Aurelio
Sainz Pezonaga
Por
ir directo a la cuestión: considero que la manera más adecuada de formular hoy
en día la pregunta por la ilustración consiste en reformularla, esto es, en
transformarla en la pregunta sobre qué es la solidaridad, o mejor todavía,
sobre cómo podemos pensar hoy la solidaridad. Por mi parte, intentaré responder
a la pregunta por la solidaridad que, como digo, considero la pregunta de
nuestro tiempo, pasando precisamente a través del pensamiento de un
proto-ilustrado que es ya un alter-ilustrado, me refiero a Baruj Spinoza,
principalmente a su Tratado político
(1).
En
el parágrafo primero del capítulo V del Tratado
político, Spinoza expone de manera sintética lo que podríamos entender como
su proyecto ético-político. Allí señala que “lo mejor es siempre aquello que el
hombre o la sociedad hacen con máxima autonomía” (2). Unas
pocas líneas antes, en ese mismo parágrafo, Spinoza ha explicado a su vez que
el grado más alto de autonomía se alcanza cuando el ser humano o la sociedad
logran conducirse principalmente según la razón. Por tanto, si anacrónicamente
preguntáramos al Spinoza del Tratado
político qué es la ilustración, la respuesta sería que la ilustración es el
proceso por el cual se llega a que los hombres o las sociedades se conduzcan en
gran medida según la razón, esto es, a que unos y otras actúen con la máxima
autonomía.
Esta respuesta tan general, con la que cualquiera que no sea un
irracionalista podría estar de acuerdo, necesita, por supuesto, ser
desarrollada. Y ese desarrollo es el que nos va a conducir desde la
proto-ilustración a las puertas de la solidaridad.
La primera cuestión que hay que aclarar es la ambigüedad del
concepto de autonomía (sui juris) en
el Tratado Político. La autonomía es
entendida en este texto por Spinoza desde dos puntos de vista distintos, aunque
complementarios. O bien Spinoza considera al individuo o la sociedad
aisladamente o bien los considera en relación con los otros individuos o las
otras sociedades. En el primer caso, dado que el derecho propio (otra manera válida
de traducir sui juris) de un
individuo o sociedad no es distinto de su potencia, habrá que concluir que todo
individuo o sociedad en tanto que existe y tiene, por ello, un cierto grado de
potencia, es igualmente autónomo en cierta medida. En el segundo caso, la
autonomía consiste en no estar bajo el poder de otro (3) y, entonces, la
autonomía se puede tener o no tener dependiendo de la relación de poder en la
que uno esté implicado. Para diferenciarlas, llamaré “autonomía” únicamente a
la primera, o sea, al derecho o potencia de un individuo o sociedad
considerados aisladamente, y para la segunda, para la idea de no estar sometido
al poder de otro, utilizaré el término “independencia” (4).
La segunda cuestión que debemos considerar es el modo en que cabe
entender, desde el pensamiento spinoziano, los conceptos de “lo mejor” y de
razón que hemos visto enlazados con la idea de autonomía. Lo mejor significa,
en efecto, lo mejor para el hombre o para la sociedad (5). Y para un individuo
o sociedad lo mejor viene determinado por la potencia o esfuerzo por el que
obra o intenta obrar (6). Esa potencia (o derecho) aumenta en la medida en que
el individuo o la sociedad es causa adecuada del mayor número posible de sus
acciones. En este aspecto, la razón no es una actividad distinta de las demás.
La razón consiste en ser causa adecuada de las propias ideas, esto es, en dar
cuenta de la articulación de ideas de la que se deriva una idea concreta:
razonar es conocer. Cuando el individuo o la sociedad se conducen según la
razón es porque conocen lo mejor para sí mismos, conocen el modo en que aumenta
su potencia y ese conocimiento se impone sobre otras ideas que le son
contrarias. Si ocurre así, si el conocimiento logra imponerse, entonces, es por
sí mismo decisión (decretum): es o
bien un decreto de la mente o un decreto común (7), esto es, una institución o
norma social. Y la decisión de la mente o de la multitud que actúa como una
sola mente es “una y la misma cosa” que la determinación del cuerpo (8), sea
del cuerpo individual o del cuerpo social (civitas)
(9).
El tercer punto que hay que tener en cuenta es la relación
existente entre la autonomía del ser humano individual y la de la sociedad. En
este punto, la originalidad de Spinoza reside en que defiende una dependencia
mutua entre ambas autonomías. Los individuos no pueden ser autónomos al margen
de su vida en sociedad, como ocurriría por ejemplo en Locke. Ni es posible una
sociedad autónoma habitada por meros súbditos, como por ejemplo propone Hobbes.
