A los políticos se les llena la boca al pronunciar ideas como justicia social, democracia, libertad, igualdad, comunidad. ¿Pero sabrán verdaderamente lo qué significan estas ideas? ¿Cómo justifican los políticos los valores concernientes a la vida en sociedad sometida a un sistema de poder? Frente a estas preguntas los políticos seguramente han de lamentar no haber estudiado filosofía política.
Justice es un curso de introducción a la filosofía política impartido por el profesor Michael Sandel en la Universidad de Harvard. La asociación del WGHB Boston, el prestigiado canal de la televisión pública americana, y la Universidad de Harvard ha producido esta extraordinaria serie de televisión de 12 capítulos o videos, que nos ofrece la oportunidad de alcanzar una mayor claridad y comprensión de los debates contemporáneos en la esfera de los valores morales.
Se trata de una empresa de educación a distancia donde los políticos y los estudiantes de primer año en la universidad podrán comprender de una manera amena y clara, pero sin menoscabo del rigor, los difíciles problemas morales actuales y, al tiempo, cuestionar sus propias creencias a la luz de nuevos puntos de vista. Sandel reflexiona sobre la idea de la justicia desde las ópticas del utilitarismo, el liberalismo y el comunitarismo, así como revisa los temas urgentes de hoy en día: matrimonio entre personas del mismo sexo, aborto, legalización de las drogas, prostitución, terrorismo, manipulación genética, impuestos, etc.
Por último, se ha publicado, en paralelo a la producción del curso para televisión, el libro de Sandel, Justice: What's the Right Thing to Do? (2009). Vale la pena seguir a Sandel en estas reflexiones.
Ver Justice con Michael Sandel aquí
27 noviembre, 2009
23 noviembre, 2009
Primacía del principio de igualdad
Para Rawls, la justicia es la norma que regula la estructura de las principales instituciones sociales –la estructura básica de la sociedad. Así, los individuos están sujetos por la justicia a mantener las instituciones justas, o bien, a crearlas cuando no existen; igualmente están obligados por leyes que están en concordancia con la justicia. Al interior de las instituciones justas, los individuos son moralmente libres de realizar sus propios proyectos y fines. Según Cohen, en su libro Rescuing Justice and Equality, esta imagen de la sociedad justa delinea una economía donde los individuos egoístas se afanan en alcanzar el máximo beneficio para sí dentro de las reglas institucionales. Esta imagen, dice Cohen, está incompleta.
Según Cohen, la justicia social requiere que la distribución de los costos y beneficios entre los individuos sea equitativa; que su origen y afirmación no depende sólo del criterio de elección de las instituciones básicas, sino de la responsabilidad de los miembros de la sociedad. En una sociedad justa, afirma Cohen, los individuos no sólo toman sus decisiones cotidianas respecto a la realización de sus propios proyectos y fines, sino también las toman con vistas a contribuir al bien de los otros, y de esta manera, producir una justa distribución --que Cohen supone una distribución casi igualitaria. Si bien la estructura de las instituciones debe cumplir con los principios de la justicia, esto no es suficiente.
Cohen pone el énfasis en una sociedad justa donde cada miembro abraza el ideal de la justicia social como fin y está dedicado a guiar su vida en la realización del bien común. Hay un elemento disposicional en la sociedad justa: un marco de orientación y devoción hacia el bien común. Que los miembros de la sociedad posean esa actitud, de acuerdo con Cohen, es un elemento intrínseco de la justicia y no sólo un buen instrumento para la realización de la justicia.
Según Cohen, la justicia social requiere que la distribución de los costos y beneficios entre los individuos sea equitativa; que su origen y afirmación no depende sólo del criterio de elección de las instituciones básicas, sino de la responsabilidad de los miembros de la sociedad. En una sociedad justa, afirma Cohen, los individuos no sólo toman sus decisiones cotidianas respecto a la realización de sus propios proyectos y fines, sino también las toman con vistas a contribuir al bien de los otros, y de esta manera, producir una justa distribución --que Cohen supone una distribución casi igualitaria. Si bien la estructura de las instituciones debe cumplir con los principios de la justicia, esto no es suficiente.
Cohen pone el énfasis en una sociedad justa donde cada miembro abraza el ideal de la justicia social como fin y está dedicado a guiar su vida en la realización del bien común. Hay un elemento disposicional en la sociedad justa: un marco de orientación y devoción hacia el bien común. Que los miembros de la sociedad posean esa actitud, de acuerdo con Cohen, es un elemento intrínseco de la justicia y no sólo un buen instrumento para la realización de la justicia.
16 noviembre, 2009
¿Rawls o Cohen?
Durante un partido de futbol, en Holanda, un jugador del equipo de rojo -el Ajax- sufrió una falta y quedó lesionado, caído en el pasto. Uno de los jugadores del equipo adversario de amarillo –el Den Haag-- como es habitual, tiró la pelota afuera para que el jugador fuere atendido.
Cuando el jugador estuvo recuperado, el saque correspondía al Ajax (de rojo) y, como manda la caballerosidad, un jugador del Ajax quiso devolver la pelota para el campo adversario. Solo que por mala fortuna, sin querer, terminó en gol. Ver enseguida el video para conocer la respuesta de los jugadores.
El video ilustra por analogía un importante debate en la filosofía política contemporánea acerca de si los principios de la justicia deben aplicarse a las reglas que establecen las estructuras básicas de la sociedad, como cree Rawls, o si, también, deben aplicarse a las actitudes y conductas de los individuos, como piensa Cohen. La anécdota del juego nos sugiere las siguientes reflexiones:
¿Las reglas del juego no se mostraron externas, ajenas, a la situación real de los jugadores en ese momento del partido de futbol?
