Sergio E. Rojas
Peralta
Ethica ordine
geometrico demonstrata. Detrás,
un pensamiento radical. Spinoza
es un filósofo
excomulgado, anatematizado,
desfigurado. Y
tal vez, por ello mismo, embelesador. ¿Qué
monstruo afirma lo que Spinoza afirma? ¿Qué monstruo imagina un orden geométrico para
los contenidos de
la razón y de este
mundo? Un
monstruo de la razón. Spinoza
exige, efectivamente, un esfuerzo
para comprender lo que se presenta como una obra,
una entelecheia. Pero, ¿es tal? ¿Cuál es ese esfuerzo? ¿Qué
orden es ése de la razón y del mundo?
Si me detengo un momento en la figura spinozana, lo que aparece es el juicio desde fuera,
el juicio hacia fuera:
el herem
judío, la
herejía según los cristianos,
protestantes o católicos. ¿No se interesa por su
propia imagen pública? ¿Por
qué Spinoza no
se retrató a sí mismo? ¿O
sí lo hizo?
Tal vez, un autorretrato evitaría esos juicios sobre lo que uno es. Las confesiones, a la
cartesienne, determinan el punto de partida. Lo que
uno es --o
debe
ser-- para el lector.
Pero el autorretrato es riesgoso. Por
una parte, el que la imagen externa sea una pintura fiel. Y por otra,
implica un juego de espejos, que
no deben
producir aberración alguna. Tanto
la pintura como la aberración
son un objeto de la geometria spinozana: corregir
la aberración o concebir la representación adecuadamente. Estos
son los objetos de su geometría. Por
una parte, la
geometría spinociana
es construcción
de un modelo. El
hecho mismo de la demostración es una construcción a partir de elementos dados, definiciones y axiomas. Pero también es una proyección, porque
dibuja líneas a partir
de esos primeros
puntos hasta conformar una imagen
y una perspectiva sobre esa imagen proyectada.
Ya hay ahí un desplazamiento de la mirada hacia el horizonte. Y ciertamente, el
método está relacionado con el problema de la imagen.
La geometría: la luz, la
imagen, la
cámara obscura,
la representación,
la lente. Finalmente, la reflexión. El
autorretrato, en aparente ausencia, se halla en una teoría de la imagen que
permite efectivamente el juicio. Si
se quiere,
una teoría de la imagen sobre la cual se construye una
sobre el juicio. Pero, como se verá,
no se trata de un juicio en el sentido kantiano, no una proposición. El
herem desaparece
para Spinoza: no
porque una autoridad
lo absuelva, sino
porque con la nueva teoría revela lo que la filosofía puede decir de un dios para cuyo contenido lo dicho no es una herejía. La herejía se convierte en la imagen que un modo de la substancia se forma respecto de otro,
jerarquizando de manera confusa
los modos. Mas esta jerarquía no es real. Y ella modifica
su propia imagen y, particularmente, las
condiciones y potencia para producir su imagen, y por ello,
los otros son, cuando menos, los diletantes.
Ha disuelto el herem en un prejuicio, por estar fundado en los temores de los hombres, y
como tal
desaparece. Pues el prejuicio es una
parte
imaginada o una imagen parcial de la trama y evita
la comprensión
de la trama de imágenes y
luego de
ideas.
¿Se trata, entonces,
de una teoría de la imagen? ¿Cómo
ha formado la filosofía
la imagen? En cada
época, ¿ha
formado la filosofía una imagen
sobre la imagen misma? El concepto de phantasia (imago)
quedó registrada en un campo
léxico
de lo visible por una doble procedencia (Ferraris, 1999): de lo que se manifiesta (phainein)
y de lo que aparece (phantazésthai). Se trata primero de aquello que es presentación. El
proceso por el cual se llegó a las ideas platónicas
implica la
falsificación
de la "presentación".