Los individuos no pueden ser autónomos en el estado natural, porque en soledad
la potencia del ser humano es muy reducida, apenas si posee seguridad de lograr
nada, está continuamente temeroso de perder lo poco logrado y no cuenta con la
ayuda mutua para “sustentar su vida y cultivar su mente” (10). La potencia del
ser humano individualmente concebido, y con ella su derecho, sólo es real, sólo
puede aspirar a la autonomía efectiva, dentro de la vida en sociedad. Es la
potencia que se logra colectivamente con la unión de las fuerzas individuales
la que revierte a su vez en estas fuerzas haciendo posible la autonomía
individual (11). Por ello, el individuo nunca puede ser independiente de la
sociedad. Es autónomo gracias a ella. Esto es, el individuo no puede considerarse como independiente en relación con
la sociedad, pero, al mismo tiempo, su autonomía únicamente puede desarrollarse
en sociedad.
En Spinoza, no cabe pensar la sociedad, entonces, como algo
enteramente externo al individuo. Más bien ha de ser entendida como la
condición de su potencia, esto es, de su derecho. Así, alcance esta potencia
del individuo social el grado que alcance, siempre será una potencia
inconmensurable con la que lograría ejercer el individuo en solitario. De ahí,
entonces, que para el ser humano considerado aisladamente siempre sea mejor la
vida en sociedad que la vida en soledad y que para él seguir los decretos
comunes sea una conducta guiada por la razón. La soledad, en efecto, no es aquí
tanto un estado de naturaleza original que apenas si tiene cabida en la
problemática de Spinoza (12), sino la desobediencia individual a los preceptos
sociales cuando ésta coloca al infractor frente a la potencia común de la
multitud (13).
Ahora bien, la categoría de soledad no conviene, según Spinoza,
únicamente al individuo trasgresor, sino igualmente a las sociedades humanas
cuando las decisiones comunes no pueden hacerse efectivas o cuando los súbditos
están sometidos políticamente. En estos casos, en efecto, no se puede hablar
verdaderamente de sociedad o al menos no se puede hablar de una sociedad capaz
de asumir el proyecto de la racionalidad y la autonomía. La soledad es, por
ello, el límite tanto del individuo (del individuo social o ciudadano) (14)
como de la sociedad (15). Y tanto respecto al ciudadano como para la sociedad
ese límite significa la condición de efectividad de su potencia. Es decir, de
la misma manera que no puede haber individuo efectivamente autónomo excepto en
sociedad, tampoco puede haber sociedad efectivamente autónoma excepto aquella
cuya potencia es la de una multitud libre, compuesta por tanto de individuos ya
autónomos en cierto grado. La sociedad que es condición de la potencia de sus
ciudadanos es ya una sociedad con un cierto grado de autonomía, es aquella
compuesta por una multitud libre dice Spinoza, que se mueve más por la esperanza
que por el miedo, más por pasiones alegres que por pasiones tristes, que
procura cultivar la vida y no simplemente evitar la muerte, esto es, es aquella
cuyos individuos se conducen en buena medida guiados por la razón.
La interdependencia entre la potencia o autonomía de la
sociedad y las potencias o autonomías de los ciudadanos es el principio
fundamental de la filosofía ético-política spinoziana (16). Y el concepto que
rige sobre ese principio es la identificación del derecho del estado o de las
máximas autoridades con la potencia común de la multitud. La potencia de la
multitud no es la suma imaginaria de la potencia de todos los ciudadanos (17),
sino la concurrencia concreta de las potencias individuales que hace que todos
los ciudadanos juntos alcancen una potencia mayor que la que pueda ejercer cada
uno por separado (18). La potencia de la multitud es, por supuesto, la de una
cosa singular y, en esa medida, finita. En el marco de la filosofía de Spinoza,
eso significa, además, que la multitud está necesariamente imbuida en mayor o
menor grado de pasiones y, por tanto, atravesada por tensiones y conflictos.
Sin embargo, aunque finita, la potencia de la multitud no deja por
ello de ser aquello que la multitud realiza como causa adecuada, el esfuerzo
por el que obra o intenta obrar. En el Tratado
político, Spinoza dice que la multitud ejerce su potencia cuando se conduce
como si poseyera una sola mente, esto es, cuando busca aquello que la razón
enseña que es útil a todos los hombres (19) y mientras así actúa. Ahora bien,
¿qué es lo más útil para todos los hombres? Lo más útil para todos (juntos y
por separado) es buscar la interdependencia más completa posible entre las
potencias de los ciudadanos y la de la multitud. Lo más útil es tender a que la
potencia de la multitud revierta en el aumento de la potencia de cada uno de
los ciudadanos (20) y evitar que sea la ocasión para fomentar sus pasiones,
sobre todo su miedo y su ambición. Y también, al mismo tiempo, esforzarse por
que la potencia de cada uno contribuya a la potencia común y no quede trabada o
sea destruida por otras fuerzas más poderosas. Es decir, lo más útil para todos
los hombres es buscar lo que Spinoza llama “concordia” (21). La concordia
spinoziana es lo que voy a proponer renombrar como “solidaridad”.