Si bien las reglas del juego valen para todos. ¿Son válidas en todo tiempo? ¿No se trata de reglas abstractas que no se concretan en el juego real y de las que los jugadores no pueden escapar?
¿La intervención de los jugadores en la construcción de un consenso de equidad no supera efectivamente la abstracción que las reglas imponen sobre las condiciones de juego?
¿No superaron los jugadores el interés personal y de grupo? ¿Los jugadores no afirmaron al tiempo un punto de vista universalizable como base en la construcción de una competencia entre iguales?
¿Los jugadores no rebasaron la lógica del juego y se relacionaron entre sí en un espíritu de igualdad y comunidad?
En otras palabras, ¿No estarían vacíos los principios de la justicia aplicados a las instituciones de la sociedad sin las creencias sobre la justicia de las personas? ¿No depende la idea de la justicia de una sociedad, en última instancia, de las creencias y decisiones de los sujetos morales, autónomos?
¿No es posible, deseable, proyectar estas normas y valores en las estructuras básicas de la sociedad?
Cuando el jugador estuvo recuperado, el saque correspondía al Ajax (de rojo) y, como manda la caballerosidad, un jugador del Ajax quiso devolver la pelota para el campo adversario. Solo que por mala fortuna, sin querer, terminó en gol. Ver enseguida el video para conocer la respuesta de los jugadores.
El video ilustra por analogía un importante debate en la filosofía política contemporánea acerca de si los principios de la justicia deben aplicarse a las reglas que establecen las estructuras básicas de la sociedad, como cree Rawls, o si, también, deben aplicarse a las actitudes y conductas de los individuos, como piensa Cohen. La anécdota del juego nos sugiere las siguientes reflexiones:
¿Las reglas del juego no se mostraron externas, ajenas, a la situación real de los jugadores en ese momento del partido de futbol?
Si bien las reglas del juego valen para todos. ¿Son válidas en todo tiempo? ¿No se trata de reglas abstractas que no se concretan en el juego real y de las que los jugadores no pueden escapar?
¿La intervención de los jugadores en la construcción de un consenso de equidad no supera efectivamente la abstracción que las reglas imponen sobre las condiciones de juego?
¿No superaron los jugadores el interés personal y de grupo? ¿Los jugadores no afirmaron al tiempo un punto de vista universalizable como base en la construcción de una competencia entre iguales?
¿Los jugadores no rebasaron la lógica del juego y se relacionaron entre sí en un espíritu de igualdad y comunidad?
En otras palabras, ¿No estarían vacíos los principios de la justicia aplicados a las instituciones de la sociedad sin las creencias sobre la justicia de las personas? ¿No depende la idea de la justicia de una sociedad, en última instancia, de las creencias y decisiones de los sujetos morales, autónomos?
¿No es posible, deseable, proyectar estas normas y valores en las estructuras básicas de la sociedad?
09 noviembre, 2009
On Walter Benjamin's Historical Materialism
Walter Benjamin worked on his ground breaking reinterpretation of Marx's theory of historical materialism [....] According to Benjamin 'revolution' can only come when through our questioning and insight we bring the blind logic of history to a halt [...] this applies to individuals and [...people] seeking to escape the rigid, oppressive structures of the past. Geoffrey KlempnerWalter Benjamin’s theses On the Concept of History (1) promise a discussion on a new concept of history, and concomitantly on a new concept of the present. A characteristic of the text is that at the center of it there is no discursive explanation, but an image instead. Benjamin’s concept of history seems to do away with philosophy’s conceptual games, and transforms concepts into images, which spoil the promise of truth offered by philosophy of history. For Benjamin, the traditional concepts of history evaporated as he wrote the historical-philosophical theses. He could no longer be convinced that every historical event derives from a linear cause and effect relationship, and that all events together constitute a progressive, continuous motion. In thesis IX this appears as “one single catastrophe, which keeps pilling wreckage upon wreckage,” the “pile of debris” was so vast that it even “grows toward the sky.” According to Benjamin, everything about history has been untimely, sorrowful and unsuccessful. History has collapsed into a “single catastrophe” in which the history of mankind has shown to be a failure. The basis for Benjamin’s image of the pile of debris reaching to the sky, and the catastrophic concept of history in these theses, goes beyond concepts and phrases. For Benjamin, the stigma of philosophical language is that it does not extend to mimesis - remembrance. Only images attempt to gain direct access to mimesis.
The image of thesis IX presents history as Benjamin himself understood it, but we still have to grasp what he hides behind that image: “There is a picture by Klee called Angelus Novus. It shows an angel who seems about to move away from something he stares at. His eyes are wide, his mouth is open, his wings are spread. This is how the angel of history must look.” The image is an allegory of history as natural history. And the angel stands for the “true” historian, the “historical materialist” who has stripped himself of all illusion about human history. In order to use the “weak messianic power” bestowed on us “like every generation that preceded us,” we must perceive history from a materialistic point of view, that is, history as the catastrophic pile of debris that continually “grows toward the sky.” The historical materialist understands the “claim” implicit in accepting this power: “a power on which the past has a claim” (thesis II). “The angel would like to stay, awaken the dead, and make whole what has been smashed.” Here Benjamin seems to pave the way for the construction of a new “conception of the present as now-time” (thesis XVIII, A).
