|
© Pablo Gallo |
Este es el
punto en que la izquierda no debe “ceder”: debe preservar las huellas de todos
los traumas, sueños y catástrofes históricas que la ideología del “fin de la
historia” preferiría olvidar; debe convertirse a sí mismo en un monumento vivo
de modo que, mientras esté la izquierda, estos traumas sigan marcados. Esta
actitud, lejos de confinar a la izquierda en un enamoramiento nostálgico del
pasado es la única posible para tomar distancia sobre el presente, una
distancia que nos permita discernir los signos de lo nuevo.
Slavoj Žižek
Žižek es hoy
un filósofo, analista de la cultura y teórico de la izquierda que da lugar a
múltiples controversias, que van desde la fascinación hasta el desprecio. Como
es un autor que he trabajado a fondo los últimos años y he sido uno de sus
divulgadores en este país me gustaría plantear una reflexión crítica basada en
el matiz.
Zižek es un filósofo esloveno que escribe básicamente en
inglés (a veces en francés) y que ha sido traducido al castellano, japonés,
coreano, portugués y alemán, entre otras lenguas. Su discurso es claramente
interdisciplinario, pero yo lo definiría como filosófico, sobre todo en el
sentido que definió Foucault: alguien capaz de hacer una ontología del presente
y cuya obra abre unos horizontes teóricos nuevos para entender lo que somos en
la actualidad. Pertenece a lo que podríamos caracterizar como el grupo de
pensadores del Este que vivió desde dentro la caída del socialismo real y la
transición al capitalismo liberal. Su contexto social es especialmente trágico:
el desmembramiento de Yugoslavia y las terribles guerras balcánicas que lo
siguieron. Forma parte de una generación de jóvenes y brillantes intelectuales,
marginados por el régimen y que estuvieron muy comprometidos en los movimientos
políticos que defendieron la libertad desde una posición de izquierda
democrática. Fue uno de los puntales de la revista teórica de la oposición
durante la dictadura y en el intenso período de la transición tuvo un papel muy
activo, hasta el punto de presentarse como candidato a la Presidencia de
Eslovenia, como representante de una amplia coalición de izquierdas.
Žižek nació el 21 de marzo de 1949 en Ljubiana, (entonces
Yugoslavia, hoy Eslovenia). Tuvo una formación filosófica brillante y se
especializó en idealismo alemán, especialmente en Schelling y Hegel. En los
cursos anuales de 1982-3 y 1985-6 viaja como visitante de la Universidad de
París VIII y participa en los seminarios de psicoanálisis que imparte
Jacques-Alain Miller. Miller es un antiguo discípulo de Althusser y líder
maoísta del 68, que en los años setenta queda absolutamente fascinado por la
obra de Lacan y acaba convirtiéndose en su heredero oficial. A partir de esta
experiencia, Žižek empieza a trabajar con rigor y entusiasmo los textos de
Lacan. Žižek, siguiendo el modelo lacaniano del nudo borromeo (que son tres
círculos unidos entre sí, en los que si e suelta uno se deshacen los otros dos)
nos muestra sus referentes teóricos. Uno es Hegel, otro es Lacan y el tercero
es la teoría marxista de la ideología. Pero uno de los círculos, nos dice, es
el que se corresponde a Lacan e ilumina a los otros dos.
La actividad investigadora de
Žižek se ha orientado también hacia la sociología, tanto en el Instituto de
Ciencias Sociales de Ljubiana como en la Escuela de Investigación Social de
Nueva York. Ha participado en intensos debates en la Universidad de Essex (Gran
Bretaña), dirigido por Ernesto Laclau, un brillante e innovador teórico de la
nueva izquierda.
Ha sido visitante,
innumerables veces, del Departamento de Literatura Comparada de Minnesota y
otras universidades americanas. Forma parte del Consejo Directivo del Kulturwissenchaftliches
Institut d’Essen (Alemania). Últimamente está muy presente en Argentina.
Las publicaciones de Žižek son
amplias y variadas. En este momento disponemos de una bibliografía muy extensa
traducida al español. La razón es el prestigio con que cuenta en estos momentos
en la población ilustrada de Argentina y de México. La mayoría de sus escritos
están publicados por las editoriales argentinas de Paidós y, puntualmente, de
Nueva Visión y por la mexicana de Siglo XXI. La única editorial española que se
ha arriesgado es Pre-textos.