Aquella forma política que, al hacer que los gobernantes y la
multitud coincidan exactamente, pone en práctica de manera absoluta la
interdependencia entre la potencia común de la multitud y las potencias de los
ciudadanos o concordia o solidaridad, la llama Spinoza “democracia” (22). La
democracia es, por ello, el régimen que permite evaluar las medidas que es
necesario adoptar en los dos restantes regímenes de la tipología clásica,
monarquía y aristocracia, para que estén organizados de la mejor manera
posible. Si traducimos este esquema a los conceptos de la Ética, diremos, entonces, que la democracia es el conatus de toda colectividad humana.
Toda colectividad humana, incluido el régimen más tiránico, se esfuerza por
perseverar en el ser. Ahora bien, la potencia de ese esfuerzo no es igual en
todas las formas políticas, sino que será mayor cuanto más se aproxime a la
forma democrática, ya que con esa forma la multitud consigue en mayor grado ser
causa adecuada de sus acciones. El deseo racional de la multitud es, por ello,
siempre democrático. Ahora bien, el deseo de la multitud no es siempre
racional. La multitud atraviesa por innumerables encuentros. Unos hacen que su
potencia aumente y otros, que disminuya. Pero sólo será causa adecuada de sus
acciones en la medida en que, a pesar de esos encuentros o gracias a ellos,
logre perseverar en su ser, esto es, en tanto que conserve en algún grado la
interdependencia entre la potencia de la multitud y las de los ciudadanos. Si
hay sociedad, esa interdependencia se da en cierto grado; si no se diera, no
habría sociedad. Por eso, la democracia es el conatus de la multitud o de la sociedad. Y el esfuerzo por construir y extender la democracia es el esfuerzo por aumentar indefinidamente
la potencia de la multitud.
¿Qué ocurre, entonces, cuando la sociedad en lugar de articularse
racionalmente, es decir, con conocimiento de causa, según el principio de la
interdependencia, lo hace instituyendo una separación entre gobernantes y
gobernados? O, por el lado ideológico, ¿qué ocurre cuando la sociedad en lugar
de entender que el derecho de las máximas autoridades viene determinado por la
potencia de la multitud –modo en que la interdependencia toma forma–, justifica
su práctica política según el principio de que el derecho se sostiene en Dios,
la Razón, el Pueblo o cualquier otro fundamento trascendente, de cuyos
designios unos pocos se autoproclaman los intérpretes? En ese caso, la potencia
de la multitud, en lugar de revertir en la potencia de los ciudadanos, está
sirviendo para promover la ambición de los gobernantes y el sometimiento de los
gobernados. Es decir, y permítaseme que utilice este concepto, se produce una
explotación de la potencia de la multitud en beneficio del poder despótico de
los gobernantes (23). En este caso, pues, no son los ciudadanos los que
aumentan su potencia, sino esas extrañas cosas singulares que producen en ellos
los efectos que llamamos “ambición” y “miedo”.
Quisiera, para terminar está rápida lectura del Tratado político de Spinoza, destacar tres cuestiones fundamentales.
La primera es que Spinoza ofrece la oportunidad de una ampliación
del concepto de explotación, que nos permite hablar de explotación política.
Esa ampliación, por supuesto, exige que pongamos en comunicación a Spinoza con
Marx. Ese será nuestro siguiente paso. Adelantándonos un poco, podemos intentar
formular una redefinición de un concepto cuya validez se circunscribía hasta
ahora a la economía. Así, entiendo que las relaciones de servidumbre o de
subordinación (alterius juris), sean
éstas de carácter económico, político o ideológico, se explican por una forma u
otra de explotación. Esa forma determinada de explotación es el modo concreto
en que las relaciones sociales de subordinación se reproducen (24).
La
segunda es que en la teoría de Spinoza, el despotismo o explotación política
aparece como lo opuesto a la concordia o a lo que, con un término más moderno,
propongo, como he dicho, llamar “solidaridad”. De este modo, desde Spinoza hay
que entender que la lucha contra la explotación, sea política, económica o
ideológica, no es sino la vertiente negativa de una lucha por la solidaridad
que es ampliable a todos los ámbitos de la realidad social. El rechazo de la
explotación es consecuencia del deseo de solidaridad. Y el aumento de potencia
individual y colectiva proviene de la solidaridad instituida como relación
social.