It is plausible to contend that Benjamin was aware of the explosiveness of historical materialism, which lay in the concept of the incompleteness of the past. In the theses, Benjamin refers to the “past” or “what has been” in general, and in some passages, to “past generations,” the “tradition of the oppressed”, and finally, to the dead and the smashed. Benjamin is not writing history, but developing a new “concept” of history.
No one more emphatically integrated the incompleteness of history into its completeness than Marx did. In the Eighteenth Brumaire (2) he wrote: “The tradition of all the dead generations weighs like a nightmare on the brain of the living.” For past revolutions, there might have been some sense in “awaken the dead”, but for the revolution —that Marx thought was imminent— “in order to arrive at its own content” --its own identity-- it “must let the dead bury their dead.” In the same line of thinking, Horkheimer asserted: “The determination of incompleteness is idealistic if completeness is not comprised within it. Past injustice has occurred and is completed. The slain are really slain….” (See, Horkheimer’s letter of March 16, 1937). But Benjamin inveighs against this, and thus he holds his position in a celebrated passage from the Arcades Project (3):
History is not simply a science but also and not least a form a remembrance. What science has “determined,” remembrance can modify. Such mindfulness can make the incomplete (happiness) into something complete, and the complete (suffering) into something incomplete [N8,1].
Succeeding generations cannot simply ratify the fact that what has been lost has been lost for all time, and that the dead have no more access to any praxis, for other praxis is within reach. Thus the history written by the historical materialist takes up a certain “idea of the past” as its cause.
If “the idea of redemption” is inherent to the “idea of happiness,” the same should hold true for the idea of the past. “The past carries with it a secret index by which it is referred to redemption.” But Benjamin does not assign the task of redemption to a redeemer who is to intervene in history from the outside; he also maintains like Marx wrote, “men make their own history.” Benjamin thereby renders the past of history its completeness. “There is a secret agreement between past generations and the present one. Then our coming was expected on earth.” Although all this may sound theological, it has a materialistic intent and content. It is the historical materialist who is “aware” that “the past has a claim” on us, and we will not “settle” this claim “cheaply.” Benjamin does not depend on messianic promises: “Like every generation that preceded us, we have been endowed with a weak messianic power.” That “messianic power” is an impulse, a promise that does not turn it into a fetish of what it promises.
How this power with which mankind is endowed is to be put to work? Benjamin does not treat this question in the theses. But he has no doubts about who is to put it to work - the historical materialist. In thesis II, Benjamin outlines the task of the historical materialist, and in thesis XVII, he describes the procedure. Benjamin first provides a summary of “materialistic historiography,” under which he subsumes his works: it “is based on a constructive principle. Thinking involves not only the movement of thoughts, but their arrest as well.” The “movement of thoughts” seems to stand beside “their arrest.” This shows Benjamin’s characteristic form of philosophizing, which uses “dialectical images” to decode profane existence as the enigmatic form of something beyond existence. Benjamin also combined these ideas in the paradoxical formulation “dialectics at a standstill.” His insistence on the arrest of the flow of thoughts opposes Hegel’s dialectics. Benjamin does not seek to assimilate itself into the temporal course of history through understanding or intuition. The knowledge —exposed by the arrest of the movement— “flashes up at the moment of its recognizability” (thesis V):
Where thinking suddenly comes to a stop in a configuration saturated with tensions, it gives that constellation a shock, by which thinking is crystallizes as a monad. The historical materialist approaches a historical object only where it confronts him as a monad (thesis XVII).
This representation is a construction that distills the rational shape out of the tensions of history. Benjamin’s method seems to be an optical change: the lenses in the historical camera have been replaced. In order to grasp the movement of history, the flow must come to a stop. It must crystallize into a shape and be constructed as something immediately present. Regarding the historical subject, Benjamin writes: “In this structure he recognizes the sign of a messianic arrest of happening.” By virtue of his “constructive principle,” by means of this “shock” which he gives to history, the historical materialist causes it to crystallize into a monad, bringing about the “arrest of happening.” Like Marx, Benjamin also recognizes the sign of “a revolutionary chance in the fight for the oppressed past,” by virtue of this “messianic” arrest.
In other words, thesis XVII deals with the chance of historical materialism to gain possession of history as a unity subject-object, which crystallizes itself by means of an “arrest” into a monad. In thesis VI, this cessation is more precisely described as “a moment of danger”: historical materialism wishes to retain that image of the past, which appears to man, single out by history at a moment of danger. This danger is the political one “of becoming a tool of the ruling classes.” Benjamin accepts the cause of the oppressed as his own: “Every age must strive anew to wrest tradition away from the conformism that is working to overpower it.” The “tradition” becomes then a “tool of the ruling classes” if it is abandoned to “conformism,” and all that because under capitalism the social relations are determined in the same way as commodities. The task of the historical materialist is to wrest tradition away from the ruling classes. As an explanation of this task, thesis VI continues with this sentence: “The Messiah comes not only as the redeemer, he comes as the victor over of Antichrist.” The introduction of these theological concepts cannot disguise the fact that there is no thought in the religious sense. While the Messiah is an image for the historical materialist, the Antichrist is an image for the “ruling classes.”
Benjamin’s language in the historical-philosophical theses invokes anew the theological origin of Marxian concepts; the secularized content of these ideas is always maintained. The Messiah, redemption, the angel and the Antichrist appear in the theses as images, analogies and parables --not literally. Here the question is why Benjamin proceeds in this manner. Maybe, the metaphorical emphasis of Benjamin’s thought leads us to assume that he is playing a game. What then are the rules of this game?