La phantasia no
consistía
en un engaño, pero, bajo el proceso
de abstracción
de la idea, de
la presentación material o empírica habría de surgir la
forma de la cosa presentada sin su materialidad. Sin embargo, las ideas o el pensamiento
de las ideas
no se separan
de las imágenes, de manera que "no es
posible
pensar sin una imagen. Se
produce
en efecto, la misma afección en el pensar que en
el trazado de una figura."
(Aristóteles, 1998b, 449b-450a) "El alma
jamás intelige
sin el concurso
de una imagen." (1999, 431aI6-17)
Pero esa imagen con cuyo concurso se
piensa y se intelige tiene
una forma propia.
Spinoza
no deja que la
imagen
sea una representación
definitiva, asociada
a la falsificación. Se trata más bien del figmen o
figmentum de las
operaciones de la mente.
Las imágenes
de las cosas son las afecciones del cuerpo humano, cuyas ideas
representan
los cuerpos exteriores como presentes,
aunque no reproducen las
figuras de las
cosas (Spinoza, Ethica II.17e).
Esta podría ser la definición spinociana
de imago. La imagen es
una representación, mas no
en el sentido de la manifestación de la cosa, sino
que consiste en un tener-por, un
estar-por. Y
cuando la mente realiza esta operación, la
mente imagina. La afección consiste en la sola receptividad
del cuerpo, parte
de su potencia, como si en él fuera dejada una impresión. Respecto de lo que el cuerpo exterior es, la impresión es una inversión. Ya la idea spinociana es un reflejo del exterior,
un concepto que la mente forma sobre el figmentum de
la percepci6n (la afecci6n del cuerpo por un cuerpo exterior). La mente, cuando
imagina, refleja la imagen, la reinvierte,
de manera que efectivamente representa lo que el
objeto es, sin
los sensibles comunes,
tamaño, figura, movimiento y
número (Aristóteles, 1998a,
437a9).
De manera que la idea
spinociana es un
reflejo de la cosa,
transferida a la mente por la imagen y sin la cual la mente no piensa la cosa.
¿Cuál es la importancia de este mecanismo
inversión-reflexión? Por una parte, subraya la nota
spinociana según la cual la imaginación de la mente no falsifica por sí misma.
La imaginación
no hace sino mostrar la potencia del cuerpo y,
por ende, de la mente.
La mala definición de la imagen es ya
un problema de la ideación de las afecciones. Un problema de aberración del espejo, si
se quiere. Es aquí donde confluye geometría y óptica (Chaui, 1999). Es inevitable comparar el sistema
spinociano con la camera obscura, mecanismo óptico y pictórico cuyo fin es substituir la visión binocular por una
mirada monopolizada, evitar
el dinamismo de la imagen, separar
la imagen del tiempo en la que transcurre y proyectar el contorno y la
perspectiva de los objetos. La Ethica, ¿una
camera obscura?
Comprender la Ethica
es una empresa desconcertante. En el limen,
el texto parece inabarcable. En parte, por la primera
imagen que produce en el lector. Una
imagen de macicez del texto. Precisamente, esa comprensi6n presupone un
"anticipo de compleción" (Gadamer, 1993),
según la cual, el texto es una unidad de sentido acabado, realizado. O en todo caso que el texto contenga una entelecheia
de sentido, el cual parece fluir a través del texto y que se busca
con el objeto de articular esas fluencias y
de fijadas definitivamente. Pero luego, en
un esfuerzo por asido en su totalidad, se
atiende a cada una de las fluencias, a cada uno de sus enunciados. Deshilar el texto, desmembrado en sus enunciados, como si la comprensión del texto todo radicara en sus elementos.
