Isabel Balza
«Mas busca la vida ante todo su cuerpo, el despliegue
del cuerpo que ya alcanzó, el cuerpo indispensable. Y busca otro cuerpo
desconocido.»
María Zambrano,
Los Bienaventurados, 17
1. Una
(bio)política feminista desde Spinoza
En sus últimos
trabajos, Judith Butler [1] explora la posibilidad de un proyecto normativo crítico
con el que defiende la tradición liberal y aboga por una comunidad donde sea
posible el duelo y la responsabilidad hacia cualquier otro. La ontología que
Butler se propone construir piensa la corporalidad como un ámbito que permite
articular un nuevo modo de la comunidad política, invirtiendo así el paradigma
liberal al poner el acento sobre la materialidad y carnalidad de los sujetos,
aquello considerado «impersonal» por la tradición liberal.
Desde posturas
republicanas --o republicanistas--, Butler pretende articular una suerte de biopolítica
positiva que dé cuenta de las vidas de todos los sujetos. Frente a proyectos de
biopolíticas negativas o destructivas, en el sentido en el que las enuncia
Esposito (2007), creo que Butler se propone pensar y atrapar conceptualmente
aquello de la vida que se escapa al marco liberal de pensamiento. Para ello,
nos presenta un panorama de los dispositivos de la biopolítica negativa, que ya
había trazado antes en sus Cuerpos que importan, al analizar los
mecanismos de exclusión referidos a la sexuación y las sexualidades. Ahora se
fija en los marcos raciales y étnicos que juegan en las prácticas de
borramiento y rechazo de lo humano. Y entiende, al igual que Agamben y
Esposito, que éstos marcan dos esferas separadas de la vida, una vida humana –bíos−
y otra vida como mera condición biológica –zoé-- (Butler, 2006, 98).
Esposito
insiste en que una versión liberal de la ontología desecha un ámbito del ser humano
a lo informe, para acabar siendo destruido. También Butler va a incidir en esta
cuestión, y aunque reconozca la necesidad de una perspectiva liberal sobre la
autonomía del sujeto y la propiedad del cuerpo, encuentra que ello no es
suficiente. Está claro que Butler no quiere renunciar a las reivindicaciones
del derecho a la autodeterminación y la integridad corporal, que suponen una
perspectiva liberal de la autonomía del sujeto, pues ello ha permitido que las
luchas de las feministas, de gays y lesbianas o de los transexuales e intersexuales
hayan sido posibles. No obstante, encuentra que es urgente articular y defender
algún otro tipo de proyecto normativo.
Y para ello va
a fijarse en todo aquello, dice, que nos arranca de nosotros mismos y nos conduce
a un «afuera», un lugar que Butler quiere explorar para construir a partir de
ahí una nueva forma de comunidad política. Como vamos a ver, si la ontología
liberal da cuenta del bíos, de la forma de vida que en esta versión
política coincide con la definición legal de lo que somos, Butler cree urgente
recuperar para la palabra y el derecho lo que queda como una sombra informe (zoé)
en el esquema liberal, ese ámbito de la vida que nombra como deseo y
vulnerabilidad física.
Lo que nos
arranca de nosotros mismos es la corporalidad y materialidad que nos
constituye, y Butler concibe esa carnalidad humana como potencia que trasciende
al propio sujeto, aquello que lo libra de su soledad inmanente como ser
individual. Porque ahora es la corporalidad --y no ya el alma o el espíritu--
la que dota de trascendencia al ser humano. Butler pone el acento sobre la
materialidad y carnalidad de los sujetos, insistiendo en que es el cuerpo y no
ya el alma o la razón lo que de modo privilegiado permite vincularnos unos a
otros. De ahí que proclame «una insurrección a nivel ontológico» (Butler, 2006,
59).
El cuerpo nos
trasciende porque la vulnerabilidad física de nuestros seres carnales es la
condición universal de los sujetos, por lo que la tarea es la de inventar qué
modo de la política puede expresar esta vulnerabilidad. Esta precariedad es la
nota común de la vida humana, e incluso de la vida como tal, en tanto que nos
liga también con los animales no humanos (Butler, 2010, 30). Pero, además, la
vulnerabilidad es rasgo primero de los sujetos, siendo una condición del
despojo inicial y del desamparo. Por ello nos precede y, al ser cualidad
principal de la vida, es la condición de todo estar. Y lo que va a ser muy
importante a la hora de articular una comunidad: precede también a toda forma
de contrato político, puesto que no se elige estar en la precariedad (Butler,
2011, 34).
Este proyecto
de biopolítica afirmativa que Butler se propone planea sobre aquello que el
pensamiento liberal había desechado, sobre la mera vida primera, sobre la
propia materia informe que nos constituye. Y Butler denomina «vida precaria» a
ese lugar de la vulnerabilidad inicial [2].
Pero, para dar
sentido a lo Butler propone, habrá que indagar en las condiciones éticas y
ontológicas necesarias para articular tal modo de orden político. Quiero
plantear aquí que la política de la vida precaria que Butler persigue sólo
podrá ser articulada si la remitimos a un concepto de vida y de corporalidad
que recoja la tradición spinoziana. Ya Butler insinúa [3] que deberíamos volver
a repensar las categorías spinozianas para poder enunciar nuevos modos de la
política que asuman la vulnerabilidad corporal. Mas si atendemos a las críticas
que ha recibido el esquema butleriano de pensamiento, parece difícil conjugarlo
con esa impronta spinoziana.