Podemos iniciar nuestro
recorrido por su manera de presentarse. Aunque celebro su sentido del humor,
quizá se complace demasiado en los aplausos de la galería, estos círculos de
incondicionales a los que divierte con su ironía. Si se define como un estalinista
lacaniano ortodoxo, dogmático y poco amigo del diálogo me gustaría saber qué
quiere decir exactamente, ya que necesitamos alternativas consistentes y no
juegos de palabras para provocar a los bien pensantes. Precisamente si él
plantea que el estalinismo es el auténtico trauma que la izquierda debe asumir,
¿a que juega exactamente al llamarse estalinista? Hay también en Žižek un
dogmatismo con respecto a Lacan que es incompatible con su propuesta de
aprender a vivir sin maestros. A pesar de todo, mi propuesta es clara: sí hay
que tomarse en serio a Žižek, ya que sigue siendo uno de los filósofos vivos
más interesantes y aprovechables para la teoría política radical de la
izquierda. De lo que se trata es de recuperarlo de forma crítica, saliendo de
la dinámica habitual del consumo ideológico del usar y tirar, que consiste en
dejarse fascinar por un pensador para luego desecharlo.
Entraré ahora en lo que me
parecen sus mejores aportaciones en el campo de la filosofía y la política.
La filosofía
La filosofía tiene para Žižek
un papel claramente desestabilizador. En este sentido reivindica el papel de
Sócrates como cuestionador de la ideología, es decir de las creencias
establecidas como supuestos saberes en su época. Lo que hace Sócrates no es
ocupar el lugar del Otro, el del poseedor de la Verdad, sino enfrentarse a él
con la incoherencia de su posición, que no es coyuntural, sino estructural, ya
que es consustancial a la propia razón, al Logos. Éste, como todo el Orden
Simbólico, tiene una rendija, un agujero, ya que, como decía Lacan, el ‘Gran
Otro’ (sea la Razón, la Historia, Dios o el Partido) no existe. El Otro,
siguiendo el lenguaje lacaniano, está cerrado, dividido, no está cumplido,
tiene una carencia. La ideología es la gran fantasía social que nos lleva a
creer en la existencia de éste Gran Otro desde el cual fundamentamos las cosas
y todo adquiere un sentido.
Žižek quiere mostrar, en
contra de Descartes y siguiendo a Lacan, que la locura es un producto de la
propia razón, no su antagónico. La filosofía tiene dos opciones: la de sostener
la locura de vivir sin garantías y sostenerse uno mismo o la de querer
constituirse en este Gran Otro, como si fuera el metalenguaje justificador del
discurso del conocimiento y de la moral. A partir de ahí podemos encontrar la
similitud, dice Žižek, entre la posición del filósofo y la del psicoanalista,
que es la de llevar/traer a los otros a enfrentarse con la imposibilidad de
apoyarse en uno Gran Otro que no existe. La filosofía no tiene que pretender ni
una fundamentación/cimentación filosófica del psicoanálisis ni el psicoanálisis
tiene que explicar la filosofía como una ilusión paranoica. Lo que tiene que
evitar tanto al filósofo como al psicoanalista es ocupar el lugar del Padre,
como si fuera el Gran Otro que nos guía y da consejos a su interlocutor. Ésta
es la demanda del neurótico en la que no se tiene que ceder, porque lo que se
tiene que aceptar es que no existe el Gran Otro, ya que éste supuesto Otro
también está en falta, también está dividido. Lo que tiene que hacer el
analista es enfrentar al analizado al hecho de que el Gran Otro no existe,
igual que el filósofo pone de manifiesto que no hay un maestro-tutor, que cada
uno tiene que pensar por sí mismo (sapere aude, decía Kant). Fijémonos
que lo que criticaba Lacan era el revisionismo psicoanalítico que quería hacer
del psicoanalista un consejero espiritual. ¿No es significativo que
precisamente ahora desde USA se nos quiera importar esta figura del filósofo
como guía espiritual o personal?
Por lo tanto, la locura que
reivindica de la filosofía es la que comporta vivir aceptando que el Otro
fundamentador no existe. Lo que sabemos lo asumimos subjetivamente sin
garantías, pero apostando radicalmente por lo que escogemos. La filosofía es
aceptar que no tenemos un hogar al cual acogernos. La filosofía es una posición
imposible, desplazada desde cualquier identidad comunitaria, ya que sale de
entre los intersticios de las diferentes comunidades, en el frágil espacio de
intercambio y circulación entre ellos, que es un espacio que no tiene una
identidad positiva. Sin embargo eso no significa caer en el relativismo; Žižek
no defenderá nunca una postura posmoderna que ahoga/niega al sujeto y
deconstruye cualquier opción para caer en un escepticismo nihilista. Más bien Žižek
se rebela contra esta posición, que para él esconde la cobardía de no asumir
los propios actos hasta las últimas consecuencias. La falta del Gran Otro no
significa que todas las posiciones son igualmente verdaderas o buenas, sino que
hay que posicionarse sin más garantías que las que uno se da a sí mismo y, hace
falta, buscar la posición que es portadora de la verdad de cada situación y
asumir la responsabilidad ética ante los actos que realizamos. Pero este inicio
socrático-platónico de la filosofía no nos tiene que hacer creer que el camino
de la filosofía es el del diálogo. El diálogo filosófico le parece una ficción,
como lo son los propios diálogos platónicos, que no son otra cosa que una
escenificación por desarrollar las intuiciones básicas de Sócrates-Platón.