On thesis I, Benjamin offers us an image and its interpretation as well:
There was once, we know, an automaton constructed in such a way that it could respond to every move by a chess player with a countermove that would ensure the winning of the game. A puppet wearing Turkish attire and with a hookah in its mouth sat before a chessboard placed on a large table. A system of mirrors created the illusion that this table was transparent on all sides. Actually, a hunchbacked dwarf --master at chess-- sat inside and guided the puppet’s hand by means of strings.
But Benjamin adds to the interpretation of the image his own interpretation of the figures:
One can imagine a philosophic counterpart to this apparatus. The puppet, called “historical materialism,” is to win all the time. It can easily be a match for anyone if it enlists the services of theology, which today, as we know, is small and ugly and has to keep out of sight.
How then do the dwarf and the puppet, theology and historical materialism, relate to one another? It seems that historical materialism and theology, which is the impulse that sets the apparatus of historical materialism, are by no means identical. There is no identity between the separate figures. But it is the dwarf (theology) who guides the puppet’s hand (historical materialism).
In Benjamin’s interpretation, these relationships seem to be shifted. Historical materialism is in control: it “enlists the services of theology.” Theology is the slave who must do the work. Of course, the tasks undertaken by theology are not prescribed to it; on the contrary, it is the expert. But it can only do anything when it is in the interest of its master. The master-slave relationship is reversed: the living dwarf does not “enlist the service” of the lifeless puppet. This reduces the living being to a mere object of domination and reveals “the puppet” to be, in reality, alive and active.
Although the two figures are clearly separated, they become unified, however, when they make up the image of the automatic chess player. Only when theology and historical materialism have joined forces can the game begin. Only as allies would the two be a match for any opponent on the field of history —the class struggle. It seems that Benjamin seeks a form of cooperation between historical materialism and theology in which they can do more than take up the struggle - they can win. There can be no doubt about the desired outcome of the class struggle for one who has taken up the position of the oppressed classes. But is not it a solely intentional standpoint. Benjamin might respond to the question: if historical materialism “enlists the services of theology”, the victory of the oppressed classes must be objectively produced. Historical materialism “is to win all the time.”
But this question necessarily raises the problem concerning the necessary conditions for winning the historical match. At this point, Benjamin implicitly departs from the discussion of the concept of history to the possible historical praxis. Benjamin’s historical materialism would postulate the unity of theory and practice as has been advocated since Marx. He attempts to develop the theory of a different practice, which might have a chance of winning the match. Indeed this seems to be the intention of the historical-philosophical theses.
Historical materialism once sought to realize philosophy by transforming it. But in the meantime, for Benjamin, it has lost its relationship to reality. So in order to be able to catch up with real history again, historical materialism must return beyond philosophy to theology. But the question remains, was Benjamin’s attempt successful; is the alliance of historical and theology actually able to produce a new unity of theory and practice.
Benjamin’s theses closely connect the theory of historiography –narrative-- with the theory of history –the nature and transformation of human society-- in the same way in which history itself is referred to its political praxis. For Benjamin, it is necessary to have a certain conception of the present that allows us to generate an interrelationship between history and politics. The concept of history intended by Benjamin is meant to improve our position in the class struggle and historical materialism in the process. He immediately begins to develop the conception of an alternate political praxis, which would pursue the cause of historical materialism.
Benjamin’s critical revision of the theory and practice of historical materialism has its starting point as a “criticism of the concept of progress itself” (thesis XIII). Its theory and practice have been formed by a conception of progress, which “bore little relation to reality but made dogmatic claims” (loc. cit.). Here Benjamin criticizes a vulgar historical materialism that “recognizes only the progress in mastering nature, not the retrogression of society” (thesis XI). The vulgar-historical materialist bypasses the question that the concept of “progress” and the notion of “barbarism” are two sides of one and the same thing. Therefore, the task of historical materialism is “to brush history against the grain” (thesis VII).
It would be a mistake to understand that Benjamin is against progress; he is against that man internalizes the logic of progress, and in this way he would indefinitely reproduce it. When the progress turns into the objective of mankind and not mankind the objective of progress, we reproduce a conformist and reified conception of history. In other words, the task of historical materialism then is to blast out the continuum of historical succession, that is, to overcome the concept of “progress.” Benjamin adopts a conception of history as discontinuity, as interruption.
“Historical materialism aspires to neither a homogeneous nor a continuous exposition of history” [N7a,2], rather it “leads the past to bring the present into a critical state” [N7a,5]. The critical momentum of historical materialism “is registered in that blasting of historical continuity” [N10a,1].
Benjamin writes:
The concept of progress had to run counter to the critical theory of history [historical materialism] from the moment it ceased to be applied as criterion to the specific historical developments and instead was required to measure the span between a legendary inception and a legendary end of history…as soon it becomes the signature of historical process as a whole, the concept of progress bespeaks an uncritical hypostatization rather than a critical interrogation [N13,1].
For Benjamin, historical materialism “carries along with it an immanent critique of the concept of progress” [N11,4]. So it must liquidate the continuum of history: it “blasts out ‘the reified’ continuity of history” [N9a,6], and constructs it as a discontinuum. That is, historical materialism does not reconstruct history by repeating the past, but constructing its “interferences” in the present. Its “founding concept is not progress but actualization” [N2,2].