Autoras como
Moira Gatens, Elizabeth Grosz, Susan James, Genevieve Lloyd, Rosi Braidotti,
Beth Lord o Hasana Sharp, entre otras, han llevado a cabo una interpretación de
la filosofía spinoziana en clave feminista, señalando la necesidad de
considerar la corporalidad desde los planteamientos de Spinoza. Por otra parte,
autoras que se enmarcan en lo que se denomina «Feminismo material», como son
Stacy Alaimo, Claire Colebrook, Karen Barad o Vicki Kirby, entre otras (Alaimo
y Hekman, 2008), también van a indagar en las raíces materialistas del
feminismo. Muchas de ellas se enfrentan al denominado feminismo de género (o
feminismo de la igualdad), y criticarán las posiciones teóricas de Butler, como
veremos.
¿A qué nos
referimos cuando enunciamos una biopolítica feminista? Con biopolítica feminista
me refiero a un modo de entender la ligazón entre la vida y su norma, o un modo
de articular la política que dé cuenta de aquellos aspectos de la vida que el
feminismo ha reivindicado siempre, como son la materialidad de los cuerpos y la
vulnerabilidad de los sujetos. Una biopolítica feminista abordará aquello
considerado impersonal por la ontología liberal, aquello desechado por no
considerarse propio del ámbito del sujeto, aquello que, más bien, roza lo
animal o que nos emparenta con lo animal.
Porque ha sido
el feminismo quien se ha ocupado de esos lugares precarios, de esos topos
vulnerables. Es el feminismo quien ha atendido a la corporalidad y
vulnerabilidad subjetivas. Quizá sea el momento de una alianza entre el
feminismo como teoría crítica, la ontología spinoziana y la mejor tradición
republicana ante los distintos ataques que sufren los derechos y los cuerpos de
las mujeres. Ante las distintas cruzadas moralistas que sustraen nuestra
libertad y nos condenan a la miseria. Es esta alianza entre el feminismo y
Spinoza lo que me interesa explorar.
2. Porque la ciudad
es de las damas
Cuando
releemos a Spinoza y lo interpretamos en clave feminista, lo primero que nos sorprende
es la exclusión de las mujeres de la política democrática, tal y como leemos en
los dos últimos parágrafos de su Tratado Político: «He dicho, además,
que, aparte de estar sometidos a las leyes del Estado, sean en lo demás
autónomos, a fin de excluir a las mujeres y a los siervos, que están bajo la
potestad de los varones y de los señores.» (Spinoza, 1986a, 222). La razón
principal que Spinoza despliega para expulsar a las mujeres de la polis es la desigualdad
natural entre los dos sexos, no teniendo las mujeres «por naturaleza, un
derecho igual al de los hombres, sino que, por necesidad, son inferiores a
ellos» (Spinoza, 1986a, 223). Entiende el filósofo que del hecho histórico de
que las mujeres no hayan participado en la vida política se sigue la necesidad
de que ello deba ser así por naturaleza.
No obstante,
creo, como defiende Beth Lord (2011, 1087), que la privación de la libertad de
las mujeres y su exclusión de la participación política por parte de Spinoza no
es debida a su naturaleza esencial, sino a sus circunstancias sociales e
históricas. Según esta interpretación, Spinoza erraría a la hora de llevar a
cabo el diagnóstico de las razones por las que las mujeres de hecho han estado
expulsadas del ámbito de la vida política, habiendo tomado como esencial o
natural aquello que sólo ha sido social e histórico. Su error se cifraría en haber
asumido como naturaleza lo que es historia. Pero lo importante es que para
Spinoza no hay razón que a priori obligue a prescindir de las mujeres en
la política democrática, si argumentamos que su subordinación ha estado
fundamentada en las leyes y no en la naturaleza humana [4], lo que desde una
perspectiva feminista está bien demostrado.
Para Moira
Gatens la exclusión de las mujeres de la participación política por parte de Spinoza
es una «cicatriz» en el cuerpo de su obra, que deforma su propia filosofía
(Gatens, 1996, 134). Esta cicatriz se expresa como una contradicción, ya que
Spinoza radica en la propia naturaleza de las mujeres su falta de independencia
y la limitación de su autonomía a la autoridad de los hombres. Y como recuerda
Gatens, este tipo de argumentario es extraño al corpus de Spinoza, ya que él
mismo carga en el Tratado teológico-político contra los estereotipos
raciales o nacionales, al afirmar que la naturaleza forma individuos, no
pueblos, y que las disposiciones y prejuicios que distinguen tipos de pueblos
son el resultado de las leyes y costumbres específicas, no de la naturaleza. Lo
curioso es que Spinoza defiende la exclusión de las mujeres basándose no en las
cualidades o predisposiciones de las propias mujeres, sino en las
predisposiciones de los hombres: es porque los hombres son sensibles a los
encantos femeninos que hay que expulsarlas de la vida política, ya que son la
causa de los celos que provocan en los hombres, lo que dificulta el buen
discurrir democrático [5]. Este argumento no sería de ningún modo admisible en
el contexto de la filosofía política spinoziana, ya que Spinoza defiende todo
tipo de pasiones para los hombres, lo que incluiría la lujuria y los celos que
las mujeres (supuestamente) les provocan.
Gatens
afirmará que es la limitación histórica de Spinoza la que le impide ver las
implicaciones de su propio pensamiento, y por ello defiende el desdén ante
estas afirmaciones excluyentes, abogando por disfrutar y aprovechar las partes
de su filosofía que sirvan a los propósitos feministas.
