Que la Totalidad indivisible, o el Absoluto, es “en” todas las cosas
particulares, y por lo tanto en cada uno de nosotros, es una creencia que surge,
expresada de diversas maneras, en las obras de casi todos los pensadores
platónicos, incluyendo Plotino, Proclo, Damascio, Eckhart y Nicolás de Cusa.
Por difícil y problemático que hubiera sido el hacer compatible esta idea con
la idea del Uno en sí, todos lo intentaron. Ésta idea la encontramos también en
Spinoza, que se enfrenta a grandes problemas, casi inextricables, cuando intentó
expresar esta visión en su lenguaje básicamente cartesiano, diseñado para un
propósito completamente diferente. Así Spinoza, al tiempo que niega que el ser
de la sustancia pertenece a la esencia del hombre (E2p10esc), dice que las
cosas particulares, siendo “modificaciones” o “afectos” de Dios, son expresión
de él (E1p15cor). El cuerpo y su idea son la misma cosa considerados bajo diferente
aspecto --como, observa, algunos judíos vagamente percibieron (“quasi por
nebulam”) cuando decían que Dios, su pensamiento y las cosas abarcadas por su entendimiento
son todo uno y lo mismo. Spinoza afirma incluso que la mente humana es en sí
misma parte del pensamiento infinito de Dios (E2p2cor) –no obstante que Dios,
siendo indivisible, claramente no puede tener partes (E1p13)-- y que el amor
intelectual eterno de Dios del que somos capaces es parte del infinito amor de
Dios por sí mismo (E5p36). Es axiomáticamente verdadero, para él, que todas las
cosas son “en” Dios, y no menos evidente que Dios no puede ser “en” las cosas, ya
que este sentido de “en” implica dependencia absoluta. Así, puesto que no puede
hablar de la presencia de Dios “en” nosotros, él ve a los seres humanos --y
todos los seres, para el caso-- como modificaciones o afectos de Dios. Esto a
pesar del hecho de que la sustancia, siendo inmutable e indivisible, no puede ser
“modificada” o “afectada” en el sentido de ser cambiada por las acciones de los
individuos. Sin embargo, estas aparentes contradicciones pueden borrarse, si
asumimos que cada cosa en particular simplemente es Dios --Dios modificado o
Dios expresándose a sí mismo. Spinoza parece estar haciéndose eco de Eckhart,
en un dialecto modernizado. Eckhart trató de explicar la misma intuición como
una chispa de divinidad en nosotros, o el nacimiento de Dios en el alma;
Nicolás de Cusa trató de explicarlo llamando al mundo una explicatio de Dios (en el sentido de despliegue) y a Dios un complicatio del mundo (en el sentido de embobinado
o enrollado). Dios es como un punto en una línea: presente en todas partes, no
dividido, siempre uno. Atman es Brahma.
A diferencia de los primeros neoplatónicos, el pseudo-cartesiano de
Amsterdam (“pseudo” porque no hay rastros del Cogito o de “subjetividad” en su
teología) no pensó que el Absoluto era inefable. Parecía satisfecho con la
riqueza de su lenguaje. Pero las críticas de los empiristas y racionalistas no
tardaron en demoler su monumento construido laboriosamente según el método “geométrico”.
El tren de la modernidad se dirigía inexorablemente hacia el mismo abismo de la
doble-Nada: paso a paso, tanto el Uno como el Cogito se están convirtiendo en nihilum. Ciertamente, ninguno ha
desaparecido por completo: la metafísica --como la búsqueda del ser como causa
de sí-- ha sobrevivido, relegada en la vida a una especie de filosofía demi-monde. Pero su lenguaje generalmente
ha sido desacreditado.
Fuente: Leszek Kolakowski, Metaphysical
Horror, Penguin, Londres, 2001, pp. 78-80. Mi traducción.
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