La tercera es que Spinoza pone ciertamente las bases teóricas para
explicar el porqué de la desigualdad política y, por tanto, para luchar contra
ella. Esto es lo que hace a su pensamiento político enteramente actual. Ahora
bien, ésta es igualmente su limitación. Spinoza atiende únicamente a la
explotación política, desconoce la económica y, aunque realiza importantísimos
avances en la explicación de la explotación ideológica, en última instancia
ésta queda subordinada a la centralidad de la política. Pero, hoy, creo, no
cabe sostener centralidad ninguna.
Para ir con Spinoza más allá de Spinoza propongo recurrir a la
teoría de Marx y a la lectura de Marx realizada por Louis Althusser. El
concepto clave para avanzar en esta línea es, a mí parecer, el concepto
marxista de reproducción. Al comienzo del capítulo XXI de El capital, titulado “Reproducción simple”, afirma Marx:
Cualquiera
que sea la forma social del proceso de producción es necesario que éste sea
continuo, que recorra periódicamente, siempre de nuevo, las mismas fases. Del
mismo modo que una sociedad no puede dejar de consumir, tampoco le es posible
cesar de producir. Por tanto, considerado desde el punto de vista de una
interdependencia continua y del flujo constante de su renovación, todo proceso
social de producción es al propio tiempo proceso
de reproducción (25).
El concepto marxista de reproducción afirma, en efecto, que no hay
proceso de producción sino a condición de que éste sea siempre-ya un proceso de
reproducción. El carácter constitutivo de la reproducción, que Marx no
desarrolla completamente hasta El
capital, ha estado tradicionalmente en el centro de los debates del propio
marxismo. El problema de la teoría de la reproducción es que parece conceder al
modo de producción capitalista un grado de autonomía tan elevado que se diría
que desde esa teoría sólo cabe pensarlo como dotado de una legaliformidad
enteramente fatalista. El capitalismo
aparecería, entonces, como un sistema total en el que la clase obrera quedaría
reducida a, y cito al mismo Marx, un “accesorio del capital”, incluso cuando
“está fuera del proceso laboral directo” (26). La clase obrera no tendría
ninguna posibilidad de rebelarse, ni ninguna legitimidad para hacerlo.
Frente a este posible planteamiento que, desde la misma
explicación marxista, amenaza (27) con minar toda potencialidad transformadora,
se han movilizado las filosofías más variadas(28) con el objetivo de encontrar
un afuera al capitalismo desde donde recobrar la posibilidad y la legitimidad
de una rebelión contra las leyes de su funcionamiento.
Esta sobrerreacción, sin embargo, no es justificable. Si la
reproducción constitutiva es, efectivamente, el índice de consistencia del modo
de producción capitalista, si es aquel concepto que permite pensar su
especificidad, su estructuración, su modo de funcionar y su efectividad, es
igualmente el índice de su finitud, de su limitación, de su impotencia; la
reproducción constitutiva es también el concepto desde el que pensar que el
capitalismo no es un sistema total (29). Si no hay proceso de producción
capitalista sino a condición de que haya un proceso de reproducción, es
precisamente porque el ciclo del capital, como cualquier otro, tiene que
superar continuamente las resistencias, los obstáculos, los envites que
amenazan con detenerlo en cada una de sus fases. Si no hay proceso de
producción capitalista sino a condición de que haya un proceso de reproducción,
es porque una infinidad de otras fuerzas se resisten continuamente a ese
proceso. El carácter constitutivo de la reproducción es también el índice de la
diversidad de antagonismos (30) que erosionan al modo de producción capitalista
(y a cualquier otra estructuración social, no nos engañemos) y sin los cuales
la producción capitalista no necesitaría ser al mismo tiempo reproducción, sino
que se desenvolvería en un espacio de rozamiento cero, de pura presencia,
entonces sí, de sistema total.
En efecto, según la teoría marxista de la reproducción, ninguna
producción o, más en general, ninguna acción, es origen primero, sino que toda
producción tiene al mismo tiempo que ser producida, esto es, tiene que ser
reproducida. Y en esa dependencia respecto de la reproducción reside tanto su
consistencia como su finitud.
En “Ideología y aparatos ideológicos de estado”, Althusser
desarrolla de manera significativa el concepto marxista de reproducción. En el
capitulo XXI de El capital, Marx
había explicado la reproducción capitalista como “producción y reproducción de
la relación capitalista misma: por un
lado el capitalista, por el otro el proletariado” (31). A diferencia de
Georg Lukács, que en Historia y
conciencia de clases interpreta inmediatamente la reproducción económica de
la división de clases como reproducción de una totalidad social (32), Althusser considerará que la reproducción económica de
la relación capitalista requiere de unas condiciones políticas e ideológicas y
que estas condiciones poseen una especificidad propia, esto es, su mecanismo de
funcionamiento es irreductible a la dinámica económica (33).