Pero, en todo
caso, no es éste el tema principal que quiero comentar. Porque más allá de las
interpretaciones que Spinoza haga del hecho de la subordinación de las mujeres
a lo largo de la historia, me importan las consecuencias que de su ontología
podemos extraer a la hora de articular una biopolítica feminista. En este sentido,
uno de los puntos en los que me apoyaré en este trabajo es la interpretación de
Hasana Sharp de la ontología spinoziana y su propuesta de una renaturalización
de la política.
3. Un
feminismo material o renaturalizado
Desde Moira
Gatens, pasando por Rosi Braidotti y llegando hasta Hasana Sharp, las autoras
que han interpretado a Spinoza en clave feminista coinciden en señalar algunos puntos
que son esenciales a la hora de pensar las implicaciones para las prácticas
políticas feministas de la filosofía spinoziana.
Así, tanto
Gatens, James y Lloyd, como Vacarezza, Larrauri, Braidotti, Grosz y Sharp, van
a insistir en señalar el nuevo esquema de pensamiento que ofrece la filosofía
spinoziana frente al modelo cartesiano. En primer lugar, frente al binarismo
cartesiano ahora tenemos un monismo que disgrega los dualismos como
mente-cuerpo, razón-pasión, naturaleza-cultura. La ruptura de los dualismos ha
sido fundamental para el feminismo y para su modo de pensar el sexo/género,
cuestión principal, por ejemplo, en el pensamiento de Butler.
Otro punto que
se reivindica para el feminismo desde la filosofía de Spinoza es el papel que
la corporalidad juega en su pensamiento, lo que permite también al feminismo pensar
las consecuencias que la materialidad tiene en el análisis de las opresiones.
La idea de que el cuerpo siempre se halla en un contexto social, en tanto que
se compone con otros cuerpos, ayuda al feminismo a examinar la opresión de las
mujeres desde esta perspectiva, ya que la libertad para Spinoza es una cuestión
colectiva y no individual, y ello, como afirman Gatens y Lloyd (James, Lloyd y
Gatens, 2000, 48), acerca a Spinoza a posturas republicanas, alejándolo del
Liberalismo.
Vacarezza
insiste en que esta visión no dicotómica ni mecánica de los cuerpos obliga a contextualizar
el modo en que éstos se componen y descomponen, porque la materialidad de los
cuerpos implica preguntar por sus condiciones históricas, por las categorías
que los piensan y categorizan. Ello hace que las relaciones de poder en que se
componen los cuerpos deban ser analizadas. Pero no se trata de modelos de
cuerpos formados mecánicamente, «la lectura de Spinoza más bien invita a pensar
en cuerpos singulares, productivos y creativos que no pueden ser mecánicamente
producidos ni definitivamente conocidos» (Vacarezza, 2010, 6). Es en el
siguiente apartado donde insistiré en esta cuestión.
Además, la
composición de los cuerpos implica reconocer tanto su potencia como su vulnerabilidad
[6]. Y lo que aquí me interesa destacar: la composición de los cuerpos hará
referencia a su trascendencia material, al mismo tiempo que a su
descentramiento subjetivo. Que un cuerpo vaya más allá de sí mismo --como hemos
visto que Butler nos propone—significa que es la corporalidad la que dota de trascendencia
al sujeto. Esto sólo puede ser concebido bajo el prisma de la filosofía de
Spinoza. Porque la propuesta de Butler se entenderá si la enmarcamos en un
pensamiento no humanista como el que defiende Hasana Sharp, refiriéndose al
feminismo antihumanista de Grosz y a su principal fuente de referencia,
Spinoza.
En la última
parte de este trabajo, que he llamado «lo impersonal también es político»,
examinaré el modo en que se conjuga la inmanencia spinoziana con la
trascendencia subjetiva (material) que aquí se reivindica.
Lo que ahora
quiero analizar son las consecuencias teóricas y políticas que para el
feminismo tiene el monismo spinoziano.
Frente a la
ontología dualista de la tradición filosófica europea, el pensamiento de
Spinoza proporciona las herramientas conceptuales necesarias para desarticular
los binarismos que el feminismo critica por ser fundamentadores de la opresión
de las mujeres y sustentadores de la ideología patriarcal. En efecto, el
esquema monista de Spinoza desarma los pares mente/cuerpo, razón/pasión o
naturaleza/cultura, entre otros. Al defender --y demostrar-- que el alma y el
cuerpo son modos de expresión de una única sustancia, abre el camino al
pensamiento para imaginar interpretaciones alternativas de la vida y la
política de los sujetos. Es por ello que autoras vinculadas con lo que se ha
venido en llamar «feminismo de la diferencia», como Gatens, Braidotti o Grosz,
conectan con esta tradición monista y reivindican a Spinoza para el feminismo.
Lo que estas
teóricas feministas van a subrayar es que la ontología spinoziana permite una
conceptualización de las diferencias que nunca las dicotomiza o polariza [7].
En efecto, para Spinoza cada individuo es una de las formas en que la
naturaleza se singulariza, porque no hay una regla fundamental de la que se
sigan las demás, ya que «cada cosa natural tiene por naturaleza tanto derecho
como poder para existir y para actuar» (Spinoza, 1986a, 85). De ahí que se
puedan pensar las diferencias de modo no oposicional ni jerárquico, lo que precisamente
es lo que el feminismo persigue.
