Chantal
Jaquet
Si bien es cierto que a
veces Spinoza llega a filosofar en primera persona, como lo prueba en especial
el prólogo del Tratado de la reforma del
entendimiento, es necesario constatar en él una predilección por el plural
más que por el singular. Para describir, en las partes II a V de la Ética, la experiencia humana en su forma
cognitiva y afectiva, Spinoza prefiere el “nosotros” al “yo” y emplea
generalmente fórmulas impersonales o la tercera persona, como por ejemplo “el
hombre piensa” (E II Ax 2) o “el hombre libre en ninguna cosa piensa menos que
en la muerte” (E IV 67). Esto es algo que todos saben, pero de ahí a concluir
que no hay sujeto en Spinoza, hay un paso que no nos atrevemos a dar. Lia Levy,
en su libro L’automate spirituel,
mostró claramente la existencia de una subjetividad en Spinoza. Si el concepto
apenas aparece escrito [1], la presencia de un sujeto, entendido como la
capacidad de referirse a sí mismo y a relacionar sus ideas y afectos a un sí,
está claramente presente en Spinoza [2]. Y sujetos que reflexionan, hay, por
decirlo de alguna manera, demasiados, sin que sea posible identificarlos
siempre correctamente: el sabio, el hombre libre, el hombre que vive siguiendo
la conducta de la razón, empezando por Dios, que se ama a sí mismo de un amor
intelectual infinito, si uno se refiere a la Ética V, 35. Si Spinoza no escribe literalmente, como lo hizo
Hegel, que el absoluto es sujeto, esto no impide que Dios o la sustancia
infinitamente infinita se refleje a través de la idea de sí, se contemple a sí
misma y se ame a sí misma, ya sea en virtud de su infinitud, ya sea en virtud
de que se explica por la esencia del espíritu humano [3]. Es, por lo tanto,
arriesgado, o incluso falso, afirmar categóricamente que la filosofía de
Spinoza es una filosofía de la sustancia y no del sujeto. En cierta medida la
sustancia es sujeto: que ésta se explique por sus atributos, sus modos
infinitos o por el espíritu humano, se refiere de hecho a sí.
Pero si Spinoza admite
que la sustancia constituye una idea de sí, y que el ser humano se esfuerza por
ser consciente de sí, en proporción a su sabiduría, hay que destacar que el
filósofo nunca hace referencia al “yo” [moi].
Si el pronombre personal “yo” [je] en
última instancia figura, aunque la mayor parte del tiempo sin ninguna
connotación de una intimidad estrictamente subjetiva, en cambio el pronombre
reflexivo “mí” [moi] está totalmente
ausente. No hay un “mí” en Spinoza, sino solo un “sí”. El sabio no basa su
meditación en el “yo pensante” (moi pensant), pero es “consciente de sí mismo y
de Dios y de las cosas” (E V 42 Esc.). El ocultamiento de la primera persona en
beneficio de la tercera no es el fruto de una crítica y no se acompaña de una
diatriba contra el egoísmo. El “mí” no es detestable, como para Pascal, pero
tampoco es deseable; simplemente no existe o por lo menos no tiene un puesto
asignado en el seno de la filosofía de Spinoza. Es el “sí” que toma el relevo.
A diferencia del “mí”, que es inseparable de una intimidad irreductible, de una
vivencia singular y de un sujeto personal encerrado en una fortaleza interior
inexpugnable, el “sí” nos abre el acceso al corazón de una interioridad que se
distingue de todas las otras por su dimensión de ser una conciencia reflejada
que puede tanto ser la mía, como la tuya, como la de cualquier tercero. El “sí”
introduce una cierta distancia impersonal y extiende la dimensión del sujeto al
incluir la posibilidad de transponerse a todas las formas. Tú, yo, ellos,
nosotros, sin privilegiar ninguna. Este pasaje de “mí” al sí transforma
entonces la representación clásica del sujeto pensante e invita a pensar de
cero las categorías de interioridad y exterioridad.
¿Pero que es entonces
ser “uno” [soi]? ¿Y este concepto
tiene el mismo sentido cuando se le aplica a la sustancia y cuando se le aplica
a los modos? Puede uno, en efecto, preguntarse si el “sí” de la sustancia y el
“sí” de los modos poseen las mismas características, aunque no sean de la misma
naturaleza, o en cambio ¿estamos frente a un simple homónimo? ¿Además, cómo
distinguirse de lo que no es “uno”? Esta pregunta pone en juego la distinción
entre el interior y el exterior, problemática al interior de un pensamiento de la
inmanencia. Es por esto que la comprensión de la naturaleza del “sí” pasa por
dilucidar la naturaleza y el significado de las categorías de interior y
exterior en Spinoza. Es entonces en esta refundación de la noción de
interioridad que habrá que poner el acento, y examinar sucesivamente la esencia
del “sí”, tanto en el régimen sustancial como en el régimen modal.