Žižek dirá, de forma
provocadora, que él mismo, como filósofo consecuente, es esencialmente
dogmático. Como buen lacaniano Žižek reivindicará también a Descartes como
aquél que obra el espacio del sujeto, condición única que hace posible la
ciencia, la filosofía moderna y también el psicoanálisis. En la introducción de
uno de sus libros más paradigmáticos, El espinoso sujeto (1999), dice
que reivindica el sujeto cartesiano y que lo hace en un sentido muy preciso.
Žižek permanece fiel a Lacan cuando plantea que es Descartes con su cogito
quien hace posible tanto la ciencia moderna como el psicoanálisis. Pero también
que los grandes errores de Descartes son, en primer lugar, considerar que el
sujeto es una sustancia y, en segundo, su oposición entre razón y locura. Žižek
afirma la subjetividad cartesiana en contra de todos los que la critican, desde
el organicismo del estructuralismo hasta el posmodernismo deconstructivista,
pasando por el cognitivismo y la New Age. Se tiene que mantener la apuesta de
Lacan de mantener la subjetividad como lo que posibilita pensar la condición
humana moderna y también defender lo que cada uno tiene de más propio. Pero no
como un sí mismo transparente sino como su contrario: su núcleo excedente y no
reconocido. La razón tiene una parte de locura, que es justamente la
imaginación desbocada y destructiva, ante la cual se repliega Kant y la cual ya
fue puesta de manifiesto por Schelling o el mismo Hegel. Pero la clave de la
función de la filosofía la encontramos en Kant, a quién de alguna manera Žižek
considera el fundador de la filosofía y lo que da sentido retrospectivo a toda
la filosofía anterior considerada. Kant es el que entiende que el sujeto está
descentrado, es decir, cerrado, estructuralmente dividido. El concepto central
es el de objeto trascendental, que es al mismo tiempo el yo y su externalidad.
La pregunta es, entonces, radical: ¿Por qué el yo aparece enfrentándose a sí
mismo como objeto? ¿Por qué el yo proyecta su sombra fuera de sí? Aquí se
muestra desde el campo de la filosofía lo que elaborará posteriormente Freud
desde el campo de la clínica: la escisión del yo. Para Žižek, Kant es capaz de
descubrir esta gran verdad al negar la intuición intelectual, es decir, al
negar que el sujeto pueda ver la Cosa en sí.
La pregunta básica y radical
de la filosofía es, y continúa siendo, kantiana: ¿Cuáles son los elementos
"a priori" a partir de los cuales configuramos el mundo?
Žižek está también muy
influenciado por el idealismo alemán. De hecho, trabajó tanto la obra de
Schelling –de una manera a la vez original y rigurosa– cómo la de Hegel. De
ambos extrae una noción que le resultará muy productiva: la de negatividad
radical del sujeto como locura constitutiva del ser humano.
La última gran referencia
filosófica de Žižek es, sin embargo, la de Marx. Aquí hay toda una travesía que
va desde la gris formación pseudomarxista que le transmitió de forma doctrinaria
la ideología del socialismo real, pasando por/para las lecturas althusserianas
o lacanianas de Marx, hasta la lectura directa y fresca que hará Žižek del
propio Marx.
Pero Žižek considera que el
auténtico filósofo no tiene que ser, como se ha dicho antes, dialogante; lo que
hace es elaborar durante toda su obra dos o tres intuiciones fundamentales que
son capaces de abrir el horizonte de nuestro pensar. La comunidad filosófica no
es dialogante, aunque es cierto y puede ser interesante que un filósofo
converse con otro, nunca olvida la propia lógica, que es la que permite la
fidelidad a estas ideas propias que son su aportación creativa a la historia
del pensamiento.
Es Lacan quien tiene el mérito
de dar al psicoanálisis una dimensión única para la filosofía, en la medida que
intenta explicar cómo el sujeto se constituye a sí mismo y a su mundo. Y desde
esta pregunta se encuentra con el psicoanálisis lacaniano, del cual saca un
material muy valioso. De hecho, es sin duda el pensamiento lacaniano lo que
ilumina toda la obra de Žižek.
Žižek polemiza con todos
aquellos que en algún momento lo han influenciado pero que posteriormente ha
superado. Es el caso de Heidegger y del llamado pensamiento estructuralista o
pos-estructuralista francés (Althusser, Derrida, Foucault, Deleuze). En el
primer capítulo del largo y denso libro El espinoso sujeto, titulado “La
noche del mundo”, Žižek ajustará cuentas con Heidegger, sobre el cual piensa
que cae en la misma trampa que criticaba a Kant: la de retroceder ante la subjetividad
radical anunciada por la imaginación trascendental. Pero si bien Kant lo hace
replegándose en la metafísica, Heidegger lo lleva a cabo replegándose en la
historia del ser. Pero Lacan es la excepción, su palabra sí es indiscutible.