Pero, además,
Spinoza es atractivo para el feminismo de la diferencia porque permite conceptualizar
la diferencia sexual y, por lo tanto, la diferencia de ser «mujer». Recordemos que
para este feminismo propio de la tradición europea, el papel que juega la
diferencia sexual en la construcción de la subjetividad humana es prioritario,
frente al papel secundario que le otorga a la sexuación y a la encarnación
humana lo que Braidotti engloba bajo el nombre de feminismo postestructuralista
estadounidense, donde se hallarían De Lauretis, Scott o la misma Butler
(Braidotti, 2005, 52). Braidotti insistirá en cómo Spinoza afirma la
multiplicidad de diferencias posibles, frente al binarismo hombre/mujer,
presentando la diferencia como positividad de las diferencias, y no como
diferencias jerarquizadas o negativizadas (Braidotti, 2005, 94). Braidotti
tiene claro que es desde Spinoza desde donde el feminismo podrá superar el
dualismo y reconectar la vida con el pensamiento. Es por eso que reivindica una
alianza entre el feminismo y el pensamiento nómada, proyecto en el que lleva
trabajando los últimos años.
En este
sentido, también desde el denominado «Feminismo material» (Alaimo y Hekman, 2008)
se critica al feminismo postestructuralista su mantenimiento de las dicotomías.
Este feminismo defiende una reconfiguración de la naturaleza y se halla muy
próximo a las propuestas del feminismo de la diferencia8. Desde planteamientos
monistas, el feminismo material aboga por un «giro material» en la teoría
feminista, pues se trata de tomarse en serio la materia, donde la naturaleza es
contemplada como fuerza y agente activo, más que como construcción social
pasiva. Lo que se critica es el llamado «giro lingüístico» del feminismo, cuyo
ejemplo paradigmático sería el que Butler representa. El punto central de la
crítica es que aunque el feminismo postestructuralista estadounidense (o
postmoderno, según lo denominan) defienda rechazar toda dicotomía, siga
manteniendo en sus premisas teóricas la dicotomía lenguaje/realidad (Alaimo y
Hekman, 2008, 2). Y una de sus consecuencias será la falta de materia, sobre
todo de materialidad corporal, que por ejemplo Butler presenta en sus
propuestas. Creo que para este giro material del feminismo, tan cercano a las
propuestas del feminismo que podemos llamar spinoziano, la ontología de Spinoza
es la más adecuada para desarrollar sus tesis.
Como vemos las
críticas a Butler, y al feminismo postestructuralista estadounidense, son comunes
tanto al «feminismo material», como a Braidotti [9], Gatens y Sharp. De este
modo, se sigue manteniendo la distancia entre --al menos-- dos modos del
feminismo, y manteniendo así la dicotomía en el seno de la propia teoría
feminista. Con respecto a ello, Moira Gatens propone que, precisamente, una
ontología spinoziana permitiría abandonar el impasse de la teoría feminista
contemporánea cifrada en afirmar, por una parte, una igualdad mental esencial
y, por otra, una diferencia corporal esencial (Gatens, 1996, 57). Gatens entiende
que criticar la dualidad propia de la historia patriarcal implica también
desmarcarse de la división dual del feminismo (Gatens, 2002, 143), heredero del
marco de referencia que acepta el dualismo cuerpo/mente y el de
naturaleza/cultura. En definitiva, esta división en el seno de la teoría
feminista se correspondería a dos respuestas que priorizan uno de los dos polos
de la división, la mente o el cuerpo, y la naturaleza o la cultura.
En este
sentido interpreto también la propuesta de Hasana Sharp de renaturalizar la política
(y la filosofía) (Sharp, 2011). La filosofía spinoziana nos permite imaginar un
feminismo renaturalizado, que no se corresponde en ningún caso con la
interpretación que del feminismo de la diferencia suele ser común, en tanto que
defensor de esencias femeninas incrustadas. Ahora se trata de construir un
feminismo que desde luego sabe qué son las interpretaciones culturales
sedimentadas sobre los sexos [10], pero que tampoco por ello renuncia a tener
presentes las diferencias que nuestra materia y corporalidad nos depara. Se
trata de renaturalizar lo femenino, tratando de recuperar el significante
«mujer» y de no renunciar a él, retornando, como dice Braidotti, sus versátiles
complejidades.
Un feminismo
material o renaturalizado trasciende la división dual de los feminismos, porque
ya no distinguimos entre la mente y el cuerpo, o la naturaleza y la cultura. El
alma es ya expresión de nuestros cuerpos, y éstos deben ser pensados en todas
sus diferencias [11].
4. La ética
encarnada
Uno de los
puntos que siempre se destacan de la ontología de Spinoza es que ésta es una filosofía
del cuerpo. Deleuze afirmará que propone un nuevo modelo a los filósofos, el
del cuerpo (Deleuze, 2001, 27); Larrauri calificará su pensamiento como «la
primera filosofía del cuerpo» [12]; para Braidotti, Spinoza forma parte de la
cara oculta de la filosofía occidental, de esa contramemoria filosófica que
ella quiere recuperar para trazar la dimensión somática de la filosofía, para
llevar a cabo su proyecto de pensar ese materialismo encarnado o inscrito: el
materialismo de la carne (Braidotti, 2005, 18). El paralelismo entre el alma y
el cuerpo que Spinoza defiende, junto con la inmanencia radical que predica,
hace que su filosofía sea el lugar adecuado y necesario para poder recorrer lo
que Braidotti llamará «la senda de la carne». Porque con Spinoza ya sólo
tenemos una sustancia que se expresa en los modos del alma y del cuerpo, por lo
que la materia ocupa un lugar paralelo al del pensamiento. Ya no son el alma, la
mente o el pensamiento lugares privilegiados o prioritarios en el sistema filosófico;
ahora la materia y la corporalidad deben ser escuchadas y pensadas de la misma manera.
Y para ello deberemos tener en cuenta el aspecto encarnado de la subjetividad.