Entre las críticas que recibió el artículo “Ideología y aparatos
ideológicos de estado” de Althusser, dos de las más importantes van dirigidas
expresamente contra la reactivación que ese texto efectúa del concepto de
reproducción. De forma breve, se acusa al punto de vista de la reproducción de
impedir pensar el antagonismo de clase (34) y de reducir los aparatos
ideológicos a meros apoyos de la estructura económica, carentes por tanto de
significación propia (35). La primera crítica procede, como hemos defendido, de
una lectura del concepto de reproducción que es incapaz de considerarlo en
tanto que índice de finitud. La segunda tiene otro tipo de fundamento. Depende
del modo en que entendamos la explicación que Althusser realiza de la relación
entre los diferentes niveles de una formación social (36).
Si
pensamos el uso del punto de vista de la reproducción que Althusser hace en ese
texto desde los conceptos de sobredeterminación y causalidad estructural que
había elaborado en sus obras anteriores, ¿qué
relación cabe establecer entonces entre los aparatos ideológicos y las
relaciones de producción? Respondiendo de forma sencilla: los aparatos
ideológicos de estado se entenderán, en efecto, como una condición de la
reproducción de las relaciones económicas, pero las relaciones económicas
tendrán igualmente que pensarse como una condición de la reproducción de las
relaciones ideológicas. No es sólo que la relación capitalista necesite de los
aparatos ideológicos para reproducirse. Ocurre, también, lo mismo en la
dirección opuesta: los aparatos ideológicos realmente existentes necesitan de las
relaciones de producción capitalistas para reproducirse. Entre ellos hay lo que
Althusser llama un “mutuo condicionamiento de existencia” (37). Y es este mutuo
condicionamiento el que hace imposible la simple reducción de una instancia a
un mero fenómeno, “derivación” o accesorio de la otra.
El mutuo condicionamiento de existencia no significa, sin embargo,
una eficacia de condicionamiento igual para todas las prácticas sociales. Todas
las instancias sociales se condicionan entre sí y llevan en sí mismas la huella
de ese condicionamiento recíproco. Ahora bien, no todas poseen el mismo índice
de eficacia, no todas tienen la misma capacidad de determinar la estructura de
la reciprocidad. La tesis marxista es que las relaciones de producción son la
instancia que con mayor efectividad determina la articulación entre todas
ellas. Por esa razón, se puede decir que son las principales responsables de la
forma de unidad del conjunto. Esa forma de unidad, sin embargo, no elimina la
especificidad heterogénea de lo unido; tampoco impide que los elementos formen,
al mismo tiempo, parte de otras articulaciones; ni está cerrada sobre sí misma
de ninguna manera, sino que se relaciona con otras realidades generando nuevas
combinaciones. Diremos, entonces, que la forma de unidad en la que piensa
Althusser no es simple, sino compleja y que no es un principio trascendente,
sino inmanente (38). En un texto posterior, Althusser se refiere, remitiendo
expresamente a Spinoza, a “un todo sin 'clausuras' que no sea sino la relación
activa de sus partes” (39).
Si
aceptamos, entonces, que las prácticas económica,
política e ideológica se relacionan entre sí según un mutuo condicionamiento de
existencia, de ahí se seguirá que el desarrollo histórico de una forma de
dominación cualquiera, no será el desarrollo de una forma aislada, ya sea esta
económica, política o ideológica, sino del desarrollo de esa forma en mutuo
condicionamiento con los desarrollos de otras formas. La teoría de la
sobredeterminación exige, por tanto, considerar cada forma de dominación desde
dos perspectivas. Por un lado, habrá que considerarla desde su especificidad
propia o, lo que es lo mismo, desde el mecanismo de reproducción de sus
relaciones de dominación, desde su modo de explotación. Por el otro, tendrá que
ser abordada desde su necesaria articulación con las otras prácticas sociales.
Esta segunda perspectiva requiere,
por su parte, que atendamos a la desigual efectividad de las instancias, es
decir, al hecho de que el mutuo condicionamiento implica un desequilibrio
necesario entre todas ellas, cada una de las cuales se encuentra con
resistencias distintas y se despliega con temporalidades dislocadas.
Pues bien, los tres mecanismos generales de explotación social
(político, económico e ideológico) expuestos por las teorías de Spinoza, Marx y
Althusser adoptan formas históricas que han de ser pensadas al mismo tiempo
juntas y diferenciadas (40). Formas de explotación de los tres tipos
coexistirán en cualquier formación social, pero su coexistencia estará
desajustada.
