Nicolás González Varela
Nuestra reflexión parte de una anécdota... toda anécdota existencial
puede ser entendida como experiencias axiomáticas que pueden inducir o constituir efectivamente la
convicción en que se base toda una filosofía práctica. Cuenta un conocido:
"en un álbum de retratos suyo encontré, en la cuarta página, a un pescador
dibujado en camisa con una red de pescar sobre su hombro derecho, exactamente
como en los cuadros históricos se representa al notable líder rebelde
napolitano Masaniello. El señor Henryk van der Spyk, su último casero,
decía de él que se parecía al mismo Spinoza hasta en los más mínimos detalles y
que sin duda él mismo se había tomado como modelo". El objeto de devoción
era Tommaso Aniello d'Amalfi (detto "Masaniello"),
uno de los líderes de las insurrecciones napolitanas en 1647-1648, levantamientos
espontáneos, de masas, urbanos y potencialmente derivables a una lucha mortal
entre ricos y pobres. Nápoles, un virreinato español,
se había transformado en un Behemoth urbano, descontrolado en su densidad demográfica, un
crisol de clases diferentes y sede de instituciones de un gobierno despótico. Y
en el medio del descontento de la multitud, la Guerra de los Treinta Años. Los protagonistas más
destacados de estos tumultos fueron las clases afectadas por la política fiscal
estatal (baronaggio), los trabajadores y los marginados, pero nunca
alcanzaron una convergencia revolucionaria decisiva. El motín fue el más agudo
de su época, tanto en su caracter antifeudal, antiestatal y autónomo, y fueron
"los diez días que conmovieron al mundo" barroco. Masaniello deviene
el primer día un orador furioso, un gran tribuno, que conjuga la protesta con
formas horizontales de organización, con una representatividad social
insuperable, un antipolítico consumado, que desarma el mecanismo del gobierno
vicerreal: mediación aristocrática, lúmpenes y provocadores paramilitares,
estructuras populistas, ritos de honor y religión. Su brevísima "Reppubblica" popular,
que reclamaba derecho iguales, reforma fiscal y representación de la plebe en
las cámaras de gobierno, enfrentada al modelo barroco, es una contradicción en
carne viva, que culminará con su asesinato.
¿Spinoza se veía como un Masaniello holandés?... seguramente. Las
huellas de la lucha de ricos y pobres halla eco entre líneas: "La
verdadera felicidad, la beatitud, consiste sólo en el goce del bien y no en la
satisfacción de que disfruta un hombre porque goza de él con exclusión de todos
los demás hombres. Si alguno se juzga feliz porque tiene privilegios de que
están privados sus semejantes y porque se vio más favorecido de la fortuna,
ignora la verdadera felicidad". El programa mínimo de los insurrectos: el
fin del estado es la felicidad colectiva y la democracia es la forma más
cercana al estado de naturaleza del ser humano. Las huellas del pescador
subversivo se encuentran a lo largo de su obra, como cuando nos descubre su
admiración oculta: "los hombres de conciencia clara no temen a la muerte
ni piden clemencia como los criminales, pues sus espíritus no se ven
atormentados por los remordimientos que produce la comisión de hechos
vergonzantes; consideran un mérito, no un castigo, morir por una noble causa, y
un honor morir por la libertad. Y puesto que dan sus vidas por una causa que es
incomprensible para los holgazanes y los idiotas, odiosa para los sediciosos y
querida por los buenos, ¿qué les enseña a los hombres su muerte? Sólo
emularles, o al menos a reverenciarles".
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=31901
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