Francisco Javier Espinosa
VARDOULAKIS, Dimitris
(ed.). Spinoza now, University Minnesota Press, Minneapolis, 2011, 375 pp.
Es una obra
colectiva que contiene intervenciones presentadas en el Centre for Ideas
de Melbourne en 2006. El título quiere enfatizar que se puede estudiar de la
mano de Spinoza nuestro presente y que hay ahora nuevos enfoques de los
estudios spinozistas. La obra se divide en cuatro partes.
En la primera
parte, “Estrategias para leer a Spinoza”, Christopher Norris presenta una panorámica
crítica sobre la recepción de Spinoza por parte de varias tradiciones
filosóficas, especialmente se detiene en el conflicto entre la recepción de
analíticos y la de los continentales. Piensa que la metafísica de Spinoza
necesitaría de un acercamiento entre las recepciones analítica y continental,
lo que, además, sería mutuamente beneficioso. El conocido filósofo Alain Badiou
propone una interesante lectura de la Ética señalando que muchos estudiosos
se han centrado en las proposiciones de esta obra o en sus escolios y
corolarios, pero lo realmente importante son las demostraciones. Hay que tomar
en serio, indica, el orden geométrico. Su leiv-motiv es la frase de
Spinoza: “los ojos de la mente, con los queve las cosas y las observa, son las
demostraciones” (E5p23s). A partir de ahí analiza E1p28dem, para
señalar que en esta demostración utiliza, inmediata o mediatamente, 17
proposiciones, 7 definiciones y 4 axiomas, lo que la convierte en una
proposición capital que, por una parte, critica la creación de Dios y los
milagros, y, por la otra, concibe las cosas como causándose unas a otras de
manera que pueden ser estudiadas científicamente. En consecuencia, afirma, hay
que rechazar todas las interpretaciones del pensamiento de Spinoza que se basen
en la virtualidad o en la creatividad de los seres, pues todo está determinado.
Simon Duffy discute las interpretaciones de Deleuze y Macherey acerca del papel
de las alegrías pasivas en el progreso de la vida ética. Macherey afirma que
las alegrías pasivas son, finalmente, pasiones y no tienen, por tanto, poder
para conducirnos al conocimiento y a la vida activa, cuyo inicio lo fija él en
el conocimiento y el amor de Dios. Para Duffy, que se posiciona a favor de
Deleuze, hay que atender a las pasiones alegres, que no son meros afectos pasivos,
sino el puente que puede llevar al hombre desde la tristeza hacia la vida
activa y el conocimiento. Por último, Justin Clemens presenta una genealogía de
la paradoja de Buridán, lo que sirve para mostrar la estrecha relación entre
ontología, epistemología y política, de modo que así se demuestra el
materialismo de Spinoza.
En la segunda
parte, “Política, teología e interpretación”, Michael Mack quiere presentar a
Spinoza como un adalid del universalismo inclusivo y un crítico de
universalismo exclusivista que persigue a todos aquellos que no se adecúen a su
ideal. Según él, Spinoza ataca la teología teleológica y antropomórfica que
lleva a que un grupo se piense superior y domine a otro. El autor apoya
correctamente su pretensión en la crítica spinozista del dualismo mente-cuerpo
y del desprecio de las cosas o de los hombres. Sin embargo, a veces le hace a
Spinoza parecer un relativista postmoderno o tiene interpretaciones difíciles
de sostener, como la que hace de la eternidad de la mente. Arthur J. Jacobson
examina el estatus de los profetas en el TTP y señala que si la profecía es un
conocimiento natural, entonces todo el mundo en principio puede ser profeta,
indicando que esta idea también se encontraría en Maimónides. Este conocimiento
compartible por todos implicaría una democracia de conocimiento. Warren Montag
quiere criticar la conceptualización que hace Jonathan I. Israel de Spinoza,
pues este estudioso de la Ilustración radical afirma que Spinoza hace un
tratamiento de las Escrituras y de los comentarios bíblicos esencialmente
negativo y destructivo, como si el objetivo de Spinoza fuera privar a las
Escrituras, no sólo de cualquier autoridad, sino de su verdadero sentido,
esperando por tanto reducirla a meras letras sobre un papel, a algo sin
significado y, por tanto, sin efecto. Montag, recordando la importancia que
tiene el Deus sive Natura, piensa que hay que atender al Scriptura
sive Spiritus Sanctimente: las Escrituras no son la expresión del Espíritu
Santo, sino la misma mente del Espíritu Santo, por lo que el Espíritu Santo no
existe fuera o antes de las Escrituras, como una especie de depósito de sentido
al que acudir para resolver las contradicciones del texto. La lectura que
Spinoza quiere para la Biblia es aceptar el texto, limitarse a él como lo que es
(un texto que ofrece doctrinas éticas que se pueden encontrar en cualquier otro
libro y cultura). Para Spinoza es importante notar las costuras y lagunas de un
texto y, por tanto, los problemas de su ilusoria coherencia y continuidad, para
abrir así el camino al conocimiento de su existencia histórica. En la Biblia
hay cosas claras y cosas defectuosas y corruptas, y lo que quiere Spinoza es
impedir que las primeras intenten ser armonizadas con las primeras, como para
hacer de una reconciliación de lo discordante la condición de la
inteligibilidad del texto. El texto, tal como es, es todo lo que tenemos y es
la mente del Espíritu Santo; no podemos pretender que debajo del texto podamos
reconstruir la mente del Espíritu Santo. Critica Montag la inquebrantable
tendencia de los comentaristas a suplir lo que piensan que falta en el texto.
