Pensar es difícil y es difícil poner en común el pensamiento. Parece que
no, pero es difícil generar las nociones adecuadas, darles la forma y la articulación
precisa, componer una modulación certera del discurso. Hay que pelearse con las
ideas y las palabras… Hay que sacarles toda la punta a las proposiciones,
esquivar las incoherencias, abrirse paso entre la maleza de las conexiones… Hay
que intentar evitar a toda costa que en nuestras expresiones pueda infiltrarse
justamente el sentido contrario de lo que queremos decir… Hay que tener en
cuenta lo que otros han pensado sobre el asunto, sus argumentos, sus puntos de
vista, sus compromisos, el modo en que lo que nosotros planteamos se inserta en
una discusión que siempre ya ha empezado...
Pensar es una actividad, una práctica y, como todas las prácticas, es difícil.
Requiere un arte y unos medios específicos sin los que es imposible llevarla a
cabo. El pensamiento requiere hacerse, no está hecho y, por tanto, está abierto
a todas las resistencias y contingencias del devenir. Pero además es una práctica
peculiar, es una práctica que no actúa sobre una realidad exterior con vistas a
modificarla, sino que, como lo expone Althusser, interviene en un campo
movedizo de relaciones entre ideas en el que está inmersa y que se transforma a
causa de la propia intervención. El pensamiento es una fuerza en un campo de
fuerzas, una potencia de transformación en un proceso complejo de
interacciones. Pensar es difícil porque es difícil sostener, afirmar y
potenciar unas ideas en confrontación con otras y porque las ideas tienen su
eficacia social, no toda la eficacia, pero sí “la suya”, la suficiente como
para que nadie quiera dejarla en manos del azar. Tengamos esto presente cuando
leamos o escuchemos a quien intenta expresar un pensamiento: si es difícil
entender el pensamiento de otro, la razón es que pensar es difícil, la razón es
que al otro le está costando igualmente un tremendo esfuerzo pensar y
expresarse.
Digámoslo ahora a la manera de Spinoza. Las ideas son realidades activas,
no son pinturas mudas en un lienzo, sino conceptos del alma, acciones de la
mente, causas de otras ideas. Nuestra mente vive en un campo de batalla donde
las ideas se reprimen o suprimen unas a otras. Pero, también en un campo de
cooperación donde las ideas se favorecen o promueven entre sí. Esta es una
tesis de la que deja prueba evidente el propio quehacer de Spinoza (la Ética como paradigma de obra filosófica
difícil) y en la que él insiste hasta hacer de ello bandera (“Todo lo excelso
es tan difícil como raro”). Y es la tesis que recoge con fidelidad Warren Montag
y que guía este estudio de la filosofía de Spinoza.
Parece, sin embargo, que hasta aquí no hemos dicho nada que no sea obvio,
incluso trivial. Ahora bien, la fuerza de las ideas no se manifiesta cuando las
exponemos aisladamente. La fuerza de las ideas se muestra en sus consecuencias,
en sus efectos, en el modo en que se engarzan o chocan con otras ideas.
Que las ideas sean realidades activas en un campo movedizo de fuerzas implica
que la tesis del perfecto autodominio del pensamiento, de la fluidez perfecta
de las ocurrencias, de las ideas como bailarinas deslizándose sobre patines en
una pista de hielo espiritual aparezca como lo que es, un mito. Nadie tiene un
perfecto control sobre su pensamiento, nadie es enteramente libre en el interior
de su hogar mental, y no lo es porque eso supondría controlar todo el campo de
fuerzas ideológicas en el que su mente está inmersa. Y aunque hay momentos
históricos, como el actual, en que parece ocurrir algo así, que todo está
dominado, ni ese control lo realiza un individuo, sino que está sostenido por
todo un sistema complejo, ni es tal como para que no haya filtraciones, pérdidas
y chorreos, fugas abiertas por todas partes.
A la hora de “leer” no podemos, entonces, obviar esta condición del pensamiento
e intentar buscarle una autenticidad a un texto que por sí mismo es un
fragmento fragmentado de un espacio pluridimensional de múltiples y cambiantes
fragmentaciones; lo que nos cabe es incidir en los rotos del texto para
explicarlos, no coserlos o pegarlos, no disimularlos con un parche de pureza o
simplicidad.
La tesis sobre la dificultad del pensamiento de Spinoza deja igualmente
al descubierto el mito del poder absoluto de la verdad como verdad. ¿Qué
energía extraordinaria puede tener la verdad, fuerza entre fuerzas, para
imponerse sobre la falsedad? Que una idea sea falsa no significa que sea débil.
Fuerza y verdad no van necesariamente unidas. Una idea verdadera para
prevalecer tiene que vencer a las ideas falsas que la contradicen, pero las
podrá vencer únicamente en cuanto sea más fuerte que ellas, no en tanto que sea
más verdadera (E4p14). La verdad no es ningún lugar de descanso, no es ningún
lugar de llegada, es el comienzo de las alianzas y la contienda.
Y si es una ilusión pensar que el pensamiento puede dominarse a sí mismo,
¿qué no será creer que puede dominar al cuerpo? Ni se domina a sí mismo ni
domina al cuerpo, no hay de hecho ámbitos de libertad. Lo que puede haber y
queremos que haya son esfuerzos de liberación, liberación que no consiste en
escapar de las relaciones de fuerza mentales y corporales en las que indefectiblemente
estamos inmersos y que, en sí mismas, son, o pueden ser, fuente tanto de
nuestra miseria como de nuestra fortaleza. La liberación consiste en esforzarse
en que esos campos de fuerza se articulen de tal modo que todas las potencias
mentales y corporales que intervienen promuevan mutuamente su acrecentamiento.
Y este punto de vista nos lleva, en consecuencia, a distanciarnos de la idea
de que hay algo así como pensamientos aislados de individuos aislados. Del mismo
modo que no hay cuerpos aislados, no hay mentes aisladas. Todo pensamiento es
colectivo y abierto, colectivo por el colectivo que nosotros mismos somos y por
los colectivos a los que, querámoslo o no, pertenecemos; y abierto porque
pensar es encontrarse con otras ideas, exponerse a ellas, chocar con ellas,
unirse a ellas, rasgarlas, aferrarlas, resbalar al contacto con ellas; pensar,
en efecto, es vivir en continua interacción con otras ideas. La liberación proviene,
no cabe duda, de la cooperación.
La tesis del pensamiento como fuerza entre fuerzas, de la lucha y cooperación
entre ideas, por último, impide clasificar el planteamiento spinoziano en los
términos de una separación entre la ética y la política, por un lado, y la
ciencia y la tecnología, por otro. Impide seguir manteniendo la separación
entre la práctica y la teoría. Y también impide quedarse en uno de los dos
polos de la distinción. Si la filosofía de Spinoza es inmediatamente política es
porque la lucha o cooperación de ideas y cuerpos se despliega tanto en el pensamiento
y la investigación como en las demás prácticas individuales o colectivas.
Quizás haya quien opine que Montag exagera al decir que Spinoza ofrece la
crítica a la dominación más potente que jamás se haya visto, pero nadie negara
que su estudio es extraordinariamente exacto a la hora de hacernos entender
dónde reside la dificultad de pensar; así es, reside en pensar contra el pensamiento
dominante.
Fuente: ‘Introducción’ a Warren Montag, Cuerpos, masas, poder. Spinoza y sus contemporáneos, Tierradenadie, Ciempozuelos, 2005.
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