DE LOS MODOS DE VIDA II
Sergio
Espinosa Proa
Dios no
entrega "signos"; se expresa unívocamente, revela verdades. Así es
como lo piensa Spinoza. Pero, de verdad, ¿qué es lo que le interesa? Le
interesa, al igual que a cualquier filósofo, saber cómo funciona el mundo.
Habla todo el tiempo de Dios y del alma, pero sabemos que eso no lo hace menos
materialista. Su paralelismo entre cuerpo y alma está trazado con enorme rigor.
Su reemplazo del concepto demasiado
metafísico de sustancia por el de relación --somos haces de relaciones-- es
sistemático. Su necesidad de vadear la equivocidad del signo es inapelable.
En fin, es un pensador moderno. Pero moderno sui generis. La exposición de Deleuze --como no podía ser de otra
manera tratándose de un gran filósofo-- se arriesga sobre una tesitura técnica: cada clase avanza con una lentitud exasperante. Pero la conclusión se impone:
no se trata de ser o hacerse spinozista, sino de emocionarse con él. Tampoco es
obligatorio. Si es difícil pensarlo, es el momento de vivirlo. Él encuentra un
camino alternativo: por ello Deleuze insiste en que se trata de una filosofía
práctica. La Ética no bendice el
aparente caos de la naturaleza; la naturaleza misma es un inmenso campo de
composiciones. No hay en ella "leyes" en el sentido de mandamientos y
obediencias. Hay que pasar del primer género -formado por signos, es decir,
señales equívocas --al segundo género; pero ello no lo hace menos poeta.
"En él es la luz la que descompone. Todo se hace a plena luz, es una
poesía de la luz cruda. No hay jamás una sombra en Spinoza" (p. 207). El
análisis que Deleuze practica de la correspondencia con Blyenbergh es
concluyente: en el fondo, hay que combatir a la religión --y a la política--
que quiere edificar (y justificar) todo sobre las pasiones tristes. Es el
principio de toda ética que se precie: no hay tristeza buena. Para Spinoza eso
es abominable: es la justificación de la esclavitud, el reinado de la
impotencia. Hay que pasar del primer género al segundo --se llega por la
alegría, por ensayo y error-- y del segundo --reino de la univocidad-- al
tercero: la interioridad del mundo, del alma/cuerpo y de Dios... No es nada
fácil. "Comprenden, yo soy ya una triste criatura. Se explica un poco
mejor que Spinoza hablara del mundo de los signos que nos dejan en la
oscuridad, de que ni siquiera sabemos vivir, de que estamos perpetuamente
enloquecidos. (...) Estamos trabajados por signos indicativos, es decir, por
signos que nos indican mucho más estados de nuestro cuerpo que la naturaleza de
las cosas. ¡Eso es terrible!" (p. 287). Terrible o no, es nuestro estado
de hecho. ¿Podemos salir de ahí? ¿Cómo? ¡Aprendiendo! Morir es triste, pero hay
modos de no cargarle la mano al otro. Si el primer género de conocimiento está
hecho de signos siempre equívocos, el segundo usa como trampolín a las nociones
comunes, que son vectores de alegría, a saber, de aumentos de potencia. Pero en
fin de cuentas ¿qué logra Spinoza si no una restitución de lo real? Nada hay "posible" en él: si una
esencia es posible, existe. "No hay más que lo real" (p. 400). No
hay más, y eso es más que suficiente: Spinoza no lo dijo todo (para eso está
Hegel), pero con lo que dijo hay para rato. Dijo, por ejemplo, que no es lo
mismo la inmortalidad del alma que la eternidad del ser mortal. El ser mortal
es inevitable, pero si hay algo absurdo es una presunta "pulsión de
muerte": nunca viene de adentro. La muerte es siempre un accidente, algo
que acaece. En consecuencia, la vida
está siempre llena, no le falta nada: ¡nunca existe razón para quejarse! La
conclusión salta a la vista: sólo Spinoza ha sabido construir una ontología.
Los demás filósofos han construido incluso cosas "muy bellas", pero
no han logrado hacer una ontología. El holandés cumple. Pues, después de todo, ¿qué es la filosofía sino la alegría de que
todo esté conectado? "No existe más que un filósofo que, a mi modo de
ver, acepta con mucha tranquilidad la
idea de que la filosofía se confunde con el panteísmo más puro: es Spinoza.
Y luego de él eso habrá acabado, pero finalmente ¡Spinoza habrá asestado el
golpe por toda la eternidad!" (p. 485). Este golpe, ¿cómo será resentido
por el idealismo alemán? ¿Cómo por Marx y la joven izquierda hegeliana? ¿Cómo y
hasta dónde por Nietzsche y por las vanguardias artísticas de fines del siglo
XIX? ¿Cómo por el pensamiento contemporáneo? De esto es de lo que tendremos que
hablar.
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