Y en un ejercicio típico de interpretación, se cae en
el comentario acumulativo de cada uno de ellos. Al
final de una tarea así, se está más lejos del texto que al inicio, porque se
tienen más textos que al principio, susceptibles todos de sufrir el mismo
ejercicio de manera indefinida. Y entonces, de un texto macizo y finito,
tenemos ahora muchos, desarticulados
e infinitos. Se trata de un figmen de la lectura. Ese ejercicio de glosa
y de paráfrasis analítica, evade un objetivo spinociano de carácter retórico,
modificar y reformar los afectos y el intelecto. Caer en ese modelo
interpretativo convierte el desconcierto en incomprensión. Tal vez eso
revele el fardo de la figura spinozana
transmutada en figura geométrica. Y sin embargo, no deja de ser una especie de red en la que los
lectores quedamos
cautivos. Para bien y para mal: unos, cómodos con las finas y delicadas
hebras de la telaraña, inician una metamorfosis indefectible, adquieren una
mirada arácnida, cautelosa y atenta, y otras virtudes. Se adquiere delicadeza y
sutileza, rudeza y fuerza. Otros, atrapados en la red, sacuden sus hilos hasta
formar de la tela una maraña, y con sus desesperados movimientos realizan una pseudometamorfosis:
capullo tejido de la maraña, esperan la liberación, pero en su lugar, sin
aquellas virtudes, la muerte cogitativa les sobreviene en la confusión corporal producida por las
innumerables y desarmadas glosas. Por ello, conviene moverse caute, como el mismo Spinoza aconsejaba. La tela puede ser una
nueva morada para nosotros, pero también nuestro psicófago.
La imagen es más clara aún. La erudición del comentario devora el entendimiento de lo que importa
para el texto y devora a la vez el cuerpo del lector, ahora incapaz de
distanciarse del mecanismo de multiplicación del texto.
Por el contrario, la lectura de la Ethica debe proporcionar
desplazamientos y construcciones del pensamiento. De alguna manera, Spinoza parece
conseguir con la Ethica lo que se proponía en el Tractatus de
Intellectus Emendatione: la emendatio del intelecto. Sin embargo, el
planteamiento de la reforma en la Ethica supera el del Tractatus, porque
la reforma es del modo en sus dos registros conocidos, mente-cuerpo. Ya no puede
tratarse de la reforma del entendimiento solo, sino de la mente en su sentido
más general. Es
decir, que implica también una reforma de la imaginación, por ejemplo. Tal vez
por ello afirma Deleuze que "cierto es que el método de Spinoza es
sintético, constructivo, progresivo, y procede de la causa a los efectos. Pero
esto no equivale a afirmar que pueda instalarse en la causa mágicamente." (2001)
¿Cuál es el toque mágico al que hace alusión Deleuze?
Deleuze (1969) insiste en la inconveniencia de una interpretación de la Ethica.
Solo queda su comprensión. La
cuestión no es clara. ¿En qué radica la diferencia entre interpretar y
comprender? ¿La diferencia afecta el contenido de las tesis spinocianas? Se
entra aquí al campo de la teoría de la hermenéutica de la obra
spinociana. La aludida entelecheia de sentido del texto debe ser aprehendida. Para ello el lector se enfrenta con diversos
tipos de estrategia. Sin
embargo, la elección de la estrategia a seguir no es trivial, sino que tiene
consecuencias sobre la lectura misma y la constitución del sujeto (lector).
Catalogo las estrategias en dos tipos: trascendentes o inmanentes.
Denomino trascendentes a aquellas estrategias en las que el texto está subordinado
al lector. Pero,
¿no es así siempre? El anticipo de compleción está del lado del lector. Enfatiza
a tal punto la constitución del sujeto que este solicita al texto pruebas de su
decir, de sus verdades y falsedades. El lector interroga el texto con la
expectativa de que este le responda. Pero, ¿quién responde? ¿El texto? ¿Acaso el autor mediante el texto? No,
las respuestas son invenciones, hallazgos, fabricaciones del lector mismo. Este
trata al texto como mero objeto, cuyos enunciados simplemente han de ser
sometidos a prueba. El análisis de los enunciados conllevaría la asimilación
del texto por parte del lector, en el caso de pasar la prueba. En caso
contrario, conllevaría el rechazo. La estrategia trascendente suele ser de
carácter analítico, en cuanto separa los enunciados y los considera especial
aunque no exclusivamente en su individualidad. El objetivo es que el lector
introduzca su constitución en el texto, de manera que el texto adquiera el
orden de la mente del lector (sub-ordinación). A este tipo de estrategia
corresponde las labores de análisis, explicación, comentario y glosa de un texto,
con el obvio objetivo de aclarar el sentido de los enunciados y analizar la
verdad y la coherencia de sus enunciados. ¿Es esta estrategia la que ha
convertido a Spinoza en un philosophe maudit?
