se han batido, en Europa, en
el siglo XX, en torno a tres objetivos: por el socialismo contra el fascismo;
por una Europa unida contra el estado-nación; por la paz contra la guerra. Los
dos primeros objetivos parecen estar fuertemente ensombrecidos en la crisis
actual, y las luchas que se desarrollan en torno a ellos tienen un resultado
incierto –y los resultados de los ya desarrollados, olvidados o en crisis. Todavía
hay paz, ¡pero tan insegura!
2.
El socialismo se afirmó en Rusia en 1917. Su victoria local y su expansión
ideológica originaron el cerco de la URSS por parte de las potencias
occidentales y provocaron, primero, los fascismos (en Italia, en Alemania, en
España, etc.) y después la guerra fría, para mantener su aislamiento. Ni
siquiera la gran crisis del 29 consiguió debilitar esta política de las elites
capitalistas y liberales. Más bien aceptaron el keynesismo como una política de
contención “reformista” de las luchas y de la expansión política del
socialismo. Ya a finales de los años 30, y de nuevo tras los 70, cada vez que
el “reformismo” se afirmaba y alcanzaba objetivos importantes, las elites
capitalistas repetían experimentos reaccionarios, optando unas veces por la
represión, otras por la guerra (ya sea caliente o fría). Tras la segunda guerra
mundial los gobiernos, obligados a abandonar los imperios coloniales y a
transferir la soberanía imperial a los Estados, combinan de forma diversa sus
políticas internas, bien en sentido reaccionario o reformista: el fin es
siempre el de ganar la guerra fría. Su odio antisocialista estaba por encima de
cualquier otro objetivo. Como la Iglesia del tardo Renacimiento contra las
revueltas campesinas y anabaptistas, así actuaban los Estados capitalistas
contra los trabajadores y el socialismo –cediendo al mismo tiempo su poder al
impero americano.
3.
Sabemos que el socialismo soviético no perdió su batalla por los golpes del
adversario liberal sino porque, desde el inicio, no consiguió suscitar un
movimiento triunfante en Europa ni fue capaz finalmente de producir una
continua transformación social y política a medida de la potencia productiva
que había expresado. No es la primera vez que Hércules siendo niño es ahogado
en su cuna por la serpiente. Tras el 17, soviéticos y liberales europeos
comprendieron que en Europa tienen lugar la batalla por el éxito del
socialismo. Entonces, en los años 20 y 30, el fascismo y las expresiones más
extremas de los distintos nacionalismos se opusieron al socialismo. Después de
la segunda guerra mundial la burguesía europea finge izar las banderas de la
paz y de la Unión que hasta entonces habían arrastrado por el fango. El ideal
de una Europa unida viene abanderado contra la URSS. La potencia imperial
americana solicita el proceso de unificación europea en clave antisoviética.
Pero cuando Europa, después de 1989, comienza a constituirse
independientemente, desarrollando una potente economía y un modelo social
autónomo, imponiendo su propia moneda y presentándose así como un competidor y
una alternativa a EE.UU. en el mercado mundial, entonces los estadounidenses se
posicionan contra la unidad europea, abriéndose sobre terreno europeo la lucha
de clases, entre la clase capitalista recompuesta a nivel global y las
multitudes europeas: una lucha fría pero decisiva, suficiente para originar la
profundísima crisis económica y social actual . Esta crisis, que surge de la
fallida solución de la precedente en 2008-2009, se construye y se lanza contra
la unión política de Europa. Castigada por esta crisis, Europa no encuentra, y
no puede encontrar, soluciones o alternativas en el orden neoliberal. Los
EE.UU. –perdida su hegemonía– la presionan para no verse involucrados ellos
mismos en nuevos antagonismos imperiales.
4.