Žižek también polemiza con
muchos autores actuales. Critica los planteamientos de lo que él llama el
universalismo capitalista de Richard Rorty (con su propuesta de unas reglas
formales transformadas en ley universal para salvaguardar el espacio privado de
la autocreación personal) o los de John Rawls, al considerar a los humanos como
sujetos racionales que formalizan un contrato social en función de sus
supuestos intereses racionales. Considera que este planteamiento es una ficción
porque ignora el papel de la fantasía como construcción simbólico-imaginaria
que nos configura desde el deseo y también porque niega la parte irracional que
viene dada por cualquier ley, que lleva siempre un disfrute escondido, un resto
patológico que lo impregna.
Entrará asimismo en debate público
con otros filósofos contemporáneo, también influenciados por Lacan, como
Ernesto Laclau y Judith Butler (en el libro Contingencia, hegemonía,
universalidad) o Alain Badiou (El espinoso sujeto). Acepta
influencias no sólo de algunos que se encuentran en una órbita teórica afín,
como Giorgio Agamben, sino también de otros como Bernard Williams, que forma
parte de una tradición tan ajena a la suya (la filosofía analítica).
La crítica al capitalismo
El capitalismo sustituye el
fetichismo de las personas por el de las mercancías. Por fetichismo de las
personas entiende Žižek el dar un valor libidinal a una persona en función de
la representación que cada cual tiene a partir de su lugar en la jerarquía social.
Es una identificación simbólica que establece el Discurso del Amo, que es el
que coloca a cada cual en el papel que le corresponde. Pero el capitalismo,
como ya apuntó Marx, destruye todas las relaciones tradicionales (familiares,
vecinales, amistosas) para establecer una única relación, que es económica.
Siguiendo este análisis, Žižek concluye que se está convirtiendo en una
máquina simbólica sin raíces. El horror a este vacío es el que abre paso a
todo tipo de identificaciones imaginarias, ya que los lazos orgánicos entre los
humanos que crean la comunidad son progresivamente eliminados. La más
importante es la del nacionalismo, que aparece como un resto patológico de los
lazos simbólicos tradicionales en la modernidad. Si la democracia moderna habla
de un sujeto sin atributos (en el sentido de que no hay nada que nos diferencie
del otro en esta igualdad formal de derechos), este sujeto busca identidades
imaginarias con las que identificarse, una de las cuales sería la nación. Esta
pasa a ser entonces una comunidad imaginaria que proporciona una identificación
patológica y actúa como un fetiche que oculta los antagonismos sociales básicos
(la lucha de clases) y a la desintegración de los lazos tradicionales. Las
luchas se entienden entonces como luchas por la identidad y éstas cubren y
ocultan el antagonismo social fundamental, que es el conflicto entre clases
sociales. El fascismo y el populismo no son más que fantasías autoritarias que
nos muestran la ilusión imposible de mantener el Discurso del Amo en el
tardocapitalismo. Intentan restablecer la fantasía de la comunidad y del orden,
pero no hay comunidad ni orden posible. El capitalismo tardío evita las
identificaciones excesivas, pero entonces éstas aparecen como síntoma
(fanatismo). Pero su cinismo deja intacta la fantasía paranoica, que se
manifiesta en forma de síntoma. El universalismo del capital se complementa con
el fundamentalismo irracional. Se legitima la segregación en nombre del
multiculturalismo.
La lógica implacable del
capitalismo acaba destruyendo todos los lazos tradicionales y este Otro que es
el Amo, el Padre, el Maestro. La ideología del tardocapitalismo globalizador ya
no es la del Discurso del Amo, sino la del Discurso universitario de la
tecnociencia. Éste ya no se presenta como tal, sino como un gestor, un poder
anónimo. Este discurso integrará además la transgresión como parte del juego
establecido, en una dinámica en que cada vez la transgresión (estética, sexual,
estilo de vida) se convierte en la norma. El superyó no dice entonces
“Prohibido” sino “¡Disfruta!”.