Benjamin attempts to establish “the discontinuity of historical time” as the foundations of the materialistic view of history. This attempt terminates in the concept of history as a “catastrophe”. The catastrophe is the continuum of history. For Benjamin, catastrophe is progress; progress is catastrophe. Thereby, “the concept of progress must be grounded in the idea of catastrophe. That things are ‘status quo’ is the catastrophe” [N9a,1]. That things continue on going is the catastrophe.
However, Benjamin postulates a true concept of progress versus its reified version: “Progress has its seat not in the continuity of elapsing time but in its interferences” [N9a,7]. That is, in its discontinuities. These discontinuities are no less than the outcome of the aporias, the historical contradictions, of the present. In short, the task of historical materialism is to construct an alternative history once it “has annihilated within itself the [reified] idea of progress” [N2,2].
Notes
1. Quotations originate from Walter Benjamin, On the Concept of History, in Selected Writings, vol. 4, ed. Howard Eiland and Michael W. Jennings, trans. Edmund Jephcott et al., (Cambridge: Harvard University Press, 2003).
2. Karl Marx, The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte, in Selected Writings, ed. David McLellan (New York: Oxford University Press, 1977).
3. Quotations in brackets are from Walter Benjamin, Arcades Project, trans. Howard Eiland and Kevin McLaughlin (Cambridge: Harvard University Press, 1999).
Alfredo Lucero-Montaño
01 noviembre, 2009
Karl Marx en el siglo XXI
Durante la década que podemos situar simbólicamente entre 1968 y 1978 del siglo pasado, el marxismo influyó vigorosamente en los países europeos de linaje latino, y paralelamente, en las universidades del primer mundo surgió un nuevo interés, casi sin precedentes, en el pensamiento de Marx; aún en Wall Street lo admiraban: Marx el poeta de las mercancías --quien formulara descripciones precisas de la dinámica capitalista--; el Marx de los estudios culturales --quien dibujara la alienación y reificación de la vida moderna. Pero a finales de la década de los años setenta, un hecho bien conocido tuvo lugar: el marxismo entró en una espectacular crisis y se derrumbó como ideología política, como visión del mundo y como paradigma teórico, creando un imprevisible vacío cultural y político en el mundo contemporáneo.
De la caída del Muro de Berlín a nuestros días, la Unión Soviética y su imperio en Europa Oriental se han colapsado y la estructura económica nominalmente comunista de China ha mutado en una versión del capitalismo agresivamente fascista. En el mundo occidental, los autodenominados partidos marxistas se han vuelto penosamente débiles o han desaparecido como fuerza política. Y el posmodernismo ha desplazado al marxismo como la postura de moda de los intelectuales descontentos. Hoy en día la primera reacción a la idea de reactualizar a Marx es obviamente de desdén.¿Posee actualmente el pensamiento de Marx un valor intrínseco? ¿Qué teorías de Marx se encuentran irremediablemente desfasadas y cuáles persisten como fuente de nuevas ideas y tesis de trabajo? Existen tres criterios para evaluar una teoría. Primero, puede ser inaplicable hoy en día, aun cuando fuese correcta cuando se formuló por primera vez. Dado que los marcos conceptuales cambian, enunciados verdaderos hace 100 años pueden ser falsos hoy en día. Segundo, la teoría puede haber sido inconsistente incluso desde sus orígenes pero no por errores de su autor, sino porque los datos de observación y los juicios analíticos disponibles para la época han sido superados por desarrollos teóricos posteriores. Tercero, la teoría pudo haber sido falsa desde su formulación sobre una base puramente lógica, previamente a su corroboración empírica.
Jon Elster, en Una introducción a Karl Marx (Siglo XXI, México, 1992) --que es la secuela concisa y accesible de su imprescindible trabajo, más extenso y riguroso, Making Sense of Marx (Cambridge University Press, 1985)--, recurre a estos criterios en la evaluación de los elementos del pensamiento de Marx. Para evitar una percepción anticlimática, Elster expone y somete a discusión, primero, aquellos elementos que están muertos o artificialmente vivos y necesitan ser enterrados. Y enseguida revisa aquellos elementos que están vivos o se piensa que están muertos y necesitan ser resucitados. Brevemente, estas son las consideraciones del autor:
¿Qué está muerto?
1. El socialismo científico está muerto. Por un lado, no existe ningún argumento intelectualmente fiable que sostenga que el progreso de la historia está determinado por leyes que operan por necesidad; por el otro, su tratamiento de los valores es deleznable, pues si las leyes de la historia operan con férrea necesidad, entonces la acción política es superflua.2. El materialismo dialéctico está muerto. Este es un eslabón menor en el pensamiento de Marx. Aquí la formulación de la dialéctica es vaga y general, pues sólo equivale a decir que existen interconexiones generales entre las cosas, o bien, se utiliza como un concepto sofisticado para designar procesos de retroalimentación.
3. La teleología y el funcionalismo están muertos. En el pensamiento de Marx, se reconcilian, paradójicamente, una filosofía teleológica de la historia y el socialismo científico. La paradoja consiste en que la teleología explica todo por conexiones regresivas (causas finales), mientras la ciencia procede por conexiones progresivas (causas eficientes). Aquí el telón de fondo es la tradición teológica que presupone la existencia de un sujeto supraindividual dotado con poderes para actuar, ya sea la humanidad o el capital.4. La teoría económica marxista está muerta. El primer pilar de la teoría económica marxista, la teoría del valor-trabajo es una ruina, pues no ofrece un criterio útil para la elección de técnicas socialmente deseables, ni tampoco explica la elección real de técnicas bajo el capitalismo.