Por
otra parte, denomino
inmanentes a las estrategias en las
que opera una reordenación del texto y del lector. La reordenación no consiste en acomodar
el texto según
las "respuestas" halladas por el lector en su
glosa del texto. No
se trata, pues,
de una subordinación del texto al lector. La reordenación es
compleja y recíproca
y ahora, el
anticipo de compleción es un problema que está tanto en el sujeto
como en el texto. Descubrir esa unidad y
realización del sentido del texto está implicado en descubrir la unidad y realización del
sujeto. En términos de Chaui (1991), el lector
parte
de la experiencia
individual y se dirige al
conocimiento de su esencia y génesis, conociendo la génesis y el encadenamiento de toda la realidad. Es
decir, su objetivo es reconocer el orden causal de la substancia y procurar ser causa adecuada
dentro de ese orden. Se trata de construir y
constituir la mente y el texto en la lectura
de este. No hay entelecheia
de sentido, ni siquiera obra,
sino más bien una energeia de
sentido
del texto. En esta construcción y constitución radica la
comprensión. Podemos
decir que se trata siempre
de una interpretación pero no en el mismo sentido en que una interpretación es solo análisis y glosa.
La Ethica
no posee un simple carácter retórico. No se trata solamente de persuadir sobre sus contenidos,
sino afectar al lector de manera que modifique lo que su constitución sea. Esto
fija que el dispositivo sobre el que descansa la lectura
de la Ethica es
una relación retórica entre texto y lector (Charles, 1977).
Busca el aumento en su manera de entender,
en términos spinocianos,
en su manera de ser
afectado y de afectar'. Efectivamente,
la reforma de
la mente-cuerpo,
del modo, no
puede pasar
por la analítica de un texto. Lo
que se plantea es
una comprensión
de los afectos
y pasiones del modo, para aumentar su alegría, su plenitud.
La Ethica no está planteada en términos para discutir
sobre la veracidad de sus enunciados, aunque tengamos la
persistente tendencia a multiplicar el texto,
a glosarlo.
La verdad queda en un segundo lugar como parte de un mecanismo para persuadir (Pascal, 1983).
Por ende, no
solo ejerce una potencia de persuadir (peithein),
en cuanto emplea ese mecanismo, sino
también una potencia de liberar (katharizeim). Se
trata del carácter poético de la Ethica. La lectura pretende que el lector sufra
una hybris, el
desbordamiento de las proposiciones del cuerpo del texto, el agobio de contener, de aprehender el sentido del texto. Y al
igual que en el Ars poetica aristotélica,
ese exceso debe conducir a
la comprensión de sí mismo, como superar al prejuicio o anticipación abrumados de complexión. La anagnórisis opera
en una inversión del infortunio a la fortuna.
Es lo que Ricoeur denomina una "théorie de l'intrigue complexe" (1983).
Pero habría que traducir mythos ya no como intrigue,
sino como trama (se suma la complexión
a la compleción). Se trata de un efecto dramático, activo, actual del lector,
del texto en el lector,
conforme a las potencias del
texto.
Por todo ello, efectivamente
el proceder de Spinoza es sintético. Quien realiza un proceder analítico se pierde en la maraña de proposiciones y sentidos,
como he dicho ya.
Y sin embargo,
¡cuán
difícil evadir
la trampa! Seducidos por
esa característica afirmativa del lenguaje,
somos proclives
a corroborar la veracidad de aquello que se nos dice.
