Diego Tatián
Fragmento de
Diego Tatián, “Ontología de la generosidad”, en Diego Tatián (comp.), Spinoza. Cuarto coloquio, Córdoba,
Brujas, 2008, pp. 455, 462-467.
Una reflexión filosófica sobre la generosidad que busque poner de
manifiesto su múltiple relevancia ética, política, ontológica, comenzará por
constatar su casi total inexistencia en el léxico filosófico contemporáneo, así
como su rareza en la historia del pensamiento. ¿Hay una dimensión práctica de
la generosidad --como la hay de la fraternidad, la solidaridad, la piedad o la
clemencia- capaz de revestirla de una cierta importancia filosófica? ¿Se trata
de una pasión, de un afecto, de una virtud, acaso de una decisión o una
conducta estrictamente racional?
[…]
En las tres últimas partes de la Ética
Spinoza invoca la generosidad (generositas)
y la firmeza (animositas), como dos
afectos activos definidos en tanto formas de la fortaleza (fortitudo). Seguramente, el vocablo generositas es tomado aquí de la traducción de Les passions de l’âme al latín realizada por Henri Desmarets, libro
que constaba en la biblioteca de Spinoza. Hasta entonces, la lengua filosófica
latina remite a la tradición ciceroniana --que no era desconocida por el autor
de la Ética-- con términos tales como
magnanimitas, liberalitas, benignitas, largitas o amplitudo [17].
El tránsito de la générosité
cartesiana a la generositas
spinozista registra la diferencia entre dos teorías de los afectos con
presupuestos muy distintos, a su vez indicio del hiato que separa dos
antropologías. Mientras Descartes considera que la admiración es la primera de
todas las pasiones, Spinoza postula que el afecto primitivo es el deseo. Por un
lado, una filosofía de la conciencia que explica la pasión en virtud de una inadecuación
entre ella y su objeto: “cuando el primer encuentro de algún objeto nos
sorprende, y juzgamos que es nuevo o muy diferente de lo que conocíamos con
anterioridad o bien de lo que suponíamos que debía ser, esto hace que nos
admiremos y quedemos asombrados. Y porque esto puede suceder antes de que
conozcamos en absoluto si ese objeto nos resulta conveniente o no, me parece
que la admiración es la primera de todas las pasiones” (Les passions de l’âme, art. 53). Por otro lado, una filosofía del
deseo que abandona los dualismos entre el sujeto y el objeto, el alma y el
cuerpo, etc., en favor de la unidad de la sustancia cuya potencia infinita es
expresada por los modos en tanto fuerzas productivas: “El deseo (cupiditas) es la esencia misma del
hombre, en cuanto que se concibe determinada por cualquier afección suya a
hacer algo” [18]. Lo que este “pasaje de la admiración al deseo” pone en juego
son dos ideas de libertad; el tránsito de “una libertad concebida como
capacidad de dominio, a una libertad concebida como potencia y expansión de los
afectos. Al hombre cartesiano, ser de cultura, le seguiría el hombre spinociano,
ser de naturaleza” [19].
En la Ética, la generosidad
aparece por primera vez en la parte III definida como una forma de la fortaleza
(fortitudo) --una de las grandes virtudes
clásicas que en Spinoza, como ha señalado Chantal Jaquet, no es ella misma
determinada como un afecto sino también como “una virtud del alma” (E, IV, 69)
constituida por los afectos activos, pero que no es separable de estos afectos
mismos, ni los preexiste, sino que se agota en sus manifestaciones singulares [20].
Así, “Todas las acciones que se siguen de los afectos que se refieren al alma
en cuanto que entiende, las refiero a la fortaleza (Fortitudinem), que yo divido en firmeza (Animositatem) y generosidad (Generositatem).
Pues por firmeza entiendo el deseo con el que cada uno se esfuerza en conservar
su ser en virtud del solo dictamen de la razón. Por generosidad, en cambio,
entiendo el deseo por el que cada uno se esfuerza, en virtud del solo dictamen
de la razón, en ayudar (juvare) a los
demás hombres y unirlos a sí mismo por la amistad” (E, III, 59, esc).