El
“sí” en el régimen sustancial
Cuando Spinoza quiere
expresar lo que tiene relación a la interioridad y a la exterioridad, emplea
los pares intra/extra, interna/externa, in se/in alio, extrinsecè/intrinsecè, cuyos significados tenemos que descifrar. Está claro
que en primer lugar las categorías de interior y de exterior, de dentro y de
fuera no tienen sentido sustancial, sino únicamente modal. Para la sustancia no
existe la distinción entre interioridad y exterioridad, entre adentro y afuera,
entre el sí y el no sí. Dios existe por sí, se determina y se concibe por sí.
Como sustancia absolutamente infinita, no tiene un afuera. Esta ausencia de
exterioridad es la consecuencia de su unicidad y por ende “no puede darse
ninguna sustancia fuera de Dios (extra
deum)” (E I 14 D). Por definición, tampoco puede haber modos que subsistan
en ellos mismos por ellos mismos fuera de la sustancia, por lo que según la
proposición 15 de Ética I, todo lo
que es, es en Dios.
Este in Deo, pese a todo, no está
expresamente presentado como un intra,
una interioridad o un adentro, sino que es asimilado a una causa inmanente (E I
18). Es cierto que el “en” no es lo mismo que el “dentro”, el cual siempre
tiene la necesidad del correlato del afuera para poder definirse. No hay, por
lo tanto, que confundir el in y el intra. El intra supone siempre un extra;
por el contrario, ya sea el in Deo,
ya sea el “en sí” en su sentido más fuerte, no implican una exterioridad. “En
sí” se opone en efecto a “en otro” [in
alio], y en los dos casos, volvemos a la idea de una inmanencia. La
alteridad, entonces, no debe ser confundida con la exterioridad. “Ser en otro”
no es ser exterior a ese otro, sino que es estar incluido en él.
En el caso de la
sustancia, las categorías de afuera y de adentro, por su carácter relativo,
parecen estar vacías de toda pertinencia. Curiosamente, en todo caso, Spinoza
las utiliza en el corolario 1 de la proposición 17 donde establece que Dios
actúa únicamente por las leyes de su naturaleza y obligado por nadie. “De aquí
se sigue que no haya ninguna causa que incite, extrínseca o intrínsecamente, a
Dios a actuar, excepto la perfección de su misma naturaleza.” Sin embargo, más
que legitimar estas categorías lo que Spinoza busca es recusar la intervención
de una causa intrínseca o extrínseca de acción, distinta de la perfección de la
naturaleza de Dios, de cuya necesidad se desprende una infinidad de cosas en
una infinidad de maneras. Por lo que la sustancia es sí [est soi] y no tiene necesidad más que de sí. Si admite distinciones
al interior de sí, no admite una alteridad radical. La idea de un sí no implica
la de un no sí.
¿Qué sucede entonces con
los atributos? Si bien es cierto que éstos constituyen la esencia de la
sustancia, es necesario recordar que no son absolutamente infinitos, sino que
únicamente infinitos en su género. Así, la extensión no es el pensamiento y
esta negación parece introducir la posibilidad de una distinción entre el sí y
el no sí. Al revés de lo que sucede en la sustancia, las categorías de interior
y exterior, de adentro y afuera pueden parecer pertinentes para mostrar el
hecho que cada atributo es una realidad infinita en su género, admitiendo la
existencia de otras realidades infinitas que la primera no contiene en sí
misma.
Para poder responder,
hay que saber primero si es pertinente otorgarle un sí a los atributos. En la
medida en que expresan la esencia de la sustancia que es en sí y para sí, los
atributos deben englobar a su vez un sí. Spinoza corrobora esta idea cuando
afirma que “cada atributo de una misma sustancia debe ser concebido por sí
mismo” (E I 10). Ciertamente, si el atributo se concibe por sí, esto implica
que no está en otro y que se reciproca con la sustancia; pero hay que indicar
que Spinoza nunca dice que el atributo es en sí. Se entiende que evite esta
fórmula, ya que es susceptible de acreditar la idea de una existencia separada
de los atributos, y por esta vía la de una pluralidad de sustancias. Tampoco
dice que los atributos son in Deo, ya
que ello implicaría que estarían contenidos en él como consecuencias y que la
sustancia sería ontológicamente anterior a sus atributos de la misma forma que
un continente precede al contenido. Así los atributos estarían en la sustancia
como in alio y no podrían constituir su esencia. Los atributos no están en la
sustancia, son la sustancia. Dios o todos los atributos, Deus sive omni attributa, según la formulación de la proposición
19, es lo mismo.