Si tomo la lista de los autores cuya lectura he
considerado inmanentista, pese
a las advertencias que ellos mismos hacen, ¿no terminan por elaborar comentarios? Deleuze (1969 y 1996a), Macherey (1994), Gueroult
(1968) y
Wolfson (1983) hacen la sobrada aclaración de que van a proceder por síntesis y
reconstrucción. Al
final, las
reconstrucciones no son lo que uno espera, sino más bien refinadísimos
comentarios. Ciertamente
reconstrucciones de índole sistemática (Gueroult) o histórica (Wolfson).
Por una parte, una
lectura inmanente radical es la que realiza Giancotti Boscherini en su Lexicon
spinozanum (1970). Con su "esigenza di obiettivitá", realiza un trabajo analítico,
más exactamente,
un índice analítico, sin
cambiar una
sola palabra al corpus spinozanum. Sin embargo, aunque dicho proceder tiene por objetivo no modificar el contenido de la "doctrina spinociana"
y consecuentemente evitar introducir incoherencias en ella, no lo consigue. Al no contener todas las entradas posibles, la
buscada objetividad se
incumple por incompletud. Este tipo de ejercicio evidencia que la lectura inmanente no busca proporcionar información que
sirva para explicar o aclarar
el contenido del corpus
spinozanum. Además, su
trama no es constitutiva sino temporal, más exactamente, cronológica (dentro de
lo que cabe hacer con los textos spinocianos).
Por otra parte, otra lectura inmanenete es la de Borges (1999) en su
texto “Pierre Menard, autor del Quijote” respecto del Quijote de Cervantes. También es una propuesta radical, pero más
sugerente que la de Giancotti Boscherini, poque introduce con más claridad el
problema de la significación histórica de una lectura. Leer el Quijote en el XVII, labor históricamente
comparable a escribirlo en el XVII, no puede ser una experiencia semejante a
leer o escribir el Quijote en el XX.
El mundo del lector no es el mismo. Más aún, pese a la asombrosa semejanza de
los textos, ¡el mundo del escritor no es el mismo! Menard es efectivamente auctor textus, un textor, no un scriba o un
scriptor.
Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción
mecánica del original: no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era
producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por
línea—con las de Miguel de Cervantes (1999).
¿Se le podrá exigir al lector de la Ethica similar esfuerzo? ¿Cómo
Pascal de niño, castigado u enclaustrado, dedicado a redemostrar los Elementa en ausencia del texto euclideano?
Aquí cobra un renovado sentido el término auctor:
ciertamente una autoridad del texto, porque es dueño de sus artificios. ¿La
reconstrucción crea, entonces, una transformación del lector? La
reconstrucción, aparentemente dominada por el lector, propone una clausura de
la distancia entre el mundo del autor y el del lector. Empero, es obvio que
dicha clausura es artificial, fingida, puesto que los mundos son históricamente
diferentes, pero temporalmente el lector se finge autor, y porque el lector no
es dueño de sí, ni sabe tal.
Y además, Borges pone en palabras de Menard una aclaración filológica
preciosa y utilísima para los buscadores de manuscriptos spinocianos:
“El término final de una demostración teológica o
metafísica –el mundo externo, Dios, la causalidad, las formas universales—no es
menos anterior y común que mi divulgada novela. La sola diferencia es que los
filósofos publican en agradables volúmenes las etapas intermediarias de su
labor y que yo he resuelto perderlas”. (1999).
Cuando leemos la Ethica, olvidamos el andamiaje de la
construcción. Pero, ¿son
realmente diferentes?,
¿hay tal olvido?, particularmente si
atendemos a la nota spinociana según la cual método y objeto se definen
recíprocamente, se
construyen simultáneamente. Cada vez que leemos la Ethica, la
recreamos. Como cuando decimos interpretar
una pieza musical. Interpretar es una experiencia,
un ejercicio y una ejecución. Efectivamente, interpretar
la Ethica
en el sentido de ejecutada (energeia) es revenir a la entelecheia, realizada
otra vez. Pero la entelecheia
no es definitiva.
En otra interpretación
de estrategia inmanente, Alquié (1981) plantea la lectura
de la Ethica
sin caer en un comentario detallado, ni reconstruida.