La generosidad es presentada aquí por Spinoza como un afecto activo, una
potencia del alma “en cuanto que entiende”, un deseo orientado por la razón
hacia los otros, una fuerza productiva de amistad. En realidad existe una
relación de reversibilidad entre la firmeza, en cuanto fuerza del alma que
persigue la conservación de sí, y la generosidad en cuanto fuerza del alma que
persigue la conservación de otro, pues desde el Tratado de la reforma [21] Spinoza no ha dejado de decir que la
perseverancia en el ser tiene una dimensión colectiva y que no se desentiende
de los demás sino que los incluye. La utilitas
spinozista no es convertible a un egoísmo ni a un “individualismo posesivo”.
Generosidad no es en Spinoza un mandamiento, tampoco un precepto
trascendente ni una obligación heterónoma; es un deseo activo y una
inteligencia productiva que incumbe a la vida buena “aunque no supiéramos que
nuestra alma es eterna” (E, V, 41). En tres ocasiones la Ética vincula la generosidad al amor [22]. Esa generosidad amorosa,
activa, inteligente, es efecto de un deseo afirmativo cuyo ejercicio no implica
pasiones tristes de ninguna especie, ni la impotencia –ajena o propia. La
generosidad spinozista, en suma, es una forma de amor intelectual que involucra
el conocimiento de las res singulares;
más aún, “un amor intelectual de Dios y por vía de consecuencia un amor
intelectual del prójimo” --según afirma Jacqueline Lagrée en una bella
“investigación paradojal” [23]--, que se inscribe en el mismo registro amoroso
que la philautía y toma la mayor
distancia de pasiones tristes tales como la compasión (commiseratio) o la misericordia (misericordia) [24]. Generosidad y philautía son formas del amor intelectual de Dios, que obtiene así
su expansión y actualidad en el amor de los otros y de nosotros mismos en
cuanto cosas singulares.
Con la palabra generosidad Spinoza combate los amores impotentes y
tristes de la superstición, para establecer por su medio, tal vez, un vínculo
entre política y amor intelectual –para pensar la política como amor
intelectual.
Coda
Pero la generosidad spinozista –más allá de su filología que nos remite
a las partes III, IV y V de la Ética--
presenta asimismo una dimensión ontológica que permite, sin ningún forzamiento,
su designación con ese término; en este sentido, el De Deo puede ser leído, de manera eminente, como una filosofía de
la generosidad. Referida a la ontología de la sustancia, esta designación
concierne las maneras de darse el infinito, la multiplicidad que la infinitud
adopta, y la institución del ser como afirmación pura.
En primer término se produce una transformación del principio de razón
suficiente; Spinoza no dice ya --o no dice sólo--: nihil est sine ratione; nada es sin causa; todo lo que es tiene una
causa por la que es, etc., sino más bien: “Nada existe de cuya naturaleza que
no se siga algún efecto” (E, I, 36). A la fórmula “nada es sin causa”, que
procede de manera analítica, se opone aquí la fórmula “nada es sin efecto”, que
va sintéticamente de la causa el efecto; reescritura del principio de razón que
rompe con la problemática cartesiana del método y la perspectiva que, en las Meditaciones, remonta de los efectos a
las causas, de lo finito a lo infinito, del hombre a Dios, tomando las cosas en
un orden inverso al que han sido producidas [25].
Para Spinoza la existencia no es un problema: no requiere de
justificación, ni exige ser explicada, ni necesita dar razones de sí. Pues “existe
necesariamente aquello de lo cual no se da razón ni causa alguna que impida su
existencia. Así pues, si no puede darse razón o causa alguna que impida que
Dios exista, o que le prive de su existencia, habrá que concluir,
absolutamente, que existe de un modo necesario” (E, I, 11, dem.). Para que algo
no exista --escribe Matheron comentando ese texto--, no es suficiente que no
existan razones por las cuales debería existir; tiene que haber razones
positivas, o bien inherentes a su esencia, o bien externas a ella, por las
cuales debería no existir. La pregunta ¿porqué existe algo y no nada? [como si
la nada fuese más inteligible que el ser, como si no existir fuese más natural
y obvio que existir] deja su lugar a este otro interrogante: ¿por qué hay sólo ciertas
cosas más bien que todo?