Bien, pero
¿qué significa la condición corporal de la subjetividad? ¿Acaso ello hace referencia
a un nuevo modo de naturalismo o biologismo? Como afirma Braidotti, cuando pensamos
qué significa la encarnación humana no podemos reducirla a una categoría natural
o biológica, porque el concepto de «cuerpo» debe ser entendido como una
interacción compleja de fuerzas sociales y simbólicas, como una superficie de
intensidades (Braidotti, 2005, 37). En este mismo sentido, Gatens defiende que
la encarnación («embodiment») en Spinoza hace referencia al contexto afectivo
de ese cuerpo, y no sólo al cuerpo individual o aislado (Gatens, 1996, 131).
Ser cuerpo no significa ser solo carne, en el sentido de materia inerte, sino
ser materia viva que recoge la memoria de los encuentros con otros cuerpos, las
inscripciones en la carne de los afectos. Porque, como Spinoza sentenció, el
alma es la representación del cuerpo, pero ambos son una única sustancia. La
dimensión somática de la subjetividad debe ser pensada a partir del conatus de
Spinoza en términos vitalistas, «como materia viva anhelando devenir y
continuar deviniendo» (Braidotti, 2005, 95).
Pero la
filosofía no se distingue ciertamente por haberse ocupado de la corporalidad.
Muy al contrario, un repaso a la historia del pensamiento occidental pone de
relieve la falta de atención que, salvo algunas excepciones, a la materia y al
cuerpo se le ha prestado; excepciones que, como Spinoza, el feminismo trata de
recuperar. Ya Elizabeth Grosz detectaba somatofobia en el origen mismo de la
filosofía occidental, ese miedo original que percibe el cuerpo como un
principio de interferencia y un peligro para los intereses de la razón (Grosz, 1994,
5); y Braidotti entiende que la negación de lo material o de la facticidad
corpórea es elemento constitutivo de la metafísica occidental (Braidotti, 2005,
80). No es casual que sea el feminismo quien principalmente haya denunciado
este rechazo de lo corporal. Porque no es que la filosofía no haya pensado el
cuerpo, sino que, como afirma Gatens, las concepciones filosóficas
tradicionales de la corporalidad son contraproducentes para la construcción de
una concepción autónoma del cuerpo de las mujeres y la posibilidad de su
participación activa en la vida ético-política (Gatens, 1996, 49).
Lo que sobre
todo se denuncia es que el cuerpo político moderno --construido a partir del siglo
XVII-- se representa como un producto de la sola razón, donde el cuerpo y la
pasión estarían ausentes. Este cuerpo político es un cuerpo artificial reducido
a racionalidad, y en tanto que cuerpo inmaterial estaría desprovisto de
sexuación. Como es bien sabido, el feminismo ha denunciado esta supuesta
neutralidad y universalidad del cuerpo político moderno. Y lo que Gatens señala
es que incluso algunas feministas, como Firestone o Beauvoir, han aceptado una
concepción de la corporalidad como parte de la cruda naturaleza, apartándola así
de la cultura y de la historia. Pues precisamente, al compartir la visión
moderna que entiende el cuerpo como un fenómeno ahistórico, estarían
legitimando la visión de las mujeres como parte del «estado de naturaleza»,
ausente, por tanto, del «cuerpo político» (Gatens, 1996, 51).
Porque la
cuestión aquí es determinar cómo las mujeres pueden llegar a ser «cuerpos políticos».
Está claro que el siglo XVII legitima la exclusión de las mujeres de la esfera
de lo racional y de la vida política. Pero es evidente que ese supuesto cuerpo
asexuado y neutral es un cuerpo masculino, concebido desde y para los hombres.
Por ello Gatens entiende que necesitamos un espacio teórico no dominado por el
isomorfismo entre cuerpos masculinos y cuerpos políticos (Gatens, 1996, 55). Y
es desde Spinoza desde donde cree que tal lugar del pensamiento puede ser
concebido.
Si la política
tradicional toma el cuerpo y sus pasiones como ya virtualmente dados, en tanto
que los asume como una naturaleza biológica a priori, Gatens entiende
que una política construida desde la ontología spinoziana puede dar
conocimiento de la especificidad cultural e histórica de los cuerpos, en tanto
que adopta un punto de vista en el que la naturaleza no es mecánica sino
dinámica y productiva (Gatens, 1996, 58). Ya que el cuerpo es ahora el fundamento
de la acción humana, y no ya parte de una naturaleza pasiva. No sabemos lo que puede
un cuerpo porque el cuerpo es un proceso, y los límites de la encarnación
dependen de su contexto.
En este
sentido, retomo la pregunta final del trabajo de Maite Larrauri, cuando se
cuestiona si debemos continuar pensando una ética de corte universal o si bien
es posible fundamentar un sujeto ético femenino a partir de la ontopolítica
spinoziana [13]. Para Gatens está claro que esta política corporizada se
acompaña de una ética encarnada a su vez, una ética que no puede pretenderse
universal, pues el supuesto sujeto universal que representaba ha sido ya desplazado.
El cuerpo político que representa un supuesto cuerpo común sólo admite unos específicos
tipos de persona como miembros activos, y en ese esquema las mujeres y otros muchos
grupos quedan excluidos de la esfera civil, en tanto que sus diferencias deben
ser subsumidas en el cuerpo político común, concebido a partir del hombre
blanco heteronormativo. Gatens apuesta por la política spinoziana porque aquí
se pueden concebir las diferencias, siempre irreductibles y vinculadas al
aspecto concreto de las vidas de los individuos [14].