La biopolítica es, entonces,
la administración de la vida de los individuos, manipulados para
proporcionarles una vida agradable en un mercado que puede ofrecerles todo tipo
de satisfacciones para sus demandas. Pero se los va vaciando de su condición de
sujetos del deseo para convertirlos en objetos pasivos (clientes) de un sistema
que los manipula para gestionarles una vida sana. También los convierte
veladamente en individuos despojados de su condición real de ciudadanos
responsables. La ideología política hegemónica es, entonces, la
liberaldemocrática de la tolerancia, la corrección política y el
multiculturalismo. Es el relativismo del todo vale que tiene la función
de neutralizar cualquier acto transformador y que utiliza el término totalitarismo
para criminalizar cualquier planteamiento revolucionario. Esto lleva a
afirmar a Žižek que, paradójicamente, la ideología que mejor representa los
intereses globales del capitalismo es la de la pseudoizquierda liberal (el paradigma
fue la Tercera Vía de Tony Blair y hoy es Obama y Zapatero). Las opciones
claras de la derecha pura y dura, como la de Bush, representaban más a sectores
particulares del Gran Capital (el de USA) y eran menos eficientes para mantener
la lógica y el equilibrio del sistema. La función de los populismos de la
extrema derecha es la de hacer de complemento ideológico del liberalismo, ya
que éste los demoniza para aparecer como representante de la democracia,
mientras absorbe de manera “civilizada” lo que ellos proponen de forma salvaje
(por ejemplo: el control de la inmigración).
El capitalismo siempre está en
crisis pero tiene una enorme capacidad de regeneración y puede convertir
cualquier catástrofe en una nueva fuente de inversión; pero, como decía Marx,
lo que puede acabar con el capitalismo es también el propio capitalismo, es
decir, sus contradicciones internas, algunas de las cuales son específicas de
este tardocapitalismo globalizador que nos ha tocado vivir. Esta implosión se
da en varios frentes: el principal es la paradoja de que el propio desarrollo
del capitalismo vuelve obsoleta la noción de propiedad privada, ya que el poder
depende en gran parte de la información, que ya no está regulada como propiedad
privada. Otro es que la irracionalidad propia del sistema capitalista llega a
un límite difícilmente sostenible. La bolsa, por ejemplo, se está volviendo tan
virtual que lo que determina su valor ya no son las expectativas, sino las
expectativas de las expectativas. Las grandes corporaciones, en tercer lugar,
no basan su fuerza en un mayor desarrollo tecnológico, sino en su bloqueo, pues
lo que hacen es comprar empresas pequeñas para neutralizarlas y que no puedan
investigar.
Pero hoy, podríamos añadir, la
progresiva influencia del Tea Party en el país que aún sigue siendo hegemónico,
USA, sugiere que volvemos a las fantasías comunitaristas y autoritarias para
cohesionar a una población que sufre los efectos devastadores del capitalismo
salvaje. Lo mismo pasa en Israel y avanza en otros lugares de Europa.
Paralelamente, otros sectores del gran capital, como plantea el propio Žižek,
juegan a lo que él llama el capitalismo cultural, que quiere decir invertir en
buenas obras, en buenas causas. Son la cara y la cruz de una misma ideología
hegemónica, que es la de plantear que el capitalismo es el único horizonte
posible.
La crítica a la izquierda
La izquierda, plantea Žižek,
vive una de las peores crisis de su historia. Una de las causas es su
incapacidad para enfrentarse a su propio trauma, que es el estalinismo. La
izquierda no tiene una teoría de lo que fue el estalinismo, prefiere correr un
tupido velo y esto la lleva a veces a utilizar el lenguaje de la derecha
liberal para explicarlo. Hay en el estalinismo, dice Žižek, algo enigmático y
desconocido. El estalinismo tiene algo de verdad, la de la Revolución de
Octubre. Es un discurso perverso, a través del cual habla el Gran Otro de la
Historia. Nos convertimos en el objeto de goce de este Gran Otro, en su
instrumento. Hay también un retorno de lo reprimido, que es la muerte de la
Revolución de Octubre. Lo reprimido vuelve contra todo el mundo. Aquí no hay
chivo expiatorio, todos son culpables y cualquiera puede ser eliminado. Es
totalmente diferente que el nazismo, que es un discurso paranoico, centrado en
la figura del chivo expiatorio, en la violencia irracional desencadenada contra
él. El estalinismo no contiene lo que el nazismo tiene de simulacro, de
mentira, de espectáculo.
La primera opción que critica
es, por supuesto, la de la izquierda liberal, la de la Tercera vía, que viene a
ser una alternativa de gestión del tardocapitalismo globalizador. Žižek le
reconoce una coherencia al plantear un capitalismo con rostro humano y defender
mejoras dentro del propio sistema. Pero la paradoja, como hemos dicho antes, es
que al someterse a las reglas del capitalismo universalista sin defender los
intereses de ningún grupo en particular, puede convertirse en el mejor gestor
del sistema, puede defender su funcionamiento global mejor que la propia
derecha. En esta línea, Žižek critica la falsa consistencia de este
universalismo en nombre del cual Rawls plantea su teoría de la justicia o Rorty
sus reglas formales para salvaguardar el espacio privado de la autocreación
individual. No hay individuos racionales que actúan en función de sus intereses
racionales como base del contrato social. Porque estos individuos racionales,
no mediados ni por el deseo ni por la fantasía, no existen. Tampoco pueden
existir estas reglas formales que se convierten en ley universal (Rorty). Todas
las reglas, cualquier ley, está impregnada de goce, que es el alimento del
superyó. El deber es una obscenidad, no hay ley universal que no sea
patológica.