Todo atributo es
entonces efectivamente un sí, por el cual se concibe. Pero a diferencia de la
sustancia absolutamente infinita, ningún atributo tiene la idea de sí, excepto
el atributo del pensamiento. Si los otros atributos tuvieran la idea de sí,
entonces el atributo del pensamiento les pertenecería. Pero esto estaría en
contradicción con la naturaleza del atributo, puesto que el pensamiento sería
entonces una propiedad común contenida in alio y no se concebiría por sí. Hay una
idea en cada atributo, pero está contenida en la idea de sí formada por Dios en
tanto cosa pensante y que se explica por el atributo del pensar. ¿Se puede
entonces considerar, por ejemplo, que el pensamiento tiene un afuera, puesto
que no es lo extendido, y admitir la misma cosa para todos los atributos? Está
claro que el pensar no es toda la realidad y que hay que distinguir lo que le
es intrínseco de lo que le es extrínseco [4]. Esta distinción no quiere decir,
sin embargo, que el atributo del pensamiento o cualquier otro atributo exprese
sólo una parte de la esencia de la sustancia. La explica en su totalidad sin
que nada quede fuera de su alcance. Entonces, hay afueras y afueras. Si hay un
no sí para los atributos, esto no constituye una limitación, una ausencia o una
privación. La existencia de otros atributos fuera de sí [en dehors de soi] [5] no puede concebirse bajo la forma de una
exterioridad espacial, de una delimitación de fronteras. Un género no puede
limitar a otro, ya que no son de la misma naturaleza. Como lo explica la Carta
XXXVI a Hudde: “si el Ser es Pensamiento, no se puede concebir como
determinado, sino sólo indeterminado, en el pensamiento; y si es Extensión, en
la extensión” [6]. Lo extra-cognitivo no sabría limitar lo intra-cognitivo, o
privarlo de lo que sea, puesto que por naturaleza el pensamiento no es
extensión; de suerte que no podría faltarle aquello que, por definición, no
puede tener. Ningún atributo está privado de un extra y no sufre de ninguna
carencia o imperfección. En lo que concierne la Extensión, Spinoza escribe:
“nunca se llamaría imperfecta, porque no piensa, ya que su naturaleza no exige
tal cosa, puesto que sólo consiste en la extensión, es decir, en un cierto
género de ser” [7]. Así, el pensamiento, la extensión y la infinidad de
atributos son por sí perfectos en su género. El no sí no es una privación, sino
una simple negación. Contrariamente a la privación que, de existir realmente,
sería una imperfección [8], la negación es compatible con la perfección.
El “sí” se define para
cada atributo como una realidad única e infinita en su género. El “otro que sí”
no está pensado bajo el modelo de una exterioridad espacial, que tiene límites
y determinaciones. La alteridad no es por lo tanto nunca alienante; no es más que
la expresión de la misma sustancia en un género diferente. En cambio, en el
régimen modal finito, la existencia de causas exteriores pone fin a la
libertad, ya que el hombre es muchas veces empujado por ellas en direcciones
contrarias a sus intereses. ¿Qué sucede entonces con el “sí”?
El
sí y la distinción entre interioridad y exterioridad en el régimen modal
En lo que concierne a
los modos, por supuesto que hay que distinguir entre los que son infinitos y
los que son finitos. En el caso de los modos infinitos, Spinoza, lo sabemos, no
es prolijo. Si es posible imputarles un sí, es por definición un sí que se
concibe por otro –por oposición al caso de los atributos. Si este sí es
diferente de un no sí, esto no constituye para nada una limitación, ya que cada
modo infinito es infinito en su género. Sin contar a los modos infinitos del
pensar, este sí no es un sí que sea objeto de reflexión. Ciertamente, Spinoza
nunca dice textualmente que el entendimiento divino es consciente de sí pero,
como idea de Dios, es posible aplicarle la regla que rige para toda idea
verdadera, a saber el hecho que cualquiera que la tenga, sabe al mismo tiempo
que la tiene. Hay entonces una idea de la idea del entendimiento de Dios, en el
atributo del pensamiento, que el entendimiento divino puede formar.
En lo que concierne a
los modos finitos, el sí es problemático. No es un atributo inmediato de la
conciencia, pero se constituye a través de la formación de las ideas adecuadas.