Más allá de los estados-nación, la clase capitalista se ha recompuesto a nivel
mundial en la crisis. Y es a nivel mundial que, explotando las nuevas
tecnologías, ha puesto en funcionamiento un nuevo proceso de “acumulación
originaria” sobre la base de la transformación postindustrial del trabajo, que
deviene cada vez más en “trabajo cognitivo”. Por tanto, esta acumulación se
produce a partir de la privatización y de la organización productiva del General Intellect. Entiendo por General Intellect el conjunto de la
fuerza de trabajo cognitiva que ha sustituido, en la producción de plusvalor, a
la clase obrera industrial y es ahora explotada en todo el terreno social. El
capitalismo mismo se modifica de manera fundamental: son las finanzas las que
recomponen ahora, a nivel mundial, el comando del capital. La banca y las
finanzas dominan hoy sobre los empresarios y los innovadores industriales: la
renta sustituye al beneficio. Los procesos productivos son así transformados, y
a la producción fordista, en la fábrica, se superpone la organización
postfordista de la explotación sobre toda la sociedad y la captación de
plusvalor (socialmente producido) a través de mecanismos financieros. Sobre
esta profunda transformación de la acumulación capitalista se forma también una
nueva práctica política: la governance
neoliberal. Con ella las élites capitalistas pretenden, por un lado, destruir
el Welfare State de la clase obrera industrial, que consideran hoy un cuerpo
extraño, el residuo de un soviet en su propia casa; por otro, el capital
intenta organizar la explotación de la sociedad entera, sometiendo a su dominio
la vida de las personas y quiere, en cuanto “biopoder” dominar todo movimiento
bipolítico. Así, a través de sucesivas crisis fiscales se destruyen las
relaciones de fuerza entre las clases sociales que todavía caracterizaban la
sociedad fordista, atacando el relativo progreso económico y las estructuras
constitucionales que dentro de cada estado-nación europeo habían garantizado,
tras la segunda guerra mundial, la paz social y un cierto reformismo político.
En estas condiciones de crisis, la unidad europea –cuyo ideal y cuyas primeras
concretizaciones habían propiciado bienestar y cierto equilibrio continental– no
solo es atacada violentamente sino que está completamente sobredeterminada por
una voluntad de poder capitalista reorganizada a nivel global, que no soporta
ya las resistencias que todavía se organizan en los antiguos Estados soberanos.
5.
Es oportuno reconocer que la resistencia no puede darse sino a nivel global,
mundial. Y es aquí, ahora, que la paz está en peligro. El interés capitalista
busca impedir el flujo de iniciativas subversivas para, de algún modo, lograr
extender sus grandes espacios geográficos continentales. El interés de los
oprimidos es a su vez el de organizar resistencias y antagonismos a nivel
global. La súbita derrota de los EE.UU. en América Latina se ha revelado
importante pero no decisiva. En Asia y en Extremo Oriente las tensiones
sociales y políticas, parecen por el momento contenidas dentro de los enormes
retrasos del desarrollo y de los equilibrios económicos. África está todavía en
los inicios de una nueva gran pugna que, por la explotación de sus territorios,
pronto se abrirá, aun no se sabe cuándo. En cambio, la gran zona en crisis es
la que va del Atlántico a los países árabes cruzando el Mediterráneo: aquí es
donde la paz está en peligro. Y es aquí donde la especificidad de la cultura y
el desarrollo europeos ha entrado en una crisis probablemente definitiva. La
sucesión de los esfuerzos y las derrotas militares en las guerras globales, la
extinción inútil de las proclamas a la Cruzada, que tanto han resonado en los
años 90 y después, han mostrado simplemente la miseria y la impotencia de las
políticas puestas en juego por la clase política capitalista euro-americano.
Solo una radical transformación de las élites, solo la generalización y la
adhesión al proyecto de unidad europea de las multitudes permitiría modificar
esta situación, y quizá dar a las clases trabajadoras europeas la posibilidad
de renovar un proyecto socialista potente –en Europa donde nació el socialismo.
Hasta ahora no ha tenido éxito: todo movimiento ha sido sofocado por el
capital. Pero, en estos últimos años, las nuevas generaciones han empezado a
moverse, a luchar contra las nuevas formas de miseria, de precariedad, de
pobreza a las que han sido sometidas. Indignadas, las nuevas generaciones se
levantan, practicando nuevas figuras de insubordinación y de lucha. Esta vez el
joven Hércules puede acabar con la serpiente.
6.
Relanzando el proyecto europeo por parte de la izquierda, insistimos en el
hecho de que para mantener la paz es necesario de nuevo crear y asegurar el
bienestar. Nos preguntamos si el capital puede todavía hacerlo. La respuesta no
puede ser sino negativa. Efectivamente al emprendedor lo ha sustituido
actualmente el capitalista financiero, al beneficio la renta, a la fábrica la
banca: funciones y comportamientos parasitarios se multiplican. Las crisis se
suceden porque no hay ya medida alguna de valorización y porque, en
consecuencia, la especulación se convierte en la única forma de acumulación.