Esta ética
encarnada que se postula es una ética de las diferencias [15] o, en el sentido
en que se reclama desde el «feminismo material», es una «ética material», en
tanto en cuanto es una ética que compara las consecuencias reales materiales de
las posiciones morales y, así, traza conclusiones de estas comparaciones
(Alaimo y Hekman, 2008, 7). Y como afirma Spinoza, las consecuencias que
conducen al florecimiento o alegría de lo humano son válidas y buenas frente a
aquéllas que denigran (y descomponen) a los individuos con la tristeza.
Creo que la
distinción que ofrece Deleuze entre «ética» y «moral» con respecto a la Ética
de Spinoza apunta al meollo de la cuestión. Deleuze afirma que la Ética es «una tipología de los modos
inmanentes de existencia», que «reemplaza la Moral, que refiere la existencia a
valores transcendentes.» (Deleuze, 2001, 34). Y efectivamente, la inmanencia radical
que Spinoza postula para la naturaleza coloca en un mismo plano ontológico a todos
sus individuos --sean animales o humanos-- y, por ello, como afirma Deleuze, la
Ética es una etología. Esta igualdad radical hace posible el
desarrollo de las capacidades de cualesquiera cuerpos, almas, individuos;
porque un cuerpo «puede ser cualquier cosa, un animal, un cuerpo sonoro, un
alma o una idea, un corpus lingüístico, un cuerpo social, una colectividad»
(Deleuze, 2001, 155); y ahí estamos incluidas las mujeres, por supuesto.
5. Lo
impersonal también es político
La inmanencia
radical que postula Spinoza se acompaña de una idea de la trascendencia subjetiva
que radica en su materialidad. Con Spinoza ya no buscamos una dimensión
suplementaria de lo dado, ni hay designios divinos, ni se trata de averiguar
cuál es la evolución de la naturaleza, ni el desarrollo de los sujetos. Ahora
los cuerpos se componen unos con otros, no hay ya sujeto, sino más bien estados
afectivos y fuerzas que se encuentran (Deleuze, 2001, 156). Ahora la única
trascendencia posible es la de los cuerpos que se encuentran con otros cuerpos,
la materia componiéndose. En este sentido, el antihumanismo spinoziano, al no
privilegiar de ningún modo a los humanos en el conjunto de la naturaleza, hace
que pasemos de un esquema dominado por el antropocentrismo a un igualitarismo
biocentrado, en una visión, en palabras de Braidotti, «profundamente inscrita
del sujeto encarnado» (Braidotti, 2005, 85).
También los
feminismos que estamos analizando, como el de Braidotti, Sharp, Gatens o Grosz,
comparten esta visión antihumanista propia del spinozismo y destacan, a su vez,
la necesidad para el feminismo de una política animada por las pasiones, de una
política dominada por la alegría16. Este antihumanismo spinoziano obliga ahora
a pensar qué aspectos subjetivos habían quedado relegados para la política en
un esquema humanista o liberal y, en este sentido, Hasana Sharp ofrece una
interpretación muy sugerente de Spinoza, y defiende la posibilidad de recuperar
para la política y lo público todo aquello perteneciente al ámbito de la
materia o de lo corporal, lo silenciado o prediscursivo, todo lo que podemos nombrar
como «impersonal».
Hasana Sharp
(2009 y 2011) hace una lectura de un artículo de Elizabeth Grosz (2002) en el
que critica la política del reconocimiento, frente a la que defiende una
política de la imperceptibilidad y/o de lo impersonal. La crítica de Grosz de
la política del reconocimiento se cifra en que, por una parte, cualquier
política humanista está centrada en una dialéctica entre el mismo y el otro; y,
por otra, critica la política del reconocimiento porque su humanismo siempre es
masculino. Sharp, por su parte, sostiene que es a través de la filosofía de
Spinoza que puede articularse tal política de lo impersonal que Grosz reclama,
y defiende que es Spinoza quien ofrece recursos teóricos para poder articular
una política de la corporalidad, la proximidad, el poder y la conexión, que
incluye a toda la naturaleza, algo que el feminismo, sostiene Sharp, debe
explorar. Lo que se defiende para el feminismo contemporáneo es una vuelta a la
multiplicidad y a la desunión de las fuerzas naturales y corporales, a lo no discursivo,
al terreno de los afectos, de las acciones no representables [17]. Y Sharp
señala que para ello es necesaria una teoría no humanista de la agencia y el
deseo (Sharp, 2009, 93).
Se trata
entonces de pensar un feminismo no humanista, y para ello se reivindica la ontología
de Spinoza. Sharp critica toda forma de humanismo y antropocentrismo, y cifra el
antihumanismo de Spinoza en su defensa de que las leyes y poderes que
determinan la existencia humana no son diferentes de aquéllas que determinan y
expresan la naturaleza como un todo. Recordemos el final del prefacio de la III
parte de la Ética, donde dice: «…y consideraré
los actos y apetitos humanos como si fuese cuestión de líneas, superficies o cuerpos»
(Spinoza, 1984, 182).
En este
sentido, Sharp critica el humanismo de Butler, que ella supone en textos como Deshaciendo
el género. Pero creo que en los últimos libros de Butler, como son Marcos
de guerra. Las vidas lloradas y Vida precaria. El poder del duelo y la
violencia, se puede percibir un cierto antihumanismo que la acerca a la
postura de Sharp y de Spinoza. Recordemos que Butler reivindica el
hermanamiento con los animales no humanos, y la primacía que la materialidad de
los cuerpos y su trascendencia tiene para una nueva política, como vimos al
comienzo de este trabajo. Esta nueva política que Butler busca no es --no puede
ser-- humanista, ya que se centra en las fuerzas frente a los sujetos.