Declarar a la Biblia con sus faltas, vacíos, contradicciones y corrupciones como
la mente del Espíritu Santo es declararla perfecta, es decir, rehusar a
relacionarla a ninguna norma en relación a la cual debería ser pensada como
viciada. Ésta, para Montag, sería la consecuencia del pensamiento de Spinoza de
un mundo sin trascendencia. Cesare Casarino quiere relacionar la concatenación
de todas las cosas y la totalidad que implica en el pensamiento de Spinoza con
la globalización. Además indica que la inmanencia que afirma el pensamiento de
Spinoza está acompañada por la concatenación de todos los seres, lo que
mantiene la singularidad del ser. Así Spinoza emerge como un teórico del capital
y de la globalización.
En la tercera
parte, “Spinoza y el arte”, Sebastián Egenhofer habla de la precaria materialidad
del monumento a Spinoza de Thomas Hirschhorn. Así conjuga la noción marxista de
producción con la spinozista del arte como la expresión del infinito en sus
modos finitos. Anthony Uhlmann en un artículo difícil de entender y que tiene
algunas interpretaciones del pensamiento de Spinoza duras de aceptar, señala
que Spinoza afirma que las ideas no consisten en las imágenes ni en las
palabras. De la misma manera, indica, el arte requiere entender lo que no está
presente o va más allá del significante, lo que está en las ideas más que en
las representaciones. Aunque no lo explica con claridad, parece decir que el
arte necesita establecer relaciones entre los tres géneros de conocimiento de
Spinoza. Mieke Bal y Dimitris Vardoulakis, si hemos entendido bien este difícil
capítulo, a partir de una torsión o un malentendido de algunas ideas del
pensamiento de Spinoza (dicen, por ejemplo, que Spinoza niega que la belleza
esté en el punto de vista del individuo, que hay que entender E2p7 como que hay
una ruptura en la conexión entre los pensamientos y las cosas o que la esencia
y la existencia son atributos de las cosas creadas), consideran capital la
distinción spinozista entre esencia y existencia en las cosas creadas,
entendida como la distinción entre las ideas y la efectiva realidad de su puesta
en práctica. A partir de ahí presentan unas interesantes reflexiones sobre el
arte, en el sentido de (1) que la obra de arte es algo contingente y no puede
reclamar para sí una validez universal, pues no se da una coincidencia perfecta
entre ella y la idea del artista, lo que hace que esté abierta a renovadas
versiones; (2) que el artista no tiene un completo control de la materialidad
en la que se expresa, de manera que nadie puede crear un universo solipsista y
autoreferencial; (3) que no hay una inmediata conexión entre la obra y lo que
tiene que pensar el que la contempla, pues siempre hay una ruptura entre la
obra de arte y las ideas y la interpretación del sujeto. Las diferentes
versiones de Rembradt sobre el tema de José y la mujer de Putifar mostrarían
eso mismo.
En la cuarta
parte, “Encuentro sobre la vida y la muerte”, se habla de la relación de Spinoza
con otros filósofos. El capítulo de Negri es una traducción de “Potenza e
ontología tra Heidegger e Spinoza” (Berlin 2006), donde se compara la filosofía
de Heidegger con la de Spinoza. El alemán propone, según Negri, una ontología
del vacío, enfatizando la nada del ser del hombre y el destino que le subyuga
como ser hacia la muerte. Esto implica una política reaccionaria. Al contrario,
Spinoza, propone una ontología de la plenitud, lo que supone que, en vez de un
impulso de muerte, se dé en su filosofía un impulso de vida y de amor. Y si,
podríamos decir, los dos coinciden en pensar al hombre como ser-con-los-otros, el
retorno a Spinoza nos posibilita entenderlo como plenitud de vida, algo que la
democracia tiene que tener en consideración en su avance. A. Kiarina Cordela
quiera hacer frente a la interpretación de Damasio de que Spinoza abandona el
dualismo cartesiano privilegiando el cuerpo y la vida bajo el principio del
placer, pues piensa que en él también hay un impulso de muerte que tiene
relación con el psicoanálisis. Alexander García Düttmann explora la relación
entre vida y muerte simulando un diálogo entre Spinoza y Derrida. La libertad
entendida como aceptación de la necesidad en Spinoza se contrapondría a la ley
articulada en términos de indecisión en Derrida. Y si Spinoza señala que en
nada hay que pensar menos que en la muerte, Derrida afirma que nunca se siente
uno más embrujado por la necesidad de morir que en los instantes de felicidad.
Boletín de
bibliografía spinozista, núm. 13, Anales del seminario de historia de la filosofía, vol. 29, núm. 1 (2012).
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