Destaca que el texto es
incomprensible,
por faltar la experientia
crucis de
la Ethica, la beatitud del lector o, al menos,
la del autor. Precisamente da por hecho la lectura metafárica del
texto, según la cual el lector se verá desplazado
a una cierta posición,
transfigurado. Esa experiencia,
por la cual cabría pensar siempre en Spinoza como una suerte de pensador
religioso, es
determinante para que se produzca la comprensión.
La beatitud
parece inalcanzable.
Y Alquié alega que no hay pruebas de la sobrevenida beatitud
de Spinoza. Ni se
sabe de ningún caso de beatitud
sobreviniente como
resultado de lectura de la Ethica.
¿Qué
problemas se introducen con esta
beatitud? Ella
implicaría
por una parte una transformación
del individuo pero también una disolución del individuo en la substancia,
como si actuara
como la substancia
toda, como sus
dispositivos, con
su mecánica
y su lógica, en fin, con
su comprensión. Porque ahí radica la suma
alegría de la que habla Spinoza. ¿Implica
la transformación del individuo su disolución?
Sin embargo, el hecho de no producirse tal beatifica
y compleja experiencia no significa
que la Ethica no
sea o haya sido concebida bajo los dispositivos
mencionados: construcción y proyección (geometría), inversión y reflexión (óptica), ser afectado
y afectar (retórica), y reconocimiento y
liberación (poética). Esa experiencia no es un estado mental,
ni se reduce a uno.
En fin, la
lectura está ajustada a la estructura del texto, a esa anticipación que es el título mismo. Más
aún, reconoce el escritor que el objetivo suyo es procurar una transfiguración del individuo, "sed
omnia preeclara tam
difficilia quam rara sunt" (V.42e). Es
lícito, entonces, introducir
la experientia crucis como
focode la lectura,
pero su
ocurrencia --o la falta de ella-- no altera esa voluntad del autor o, lo
que es lo mismo, ese entendimiento suyo. Esa experiencia puede
ser asimilable al experimento de Borges con Menard y el texto
cervantino,
o de Pascal con los Elementa euclideanos.
La experientia crucis
se torna en una situación límite de la lectura de la Ethica. Exige la disolución del individuo en la substancia, una adivinación del porvenir de uno mismo. Ser
intérprete de la Ethica
bajo esa rara y difícil mirada es ser un coniector, como manda la tradición romana. ¿Un intérprete
de tablillas? ¿Un
pronosticador? Ciertamente,
la lectura
de la Ethica,
en cuanto texto,
no podría exigir compartir una naturaleza divina
de esa
índole.
No la hay, como un destino antropomórfico y superior en un cielo comprometido con la salvación de un individuo en la forma y persona bajo las cuales vivió. Tampoco es la Ethica
un texto sagrado. E igualmente, tampoco podría subordinarse su lectura a la ocurrencia de la experiencia crucial. La
experiencia puede servir, contrario a la tesis de Alquié, a la
comprensión de la trama del texto de Spinoza.
Ahora bien, las
estrategias pueden reconocer otro registro,
"apertura"
y "clausura" del texto (Eco, 1979
y 1999a). Son
las trascendentes las que parten
de la clausura.
La apertura depende de la conformación del texto, de las posibilidades de convocar
al lector para cambiar
el
sentido del texto dentro de las posibilidades.
Es el tipo del texto. Esta posición supone que los "textos clausurados"
son acabados y que el sentido de la obra
no puede ser modificado por el lector. Pero, ¿no
implicaría esto un sentido único y verdadero de la
obra? Porque esta sería la consecuencia de proponer una poética de la apertura. Este tipo de poética obliga a clausurar
obras que son por sí
mismas
inclausurables.
La interpretación no solo consistiría
entonces en verificar los contenidos del
texto, sino también encontrar el
sentido del texto. Nuevamente, análisis, explicación,
glosa
y comentario.
Y además, cuando se habla de texto abierto, se
trata de una apertura dentro de las posibilidades, como si el autor
otorgara un campo fijo de sentidos
posibles. Entonces hay varios sentidos posibles. Esto
puede ser
así, pero entonces, ¿la
interpretación consistiría en hallar todos los sentidos posibles?, ¿en jerarquizarlos?