He definido anteriormente la explotación como el proceso de
reproducción de las relaciones de subordinación; y he subrayado, después, que
toda reproducción es el índice de una finitud y, por tanto, está sometida a un
cúmulo de resistencias y contestaciones. Si esto es efectivamente así,
entonces, la coexistencia desajustada de las formas de explotación ha de
implicar necesariamente una coexistencia desajustada de las formas de
contestación. Las luchas política, ideológica y económica contra las
respectivas formas de explotación poseerán ya en principio una cierta
autonomía. Pero, dado que la teoría de la sobredeterminación impide pensar una
forma económica, política o ideológica en estado puro, la misma coexistencia
desajustada de las luchas, sin que tengamos que recurrir a otros factores ni
concretar históricamente de qué formas hablamos, introduce la posibilidad de
múltiples combinaciones, de una multiplicidad de antagonismos, de innumerables
focos de disenso, de resistencia, de contestación o de transformación. Por las
razones ya aducidas, esta multiplicidad de antagonismos no puede pensarse como
indiferenciada, sino a su vez como desnivelada, es decir, que las diferentes
luchas en los diferentes momentos tienen índices de efectividad diferente, por
las que unas determinan la articulación de la multiplicidad con una mayor
efectividad que las otras. Hay luchas o proyectos o estrategias que se imponen
como más urgentes, más esenciales o más importantes. Y hay una pugna interna
por determinar qué conflictos son prioritarios y cuáles secundarios, por
establecer qué tendencias deben dirigir hegemónicamente las múltiples
propuestas.
En contra de lo que a veces se suele plantear, el carácter
necesariamente múltiple de las luchas contra la explotación no es por sí mismo
un aspecto positivo o negativo de las mismas. Las luchas son múltiples porque
son finitas. En buen spinozismo, la unidad sustancial sólo corresponde a lo
absolutamente infinito. En razón de su finitud constitutiva y de su carácter
necesariamente múltiple, ninguna de las luchas singulares puede tener garantía
absoluta de que en su ofensiva contra una o varias formas de explotación no
esté promoviendo o descuidando otras. Ninguna de ellas, entonces, puede ser
declarada como enteramente justa o ajustada. Ninguna está libre de
contradicción: ninguna puede separarse absolutamente de aquello contra lo que
lucha. Sea un movimiento social, una red de movimientos o un partido que
pretende intervenir en el parlamento o llegar al gobierno para introducir leyes
que limiten o impidan una cierta forma de explotación, ninguno está libre
enteramente de pasiones, como diría Spinoza.
Es en este terreno pedregoso y accidentado de la multiplicidad de
antagonismos donde hay que plantear en la actualidad la cuestión de la
solidaridad como lo mejor. Para ello, de la misma manera que hay que saber que
ningún proyecto de liberación se libra de la contradicción, no hay que dudar
tampoco de que a todos ellos les mueve el mismo deseo de solidaridad. Y de la
misma manera que es cierto que la multiplicidad antagonista está siempre
desnivelada, hay que advertir que todos los proyectos juntos constituyen una
potencia común de liberación mayor o menor que revertirá en las luchas
particulares de una forma o de otra. En consecuencia, al nivel de la multiplicidad
de antagonismos, la solidaridad no podrá ser muy distinta que al nivel de la
sociedad entera. Lo mejor para la multitud antagonista es el aumento de su
potencia común que revierte en el aumento de la potencia de cada uno de los
múltiples proyectos críticos de los que está compuesta.
Concluyendo: la pregunta por la solidaridad que, desde mi punto de
vista, reformula la pregunta por la ilustración en la actualidad, se responde,
por su lado negativo, diciendo que la solidaridad es un esfuerzo contra las formas
históricas de explotación política, económica o ideológica y sus efectos: un
rechazo de la tristeza que esas formas producen necesariamente en nosotros.
Pero, por su lado positivo, la solidaridad es el esfuerzo por aumentar la
potencia común de una multitud libre. Por el lado del pensamiento, ese esfuerzo
depende del conocimiento activo que se posea de la multitud antagonista como
composición de fuerzas heterogéneas y finitas y de que se infiera de ello que
la multitud sólo puede acrecentar su potencia común y su autonomía si aumenta
la potencia y la autonomía de las fuerzas singulares que la articulan.
Notas
1. “El Tratado
político de Spinoza es la obra que funda teóricamente el pensamiento
político democrático moderno en Europa”, A. Negri, “El Tratado político o la
fundación de la democracia moderna”, en Spinoza
subversivo, trad. Raúl Sánchez Cedillo, Akal, Tres Cantos, 2000, pág. 37.
Emilia Giancotti matiza esta afirmación de Negri en la Introducción a esta
misma colección de artículos. Para Giancotti, el texto que fundaría la
democracia moderna no sería el Tratado
político, sino el conjunto de la obra de Spinoza, véase págs. 19 y ss.
