Diana
Cohen Agrest [1]
Cohen Agrest, Diana. “Imaginación y
corporalidad en la filosofía de Baruj Spinoza”, en Claudia Jáuregui (ed.), Entre pensar y sentir. Estudios sobre la
imaginación en la filosofía moderna, Prometeo, Buenos Aires, 2011, pp.
93-111.
Tanto el título mismo de
su obra magna --Ética demostrada según el
orden geométrico-- como el lugar que Baruj Spinoza confiere a la razón en
su sistema, dieron lugar a que el gran pensador holandés, nacido en 1632 y
fallecido en 1677, fuera alineado en las filas de los filósofos racionalistas.
Pero se lo conoció, ante todo, porque tal como se anuncia desde el título
mismo, Spinoza fue el filósofo que tuvo el coraje de escribir su obra magna siguiendo
el método de exposición inaugurado por Euclides, organizado mediante
definiciones, axiomas y proposiciones a demostrar. Y hasta hace un tiempo
atrás, las referencias más usuales al gran filósofo se condensaban en que
Spinoza concibió un sistema sustancial en el que identificó a Dios con la
Naturaleza. Esta Sustancia divina se compone de infinitos atributos de los
cuales conocemos sólo dos, el Pensamiento y la Extensión. De estos dos
atributos se derivan los modos o afecciones de esa Sustancia --ideas del
Pensamiento, cuerpos de la Extensión-- de manera que, toda vez que se produce
una modificación en el Pensamiento, se produce paralelamente otra en la
Extensión, formando una y otra dos aspectos de esa Sustancia única [2].
En lo que concierne al
destino humano, el alma no está condenada a la servidumbre, pues su esencia
consiste en esforzarse por comprender el verdadero orden de las cosas,
alcanzando la contemplación de ese orden "sub specie aeternitatis". En el ámbito intelectual local, en
unas páginas memorables, Jacobo Kogan declaraba que:
Tan sólo el conocimiento que abarca el
objeto en la integridad de su contenido y que comprende las causas de su origen
y esencia, considera Spinoza, nos brinda una idea adecuada de lo que
verdaderamente es, y esto sólo puede damos la razón y nunca la aprehensión
sensible, de la que nace la imaginación [3].
En el marco del
paralelismo psicofísico entre el orden de las ideas y el orden de los cuerpos
encadenados en un orden riguroso, la imaginación parecía no tener cabida. A
modo de explicación, se sugirió que "dado que Spinoza etiqueta la
imaginación u opinión corno el género inferior de conocimiento y la sola fuente
de las ideas inadecuadas, los comentaristas infirieron que él la despreciaba
y que estaba interesado casi exclusivamente en los géneros superiores de
conocimiento" [4]. Sin embargo, añade el mismo autor, "en vista de la
importancia que Spinoza le confiere a la imaginación, esta interpretación es
apenas sostenible" [5]. La relevancia que los intérpretes actuales de
Spinoza le otorgan a la imaginación, interpretación que ocupa hoy un lugar
preeminente en relación con las lecturas más tradicionales del filósofo, no es
el producto de un transitorio espíritu de época. Lejos de ello, enriquece
nuestra visión de una filosofía que se manifiesta como una fuente inagotable,
siempre vigente, de lucidez intelectual [6].
Con el fin de mostrar la
relevancia de la imaginación --en su particular entramado con la corporalidad--
en la ontología y en la física de carácter mecanicista propuesta por Spinoza,
una vez descrita su génesis fisiológica y su asimilación a la percepción
sensible, nos detendremos en la memoria como facultad integrante de la
imaginación y en la índole imaginativo-corpórea del lenguaje. Por último, nos
interrogaremos si más que una fuente de servidumbre del alma, según fue
retratada por las interpretaciones clásicas, la imaginación se presenta, tal
como parece haber sido postulada por Spinoza, como una facultad fundamental en
la constitución del horizonte de la objetividad que además expresa, lo que no
es poco, las vicisitudes de la corporalidad humana.