En este
sentido, Sharp considera que tras la desnaturalización del sexo y el género,
fundamental para el feminismo, es necesaria una renaturalización. Esta
renaturalización implica concebir a los sujetos como instantes del infinito
poder de la naturaleza, frente al reconocimiento social que la
intersubjetividad ofrece dentro de un esquema propio de la política del reconocimiento.
La práctica política que se sigue de la renaturalización de lo humano no niega aspectos
presentes en el reconocimiento, pero va más allá. Ahora se incluye la
colaboración con los otros, pero teniendo en cuenta que estos otros acogen más
seres que los humanos. Este es el aspecto ecologista de la filosofía
spinoziana, que la enmarca en una biopolítica afirmativa.
La política de
lo impersonal o de lo imperceptible se cifra pues en ser una crítica del humanismo,
que incluye un proyecto de renaturalización y una consideración de las fuerzas materiales
que son indiferentes a las conceptualizaciones humanas, aunque las incluyan. En
este sentido, Spinoza ofrece una de las mayores críticas de la trascendencia
humana. Pero esta política de lo impersonal no trataría de desplazar los
esfuerzos por el reconocimiento intersubjetivo, sino de abrir nuevas vías de
pensamiento para la efectiva política, considerando
a los sujetos
en términos de fuerzas y energías.
¿Qué
implicaciones tiene una política de lo impersonal para el feminismo? Frente a
la vieja consigna feminista de que «lo personal es político», ahora se trata de
articular el modo en que lo impersonal también sea político. Así, un feminismo
de raíces republicanas abogará por la defensa de aquello que un feminismo de
corte liberal no contempla; a saber: la trascendencia que los cuerpos
presentan, los deseos en que se fundamentan. Ello no implica que, por ejemplo,
la práctica feminista de la concienciación no tenga lugar en esta política de
lo impersonal (en tanto que desprivilegia la conciencia y la
intersubjetividad). Tal práctica ha sido fundamental para el feminismo, a ello
va unida su principal máxima de «lo personal es político». Pero aquí estamos
tratando de pensar si lo impersonal es político también, no de negar que lo
personal lo sea. Se trata de abrir nuevas vías de pensamiento y de acción política
para el feminismo.
Porque, como
sugiere Sharp, la práctica feminista de la concienciación debe ser abordada desde
una perspectiva impersonal. No se trata ya de reconocer lo que somos, sino lo
que deseamos. Una política de lo impersonal toma su punto de partida del deseo
de aumentar el placer y el poder en el encuentro con otros cuerpos. Es una
política afectiva que privilegia activar las relaciones, donde sea que se den,
más allá de los humanos o las instituciones (Sharp, 2009, 101).
Sharp aboga
por articular, a partir de Spinoza, una política feminista de lo impersonal que
tenga en cuenta todo ser y fuerza que ayude en la construcción de «una
insurgencia alegre contra el patriarcado, la misantropía y el odio hacia una
misma» (Sharp, 2009, 101). Una política animada por un deseo de afectos alegres
y de placeres corporales. Spinoza se presenta como remedio a los afectos
tristes que genera el mal reconocimiento, al ofrecer recursos para el
desarrollo de una política de la corporalidad, la proximidad y la conexión más
allá y excediendo a lo humano. Y es sólo a partir de tal política feminista de
lo impersonal fundamentada en Spinoza como podrá articularse la política de la
vida precaria que Butler está buscando.
Balza,
Isabel. “Los feminismos de Spinoza: corporalidad y renaturalización”,
en Daimon. Revista internacional de filosofía, nº 63,
Universidad de Murcia, Murcia, 2014, pp. 13-26. PDF
Notas
1. Todos ellos
posteriores a los atentados del 11S, como son: Vida precaria. El poder del duelo y la violencia (2006), Marcos de guerra. Las vidas lloradas
(2010) y Violencia de Estado, guerra,
resistencia. Por una nueva política de la izquierda (2011).
2. Aunque
Butler va a insistir en que la vulnerabilidad no afecta por igual a todos los
sujetos, sino que distingue la noción de «precariedad» (ontológica), en la que
todos estamos, de la de «precaridad» (política o social) que afecta de modo
diferencial a los sujetos.
3. «Mientras
que la mayoría de las posturas derivadas de los relatos spinozistas de la
persistencia corporal recalcan el deseo productivo del cuerpo, ¿hemos
encontrado ya nosotros un relato spinozista de la vulnerabilidad corporal o
considerado sus implicaciones políticas?» (Butler, 2010, 52).
4. «Mas quizá
pregunte alguno si acaso las mujeres están bajo la potestad de los hombres por
naturaleza o por ley. Ya que, si ese hecho sólo se fundara en una ley, ninguna
razón nos forzaría a excluirlas del gobierno» (Spinoza, 1986a, 222).
5. «Y, si
consideramos, además, los afectos humanos, a saber, que los hombres casi
siempre aman a las mujeres por el solo afecto sexual y que aprecian su talento
y sabiduría en la misma medida en que ellas son hermosas; y que, además, los
hombres soportan a duras penas que las mujeres, que ellos aman, favorezcan de
algún modo a otros, y hechos por el estilo, veremos sin dificultad que no puede
acontecer, sin gran prejuicio para la paz, que los hombres y las mujeres
gobiernen por igual» (Spinoza, 1986a, 224).
6. «Dada su
capacidad de afectar y de ser afectado por otros cuerpos, cada cuerpo resulta
el locus de una existencia expuesta y dirigida hacia otros, de
exposición y necesidad de otros, lo cual configura la existencia corporal como
un espacio paradójico, de vulnerabilidad y potencia» (Vacarezza, 2010, 5).