2. “id omne optimum esse, quod homo vel civitas agit, quatenus
maxime sui iuris est” (TP, V, §1).
3. Véase TP, II, §10 y §11.
4.
Una de las limitaciones más importantes del Tratado
Político es que la única relación de poder que problematiza es la que se
establece entre los ciudadanos, la multitud y el estado. Las relaciones de
opresión entre clases sociales o de género quedan penosamente naturalizadas en
todo el desarrollo de su planteamiento. Véase, por ejemplo, el §1 del cap.
VIII, donde ya tales relaciones de desigualdad se justifican por un extraño
derecho innato o por un no menos extravagante derecho adquirido por fortuna. El
Tratado Político quedará inacabado en
el momento en que Spinoza intenta desarrollar ese apunte.
5. “La realidad, sin embargo, es que aquello que la razón
dictamina que es malo, no es tal respecto al orden y a las leyes de toda la naturaleza,
sino tan sólo de la nuestra” (TP, II, §8).
6. EIII, prop. 7, dem.
7. “communi decreto” (TP,
II, §19).
8. Quae omnia profecto clare ostendunt, Mentis tam
decretum, quam appetitum, & Corporis determinationem simul esse natura, vel
potius unam, eandemque rem, quam, quando sub Cogitationis attributo
consideratur, & per ipsum explicatur, decretum appellamus, & quando sub
Extensionis attributo consideratur, & ex legibus motus, & quietis
deducitur, determinationem vocamus. (EIII, prop. 2,
esc.)
9. TP, III, §1.
10. TP, II, §15.
11. TP, V, §§2 y 3.
12. cf. TP,
VI, §1.
13. “communi multitudinis
potentia” (TP, III, §9).
14. TP, III, §1.
15. La sociedad se movería así entre dos extremos en los
que se anuncia la soledad: el extremo de las rebeldías o rebeliones
(sediciones, amenazas de guerra civil o violaciones de la ley) y el de la
servidumbre política (que los gobernados sean tratados como ganado). Spinoza se refiere a los grupos humanos que
“deliran” exigiendo de sus individuos más de lo que se puede lograr por medio
de promesas y amenazas, como en III, §8, a las sociedades en los que muchos
conspiran, como en III, §9, o a las que no han eliminado las causas de la
sedición, en las que la guerra es una amenaza continua y las leyes son
infringidas con frecuencia como en V, §2, o también a aquellas agrupaciones
sociales cuyos individuos se comportan como ganado o actúan como esclavos, como
en V, §4 y §6 y en VI, §4
16. Es el principio
que determina la especificidad de lo político.
17. TP, III, §2.
18. TP, II, §13.
19. Nam civitatis ius potentia multitudinis, quae una
veluti mente ducitur, determinatur. At haec animorum unio concipi nulla ratione
posset, nisi civitas id ipsum maxime intendat, quod sana ratio omnibus
hominibus utile esse docet (TP, III, §7).
20. “nada pueden desear
los hombres que sea mejor para la conservación de su ser que el concordar todos
en todas las cosas, de suerte que las mentes de todos formen como una sola
mente, y sus cuerpos como un solo cuerpo, esforzándose todos a la vez, cuanto
puedan, en conservar su ser, y buscando todos a una [o para sí] la común
utilidad” (E, IV, prop. 18, esc.). De nuevo, TP, V, §§ 2 y 3.
21. “Cuando decimos,
pues, que el mejor estado es aquel en el que los hombres llevan una vida en
concordia, entiendo por vida humana aquella que se define no sólo por la
circulación de la sangre y otras funciones comunes a todos los animales, sino
la que se define, ante todo, por la razón, verdadera virtud y vida de la mente”
(“Cum ergo dicimus, illud imperium optimum esse, ubi
homines concorditer vitam transigunt, vitam humanam intelligo, quae non sola
sanguinis circulatione et aliis, quae omnibus animalibus sunt communia, sed
quae maxime ratione, vera mentis virtute et vita definitur” TP, V, §5).
22. Véase E. Giancotti, “Introducción” en A. Negri, Spinoza subversivo, op. cit., págs.
22-23.
23. Sobre esta aproximación de Spinoza al concepto de
explotación, véase A. Negri, Spinoza subversivo, op. cit., 70.
24.
Por lo demás, lo que el concepto de explotación política quiere aquí subrayar
es que el poder de los gobernantes es un efecto de la actividad de los
gobernados, es la resultante de una unión de fuerzas que se realiza con
independencia del gobernante. Cuanto más alejada se encuentre una formación
política de la democracia entendida en sentido spinoziano, en mayor medida la
potencia de la multitud revertirá en la ambición del gobernante y en menor
medida en el aumento de la potencia de los ciudadanos. El gobernante
antidemocrático presentará su poder, entonces, como origen –o a sí mismo como
representante o intérprete autorizado del origen– de la sociedad cuando en
realidad no es sino efecto de la correlación de fuerzas de la multitud.