No es primordial, ya que no hay un sujeto modal fundador sino sólo seres
sujetos a las causas exteriores. La conciencia de sí interviene tardíamente en
el curso del proceso ético y pertenece únicamente al sabio, ya que el ignorante
es casi inconsciente de sí de las cosas y de Dios [9]. Esta cuasi inconciencia
de sí se entiende en la medida que la constitución de un sí está ligada, para
un modo finito, a la acción del entendimiento que forma las ideas adecuadas.
Para poder ser consciente de sí, en primer lugar hay que formar la idea de sí.
Esta idea es dada a través de la formación del conocimiento adecuado y
particularmente a través del tercer género de conocimiento y del afecto que
deriva: la acquiescientia in se ipso
[10]. El entendimiento humano, cuando conoce, tiene la idea de una cosa y
experimenta una verdadera satisfacción de sí mismo, es decir de la alegría con
la idea de sí como causa. Es por eso que toda idea adecuada es al mismo tiempo
una idea de sí. Desde un punto de vista ontológico, el sí no es más que el
entendimiento en acto o la idea del cuerpo sub
specie aeternitatis. En efecto, nuestro entendimiento es una parte del
entendimiento divino o de la idea de sí que Dios forma. En otras palabras esto
quiere decir que la idea de sí de un modo no es más que una parte de la idea de
sí formada por Dios. Ser uno mismo es entonces saberse en otro y comprender la
relación de la inmanencia a Dios. Ser uno mismo es saberse incluido en el
entendimiento divino, como parte de un todo.
Esta relación de
inmanencia es esencial y expresa para los modos la forma de lo que Spinoza
llama una determinación interna. El escolio de la proposición 39 de la Ética II revela, en efecto, que el
conocimiento adecuado de sí, del propio cuerpo y de los cuerpos exteriores
corresponde a una determinación interna, a diferencia de la determinación
externa:
Digo expresamente que el alma no tiene
un conocimiento adecuado ni de sí misma, ni de su cuerpo, ni de los cuerpos
exteriores, sino tan sólo confuso, siempre que percibe las cosas según el orden
común de la naturaleza, esto es, siempre que es determinada externamente, por
el choque fortuito de las cosas, a contemplar esto o aquello, y no siempre que
es determinada internamente, a saber porque contempla muchas cosas a la vez, a
entender sus concordancias, diferencias y oposiciones. Pues siempre que es
dispuesta internamentede una u otra manera, contempla las cosas clara y
distintamente, como mostraré más adelante.
Se plantea entonces la
pregunta de saber exactamente a qué se refiere esta distinción entre la determinación
interna y la determinación externa de la cual depende el conocimiento de sí y
de las cosas. Spinoza precisa que nos demostrará más adelante lo que entiende
por ello, pero está claro desde ya que la determinación interna corresponde a
lo que definió al principio de la tercera parte de la Ética como una causa adecuada, a saber aquella cuyo efecto puede
ser percibido clara y distintamente por nuestra sola naturaleza, mientras que
la determinación externa remite a la causa inadecuada, cuyo efecto no se
explica más que parcialmente por nuestra naturaleza.
Maculada por la
confusión, la determinación externa tiene un carácter fortuito y lleva el sello
de la fortuna que sacude los hombres. Corresponde a lo que Spinoza denomina el
orden común de la naturaleza e implica la existencia de causas exteriores que
determinan la acción. Esto se debe a que el hombre, como cualquier otro modo
finito, no es más que una parte de la naturaleza y no puede por consiguiente
evitar sufrir de otros cambios que los que se pueden comprender únicamente por
su naturaleza [11]. La determinación externa es entonces necesariamente una
pasión y hace parte del primer género de conocimiento, ya que implica siempre
una causalidad inadecuada.
En cambio la
determinación interna es siempre una acción, que hace parte del segundo o
tercer género de conocimiento; reenvía a nuestra sola naturaleza concebida como
causa total o adecuada. ¿Quiere esto decir que todos nuestros males tienen su
origen en no estar solos en el mundo y deben entonces atribuirse a las cosas
exteriores a uno? En efecto, ninguna cosa puede ser destruida si no es por una
causa externa, pero esto no significa para nada que la determinación interna
pase por la instauración de fronteras con el mundo exterior y un repliegue en
la interioridad. Es por esto que el significado de las categorías de interior y
de exterior debe ser analizado con precisión, ya que Spinoza las reformula
completamente.
