03 septiembre, 2012

Alejandra Varela / Spinoza, el don de la filosofía de Diego Tatián

Diego Tatián, Spinoza, el don de la filosofía, Colihue, Buenos Aires, 2012, 216 pp.


¿Qué relación hay entre Spinoza y la Argentina? Desde la ciudad de Córdoba y animado por las múltiples lecturas que se están realizando en torno a un autor fetiche, Diego Tatián escribe Spinoza, el don de la filosofía y responde a esa pregunta y a muchas más.

El hombre tenía en la biblioteca los 
libros de sus enemigos. Se propuso liberar a la filosofía de toda carga teológica para encontrar allí los fundamentos de la política. Baruch Spinoza encarna un pensamiento emancipatorio al adherir a la ilustración radical y expresar el propósito de llevar el conocimiento académico a los sujetos no letrados, porque si en algo confiaba el filósofo holandés era en la fuerza transformadora de las ideas.

Repitiendo ese trabajo de “dar a entender” y sumándose a todos los libros que este filósofo ha inspirado, desde la ciudad de Córdoba, el joven académico Diego Tatián escribe Spinoza, el don de la filosofía, introducción y mucho más al mundo de un autor genial.

En un trabajo que asume la forma de la divulgación y termina aportando una serie de datos curiosos sobre la recepción e influencias del pensador en la Argentina, bucea en el estudio de Maquiavelo y Hobbes que inspiraron en contradictorias direcciones al autor de la Ética, para señalar que el spinocismo es una filosofía de la apertura, alejada del determinismo y del fatalismo político, una ontología de la sustancia como infinita fuerza productiva a partir de una potencia transformadora de la singularidad.

Si para Hobbes el estado de naturaleza era una zona de tinieblas de la que el sujeto quería escapar, Spinoza manifiesta su desconfianza hacia la institución estatal como cobijo y protección de los sujetos y busca, alentado por Jean-Jacques Rousseau, volver a una mayor cercanía con la naturaleza que se expresa en formas de vida y de organización política comunitarias.

Toma de Maquiavelo la palabra prudencia, la virtud es la afirmación de la potencia de actuar. Se nota un énfasis puesto en la fortaleza y construcción del sujeto para enfrentar los conflictos externos, por eso rechaza sentimientos como el arrepentimiento, que debilitan la confianza y convierten al sujeto en un ser enemistado consigo mismo.

Las numerosas formulaciones en torno a los estados del espíritu, como la acquiescencia y el prudente uso de los placeres, han derivado en lecturas simplistas, un tanto superficiales en torno a un Spinoza traducido en el código de un libro de autoayuda. Tatián identifica estos atrevimientos y los rechaza con contundencia. Lo importante es que Spinoza se focaliza en el sujeto y en esos estados que pueden favorecer al desarrollo de sus capacidades.

El pasaje que produce Spinoza de entender la libertad como capacidad de dominio a pensarla como potencia, instala el concepto de igualdad. El deseo es un eje ordenador que afirma la persistencia en el ser como una dimensión colectiva. No hay individualismo en su pensamiento, todas las pasiones humanas se traducen en relaciones sociales.

Se destaca una voluntad de preservación de los sujetos, de cuidado de sí. La destrucción de una cosa se debe a la incompatibilidad con un elemento externo que es más fuerte. La ética es, para Spinoza, una intensidad productiva, una capacidad de hacer y de vencer los límites de un cuerpo.

Spinoza y sus ecos

Entonces su pensamiento se descubre como la válvula que abre los textos de Zygmunt Bauman y Emmanuel Levinas en pleno siglo XX, al pensar que la ética surge de una acción contraria al orden social, de un revelarse contra las normas que intentan manipular la moral de los sujetos.

Bauman sostiene que existe una suerte de inercia que lleva a las personas a obedecer y asumir un estado de indiferencia moral. Para afirmarse en la experiencia y en el testimonio de aquéllos que pudieron ir más allá de la autopreservación, es necesario descubrir que la ética es una elección, algo que en la vida social se vuelve profundamente antinatural.

La preservación en Spinoza está ligada a la liberación del miedo a la muerte. Ese algo que consigue que la persona trascienda la autopreservación podría llevar el nombre de eternidad y aquí resuenan los textos del filósofo francés Alain Badiou, uno de los spinocianos más notorios de la actualidad.

Spinoza es un pensador marcadamente realista, un hombre de las experiencias comunitarias que concibe una multitud democrática, un poder popular sin centro que no admite ser reducido a la unidad. El conflicto es irrepresentable y sólo constituye institucionalidad dándose una forma viva e inestable. De aquí nace el rizoma de Deleuze y los planteos políticos de Badiou cuando defiende la presentación y las manifestaciones de lo impolítico como el despliegue de la vida comunitaria. Lo que los sujetos activos tienen en común no es lo que ya poseen sino lo que falta.

La paz es el efecto de un ejercicio de poder, no se limita ni a la armonía ni a la tolerancia, se trata de una politización del derecho natural. El precio de la paz jamás puede ser la libertad. Una ausencia de conflicto que no redunda en libertad poco tiene que ver con la paz. Se trataría más de una suma de solitarios. La paz es una virtud y toda virtud es potencia.

Si se lee el libro de Tatián con la voluntad de encontrar una mirada orientadora ante el presente más inmediato, después de todo cualquier libro de filosofía debería cumplir esa función, Spinoza podrá sumarse a una argumentación que defienda el conflicto social como la base de una concordancia más genuina que la tolerancia silenciosa.

Pero también habría que tener en cuenta que su apoyo del conflicto es diametralmente distinto a las expresiones de Ernesto Laclau, por tomar un autor que sostiene una concepción de la política donde las tensiones sociales nunca desaparecen. Spinoza es un pensador más anárquico, que no sostiene su política ni en liderazgos ni en representaciones estatales.

La ética de Spinoza se aparta del martirio y de la culpa. Exalta la acción, la potencia, ese cuerpo spinociano, ese hombre libre que a nada teme menos que a la muerte, no es sólo aquél que puede encontrar en el sufrimiento físico un límite, sino alguien que desconoce todo aquello de lo que es capaz, todo su poder de realización.

Fuente: Debate

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