25. Kart Marx, El
capital, I, Vol. 2, trad. Pedro Scaron, Siglo XXI, México D. F., 1994, pág.
695.
26. Ibíd., pág. 706.
27. O que se desea que amenace para así hacer destacar
con mayor fuerza el heroísmo del afuera.
28. De Kant, Fichte o Hegel a
Bergson o, actualmente, Lacan.
29. No es, por tanto, necesario buscar un punto de
anclaje exterior desde donde pensar la resistencia, como la ley moral o la
autoconciencia del proletariado o el trabajo vivo o los flujos libidinales o el
afuera constitutivo (Laclau) o lo real.
30. El concepto marxista de reproducción es en este
sentido afín al concepto spinoziano de conatus.
31. K. Marx, El capital, op. cit., pág. 712.
32. G. Lukács, History
and Class Consciousness, pág. 15.
33. Hablando del consumo individual del obrero en el cap.
XXI de El capital, Marx considera que
el capitalista abandona la conservación y reproducción constantes de la clase
obrera a los instintos de conservación y reproducción de los obreros (El capital, pág. 704), pero esto está
lejos de ser así en las sociedades capitalistas avanzadas, la conservación y
reproducción de la clase obrera se realiza, según Althusser, en los aparatos
políticos e ideológicos del estado. A los que habría que añadir el aparato
ideológico del capital que es el espectáculo.
34. G.Elliot, 160-1
35. Eagleton, 147.
36. Véase Posiciones, 76-78;
Sur la reproduction, 275-276). En el rápido planteamiento del problema del
índice de eficacia que hace Althusser en “Ideología…”, habla de la eficacia de
la superestructura como “efficacité ‘dérivée’ propre à la superstructure”,
“s’ils [les étages de la superstructure] sont déterminants à leur manière… ils
le sont en tant que déterminés par la base” (276). El planteamiento de la
eficacia de la superstructura como eficacia derivada es exactamente el mismo en
el texto original de donde Althusser extrajo “Ideología…” (Sur la reproduction,
81-82). De cualquier manera, el problema de “Ideología y aparato ideológicos de
estado” no sería el carácter unívocamente funcionalista de su planteamiento,
como dicen sus críticos; su problema se reduciría a una mera y simple contradicción.
La eficacia de la base no puede ser ni
más ni menos “derivada” que la de la superestructura (de lo contrario la base
se convierte en un Origen) y la eficacia de la superestructura no puede ser sólo “derivada”, porque de otra manera,
¿qué sentido tiene hablar de especificidad de lo ideológico?
37. Revolución teórica de Marx, pág 170. [Pour Marx, 211:
“conditionnement d’existence des ‘contradictions’ les unes par les autres”.]
38. Dado que la unidad compleja
que se genera de este modo no elimina la especificidad de cada instancia, no
puede decirse que reduzca una instancia a ser un simple apoyo de la otra, sino
que exige atender en cada caso a la reciprocidad. Exige atender al hecho de que
una práctica es condición de la reproducción de la otra, sólo porque la segunda
es, a su vez, condición de la reproducción de la primera Nos encontramos aquí, entonces, con otra de las propiedades del carácter
constitutivo de la reproducción en el sentido marxista. La reproducción no sólo
indica la consistencia y la finitud de una práctica social, sino también su
efectividad. La reproducción remite a la efectividad ejercida por una práctica
en su concordancia o contrariedad con otras prácticas y a las modalidades de tales
concordancias o contrariedades, esto es, al grado en que favorecen o entorpecen
la reproducción de una práctica y la manera en que lo hacen. El concepto de
reproducción se muestra así como el concepto marxista equivalente al conatus spinoziano. Reproducción y conatus son ambos principios de
consistencia y de efectividad o potencia y, al mismo tiempo, de finitud y de
diversidad antagonista.
39. L. Althusser, Elementos de autocrítica, trad. Miguel
Barroso, Laia, Barcelona, 1975, pág. 55.
40. Así, la explotación
económica es la acumulación por parte de una clase social del plusproducto del
trabajo de otra. La explotación ideológica es la institución de una Autoridad
ficticiamente desgajada de los procesos colectivos y materiales de
interpelación de los individuos como sujetos. La explotación política es la
reversión de la potencia de la multitud en beneficio de la ambición de los
gobernantes.
Publicado en Youkali. Revista crítica de las artes y el pensamiento, nº 9, julio 2010, pp. 107-116.
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