Para definir mejor su
especificidad, hay que evitar primero concebir las determinaciones externas e
internas de modo espacial. En sentido estricto, la exterioridad del tipo
espacial y geométrico puede valer únicamente en el caso de los modos finitos
extensos que tienen un afuera. No puede servir de modelo para representar la
determinación al infinito de los modos finitos del pensamiento o de algún otro
atributo, pero debe ser manipulada con precaución para evitar importar
conceptos inadecuados en un dominio que debe ser concebido por sí y no por la
extensión.
Además hay que tener en
cuenta que el interior y el exterior son conceptos relativos, que son válidos
esencialmente en el seno de la naturaleza naturada. Para la sustancia, esta
distinción no tiene validez ya que se reabsorbe en la expresión de una sola y
misma causalidad inmanente y sólo tiene pertinencia si no se la considera como
absolutamente infinita, sino en cuanto que se expresa en la naturaleza de
nuestro espíritu o de algún otro modo finito. Para un modo, estas categorías no
tienen tampoco un valor absoluto. De un lado, no hay una exterioridad o
interioridad en sí, sino únicamente en otro, a saber la sustancia. De otro
lado, hay exterioridad solamente en relación a una interioridad afectada. Como
lo muestra la proposición 26 de la Ética
II, si nuestro propio cuerpo no es afectado, nuestro espíritu no percibe la
existencia de los cuerpos exteriores.
En la trama de los modos
finitos, el interior y el exterior están siempre imbricados y no pueden ser
pensados como realidades distintas y separadas. El modo se mueve siempre entre
ambas. Es el lugar de los intercambios entre el interior y el exterior, ya que
está perpetuamente afectado. Y un afecto engloba la naturaleza de nuestro
cuerpo y la del cuerpo exterior. Es una mezcla muchas veces confusa de
interioridad y exterioridad, de manera que es difícil determinar lo que le
corresponde a uno y lo que corresponde a los otros. Independientemente de los
afectos a los cuales está sometido, un modo como el cuerpo humano tiene por
naturaleza necesidad de establecer relaciones con lo que le es exterior para
conservarse, de forma que haya una comunicación permanente entre el interior y
el exterior. La conservación de la forma del cuerpo, de su proporción de
movimiento y de reposo, no implica aislamiento en una identidad inamovible sin
relación ni contacto con el exterior. Comporta al contrario intercambios
continuos y mutaciones, no sólo a nivel mental, pero también a nivel físico,
como lo demuestra el lema 4 de la segunda parte: “Si de un cuerpo, o sea de un
individuo, compuesto de varios cuerpos se separan algunos cuerpos y, al mismo
tiempo, le suceden en el mismo lugar otros tantos de la misma naturaleza, el
individuo mantendrá su naturaleza igual que antes, sin cambio alguno de su
forma” (E II 13 L 4), y la demostración precisa a propósito de la forma que
“ésta (por hipótesis) se mantiene, aun cuando se produzca un cambio continuo de
los cuerpos” (E II 13 Lem. 4 D). Así, algunas partes internas se separan del
cuerpo y se transforman en exteriores al mismo tiempo que otras que eran
exteriores se unen a él. Lo interior y lo exterior pueden entonces invertirse.
En un sistema de intercambio y de afecto permanente, las nociones de interior y
de exterior son entonces revueltas y toman un nuevo significado. Spinoza opera
una refundación completa de estas categorías que va en contra de todas las
representaciones clásicas de la interioridad. En este punto es importante
señalar que Spinoza procede a una doble inversión y advierte del peligro tanto
de una pseudo-interioridad como de una exterioridad ilusoria. Esta doble
inversión consiste en mostrar, de un lado, que el exterior es interno, de otro
lado, que el interior es exterior.
En primer lugar Spinoza
nos revela que lo que creemos ser interior es en realidad exterior. Dicho de
otra manera, lo que aparece como una determinación del interior es una
determinación del exterior que se ignora. Spinoza desbarata la ilusión de un
sujeto personal, de un sí imaginario que no es más que una alteridad oculta. De
hecho, lo que pensamos que es nuestro y que nos pertenece de manera íntima y
singular, a saber nuestras disposiciones, nuestra constitución, nuestras
costumbres, nuestros recuerdos y nuestras pasiones, son en parte los frutos de
la intervención de causas exteriores, de la forma en que somos afectados por ellas
y nos las imaginamos, como lo indica el apéndice a la primera parte de la Ética. Por ende, nuestros juicios no son
los nuestros en el sentido riguroso del término, sino que llevan la marca de la
forma en las cuales las cosas exteriores nos afectan. Las disposiciones del
cerebro, la constitución del hombre no obedecen a un principio estrictamente
intrínseco, sino que son el fruto de una interiorización de la exterioridad.