El segundo pilar, la teoría de la tendencia a la baja en la tasa de ganancia como consecuencia de un cambio técnico que ahorra trabajo es igualmente insostenible. El error más importante en que incurrió Marx es que despreció el hecho de que incluso el cambio técnico que ahorra trabajo tiene el efecto indirecto de depreciar el valor del capital constante, contrarrestando así y posiblemente equilibrando la tendencia a la baja en la tasa de ganancia.5. La tesis de las fuerzas productivas y las relaciones de producción está muerta. Desde el individualismo metodológico, la objeción principal a la tesis que las relaciones de propiedad ascienden y caen según su tendencia a promover o trabar el desarrollo de las fuerzas productivas es que no tiene ningún microfundamento. Marx no explica cómo la tendencia se convierte en una fuerza social, sostenida por las motivaciones de los individuos. A propósito de esta cuestión, Luis Villoro propone una formulación teórica que apunta a superar esta brecha que corre entre las situaciones y relaciones sociales efectivas y los proyectos colectivos que suponen la aceptación de valores relativos a los intereses particulares de cada grupo social, donde establece una cierta relación causal entre ellos (Véase, “El concepto de actitud y el condicionamiento social de las creencias”, en El concepto de ideología, México, FCE, 1985).
¿Qué está vivo?
1. El método dialéctico está ciertamente vivo. Al menos la versión del método dialéctico influida por La fenomenología del espíritu de Hegel, que ofrece un marco de orientación teórico plausible de las contradicciones sociales, así como de las consecuencias no intencionales de la acción humana.
2. La teoría de la alienación y la concepción de Marx de la vida buena están vivas. Al enfatizar el ideal de la autorrealización del hombre (individualismo ético), Marx quiso marcar distancia tanto frente a cualquier concepción que se centre en la autorrealización de la humanidad (en abstracto), como frente aquella que pone el énfasis de la buena vida en el consumo pasivo. La concepción de la vida buena de Marx es de impronta aristotélica, es decir, una vida donde los hombres hacen realidad sus capacidades específicas, sus potencialidades creativas.
La teoría de la autorrealización de Marx es una buena guía --apropiadamente restringida y modificada--, para reorganizar la reforma industrial y el cambio económico y social a gran escala.
3. La teoría de la explotación y, correlativamente, la concepción de la justicia distributiva de Marx están vivas. Si bien la explotación no es un concepto moral fundamental, sí tiene una función heurística y descriptiva en cualquier caso de análisis real de la injusticia social. La teoría de la explotación de Marx ofrece una sólida guía sobre lo que está bien y mal en un gran número de casos. Estos casos surgen cuando los individuos realizan más trabajo del necesario para producir las mercancías que consumen, por cualquiera de las razones siguientes: coerción física, coerción económica o necesidad económica. El principio subyacente de la justicia distributiva es: ‘A cada cual según su contribución’, principio que admite excepciones que sólo pueden justificarse por necesidades especiales. Aunque Marx no formula claramente ni el principio de contribución ni el principio por el cual las necesidades justifican las excepciones del mismo, sí son útiles como primeras aproximaciones.
4. La teoría del cambio técnico de Marx está definitivamente viva. Algunos de los capítulos más interesantes y vigorosos de El capital, I, son justamente aquellos en los que Marx examina la relación entre tecnología, beneficio, poder y derechos de propiedad en el nivel de la empresa.
5. La teoría de Marx de la conciencia de clase, la lucha de clases y la política está viva. En un nivel, se reconoce generalmente que la teoría de clases no ofrece una repuesta completa a la pregunta cómo las clases y los individuos que las forman desean vincular su destino a un nuevo ordenamiento social. Esta teoría fracasa en construir los microfundamentos de la teoría de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
En otro nivel, Marx pensaba que su teoría de las clases explicaba las condiciones bajo las cuales los miembros de una clase podrían convertirse en actores colectivos en el seno de los conflictos sociales. Hizo aportaciones originales sobre la naturaleza del conflicto de clase, de la cooperación de clase y de las coaliciones de clase. También subrayó, entre otras cosas, el aislamiento espacial, las altas tasas de movilidad y la heterogeneidad cultural como obstáculos a la conciencia de clase. Hoy en día acentuaríamos que la lucha de clases también está oscurecida por la presencia de otros conflictos de naturaleza independiente: los sentimientos religiosos, raciales y nacionalistas. No hay duda de que la clase es una fuente importante de conflicto social, pero no es el único elemento o el dominante.Finalmente, Marx quería que la teoría de clases ofreciera una explicación de los fenómenos políticos y, en particular, del comportamiento del Estado en las sociedades capitalistas. La versión más conocida de la teoría sostiene que el ‘Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes [de la clase capitalista]’ está históricamente refutada. Ante este hecho, el mismo Marx propuso una ‘teoría de la abdicación del Estado, según la cual el Estado se permite alguna autonomía, pero sólo porque ello conviene a los intereses de los capitalistas’. Una mirada más estrecha a los escritos históricos de Marx --a diferencia de sus escritos más teóricos, por ejemplo, su teoría de la historia--, demostraría que la autonomía del Estado moderno es una piedra de toque. Esta tensión en Marx podría atribuirse a su insuficiente comprensión de la naturaleza estratégica de la política y del hecho de que un sistema político puede asignar cuotas de poder que no corresponden a los recursos políticos de los actores. Sin embargo, estas deficiencias no deberían oscurecer la intuición básica de Marx de que el Estado depende estructuralmente de la clase capitalista, simplemente porque el propio interés del Estado, desde un punto de vista pragmático, le obliga a tomar en cuenta el interés de esa clase.