La segunda opción es la
marxista-leninista dogmática (muy bien representada en el trotskismo), que
mantiene un viejo discurso según el cual el proletariado aún tiene la
homogeneidad que ha perdido y el movimiento obrero mantiene una acción
revolucionaria reiteradamente traicionada por sus dirigentes. Sus análisis
ocultan su incapacidad de entender el presente y de ofrecer nuevas
alternativas, ya que se basa en análisis superados y en posiciones
históricamente derrotadas. Se convierte en una secta que mantiene una especie
de fetichismo de la clase obrera y su potencial revolucionario. Entraría en lo
que Lacan llamaba el narcisismo de la cosa perdida.
Por lo tanto, si nos ceñimos a
estas dos opciones de la izquierda, estamos en un callejón sin salida al tener
que elegir entre unos principios sin oportunidad o un oportunismo sin
principios. Žižek entra más a fondo en el análisis de las otras dos opciones
que se presentan como renovadoras de la izquierda. Una sería la propuesta que
plantea nuevas salidas a este impasse, la de Toni Negri y Michael Hart en el
libro Imperio. Estos autores consideran que en la fase actual del
capitalismo (que, según ellos, tiene por una parte un carácter corporativo y
por la otra está dominado por el trabajo inmaterial) se dan las condiciones
objetivas para una superación del capitalismo. Lo único que se necesitaría son
dos condiciones: la primera es socializar este capitalismo corporativo,
transformando en propiedad pública lo que es propiedad privada; y, la segunda
es consolidar este trabajo inmaterial, que implica en sí mismo un dominio
espontáneo de los productores, porque son ellos mismos quienes regulan
directamente estas relaciones sociales. Pero Žižek cuestiona que podamos
interpretar estas formas de trabajo inmaterial en un sentido autogestionario y
que este capitalismo que esos autores llaman corporativo signifique una
politización de la producción. Más bien entiende este doble proceso en un
sentido contrario, como despolitización total. Las reivindicaciones que exigen
Negri/Hart al Estado (renta básica, ciudadanía global, derecho a la
reapropiación intelectual) son una modalidad del discurso histérico, que pide
al Amo cosas imposibles de cumplir. Su última crítica se centra en el nuevo
sujeto político que nos plantean estos autores, el de la multitud. La multitud,
como nuevo sujeto revolucionario, la definen retóricamente como la
multiplicidad singular de un universal concreto, la carne de la vida, la pura
potencialidad de un conjunto amorfo que adquiere forma en la acción. Sería,
para entendernos, la gente que sale a la calle para manifestarse contra la
globalización o contra la Guerra de USA en Irak. Žižek señala que hay aquí una
idealización del término, que elimina la ambivalencia originaria de la
propuesta inspirada en Spinoza, que también señalaba el peligro de esta
multitud, que podía transformarse en una turba violenta e irracional unificada
por el Líder. Al eliminar esta vertiente negativa lo que señalan estos autores
es únicamente el aspecto que, por la diversidad de sus miembros, presenta la
multitud como resistencia colectiva flexible que presenta la multitud por la
diversidad de sus miembros. Resistencia colectiva que, nos advierte Žižek,
tampoco puede transformarse en un trabajo político en positivo por la
ambigüedad de propuesta que conlleva esta misma diversidad (como ejemplo de la
disolución de una multitud flexible recuerda su experiencia en la oposición
política al socialismo real). Žižek señala también las limitaciones del
movimiento antiglobalización. La acción directa como resistencia acaba haciendo
el juego al Sistema, porque no propone alternativas políticas. No podemos
tampoco entender la lucha de la izquierda como un conjunto de luchas parciales.
Es necesario plantear una alternativa global.
La cuarta postura es la que
Žižek denomina la política pura, representada por teóricos como Alain Badiou y
Ernesto Laclau. Su alternativa es la que ellos denominan la democracia radical,
cuya lógica se enfrenta necesariamente a la del capitalismo globalizador. Aquí
Žižek cuestiona la necesidad de mantener las reglas formales de la democracia,
que él considera parte de lo que llama la farsa liberal. ¿Por qué hay que
respetarlas, se pregunta? Estos autores plantean que es preciso mantener el
valor de la democracia, transformar al enemigo en adversario, es decir, no en
alguien a quien destruir, sino en oponente a quien mantener. Se trata de
compartir los principios ético-políticos de la democracia. La alternativa se
plantea en términos de política pura, con una exigencia incondicional de
igualdad, que como tal sería anticapitalista, porque entra en contradicción con
el sistema, pero no cuestiona su esfera básica, que es de la economía
capitalista. Es decir, que hay que criticar el capitalismo y su forma política,
que es la democracia liberal parlamentaria. No podemos considerar que esta
forma política, producto de un sistema socioeconómico, vaya a acabar con éste.