Esto se debe a la estructura de nuestro cuerpo que lleva en él los vestigios de
los cuerpos exteriores, como lo hace valer el quinto postulado de la Ética II: “Cuando una parte fluida del
cuerpo humano es determinada por un cuerpo exterior a chocar frecuentemente con
otra parte blanda, modifica el plano de ésta y le imprime como ciertos vestigios
del cuerpo exterior que la impulsa” (E II 13 Post. 5).
Lo que creemos que nos
es propio, a saber nuestra experiencia, nuestra historia, nuestras vivencias
personales, está constituido por los vestigios de las causas exteriores, cuya
naturaleza se mezcla confusamente a la nuestra y la impregna a espaldas
nuestras. Desde luego, podemos imaginar que este todo que nos afecta expresa y
define nuestra singularidad o nuestra personalidad, pero somos entonces
engañados por una representación falsa. Las marcas que dejan en nosotros los
cuerpos exteriores nos dan la ilusión de una interioridad profundamente
original cuando no son más que la copia deformada del mundo a través del prisma
de nuestro cuerpo. La exterioridad no se define entonces necesariamente por lo
que está al exterior de nosotros, sino por lo que está en nosotros bajo la
forma de la presencia de las marcas de los cuerpos que nos afectan. Cargamos
con los vestigios del cuerpo del otro. En resumen, el otro está en nosotros y
sigue estando pese a su ausencia, a tal punto que nos puede acosar de forma
alucinatoria después de su desaparición, hasta que nuestro cuerpo no sea
afectado por un afecto que excluya su existencia o su presencia [12]. Como
consecuencia de un movimiento espontáneo de sus partes fluidas contra partes
más blandas que se reflejan de la misma forma que lo fueron anteriormente por
los cuerpos exteriores, el cuerpo estará, en efecto, afectado del mismo modo
que si el cuerpo exterior actuara sobre él y por lo tanto el espíritu contemplara
el cuerpo exterior como presente [13].
El mecanismo de la
memoria y de la costumbre, que toma apoyo sobre sus huellas, se aparenta
también a un fenómeno alucinatorio, ya que teje y nos hace sentir íntimos
vínculos entre los seres y las cosas, cuando en realidad no es más que una pura
confluencia de cosas exteriores y extrínsecas sin relación objetiva, asociadas
automáticamente a fuerza de repeticiones. La costumbre introduce así en el
cuerpo el orden extrínseco y fortuito de los encuentros y de las asociaciones.
Así, para retomar el ejemplo de Spinoza, “un romano pasa al instante del
pensamiento de la voz pomum (manzana)
al pensamiento de una fruta que no tiene semejanza alguna ni nada común con
aquel sonido articulado, si no es que el cuerpo del mismo hombre fue muchas
veces afectado por esas dos cosas, es decir, que el mismo hombre oyó muchas
veces la voz pomum mientras veía dicha fruta. Y así, cada cual pasará de un
pensamiento a otro según la costumbre que cada uno haya ordenado en su cuerpo
las imágenes de las cosas” (E II 18 Esc.). La fórmula es penetrante, ya que
expresa bien la exterioridad del proceso: la costumbre importa en el cuerpo un
orden que no le es intrínseco pero que llega a serlo bajo el efecto de la
repetición. Si la costumbre es una segunda naturaleza que se sobrepone a la
primera, hay que precisar que en este caso, es la inscripción de la
exterioridad en lugar de la interioridad.
Spinoza disipa entonces
la ilusión de una personalidad fundada sobre la idea de una esfera íntima privada.
El “sí” no se identifica con la memoria, por conexión de los recuerdos
siguiendo el orden imaginativo fortuito de los encuentros. Se entiende entonces
por qué la parte del espíritu que imagina y se acuerda desaparece con el cuerpo
y no expresa la singularidad de sí. Spinoza disocia del sí la vivencia íntima,
supuestamente personal. Lo que creemos ser lo más íntimo, el lenguaje, la
memoria, la costumbre, las pasiones, no lo es y no es más que una
interiorización de fenómenos puramente contingentes y exteriores los unos de
los otros.