6. La teoría de la ideología no está particularmente sana ni viva, pero podría ser resucitada. De entre todas las teorías de Marx, ésta es la que ha caído en mayor descrédito debido a los procedimientos arbitrarios adoptados. El primer paso para remediar la situación sería recurrir a la psicología cognitiva y su conocimiento acumulado sobre los procesos motivacionales y cognitivos que distorsionan la formación de las creencias. Aquí podría darse una influencia mutua con la sociología del conocimiento de tradición marxista que podría sugerir algunas hipótesis específicas con vistas a su comprobación mediante procedimientos experimentales rigurosos. La tarea inmediata es el reconocimiento de que la teoría de la ideología debe contar con microfundamentos si quiere superar su estado actual: anecdótico, conspirativo, funcionalista y mágico.En el inicio del siglo XXI, la vitalidad del pensamiento de Marx hace patente que está vivo; vitalidad que nos invita a releerlo no sólo crítica, sino creativamente.
Alfredo Lucero-Montaño
De la caída del Muro de Berlín a nuestros días, la Unión Soviética y su imperio en Europa Oriental se han colapsado y la estructura económica nominalmente comunista de China ha mutado en una versión del capitalismo agresivamente fascista. En el mundo occidental, los autodenominados partidos marxistas se han vuelto penosamente débiles o han desaparecido como fuerza política. Y el posmodernismo ha desplazado al marxismo como la postura de moda de los intelectuales descontentos. Hoy en día la primera reacción a la idea de reactualizar a Marx es obviamente de desdén.¿Posee actualmente el pensamiento de Marx un valor intrínseco? ¿Qué teorías de Marx se encuentran irremediablemente desfasadas y cuáles persisten como fuente de nuevas ideas y tesis de trabajo? Existen tres criterios para evaluar una teoría. Primero, puede ser inaplicable hoy en día, aun cuando fuese correcta cuando se formuló por primera vez. Dado que los marcos conceptuales cambian, enunciados verdaderos hace 100 años pueden ser falsos hoy en día. Segundo, la teoría puede haber sido inconsistente incluso desde sus orígenes pero no por errores de su autor, sino porque los datos de observación y los juicios analíticos disponibles para la época han sido superados por desarrollos teóricos posteriores. Tercero, la teoría pudo haber sido falsa desde su formulación sobre una base puramente lógica, previamente a su corroboración empírica.
Jon Elster, en Una introducción a Karl Marx (Siglo XXI, México, 1992) --que es la secuela concisa y accesible de su imprescindible trabajo, más extenso y riguroso, Making Sense of Marx (Cambridge University Press, 1985)--, recurre a estos criterios en la evaluación de los elementos del pensamiento de Marx. Para evitar una percepción anticlimática, Elster expone y somete a discusión, primero, aquellos elementos que están muertos o artificialmente vivos y necesitan ser enterrados. Y enseguida revisa aquellos elementos que están vivos o se piensa que están muertos y necesitan ser resucitados. Brevemente, estas son las consideraciones del autor:
¿Qué está muerto?
1. El socialismo científico está muerto. Por un lado, no existe ningún argumento intelectualmente fiable que sostenga que el progreso de la historia está determinado por leyes que operan por necesidad; por el otro, su tratamiento de los valores es deleznable, pues si las leyes de la historia operan con férrea necesidad, entonces la acción política es superflua.2. El materialismo dialéctico está muerto. Este es un eslabón menor en el pensamiento de Marx. Aquí la formulación de la dialéctica es vaga y general, pues sólo equivale a decir que existen interconexiones generales entre las cosas, o bien, se utiliza como un concepto sofisticado para designar procesos de retroalimentación.
3. La teleología y el funcionalismo están muertos. En el pensamiento de Marx, se reconcilian, paradójicamente, una filosofía teleológica de la historia y el socialismo científico. La paradoja consiste en que la teleología explica todo por conexiones regresivas (causas finales), mientras la ciencia procede por conexiones progresivas (causas eficientes). Aquí el telón de fondo es la tradición teológica que presupone la existencia de un sujeto supraindividual dotado con poderes para actuar, ya sea la humanidad o el capital.4. La teoría económica marxista está muerta. El primer pilar de la teoría económica marxista, la teoría del valor-trabajo es una ruina, pues no ofrece un criterio útil para la elección de técnicas socialmente deseables, ni tampoco explica la elección real de técnicas bajo el capitalismo.
El segundo pilar, la teoría de la tendencia a la baja en la tasa de ganancia como consecuencia de un cambio técnico que ahorra trabajo es igualmente insostenible. El error más importante en que incurrió Marx es que despreció el hecho de que incluso el cambio técnico que ahorra trabajo tiene el efecto indirecto de depreciar el valor del capital constante, contrarrestando así y posiblemente equilibrando la tendencia a la baja en la tasa de ganancia.5. La tesis de las fuerzas productivas y las relaciones de producción está muerta. Desde el individualismo metodológico, la objeción principal a la tesis que las relaciones de propiedad ascienden y caen según su tendencia a promover o trabar el desarrollo de las fuerzas productivas es que no tiene ningún microfundamento. Marx no explica cómo la tendencia se convierte en una fuerza social, sostenida por las motivaciones de los individuos. A propósito de esta cuestión, Luis Villoro propone una formulación teórica que apunta a superar esta brecha que corre entre las situaciones y relaciones sociales efectivas y los proyectos colectivos que suponen la aceptación de valores relativos a los intereses particulares de cada grupo social, donde establece una cierta relación causal entre ellos (Véase, “El concepto de actitud y el condicionamiento social de las creencias”, en El concepto de ideología, México, FCE, 1985).