7. Así, Gatens: «Spinozist philosophy is capable of
suggesting an account of the body and its relation to social life, politics and
ethics that does not depend on the dualisms that have dominated traditional
modern philosophy. Yet neither is it a philosophy which neutralizes difference.
Rather it allows a conceptualization of difference which is neither
dichotomized nor polarized» (Gatens, 1996, 56).
8. Éstas son
algunas de las autoras que aparecen en el volumen editado por Alaimo y Hekman:
Elizabeth Grosz, Claire Colebrook, Karen Barad, Donna J. Haraway, Vicki Kirby,
Elizabeth A. Wilson y Susan Bordo. Pero, además, se declaran en diálogo con el
trabajo de, entre otras, Luce Irigaray, Rosi Braidotti, Susan Wendell, Val Plumwood,
Lynda Birke, Nina Lykke y Gloria Anzaldúa (Alaimo y Hekman, 2008, 10).
9. Braidotti
encuadra a Butler fuera del postestructuralismo de la diferencia sexual, en
tanto que no reconoce el poder transformador de lo femenino para subvertir el
falogocentrismo (Braidotti, 2005, 65).
10. Así
entiende Braidotti el término «esencia»: «Si «esencia» significa la
sedimentación histórica de productos discursivos multiestratificados, ese
cúmulo de definiciones, exigencias y expectativas culturalmente codificadas sobre
las mujeres, o sobre la identidad femenina --ese repertorio de ficciones
reguladoras tatuadas en nuestras pieles--, entonces, sería falso negar no sólo
que esta esencia exista sino, también, que es poderosamente operativa »
(Braidotti, 2005, 61).
11. En ello se
cifra para Montserrat Galcerán el desafío del feminismo contemporáneo: «Dejemos
pues atrás las anteriores dicotomías: ni el sexo es lo natural, ni el género es
lo cultural. Ambos están tecnológicamente construidos por medio de tecnologías
sociales y bio-médicas. Éste es el desafío del feminismo contemporáneo: construir
un devenir-mujer no «identitario» o encorsetado en la diferencia, ni «igual» a
lo masculino, sino autónomo y atento a nuestros deseos y experiencias»
(Galcerán, 2009, 163).
12. Este texto
de Maite Larrauri es uno de los pocos del ámbito hispano donde se plantean las
repercusiones que para el feminismo tiene la ontología spinoziana: «un
pensamiento capaz de abordar el cuerpo, la materia en su especificidad. La
filosofía de Spinoza es la primera filosofía moderna materialista, la primera
filosofía del cuerpo» (Larrauri, 1989, 11).
13. Larrauri
se pregunta si el sujeto ético de Spinoza es un sujeto ético masculino. Ella lo
contrapone al modelo griego de sujeto universal y ético (siguiendo a Foucault).
Y frente a ese modelo griego de dominio de sí, como modelo rígido, contrapone
el modelo de Spinoza como un modelo plástico y flexible. En el modelo griego
las mujeres no tienen cabida, por quedar fuera de los límites establecidos de
sujeto. Así, si el modelo de límite-contorno griego diseñó una sociedad
masculina, Larrauri insinúa (o apuesta) que el modelo de Spinoza, al ser
plástico y tener en cuenta lo sensible, permite el advenimiento de las mujeres
como sujetos ciudadanos: «si la concepción del límite-contorno diseñó una
sociedad tan exclusivamente masculina, ¿es posible que una ética que toma, como
modelo, el desarrollo de la naturaleza y los cuerpos para concebir el límite
como algo dinámico, sirva para las mujeres? ¿Puede la filosofía de Spinoza
enseñarnos a fundamentar un sujeto ético femenino? Creo haber hecho todo lo
posible para inclinar la balanza hacia una respuesta afirmativa» (Larrauri,
1989, 28).
14. Para
Braidotti es en este esquema de pensamiento donde el feminismo contemporáneo
debe desarrollarse, en tanto que respeta las diferencias y, por ello, las
diferencias de ser de las mujeres: «El materialismo encarnado de la diferencia
sexual es la afirmación de la importancia de una multiplicidad que puede
producir sentido otorgando el reconocimiento simbólico al modo de ser de las
mujeres» (Braidotti, 2005, 81).
15. Creo que
otras propuestas que quieren expresar las diferencias irreductibles de las
subjetividades, como la de Margrit Shildrick, pueden ser encuadradas en este
esquema spinoziano. En
este caso, utilizando la categoría de «monstruo», en tanto que sujeto no
normativo, se propone una «ética de la vulnerabilidad»: «What I propose is a
new form of ethics that answers more fully to the multiplicity of embodied
difference, and as such, it is precisely my intention to undo the singular
category of the monster…I turn away from such normative ethics to embrace
instead the ambiguity and unpredictability of an openness towards the monstrous
other. It is a move that acknowledges both vulnerability to the other, and the
vulnerability of the self» (Shildrick, 2002, 3).
16. La alegría
spinoziana que es consecuencia de la inmanencia que predica, en palabras de
Toni Negri: «Spinoza instala esa dimensión alegre en la metafísica, en el
momento preciso en que --o tal vez porque-- anula esta última y la devuelve a
la superficie del mundo» (Negri, 2000, 36).
17. Así,
podemos añadir a Sharp a esa estirpe de filósofas que han sido encuadradas por
Nina Lykke (2010, 131) dentro del feminismo postconstruccionista, cuyo nexo
común es su relación con las facticidades prediscursivas de los cuerpos y las
relaciones transcorporales. Braidotti, Grosz, Barad o Alaimo, son algunas de
las autoras que cita Lykke en su trabajo.
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