Pero si el capitalista es hoy ajeno a la organización de la sociedad, si ha
perdido la dignidad consistente en organizar el trabajo, en anticipar el
capital constante y hacer inteligentes a los mercados bajo su comando –¿cómo
podrá ya crear y garantizar bienestar y progreso? Nos parece que esta síntesis
de bienestar y progreso solo puede ser construida actualmente por la “nueva”
fuerza de trabajo, por aquella fuerza de trabajo que, en tanto cognitiva, puede
autónomamente tomar en sus manos la producción misma. La que trabaja a través
de lenguajes, conocimientos, afectos –la que produce poniendo en común el saber
y agregando elementos singulares de comunicación. Así produce hoy la
excedencia, la riqueza, que se llamaba plusvalor. Mas preguntémonos: ¿no se
llamará ya más verosímilmente “común”, este producir “juntos” conocimientos,
códigos, informaciones, afectos? Cuando hablamos de “común” no se habla
efectivamente solo de aquella riqueza ya disponible en la naturaleza (como el
aire, el agua, los frutos de la tierra y todos los otros dones de la propia
naturaleza) sino que hablamos especialmente de las nuevas formas de producción
de riqueza, de la actual composición social y política de las fuerzas
inmateriales del trabajo y de la potencia viva de la subjetividad. Es a esta
potencia a la que el capital trata hoy de aplicar su instinto vampírico. A las
potencias de lo común, sin las cuales no es posible la riqueza en nuestra
época.
7.
¿Qué puede significar hoy construir un soviet,
es decir, llevar la lucha, la fuerza subversiva, la multitud, lo “común” dentro
(y contra) la nueva realidad y las nuevas organizaciones totalitarias de dinero
y de las finanzas? Para responder a esta cuestión es necesario tener presente
que el capital no es un Moloch, sino una “relación de fuerza” entre quien
comanda y quien resiste, entre quien explota y quien produce. La multitud no es
simplemente explotada, ella propone a nivel social su autonomía y su
resistencia. Sobre esta relación se determina la crisis, es decir, el
debilitamiento y/o la ruptura de la relación capitalista. La crisis actual se
debe a la necesidad capitalista por impedir que la presión sobre la renta rompa
las relaciones de dominio, para mantener el orden, primero multiplicando sin medida
la cantidad de dinero para gastar con el único propósito de tener contentos a
los proletarios del conocimiento, luego (una vez que la situación empeore y la
competencia sea insoportable) reclamándoles la restitución de lo que habían
conseguido, exigiéndoles “pagar la deuda” –bajo la amenaza de la miseria y la
vergüenza. Se puede reconocer aquí que la financiarización no es una desviación
improductiva y parasitaria de cuotas crecientes de plusvalor y ahorro
colectivo, sino que es la forma misma de la acumulación, es decir de la
explotación, operada por el capital en el interior de los nuevos procesos de
producción cognitiva y social del valor. Es sobre este terreno que los costes
de la reproducción de la fuerza de trabajo, del trabajo necesario (es decir, de
su instrucción, de sus formas de vida, de la nueva organización social) y,
naturalmente también, las luchas obreras, han hecho fracasar la acumulación de
capital y por tanto la ruptura de la relación de la explotación a nivel social.
Esto ha ocurrido porque las condiciones de valorización del trabajo sobre la
base cognitiva y biopolítica son hoy, como decimos, “comunes” mientras que la
acumulación no solo es “privada” sino que se basa en tecnologías y políticas
administrativas que, al no conseguir destruir la “potencia común” de la
producción, la esclavizan –haciendo caso omiso de sus derechos y su poder.
¿Cómo se sale de una crisis de este tipo? Solo a través de una revolución
social. Cualquier New Deal que se proponga solo puede consistir en construir
nuevos derechos de “propiedad social” de los “bienes comunes”. Un derecho que
evidentemente se contrapone al derecho de la propiedad privada y a sus
garantías públicas. En otras palabras, si hasta hoy el acceso a un “bien común”
ha tomado la forma de “débito privado”, de hoy en adelante es legítimo
reivindicar el mismo derecho en forma de “renta social”, de lo “común”.
Reconocer estos derechos comunes es la única vía para salir de la crisis. Para
reconstruir –a través del trabajo de la toda la sociedad– el progreso y, por
tanto, la esperanza de paz. La revolución en Europa es el paso necesario para
afirmar la hegemonía de lo común y construir la unidad del país más bello y más
inteligente que la historia humana ha conocido.
*
Conferencia impartida en la Universidad de Oxford, Museo Ashmolean, el 12 de
mayo de 2012.
Fuente:
Uninomade
Traducción:
Nemoniente
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