Afirmación ontológica del ser respecto del no ser que se corresponde con
la afirmación ética de la vida sobre la muerte, y responde a una estricta
lógica de la generosidad: “De la necesidad de la naturaleza divina deben seguirse
infinitas cosas en infinitos modos, esto es, todo lo que puede caer bajo el
entendimiento infinito” (E, I, 16). Infinita
infinitis modis. Pues “a Dios no le faltó materia para crear todas las
cosas, desde el grado supremo de perfección hasta el ínfimo...” (E, I, Ap.). Infinita infinitis modis: producción sin
por qué y sin para qué, pura actualidad de la potencia divina, generosidad de
la generación que es generación de la generosidad, sin origen, sólo comprendida
en la experiencia de su don.
Notas
17. En el tratado Sobre los
deberes, Cicerón consideraba propio de un espíritu fuerte y grande (fortis animus, et magnus) el desprecio
de la riqueza --si no se la tiene--, o su dispendio prudente --si se la tiene--,
así como el valor de emprender cosas útiles (es decir honestas) y arriesgadas;
a lo primero corresponde la liberalitas
y es propio de una liberalis uoluntas;
a lo último remite el término amplitudo
(Cicerón, De Officiis, I, 20 y II,
15-18).
18. E, III, def. af. 1; también E, III, 9, esc. Para todas las citas de
la Ética usamos la versión de Atilano
Domínguez (Spinoza, Ética, Trotta,
Madrid, 2000).
19. Timmermans, Benoît, “Descartes et Spinoza: de l’admiration au
désir”, en Revue international de
philosophie, nº 189, 3/1994, p. 327.
20. Jaquet, Chantal, “La fortitude cachée”, en Chantal Jaquet, Pascal
Sévérac y Ariel Suhamy, Fortitude et
servitude. Lectures de l’Éthique IV
de Spinoza, Kimé, París, 2003, pp. 18-19.
21. “Todo lo que puede ser medio para alcanzar este fin [la perfección]
se llama bien verdadero, y bien supremo es alcanzarlo y gozar de esa condición,
si fuera posible, con otros individuos... Este es el fin que busco, es decir,
adquirir esa condición y tratar de que otros muchos la adquieran conmigo, pues
también atañe a mi felicidad que muchos otros comprendan lo mismo que yo... y
además formar una sociedad tal como sería de desear para
que el mayor número llegue, tan fácil y seguramente como sea posible, a
esa meta” (Spinoza, Tratado de la reforma
del entendimiento, versión de Oscar Cohan, Cactus, Buenos Aires, 2006, pp.
48-49; cfr. también E, IV, 37).
22. “Quien vive bajo la guía de la razón, se esfuerza, en cuanto puede,
por compensar el odio, la ira, el desprecio, etc., de otro hacia él con el amor
o la generosidad (Amore contrà, sive
Generositate compensare)” (E, IV, 46); “...los ánimos no se vencen con las
armas sino con el amor y la generosidad” (E, IV, ap. cap. 11); “...al odio hay
que vencerlo con el amor o la generosidad (Odium
Amore, seu Generositate vincendum), y no compensarlo con el odio recíproco.
Ahora bien, para que tengamos a mano este precepto de la razón siempre que sea
útil, hay que pensar y meditar con frecuencia en las ofensas comunes de los
hombres, y cómo y por qué vía se repelen muy bien con la generosidad” (E, V,
10, esc.).
23. Lagrée, Jacqueline, “Spinoza et l’amour intelectuel du prochain”, en
Jaquet, Ch., Sévérac, P., y Suhamy, A., Spinoza,
philosophe de l’amour, Publications de l’Université de Saint-Étienne, 2005,
p. 104.
24. “La compasión es la tristeza acompañada por la idea de un mal que le
sucedió a otro, al que imaginamos semejante a nosotros... Explicación: entre la
compasión y la misericordia no parece existir diferencia alguna, excepto quizá
que la compasión se refiere a un afecto singular y la misericordia, en cambio,
a su hábito” (E, III, def. af. 18).
25. Cfr. Pierre
Macherey, Hegel ou Spinoza?, Maspero,
Paris, 1979, p. 71.
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