Sin embargo, se podría
objetar que Spinoza nunca reniega de la idea de intimidad. ¿No dice en el Tratado de la reforma del entendimiento
que la definición perfecta de una cosa debe “expresar la esencia íntima (intimam essentiam)” (TRE § 95)? Esta
expresión, que desaparece en la Ética,
no tiene relación con las vivencias personales. La esencia íntima se refiere a
algo singular, pero cuando Spinoza hace referencia a ella, es para indicar lo
que hace que la cosa se conciba y la distingue de sus simples propiedades. Toma
el ejemplo del círculo cuya esencia no puede ser definida por la simple
igualdad de sus radios, que es una propiedad, sino por la figura engendrada por
la rotación de un segmento alrededor de sus extremidades. Sin duda hay
distintos grados en la intimidad, dependiendo de si se trata de la esencia del
círculo o de este círculo, pero el concepto no tiene nada de una aproximación
psicológica o afectiva. En la Ética,
el “sí” remite a una esencia conocida por la tercera clase de conocimiento. Si
esta esencia puede ser descrita como singular [14], no puede ser asimilada a
una realidad personal.
Pero para entender esta
distinción entre la determinación interna y externa, es necesario hacer la
crítica no sólo de la falsa interioridad, sino también de la falsa
exterioridad. Spinoza realiza entonces una segunda inversión: lo que creemos
ser exterior es interior. Lo que podría confundirse con una determinación del
exterior es en verdad una determinación del interior. Si una causa exterior nos
afecta por lo que tenemos en común con ella, los vestigios que deja no
corresponden a una determinación de afuera, sino que de adentro. Hay una
concurrencia de dos causas adecuadas y el efecto puede explicarse por mi
naturaleza total –ya que corresponde a la propiedad de mi cuerpo– como también
por la naturaleza total del otro –ya que corresponde a una propiedad de su
cuerpo–. La exterioridad no es entonces sinónimo de alienación y de
inadecuación. La exterioridad con la cual estamos en contacto es interioridad.
Desde este punto de
vista, la exterioridad debe ser diferenciada de la alteridad. Los otros no son
exteriores si hay convergencia de naturaleza con ellos. En este caso, de hecho,
Spinoza no habla de cuerpos exteriores, sino de otros cuerpos o de varios
cuerpos. No hay en realidad exterioridad, sino convergencia y unión al punto de
poder formar un solo y mismo cuerpo. En la acción estos cuerpos unidos pueden
así constituir una sola y misma cosa singular con el “sí” [15]. La interioridad
es inclusiva y no excluyente. El “sí” no existe como una entidad separada. De
hecho ser uno, es compartir propiedades con los otros cuerpos humanos y
nociones comunes con sus espíritus. La comunidad, cuando expresa la
conveniencia de la naturaleza y es percibida por la razón, es la expresión de
sí. En este sentido, ser consciente de sí es ser consciente de que el “sí” es
también otro que sí con el cual se corresponde.
Recíprocamente, nuestra
interioridad se imprime, por así decirlo, al exterior y se expresa en el otro.
Podemos ya confusamente contemplarla sobre y en los otros, ya que si los
extrañamos, nos los imaginamos retornando a través de nuestra naturaleza y
proyectamos nuestra imagen sobre ellos. Es lo que muestra la proposición 16 de Ética II: “La idea de un modo cualquiera
con que el cuerpo humano es afectado por los cuerpos exteriores debe implicar
la naturaleza del cuerpo humano y, a la vez, la naturaleza del cuerpo
exterior.” Esta es la razón de por qué vemos los cuerpos exteriores a través
del prisma deformante de nuestra naturaleza y los impregnamos de nuestra
interioridad. Se sigue de ello que “las ideas que tenemos de los cuerpos
exteriores indican más la constitución de nuestro cuerpo que la naturaleza de
los cuerpos exteriores” (E II 16 C 2). Sin embargo, esta visión imaginativa no
corresponde a una determinación interna. Para poder hablar de determinación
interna que se manifiesta al exterior, hay que distinguir la interioridad
espacial ilusoria, que expresa el hecho que en este cuerpo limitado por la
frontera de la piel aparecen las huellas de los cuerpos exteriores, de una
interioridad que se podría denominar inmanente y verdadera. Esta interioridad
verdadera no implica el exilio de toda acción de los cuerpos exteriores y la
expulsión de las imágenes. Una huella no es obligatoriamente la señal de una
intrusión, de una alienación. Cuando llevan a las ideas adecuadas, las huellas
y las imágenes son, al contrario, expresiones de una fuerza y no de una
esclavitud de la imaginación. En el caso de una acción en el sentido más
fuerte, el “sí” está en los otros. Puede contemplarse en ellos, él y su
potencia de actuar. El cuerpo en efecto, según el postulado 6 que sigue al
postulado 13 de la Ética II, puede
mover los cuerpos exteriores de múltiples maneras y disponer de ellos de
múltiples maneras también. Imprimir entonces su marca sobre el mundo y sus
huellas exteriores son el reflejo de su interioridad. El “sí” está entonces en
las cosas. Es por eso que el sabio puede ser descrito como consciente de sí, de
las cosas y de Dios en un mismo movimiento del conocimiento.