Hay que cuestionar
explícitamente la estructura económica del capitalismo, afirma Žižek, y la forma del capitalismo, que se basa en la
oposición entre clases clases sociales. Las luchas culturales eluden este
antagonismo principal y radical: la lucha de clases. Hay que volver a la
economía política en el sentido que reivindicaba Marx, en contra de quedarse en
la esfera exclusiva de la política o de la economía, recuperando la noción de economía
política. Hay que mantener la lucha socialista global contra el capitalismo
pero planteando la lucha en los términos de la etapa actual del capitalismo, la
del mercado global.
La política de la izquierda ha
de ser una política de la verdad. La verdad en política no es relativa, ya que
hay una verdad que es la de la víctima. Son las víctimas quienes introducen la
universalidad (los ciudadanos pobres de Atenas, de Francia, de Rusia…). Ésta es
la política de la verdad. Žižek plantea su defensa radical de la noción de
verdad en contra del planteamiento posmodernista de que todo son narraciones,
diferentes perspectivas de igual valor. Para Žižek siempre hay una perspectiva,
una posición que determina la mirada desde la que explicamos las cosas, que
implica una toma de partido. Lenin es el que muestra la verdad de la situación
inmediatamente anterior a la Gran Guerra cuando todos los partidos caen en un
discurso patriótico; los judíos son quienes muestran la verdad del holocausto
ante quienes quieren justificarla o distorsionarla. Los palestinos o los
saharauis muestran hoy la verdad de su exclusión.
La lucha de clases continúa
siendo la lucha central emancipatoria del sistema capitalista, aunque
evidentemente pensándola desde los cambios actuales. Las otras luchas parciales
tienen un papel secundario con respecto a este núcleo central. Lo que propone
últimamente el filósofo esloveno es reivindicar la noción de proletariado
(que siempre lucha por su propia abolición) frente a la de pueblo (que
es siempre una comunidad excluyente). El proletariado está hoy constituido,
sobre todo, por las clases marginales que van creciendo alrededor de las
metrópolis, los trabajadores precarios y los desempleados. Hay que considerar
también otras separaciones que se dan en el seno de la clase trabajadora, como
la de los trabajadores manuales y los trabajadores intelectuales (que tienen
acceso a la sociedad del conocimiento). También, por supuesto, el antagonismo
entre el Primer/Tercer Mundo, uno de cuyos paradigmas sería la distinción entre
USA/China, en la cual el segundo parece ser el Estado de la Clase Trabajadora
para el Capital Usamericano. En todo caso hay muchas cuestiones abiertas para
pensar que excluyen dos soluciones fáciles y falsas: la primera es la de
mantener como un fetiche a la clase obrera industrial y la segunda la de
eliminar de un plumazo la lucha de clases.
Hay que repensar la izquierda
asumiendo el trauma de lo insoportable de su propia historia. Žižek nos
advierte que aunque los viejos regímenes comunistas (cuya única supervivencia
es Cuba) tengan una realidad efectiva que puede ser peor, en ciertos aspectos,
que la del propio capitalismo, hay que reconocerles que han abierto un espacio
diferente que el que éste nos ofrece. Han abierto nuevas posibilidades, aunque
hayan resultado fallidas.
En contra de los posibilismos
estrechos de la izquierda liberal hay que recuperar el gesto de Lenin, que
consiste en defender que la alternativa de la izquierda pasa por plantear lo
que, según los parámetros establecidos por la ideología dominante, es imposible.
Hay que arriesgarse si queremos salir del marco de lo establecido.
De lo que se trata, plantea,
no es de oponerse a la globalización sino de radicalizarla, es decir,
universalizarla y, para ello, hay que luchar contra las exclusiones que
conlleva esta globalización capitalista. Universalizarla no es plantear la
hegemonía de una particularidad, como podría ser la europea. Es cierto que la
universalidad es necesariamente una hegemonía, pero ésta es diferente de las
otras, porque es la hegemonía de lo abyecto. Esto quiere decir que, mientras la
supuesta universalidad crea formas de segregación, son los excluidos quienes
muestran el fracaso de esta universalidad y, por lo tanto, los que representan
la posición de verdad de la universalidad. El ejemplo histórico es el Demos
griego, la voz de los excluidos que no formaban parte de las clases dominantes
y que introducen la universalidad de la ciudadanía en la Polis. O la del
Tercer Estado francés frente a las
jerarquías establecidas de la Nobleza y la Iglesia.