Por otra parte, ¿podría
este criterio ser aplicado a la estrategia inmanente?
Si se partiera de él,
sin dejar que el texto hablara antes, sería una lectura trascendente. Además,
a la estrategia inmanente no le interesa que haya uno o más sentidos. Le
interesa la reforma del modo. Que crea en la existencia de un solo sentido o en
uno entre muchos es irrelevante. Esta
dicotomía apertura clausura
resulta entonces poco útil y deja al texto por fuera de la mente del lector,
del ejercicio de la comprensión.
La lectura de la Ethica debería conformarse como una cartografía
de la substancia de la cual el lector es parte, al través del tejido que sirve
a Spinoza para idear la substancia, la Ethica. Cuando leemos un mapa, si el símil lo permite, y buscamos encontrar en él nuestra
ubicación, no
podemos más que superar todas las operaciones analíticas que efectuamos para
finalmente caer en el mapa: entender la leyenda,
confirmar las distancias,
establecer los puntos de referencia... y al final,
toda la lectura desaparece cuando sabemos cuál es
nuestra ubicación, el
"cómo operamos". El
mapa solo funciona si nos encontramos ahí,
en el lugar indicado, en algún hic et nunc.
Mientras sigamos perdidos, las operaciones analíticas
no solo tienen sentido sino que son necesarias.
La lectura de un mapa tiene un sentido sintético, por encima de los detalles operacionales. Este es
el objeto de esta
encuesta.
Y pese a todo lo dicho, no
puede más que fragmentarse el texto de la Ethica. Es inevitable la fragmentación, porque
el orden del texto es geométrico.
Es decir,
no es temático, no
es capitulado, difícilmente una serie. La otra opción,
muy radical,
es confirmar lo dicho por Deleuze, que la
Ethica no puede interpretarse (glosarse), sino comprenderse. Reconstruida toda,
lo cual
es, desde mi perspectiva, imposible. Por aquellos
problemas que conciernen al ámbito
de lo histórico, inasible e irreconstructible. Esta reconstrucción total ha de dar lugar a
una reconstrucción
geométrica, hasta
cierto punto irreal. La reconstrucción funciona
bajo una hypothesis figmenta. Pero
este figmen es fundamental,
porque establece la experientia crucis como condición
de posibilidad
de comprensión del texto,
es decir, de constitución
de lector.
Y por otra parte,
pretender de la reconstrucción total significaría que todos los dispositivos dependen de
enunciados que por sí mismos no conformarían siquiera partes del todo. Lo que importa
es mostrar
el dispositivo general por el cual sucede o
puede suceder
una modificación en la comprensión, una
transfiguración en el individuo. La comprensión
no está situada en los enunciados individuales, sino
en el dispositivo general.
Por ello,
esta encuesta está dirigida a mostrar el limen del texto, que es su
comprensión. ¿Dónde está el limen del texto? La
Ethica conforma una hypophausis,
una pequeña apertura, un intervalo, como
el orificio de la camera obscura. La hypophausis
abre el sujeto, construye sus nuevas dimensiones y proyecta lo que encierra el
texto, una
teoría trágica del sujeto. Podría
decirse incluso
que la hypophausis
es el principio de la cámara.
Invierte lo real, lo diseca para la observación refinada
y detenida. Luego, el reflejo puede ser la idea (la
imagen de la imagen) de lo que el mundo es,
la substantia. Por ello, me dedico a explorar los dispositivos de esta camera
que es la Ethica. Y, como sigo el principio de la cámara, lo
que hago
es inventar el dispositivo general de
transfiguración del sujeto.
Sergio E. Rojas Peralta, ‘Modo y hermenéutica en la Ethica de Spinoza. Una
lectura conversa’, Revista de
Filosofía, Universidad de Costa Rica, vol. XLIII, no. 108, Enero-Abril
2005, pp. 11-47.
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