Mariana de Gainza
Que se nos conceda la posibilidad de abrir este escrito afirmando que Spinoza forma parte de las corrientes profundas del pensamiento argentino. Y sostengamos esta afirmación desde el sencillo expediente que consiste en una especie de “invocación a la autoridad”: Borges y Perón hablaron de Spinoza. De forma más o menos intensa, estratégica o circunstancial, hablaron de él, y al hacerlo, lo conectaron con esos modos de pensar (borgeanos y peronistas) que, por supuesto, han de ser remitidos a nuestra más estricta geografía. El “gran literato” y el “gran político” de la argentina del siglo XX hablaron del más ubicuo (por su modo peculiar de escurrirse) de los filósofos y, al hacerlo, transformaron a ese pensador de otro tiempo y otro espacio en lo que de todos modos ya era: un autor insoslayable de nuestro acervo cultural. La forma en que Borges, en una conferencia de 1985, describe su relación con la filosofía de Spinoza es muy sugestiva. El navegante de una novela de Conrad –dice– ve algo desde la proa de su embarcación: “una sombra, una claridad en los confines del horizonte”. Una sombra y una claridad, una línea opaca (la costa de África)…
Dice Borges que
con Spinoza le sucede algo parecido. “Me he pasado la vida explorando a Spinoza
y, sin embargo, ¿qué puedo decir de él?”: he vislumbrado algo, y sé que eso que
se vislumbra es vastísimo. Frente a tal vastedad (la de un mundo hecho de
infinitos mundos) apenas vislumbrada desde una extranjería irreductible, solo
cabe confesar una “deslumbrada ignorancia”, pero también la impresión de que
hay allí “algo no solo infinito sino esencial”, que “de algún modo –continúa
Borges– me pertenece” y “puedo sentir, misterioso como la música”, aunque “no
podría explicar a otros”. La imposibilidad de explicar, sin embargo, no es el
fin, sino el comienzo de la palabra; no puede ser seguida por el silencio
respetuoso, o por la muda veneración, sino por el juego plástico con las
imágenes que lleva adelante un discurso que, por sustentar la idea de que “la
filosofía y la teología son las formas más extravagantes y más admirables de la
literatura fantástica”, es perfectamente consecuente cuando elabora una
relación con su objeto que se desarrolla entre el amor y la traición3 –una
relación que es posible sintetizar diciendo que Borges imagina a un Dios spinoziano que imagina, que lo imagina a Borges
imaginando a un Dios spinoziano que imagina, y así al infinito--.
La Biblioteca, no. 14, Primavera 2014 Descargar PDF
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