¿Qué está vivo?
1. El método dialéctico está ciertamente vivo. Al menos la versión del método dialéctico influida por La fenomenología del espíritu de Hegel, que ofrece un marco de orientación teórico plausible de las contradicciones sociales, así como de las consecuencias no intencionales de la acción humana.
2. La teoría de la alienación y la concepción de Marx de la vida buena están vivas. Al enfatizar el ideal de la autorrealización del hombre (individualismo ético), Marx quiso marcar distancia tanto frente a cualquier concepción que se centre en la autorrealización de la humanidad (en abstracto), como frente aquella que pone el énfasis de la buena vida en el consumo pasivo. La concepción de la vida buena de Marx es de impronta aristotélica, es decir, una vida donde los hombres hacen realidad sus capacidades específicas, sus potencialidades creativas.
La teoría de la autorrealización de Marx es una buena guía --apropiadamente restringida y modificada--, para reorganizar la reforma industrial y el cambio económico y social a gran escala.
3. La teoría de la explotación y, correlativamente, la concepción de la justicia distributiva de Marx están vivas. Si bien la explotación no es un concepto moral fundamental, sí tiene una función heurística y descriptiva en cualquier caso de análisis real de la injusticia social. La teoría de la explotación de Marx ofrece una sólida guía sobre lo que está bien y mal en un gran número de casos. Estos casos surgen cuando los individuos realizan más trabajo del necesario para producir las mercancías que consumen, por cualquiera de las razones siguientes: coerción física, coerción económica o necesidad económica. El principio subyacente de la justicia distributiva es: ‘A cada cual según su contribución’, principio que admite excepciones que sólo pueden justificarse por necesidades especiales. Aunque Marx no formula claramente ni el principio de contribución ni el principio por el cual las necesidades justifican las excepciones del mismo, sí son útiles como primeras aproximaciones.
4. La teoría del cambio técnico de Marx está definitivamente viva. Algunos de los capítulos más interesantes y vigorosos de El capital, I, son justamente aquellos en los que Marx examina la relación entre tecnología, beneficio, poder y derechos de propiedad en el nivel de la empresa.
5. La teoría de Marx de la conciencia de clase, la lucha de clases y la política está viva. En un nivel, se reconoce generalmente que la teoría de clases no ofrece una repuesta completa a la pregunta cómo las clases y los individuos que las forman desean vincular su destino a un nuevo ordenamiento social. Esta teoría fracasa en construir los microfundamentos de la teoría de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
En otro nivel, Marx pensaba que su teoría de las clases explicaba las condiciones bajo las cuales los miembros de una clase podrían convertirse en actores colectivos en el seno de los conflictos sociales. Hizo aportaciones originales sobre la naturaleza del conflicto de clase, de la cooperación de clase y de las coaliciones de clase. También subrayó, entre otras cosas, el aislamiento espacial, las altas tasas de movilidad y la heterogeneidad cultural como obstáculos a la conciencia de clase. Hoy en día acentuaríamos que la lucha de clases también está oscurecida por la presencia de otros conflictos de naturaleza independiente: los sentimientos religiosos, raciales y nacionalistas. No hay duda de que la clase es una fuente importante de conflicto social, pero no es el único elemento o el dominante.Finalmente, Marx quería que la teoría de clases ofreciera una explicación de los fenómenos políticos y, en particular, del comportamiento del Estado en las sociedades capitalistas. La versión más conocida de la teoría sostiene que el ‘Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes [de la clase capitalista]’ está históricamente refutada. Ante este hecho, el mismo Marx propuso una ‘teoría de la abdicación del Estado, según la cual el Estado se permite alguna autonomía, pero sólo porque ello conviene a los intereses de los capitalistas’. Una mirada más estrecha a los escritos históricos de Marx --a diferencia de sus escritos más teóricos, por ejemplo, su teoría de la historia--, demostraría que la autonomía del Estado moderno es una piedra de toque. Esta tensión en Marx podría atribuirse a su insuficiente comprensión de la naturaleza estratégica de la política y del hecho de que un sistema político puede asignar cuotas de poder que no corresponden a los recursos políticos de los actores. Sin embargo, estas deficiencias no deberían oscurecer la intuición básica de Marx de que el Estado depende estructuralmente de la clase capitalista, simplemente porque el propio interés del Estado, desde un punto de vista pragmático, le obliga a tomar en cuenta el interés de esa clase.
6. La teoría de la ideología no está particularmente sana ni viva, pero podría ser resucitada. De entre todas las teorías de Marx, ésta es la que ha caído en mayor descrédito debido a los procedimientos arbitrarios adoptados. El primer paso para remediar la situación sería recurrir a la psicología cognitiva y su conocimiento acumulado sobre los procesos motivacionales y cognitivos que distorsionan la formación de las creencias. Aquí podría darse una influencia mutua con la sociología del conocimiento de tradición marxista que podría sugerir algunas hipótesis específicas con vistas a su comprobación mediante procedimientos experimentales rigurosos. La tarea inmediata es el reconocimiento de que la teoría de la ideología debe contar con microfundamentos si quiere superar su estado actual: anecdótico, conspirativo, funcionalista y mágico.En el inicio del siglo XXI, la vitalidad del pensamiento de Marx hace patente que está vivo; vitalidad que nos invita a releerlo no sólo crítica, sino creativamente.
Alfredo Lucero-Montaño
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