Luciano
Espinosa Rubio
Espinoza Rubio, Luciano. “La política
como física del poder en Spinoza”, en Res
publica. Revista de historia de las ideas políticas, vol. 17, núm. 1, Universidad
Complutense de Madrid, Madrid, 2014, pp. 33-57.
1.
Puntos de partida
La hipótesis de trabajo es que la
política está concebida, en primer lugar, como una física del poder en tanto que fijación de sus relaciones (casi
cuantitativas), sus canales y equilibrios; y que la democracia, en segundo, es
su mejor forma de organización por razones de complejidad sistémica. Por otro
lado, se trata de un mismo modelo transversal que parte de la ontología de los
modos (infinitos y finitos) y va desde la física hasta la epistemología, la
ética y la política; y esta matriz común puede denominarse ecosistémica con fundamento, como habrá ocasión de ver. Además, lo
físico debe entenderse de forma amplia, pues incluye las leyes de todo lo
extenso y su correlato inteligible (entes naturales, organismos, impulsos
psicofísicos primordiales... y sus ideas correspondientes), siempre en
oposición frontal a cualquier clase de “cualidades ocultas” y entes
extracorpóreos.
En un sentido más concreto, conviene
recordar que la potencia (o essentia actuosa) es el núcleo intensional de la
realidad, su nervio constitutivo, lo que define a los modos finitos en términos
eficientes (E1P36) y comporta de entrada un claro sesgo material en los seres
vivos (E2P13: del cuerpo se accede al alma, que es su idea; E3P2E: autonomía de
lo fisiológico). El resultado preliminar es una noción del poder humano
investida de un carácter tangible y dinámico, acorde con la nueva ciencia de la
época volcada en la explicación de las fuerzas. Semejante postura remarca el
vínculo de ida y vuelta entre ser y operar, de modo que tal poder se efectúa en
el ejercicio de las interacciones (de choque y composición con sus afectos
correspondientes) que constituyen al individuo, lo que le va modelando a lo largo
de su biografía. Y esto, a su vez, dentro del consabido marco general
todo/partes (sustancia-atributos-modos infinitos y finitos), por lo que podría
entenderse también como una teoría de campo, donde hay una estricta
reciprocidad ecológica entre el
adentro y el afuera que da lugar a la retroalimentación del sujeto. De ahí nace
justamente la conciencia humana, que consiste en percibir los contactos ad intra y ad extra del cuerpo y procesarlos de manera autoconsciente (E2P23).
En definitiva, aunque no podemos detenernos en ello y solo se desarrollará lo
que atañe a la política, cabe hablar de una físicidad de carácter relacional,
más rica –por abajo– que el simple mecanicismo de lo inerte, y ajena –por
arriba– a cualquier forma de trascendencia.
Importa subrayar esto en todas las
instancias: en clave metafísica, Dios no es diferente –por tratarse de términos
unívocos e inmanentes– de la Naturaleza; en clave hermenéutica, la Escritura no
tiene un sentido misterioso que rebase al texto literal elaborado con el cuerpo de la lengua; en clave jurídica,
la ley no basta sin el poder que la respalda, que esfuerza y capacidad efectiva
de coacción;en clave psicológica, entendimiento y voluntad se identifican y no
son nada aparte de las ideas que los expresan en cada momento; en clave ética,
la virtud se encarna en los afectos mismos que implican aumento de potencia, no
es un resultado posterior... Esto quiere decir que la afirmación del ser, en
sus diferentes registros, no admite equivocidad o analogía, ni suplementos de valor
y sentido venidos de fuera, ni consideraciones sobre lo que puede llegar a ser
después: cada ente es lo que es en cada caso y momento, sin teleología ni
trasfondo moralizante añadidos, sin virtualidad diferida...
Bajo este punto de vista, la física significa
pura facticidad ontológica, cuerpos-ideas-afectos correlativos aquí y ahora,
explicitud de la potencia siempre en acto, realización ejecutiva. Algo que no
debería confundirse con un mero positivismo o materialismo reduccionista, sino
entenderlo más bien como el empeño de no escamotear lo que las cosas son
efectivamente, de no caer –visto desde otros ángulos– en hipóstasis o
trascendentales, en vaguedades sobrevenidas o legitimaciones externas... Pues
bien, la política también responde a estas notas generales, donde lo crucial es
que el campo enorme de lo simbólico nace de la inmanencia física, y no al
revés, aunque luego formen un círculo virtuoso. Por lo mismo, la libertad no es
una cualidad espiritual dada de antemano, sino que debe alcanzarse mediante la
expresión de la propia potencia o naturaleza (formas estables de necesidad emancipadora) que permitan una
acción verdaderamente humana frente a la fatalidad
de los contextos naturales o las imposiciones de los tiranos.
En otro orden de cosas, es ilustrativo
observarlos diferentes ámbitos de la vida tal como son condensados en E4P18E:
los “dictámenes de la razón” establecen un nexo y una secuencia clara entre
autoconservación del conato / virtud y felicidad / apertura e intercambio con
el medio / composición y concordancia racionales entre los hombres / utilidad
común lograda por la constitución de “un solo cuerpo y una sola alma” de
carácter sociopolítico. La idea global es que la potencia (de ser y pensar) es
versátil y está llamada a dar de sí
todo eso en el plano de la acción humana que participa de la potencia divina
(E4P4), lo que implica el establecimiento de diversas conexiones entre lo ético
y lo político, así como el engarce del poder personal y del colectivo, como se
acaba de ver en esa secuencia. Cuanto quede fuera de esas coordenadas o niveles
de experiencia es considerado una fantasmagoría idealista o una variante de la
ignorancia. Por el contrario, la dinámica de los cuerpos (y por tanto de las
ideas) se traduce en comunicación, afectos y fuerzas de diversa índole, lo que
configura un tejido de relaciones favorables o no dentro del cual se
desenvuelve la existencia. Y el caso es que todo ello acontece en un campo de
juego neutro, es decir, amoral: en la
naturaleza nada está prefijado, no hay valor dado de antemano, orden ni
dirección de sentido, tan solo la implacable sucesión de los encuentros
causales y el esfuerzo intersubjetivo por concertarlos un poco. La política,
entonces, emerge como el proyecto de gobernar la física humana y sus muchas
implicaciones institucionales (lingüísticas, organizativas, simbólicas, etc.),
toda vez que –como subconjunto de lo real– esas fuerzas son la infraestructura
de la sociedad y de la cultura, sometidas a unas pautas comunes de
articulación.
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