En definitiva, para el
sabio, todo es sí, ya que nada le es extranjero y radicalmente exterior. Al
conocer las cosas y Dios, él se conoce a sí mismo. Sin estar fuera del todo, el
ignorante está afuera de todo, ya que cree interior lo que es exterior y es
exterior a la verdadera interioridad. El sabio sabe distinguir lo interior de
lo exterior, el sí real del sí imaginario. No excluye al otro de sí, lo
comprende, no excluye al otro que sí, está comprendido en él. Partiendo de la
idea de sí formada por Dios, la idea de sí formada por el sabio no es la
expresión de una simple homonimia. Ser sí para la sustancia como para el modo,
es estar determinado a actuar por la necesidad de la naturaleza únicamente. La
determinación del interior es así la expresión modal de la causalidad inmanente
que prevalece en la naturaleza. Ser sí en otro, ser sí con los otros, esta es
la forma de la verdadera interioridad.
Jaquet, Chantal. “Del yo
al sí:
la refundición de la interioridad en Spinoza”, en
Revista pensamiento político,
Instituto de Humanidades/Universidad Diego Portales, Santiago, no. 6, abril de
2015, pp. 1-11.
Notas
1. Dos palabras
diferentes en latín subjectus y subditus son traducidos en francés por
el término “sujet” (sujeto). La
palabra subjectus aparece en dos
ocasiones en la Ética en su sentido
clásico de sustrato (III, 5): “Las cosas son de naturaleza contraria, es decir,
no pueden estar en el mismo sujeto (subjectus) en tanto que una puede destruir
a la otra” (V 1 Ax.); “Si en un mismo sujeto (subjectus) se excitan dos acciones contrarias, necesariamente
deberá producirse un cambio, o en ambas o en una sola, hasta que dejen de ser
contrarias.” La palabra subditus en
el sentido del que está sometido y obedece, aparece especialmente en el Tratado teológico-político, capítulo
XVI, § 10, G III, p. 194: “Quizá alguien piense, sin embargo, que de este modo
convertimos a los súbitos (subditus)
en esclavos”.
2. “Soi” será traducido ya sea por “sí”, ya sea por “uno”, dependiendo
de lo que sea más apropiado según el contexto; lo mismo con “soi-même”. [N. del E.]
3. Cf. E V 25 y 36 D 4
De hecho, Spinoza lo reconoce, para los modos de pensar, cuando establece una
distinción entre la idea adecuada y la idea verdadera. Según la Ética IV, la idea adecuada en tanto que
idea tomada en sí sin relación con el objeto tiene todas las propiedades o
denominaciones intrínsecas de la idea verdadera, y excluye la denominación
extrínseca, a saber, la conveniencia de la idea con aquello de lo que es la
idea. Hay claramente una distinción entre la idea en sí y la idea en tanto que
conviene con el objeto.
5. Esta expresión quiere
decir tanto “fuera de sí” como “además de sí”. [N. del E.]
6. G. IV, p. 184.
7. Carta XXXVI. G IV, p.
185.
8. Como la realidad es
perfección, no podría haber una privación real, sino que únicamente imaginaria:
en realidad no hay más que negaciones. Es por eso que en la Carta XXI Spinoza
resume la distinción entre dos conceptos de la manera siguiente: “En una
palabra, la privación no es más que negar de una cosa algo que juzgamos que
pertenece a su naturaleza, y la negación no es más que negar de una cosa algo
que no pertenece a su naturaleza”. G IV, p. 196. Nosotros subrayamos.
9. E V 42 Esc.
10. E V 27.
11. E IV 4.
12. E II 18.
13. E II 17 C D.
14. En la Ética V proposición 21, pese a que no
escribe sobre la esencia íntima, Spinoza remite igualmente a la idea de
singularidad cuando afirma que hay en Dios una idea que se expresa bajo el
aspecto de la eternidad “la esencia de este o aquel cuerpo humano”.
15. Ética II, definición 7: “si varios individuos concurren a una misma
acción, de tal manera que todos a la vez sean causa de un solo efecto, en ese
sentido los considero a todos ellos como una cosa singular.”
Bibliografía
Spinoza, Baruch. 1972. Spinoza Opera. Im Auftrag der
Heidelberger Akademie der Wissenschaften herausgegeben von Carl Gebhardt. Carl
Winter, Heidelberg, 1925. Auflage Heidelberg.
Levy, Lia. 2000. L’automate spirituel. La subjectivé moderne
d’après l’Ethique de Spinoza. Assen, Van Gorcum.
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