El capitalismo se presenta
como lo universal en cuanto a igualdad de derechos. Marx detecta la fisura del
capitalismo, ya que todo universal tiene una excepción que la niega. El obrero
niega la igualdad formal, la libertad formal que formula el capitalismo, ya que
su libertad es la que le encadena al capitalista, ya que él es simplemente una
mercancía. La mercancía es el síntoma del capitalismo, pues es la consecuencia
de lo que reprime. Lo que reprime es que niega la universalidad que proclama,
que es la relación amo/esclavo en la que se basa, la del capitalista y el
obrero. En contra de los nacionalismos hay que recuperar lo universal (lo que
nos une) y lo singular (lo propio de cada uno) cómo la mejor herencia de la
ilustración radical. La denuncia de lo privado que plantea Kant frente a lo
público pasa por considerar que lo primero es el punto de vista particular que
se opone a este universal a partir de lo singular. Lo privado es, entonces, el
narcisismo, ya sea el individualista o el de las pequeñas diferencias del cual
se nutren el nacionalismo y el fundamentalismo. Lo universal es la búsqueda de
lo común a partir de la singularidad de cada cual.
Valoración personal
Parece que está pasando la
moda de Žižek. El filósofo esloveno continua vivo y sigue escribiendo, aunque
su impacto y, quizá, su creatividad están decayendo. Sus propuestas políticas,
como la reivindicación del estalinismo, han sido poco afortunadas, porque la
izquierda no está para bromas. Una cosa es escandalizar a la izquierda académica
y otra estar por la auténtica labor de construir una izquierda alternativa.
Pero no hemos de olvidarlo, ya que sigue siendo uno de los filósofos vivos más
interesantes y aprovechables para la teoría política radical de la izquierda.
Quiero recuperar aquí, de manera algo dispersa, alguna de ellas.
En contra del posmodernismo
(con el que habitualmente se lo identifica) ha defendido que la verdad política
no es relativa, ya que hay una verdad, que es la de la víctima. Son las
víctimas quienes introducen la universalidad (los ciudadanos pobres de Atenas,
de Francia, de Rusia…). Ésta es la política de la verdad.
En contra de los posibilismos
estrechos de la izquierda liberal, hay que recuperar el gesto de Lenin, que
consiste en defender que la alternativa de la izquierda pasa por plantear lo
imposible según los parámetros establecidos por la ideología dominante. Hay que
arriesgarse si queremos salir del marco de lo establecido.
En contra del moralismo
renaciente, hay que recuperar la vieja concepción marxista de que la ética ha
de desembocar en la política.
En contra de lo que plantea
Hanna Arendt, no hay que considerar la banalidad del mal. Hay un goce perverso
que lo sostiene y no hay que infravalorarlo. Los rituales de poder de las
burocracias forman parte de esta economía del goce. Hay una parte obscena del
ser humano que se pone en marcha en el sadismo del torturador o del burócrata.
En contra de la corrección
política, hay que reivindicar la intolerancia para rebelarse contra la lógica
del capitalismo y sus maneras de justificarse.
En contra de los
planteamientos de un Marcuse o de un Reich, el capitalismo no se basa en la
represión ni en la familia, ya que puede manifestarse bajo el imperativo del
placer (como hoy sucede) y del individualismo más radical.
En contra de los
nacionalismos, hay que recuperar lo universal (lo que nos une) y lo singular
(lo propio de cada uno) cómo la mejor herencia de la ilustración radical. La
denuncia de lo privado que plantea Kant frente a lo público pasa por considerar
como lo privado este narcisismo de las pequeñas diferencias del que se nutre el
nacionalismo.
En contra del
multiculturalismo, que no deja de ser una mirada arrogante y paternalista que
nos distancia del Otro, hay que mantener el encuentro con el Otro, aunque sea fallido
y conflictivo.
A pesar de los diversos
antagonismos que existen en la sociedad actual no hay que perder de vista que
el antagonismo fundamental es el de la lucha de clases.
Éstos son algunos de los
puntos fuertes que Žižek ha desarrollado de manera brillante. No hay que
olvidar tampoco sus reflexiones más estrictamente filosóficas ni sus sugerentes
estudios de cine.
Aunque quizá lo más
interesante de Žižek, como dice Terry Eagleton, sea la manera cómo ha elaborado
el concepto lacaniano de lo real. Lo real es lo que se nos escapa, lo que no
puede ser simbolizado ni representado ni dicho ni imaginado y es quizá lo que
nos une a los humanos, sin que podamos decir nunca lo que es. La sexualidad, el
dolor, la muerte, sin ser lo real, tienen que ver en ello y es aquí donde el
encuentro entre los humanos, más allá de sus diferencias culturales, es
posible.
En todo caso, quede aquí mi
invitación a la lectura crítica de uno de los pensadores contemporáneos de
izquierda que me parecen más estimulantes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario