Alexandre
Matheron
Reproducimos aquí el texto de Matheron,
“Le moment stoïcien de l’Ethique de Spinoza”, en A. Matheron, Études sur Spinoza et les philosophies de
l’âge classique, ENS Éditions, París, 2011, pp. 651-663.
Para un estudio completo
de las relaciones de Spinoza y el estoicismo, serían necesarios dos pasos
previos. Por un lado, debería censarse sistemáticamente todas las alusiones
explicitas o implícitas a los autores o temas estoicos que se encuentran en las
obras de Spinoza. Y por otro lado, debería compararse sistemáticamente los
elementos estoicos así censados a los aspectos del spinozismo que parecen poder
corresponderse. Luego de ello, el trabajo serio podría por fin comenzar. En lo
que concierne al primer punto, evidentemente las alusiones explicitas son
fáciles de señalar; salvo error propio, no hay más que tres: una crítica de la
teoría estoica del alma (más precisamente, la de Séneca) [2], una crítica de la
concepción estoica del poder absoluto de la voluntad sobre las pasiones [3], y
una explicación del suicidio de Séneca (que implica en sí misma una crítica de
la concepción estoica del suicidio del sabio) [4]. Pero todas las alusiones
implícitas son muy numerosas y su censamiento no está más que en sus inicios.
Es cierto, de una forma general, que Spinoza conocía bien a Séneca [5]; es muy
probable que conocía también a Epicteto (cuyo Manual poseía) y las exposiciones del estoicismo dadas por Cicerón
(al menos aquella del De Finibus,
como vamos a ver). Pero sería incapaz de precisar más, a no ser que señale
algunos ejemplos por aquí y allá.
Y se puede decir otro
tanto en relación al segundo punto. Es cierto que, de todos los grandes
filósofos clásicos, Spinoza es aquel que tiene la doctrina mejor preparada para
una confrontación termino a termino con el estoicismo: tenemos en los dos casos
una cierta identificación de Dios con la naturaleza, una teoría de la necesidad
universal, una teoría de las nociones comunes, una teoría del conatus, una
teoría de la pasión como alienación, una teoría de la salvación como autonomía
y como amor del Dios-naturaleza y una teoría de la articulación entre la moral
del sabio y la moral del ignorante. Pero, a partir de ahí, las dificultades
comienzan a riesgo de ser ellas sin fin: quienquiera que intente establecer un
parentesco entre las dos doctrinas se arriesga a verse objetado de que se trata
ahí de una reconciliación superficial que recubre en realidad una oposición muy
profunda, pero el objetor arriesga a su vez de verse culpado de no haber visto
en qué punto esta oposición recubría en sí misma otro tipo de parentesco aún
más profundo, etc. Para resolver este género de discusión sin dar motivo a la
acusación de «simplismo» o de «vulgaridad», debe haber un conocimiento a la par
de Spinoza y del estoicismo. Y eso es, como dijo el mismo Spinoza, cosa «tan
difícil como rara».
A falta de satisfacer
esta condición necesaria, no trataría entonces el asunto en su conjunto y no lo
abordaré más que con un sesgo muy particular. Tomare un solo texto de Spinoza: aquel que me parece el texto más estoico
de toda la Ética. Analizaré las
influencias a que Spinoza, en este texto,
pudo verse sutilmente sometido en ciertos temas estoicos desarrollados en las
obras que podía conocer. Y concluiré sobre el rol estratégico que me parece que
juega, en la Ética y en un punto bien
preciso de la exposición, este tipo de breve recuperación del estoicismo por
Spinoza.
Este texto corresponde a las tres últimas
frases del último capítulo del Apéndice de parte IV de la Ética.
Comencemos por indicar
el lugar de este texto, ya que ello es también tan importante como su
contenido. La parte IV de la Ética,
como se sabe, está consagrada, a partir de la proposición 10, a esto que sería la vida bajo la
conducta de la razón. Precisemos bien
los dos puntos señalados. Por un lado, se trata de la vida bajo la guía de la
razón, en el sentido estricto tiene en Spinoza la palabra «razón» --es decir el
conocimiento del segundo género, que procede a partir de las nociones comunes,
y no todavía del conocimiento del tercer género que procede a partir de la idea
de Dios. Eso no quiere decir para nada que los comportamientos prácticos que
nos dictan respectivamente estos dos géneros de conocimientos sean diferentes:
todo lo contrario, son exactamente los mismos. Pero eso quiere decir que el
género de vida en que está en cuestión en la Ética IV es deducido únicamente
de los deseos que probamos por el hecho de que conocemos las cosas por las
nociones comunes, haciendo abstracción de todo lo que podría resultar en un
eventual cambio del punto de partida. Y por otro lado, se trata de lo que sería esta vida, y no todavía lo que
ella es. Ya que, en el punto en el que estamos, Spinoza no se pregunta todavía
cómo hacer para llegar a llevar efectivamente este tipo de existencia: él
demuestra lo que son los deseos que probamos bajo la guía de la razón, supone
que esos deseos son predominantes en nuestro espíritu (suponiéndose simplemente
haciendo caso omiso de todos los deseos pasionales que podrían oponerse a
ellos), él deduce la forma en que nos comportaremos en esta hipótesis.
Recordemos brevemente en
qué consiste esta deducción. Ella procede en tres tiempos. En un primer tiempo
(proposiciones 19-37), Spinoza demuestra que, bajo la guia de la razón, no
desearemos nada de otro que comprende,
y hacer comprender a los otros que
hemos comprendido; de donde resulta que la razón nos determina a considerar
como bueno todo lo que nos conduce a comprender y a hacer comprender, y como
malo todo lo que nos impide lo anterior. Luego, en un segundo tiempo
(proposición 38-58), Spinoza establece cuáles son los medios para realizar las
dos exigencias y cuáles son los obstáculos que se oponen a ellas, es decir lo que es bueno y lo que es malo. Esta
deducción se basa en dos principios: en materia de vida individual, es bueno
todo lo que aumenta las aptitudes de nuestro cuerpo sin comprometer su
equilibrio, el contrario es malo(proposiciones 38 y 39); en materia de vida
interhumana,es bueno todo lo que conduce a la concordia, es malo todo lo que
engendra la discordia (proposición 40). Y como las cosas exteriores no pueden
ser buenas o malas en ese sentido más que por el intermediario de los efectos
que producen sobre nosotros, es decir los afectos que ellos nos inspiran, todo
el resto de este segundo tiempo está consagrado a demostrar cuáles son los buenos y los malos afectos.
Por último, en un tercer tiempo (proposiciones 59-73), Spinoza concluye
estableciendo lo que pasaríasi las exigencias de la razón fueran siempre
satisfechas, es decir lo que sería el comportamiento de un hombre enteramente
dominado por el deseo de comprender y de hacer comprender, y que, en
consecuencia, escogería siempre lo que es bueno y evitaría siempre lo que es
malo --dicho de otro modo, de un hombre
libre. Modelo que no está jamás totalmente realizado, pero al cual nos
podemos aproximar más o menos.
Todo aquello, bien
entendido, está establecido demostrativamente a partir de las tres partes
precedentes de la Ética: aquello
supone conocido la teoría del conatus
y la teoría de los afectos expuesta en la parte III, suponiendo conocidas ellas
a su vez la teoría del paralelismo y la teoría del conocimiento expuestas en la
parte II, suponiendo conocidas ellas a suvez la teoría de la substancia y de
los atributos expuesta en la parte I. Entonces, aquello que nos procura un
conocimiento del tercer género
(puesto que él procede a partir de Dios) de lo que sería el comportamiento de
un hombre dominado por el conocimiento del segundo
género. Pero, en el Apéndice de la parte IV, Spinoza retoma las
conclusiones de esta demostración separándolas de sus premisas y uniéndolas a
premisas mucho más simples: haciendo abstracción de las tres partes
precedentes, él pone,
axiomáticamente, que nuestro deseo racional fundamental es el de comprender, y
que de ahí se deducen los comportamientos que de ello resultan; él nos da,
dicho de otro modo, un conocimiento del segundo
género (accesible, en consecuencia, a los que no pueden sobrepasar ese estado)
de lo que sería la conducta de un hombre enteramente dominado por este mismo conocimiento del segundo
género. Y es precisamente en el fin de este Apéndice que se sitúa el capítulo
32, que puede luego ser considerado como la conclusión, ya sea del Apéndice
considerado aisladamente, ya sea de la parte IV en su conjunto. Conclusión que
consiste, en realidad, en plantear un nuevo problema.
El problema, es en el
fondo aquel del posible fracaso de las
exigencias de la razón. Fracaso que puede manifestarse de dos formas. Por
un lado, en efecto, hemos visto que Spinoza ha simplemente supuesto que los deseos nacidos de la razón no encontrarían ningún
obstáculo en nuestro espíritu, y que los comportamientos correspondientes
resultarían inmediatamente. Pero en realidad,
como él había establecido antes con las primeras 18 proposiciones de la parte
IV, esos deseos racionales chocan en nosotros con muchos deseos pasionales que,
si bien su llegada a veces nos entrena en el mismo sentido, pueden también
oponerse a ellos; todo depende entonces de las relaciones de fuerza que
mantienen en nuestro espíritu las ideas adecuadas y las ideas inadecuadas:
según que tengamos más o menos ideas adecuadas, nuestros deseos racionales
tienen mayor o menor posibilidad de vencerlos. Y por otro lado, suponiendo que ellos han sido superados, nada nos
garantiza que seremos coronados con el éxito: puede muy bien suceder que, bajo
la guía de la razón, busquemos efectivamente lo que nos puede procurar buenos
afectos, es decir lo que no es verdaderamente
útil, pero que las causas exteriores nos impide obtenerlo.
Evidentemente, por un
largo periodo, estos dos tipos de fracasos dependen estrechamente el uno del
otro: si las causas exteriores nos impiden el obtener lo que buscamos bajo la
guía de la razón, estaremos tristes, y los afectos pasivos entonces recuperarán el terreno en nuestro espíritu; y
si los afectos pasivos superaron a los deseos racionales en nuestro espíritu,
tendrán aún más oportunidades de hacer de obstáculo a esos deseos. Pero, por
último, en un plazo breve, podemos considerar aisladamente los dos aspectos del
problema. Podemos suponer, por ejemplo, que en un cierto instante t hemos hecho exactamente todo lo que
nos dictó la razón para obtener eso que nos era verdaderamente útil, pero que
hemos fracasado por culpa de circunstancias independientes de nuestra voluntad.
Y es aquel aspecto de la cuestión que registra el comienzo del capítulo 32:
«pero la potencia humana es sumamente limitada e infinitamente superada por la
potencia de las causas exteriores. Y, por tanto, no tenemos una potestad absoluta
de adaptar a nuestro uso las cosas que están fuera de nosotros». En estas
condiciones, ¿qué pasará en el caso del fracaso, para nosotros que se supone
vivimos bajo la conducta de la razón? Es a eso, precisamente, que responden las
tres frases siguientes.
Las tres frases se
suceden según una gradación sin duda intencional. La primera, dicho en una
palabra, no muestra todavía más que una inspiración más o menos vagamente
estoica, común a Spinoza y a muchos de los otros autores de su tiempo. La
segunda, ella, parece señalar un estoicismo casi ortodoxo, pero a condición de
recibir una interpretación que aislada no es posible. Y la tercera, que parece
confirmar de acuerdo aesta interpretación para finalmente desmentirla, permite
al fin ver con precisión de que es lo que se trata aquí.
La primera frase
comienza así: «llevaremos, no obstante, con ecuanimidad las cosas que suceden
contra aquello que pide la razón de nuestra utilidad (contra id, quod nostrae utilitatis ratio postulat), si somos
conscientes…» de tres cosas. Antes de ir más lejos, observemos los dos primeros
puntos: por un lado, Spinoza nos dice que soportaremos los acontecimientos con
ecuanimidad (aequo animo feremus),
pero que no nos alegraremos todavía; y por otro lado, él nos dice: «si somos conscientes»
(si conscii sumus), y no todavía: «si
comprendemos clara y distintamente». Por supuesto, el vínculo que hay entre los
dos puntos es algo que vamos a ver más adelante. Pero, mientras tanto, ¿cuáles
son las tres cosas en cuestión? El resto de la frase nos lo indica.
En primer lugar,
soportaremos los fracasos con ecuanimidad si somos conscientes «que hemos
cumplido con nuestro oficio», o «nuestra función», o «nuestro deber» (nos functos nostro officio fuisse). La
palabra officium, como se sabe, es aquella
con la cual Cicerón traduce la palabra griega kathèkon, que designa en los estoicos la «acción conveniente». Y
que Spinoza haya tenido la expresa intención de emplear la palabra del
vocabulario técnico estoico, es lo que indica el hecho que la expresión suo officio fungies muy rara en él:
salvo inadvertencia de mi parte, no se la encuentra más que dos otras veces en
la Ética [6]; y, en los dos casos, se
refiere al cumplimiento por parte de nuestro cuerpo de sus funciones biológicas
respectivas en el sentido del todo, conformándose en relación del movimiento y
el reposo que define nuestra individualidad. Aquí, bien entendida, esta
expresión designa el cumplimiento por nosotros de lo que nos había sido dictado
por nuestra razón, de la misma forma de haber finalmente fracasado. La
aproximación es entonces bastante precisa.
Pero la siguiente lo es
mucho menos. En segundo lugar, Spinoza nos dice en efecto, soportaremos
nuestros fracasos con ecuanimidad si somos conscientes de «que no hemos podido
extender la potencia que poseemos hasta el punto de poder evitarlas»: la
distinción estoica tradicional entre lo que depende y no depende de nosotros es
evocada aquí sin ningún recurso a cualquier vocabulario técnico. Y es por lo
mismo que Spinoza nos explica a continuación cuál es la razón de quenuestra potencia no ha podido entender más
lejos.
En tercer lugar, nos
dice él en efecto, soportaremos los fracasos con ecuanimidad si somos
conscientes «de que somos una parte de toda la naturaleza, cuyo orden
seguimos»: esto es efectivamente conforme con la explicación estoica, pero,
aquí también, bajo una forma muy general y muy vaga, sin que nada sea dicho
sobre la naturaleza de ese orden que estamos obligados a seguir de buen grado o
por la fuerza.
En conjunto, entonces,
dejando de lado la palabra técnica officium,
esta primera frase enuncia una tesis que, en razón de su carácter todavía vago,
puede ser tomada por cualquier forma de estoicismo, desde el más atenuado al
más heterodoxo, y por cualquier doctrina moral más o menos inspirada en el
estoicismo: cuando hemos hecho lo que nos dicta nuestra razón y hemos
fracasado, nuestra tristeza será atenuada y vuelta soportable si tenemos
consciencia --la misma si se trata de una consciencia inadecuada-- de haber
hecho todo lo que podíamos y de no deberse nuestro fracaso más que a causas
exteriores insuperables. Descartes dijo poco sobre el tema, y por otro lado
dijo más o menos lo mismo; y el mismo Spinoza dirá algo análogo en el escolio
de Ética V/6, en un contexto que sin
embargo no tendrá nada de estoico. Pero precisamente, en las dos frases
siguientes, Spinoza va a ir mucho más lejos.
En
la segunda frase, en
efecto, Spinoza agrega: «si entendemos eso con claridad y distinción, aquella
parte nuestra que se define por el conocimiento, es decir nuestra mejor parte,
se contentará por completo con ello (in
eo plane acquiescet), esforzándose por perseverar en ese contento». Esta
vez, entonces, no se trata más simplemente de tener consciencia de los tres puntos precedentes, sino de comprenderlos clara y distintamente: se
trata de comprender intelectualmente en qué
sentido hemos actuado conforme a la razón, porqué (más precisamente) nuestra potencia no entendió más lejos, y
en qué consiste exactamente, al menos
en sus grandes líneas, este orden de la naturaleza total al cual estamos
sujetos --la respuesta a esta última pregunta es evidente, por lo menos en una
primera aproximación, a que todas las cosas en la naturaleza se encuentran bajo
la necesidad universal. Y esta intelección no disminuye más simplemente nuestra tristeza, como lo hace la simple
toma de consciencia, sino que ella nos procura, o al menos procura a la parte
más perfecta de nosotros mismos, una alegría total y plena.
Luego he aquí que, esta
vez, no solo no puede ser rechazado por nadie, sino que a la vez está en pleno
acuerdo con el spinozismo más estricto y casi
en pleno acuerdo con el más ortodoxo estoicismo. El solo elemento de
heterodoxia, desde un punto de vista estoico, consistiría en la alusión
implícita a otra parte de nuestra alma, que, ella, no probaría el contento en
cuestión. Pero, por un lado, Spinoza no dice aquí expresamente que esta otra parte quedara insatisfecha; ypor otro
lado, la misma alma, en el estoicismo ortodoxo, es racional completamente,
constando de múltiples partes y la que se llama la parte «hegemónica» (hégemonikon) puede, si así se quiere,
ser considerada como «la mejor». Literalmente, entonces, no hay en sí misma una
contradicción formal sobre este punto.
Y sin embargo, si se lo
mira más de cerca, esta convergencia aparente descansa en realidad sobre un
equívoco. En efecto, en la proposición: «la mejor parte de nosotros mismos se
contentará por completo con ello», ¿a
qué nos remite exactamente el «con ello» (in
eo)? ¿A los tres puntos que han sido mencionados en la primera frase? ¿O a
la intelección de los tres puntos?
Que encontremos contento a la vez en el hecho de haber actuado bien y en el
hecho de comprender que hemos actuado
bien, no pone ello problema alguno. Pero, para el resto, el problema se
mantiene: ¿estamos contentos porque
este acontecimiento que es nuestro fracaso es una consecuencia de la necesidad
universal (el hecho de que es gratificante en sí mismo, aunque por supuesto
debemos entender que es así precisamente por poder regocijarnos), o estamos
contentos de haber comprendido que es
así (como nos regocijamos de haber comprendido no importa qué, ya que se
comprende que no hay nada en sí que nos cause regocijo)? Gramaticalmente, las
dos interpretaciones son aceptables. Pero la primera es estoica mientras que la
segunda es spinozista. Y es esto lo que va a mostrar la tercera frase, aunque a
primera vista pueda parecer confirmar el estoicismo de Spinoza.
Esta tercera frase, en
efecto, está destinada a explicarnos la razón
del contento el cual está en cuestión. La explicación es la siguiente: «Pues,
en cuanto que entendemos, no podemos apetecer sino lo que es necesario, ni
descansar en absoluto sino en lo verdadero. Por consiguiente, en la medida en
que entendemos correctamente estas cosas, el conatus de la mejor parte de
nuestro ser concuerda con el orden de toda la naturaleza (conatus melioris partis nostri cum ordine totius naturae convenit)».
Aquí, en primer lugar (y
no teniendo en cuenta, de nuevo, la alusión implícita a otra parte del nuestra
alma que puede sonar repetitiva) se tiene verdaderamente la impresión que la
explicación dada por Spinoza está en línea recta con el estoicismo ortodoxo. Y
la vinculación entre las dos nociones de conatus
y la de convenientia también nos hace
irresistiblemente pensar en dos capítulos muy celebres del De Finibus: los capítulos 5 y 6 del libro III, donde el estoico
Catón, puesto en escena por Cicerón, rastrea el pasaje del instinto de
conservación animal a la sabiduría. Al principio, dice Catón, el ser viviente
está espontáneamente acorde consigo mismo y en armonía consigo mismo; le gusta
naturalmente su propia constitución, se esfuerza naturalmente de conservarla, y
busca naturalmente todo lo que puede contribuir a su conservación: es la conciliatio primitiva, forma espontánea
e inmediata del conatus. Pues, con la
aparición de la razón --si al menos no caemos voluntariamente en la alienación
pasional, de la cual Cicerón por otro lado no habla aquí-- continuamos buscando
las cosas que sirven para nuestra conservación, pero las buscamos de ahora en
delante de forma reflexiva, consciente y deliberadamente, cumpliendo así las
acciones que ahora se vuelven officia. Y en fin, en un tercer tiempo,
percibimos que lo verdadero no está en las cosas que buscamos, sino en la
búsqueda en sí misma, en el acuerdo de nosotros mismos con nosotros mismos que
nos hacer encontrar al nivel de la reflexión el acuerdo espontaneo de sí a sí
que caracteriza el instinto animal: acuerdo de nosotros mismos con nosotros
mismos que es precisamente la convenientia
(traducción de Cicerón del griego homología).
Es entonces esta convenientia misma,
este acuerdo de nuestro conatus con
sí, que se vuelve el fin de nuestras acciones, los objetos particulares de
nuestra inclinación son simplemente, ni siquiera el medio para llegar a, sino
más bien la ocasión para
actualizarnos aquí y ahora. Pero sobre lo que Cicerón no insiste aquí, y sobre
lo que al contrario insistirá muy ortodoxamente Epicteto, es que este acuerdo
de sí a sí no puede ser encontrado al nivel de la razón más que a condición de
pasar por el acuerdo de nuestra voluntad
--es decir de lo que se vuelve nuestro conatus
bajo su forma superior-- con el orden
total de la naturaleza; ya que si queremos otra cosa de la que
efectivamente llega, habría desacuerdo, en
nosotros, entre lo que viene de nosotros y los acontecimientos que
soportamos y debemos de todas formas soportar. Y es porqué, precisamente, aquel
que ha comprendido que no puede querer nada más que lo que es necesario: querer
la realización necesaria del orden del mundo, y, como su voluntad es siempre
satisfecha, es perfecta e inmutablemente feliz.
Que Spinoza conoce esta
doctrina, y particularmente el pasaje del De
Finibus, lo que tendría que probar, es que buscamos un esquema ternario
análogo al nivel de las proposiciones 19 a la 27 de la Ética IV, las cuales están consagradas a la deducción del conatus de la razón. En primer lugar
(proposiciones 19-22), Spinoza establece que el primer y único fundamento de la
virtud es el esfuerzo por conservar nuestro ser, sin que la razón sea todavía
mencionada. Luego, las proposiciones 23 y 24 nos dejan en una encrucijada: la
virtud consiste en conservar nuestro ser, no solo bajo la guía de la pasión
(que, en Spinoza, es también una alienación, ya que ella evidentemente no es
libre), sino bajo la guía de la razón, esta última aparece sin embargo todavía
como un simple medio en la búsqueda de lo que nos es verdaderamente útil. Y en
fin, en tercer lugar (proposiciones 25-27), es la razón misma que se revela
como el verdadero fin: Spinoza establece que todo lo que deseamos bajo su guía,
es el ejercerla, es decir comprender; de donde resulta que ella nos lleve a
considerar lo verdaderamente útil lo que favorece su propio ejercicio, es decir
lo que nos conduce a comprender.
Pero justamente, esta
conclusión nos muestra bien que la analogía, a pesar de todas las apariencias,
permanece como formal. Y eso porque, según Spinoza, nosotros no podemos querer, pura y simplemente,
que el orden del mundo se realice. Si los estoicos piensan que podemos y
debemos quererlo, es porque para ellos el orden del mundo es amigable: es
bueno, bello y perfecto; Séneca, Epicteto, el estoico Balbus del De natura deorum de Cicerón, son
inagotables sobre este punto. Ahora, la necesidad spinozista no es nada
amigable: consiste simplemente en el conjunto de las leyes de la naturaleza,
sin la menor connotación axiológica.
Entendido bien, no hay
que exagerar la oposición entre necesidad spinozista y necesidad estoica.
Spinoza sabe muy bien, por ejemplo, que Séneca, en la carta 65, reduce todas las causas a la sola causa eficiente;
haciéndose manifiesto su eco en el pasaje del Prefacio de la Ética IV donde nos explica que, cuando
dice que una casa tuvo por causa final el habitarla, esto significa en realidad
que ella tuvo por causa eficiente el deseo de un hombre de alojarse en ella.
Pero no evita que la causa puramente eficiente de la naturaleza, tanto en
Séneca como en los otros, sea un pneuma divino repartido a través de todas las
partes del mundo, y que, de forma perfectamente inteligente y armoniosa, los
organice hasta en los menores detalles. Y la crítica que nos da Spinoza [7] de
la concepción estoica del alma humana --crítica que, como lo ha mostrado Omero
Proietii, vista muy precisamente al final de la carta 57 de Séneca [8]-- se mantiene bien contra la noción estoica
de un alma universal; ella llega, de una forma general, a la idea misma de un pneuma inteligente que penetra la
materia completamente. Que podamos hablar de un «antifinalismo» de los estoicos
no los aproxima por tanto a Spinoza: si ellos no admiten efectivamente ningún
deber-ser en la naturaleza, es que el plan divino, según ellos, en la ausencia
de toda resistencia por parte de la materia, está realizada íntegramente y de
golpe, sin demora ni desfallecimiento, y que no hay ninguna distancia entre los
fines de la naturaleza y su actualización [9]. Para Spinoza, al contrario, no
hay ni plan divino ni fines de la naturaleza, y es tomarlo de forma literal; la
noción de un «orden» que se define por oposición al desorden, las nociones de
armonía, de belleza, de bien, etc. No corresponden estrictamente a nada en las
cosas mismas [10], de lo que se puede todavía llamar «el orden y conexión de las cosas» no significa nada más
que el encadenamiento de causas y de efectos,
nada más. Esto, recordémoslo, resuena sobre todo los otros elementos de
las dos doctrinas: si las nociones comunes de Spinoza se parecen a las de los
estoicos, el hecho es que ellas no entiendan y no incluyan entre ellas, al
contrario que los últimos, ninguna noción; si el conatus de auto-conservación estoico, como aquel de Spinoza, no es
más que la producción por un individuo de las consecuencias de su propia
naturaleza, sin dualidad alguna entre la cosa a conservar y las acciones por
las cuales ella se conserva, el hecho es que se integra al mismo tiempo este individuo dentro de un orden cósmico en la armonía
en que tiene un rol con el cual contribuir, mientras que una tal integración no
tendría ningún sentido en Spinoza [11], etc. Y poco importa que Spinoza haya
tomada prestada la expresión causa sive
ratio de Séneca [12]: la palabra ratio,
en este contexto, no designa en él más que de lo que de las cosas se deducen,
mientras que en Séneca designa también
la razón divina que las agencia. La oposición subsiste luego, cuales son los
matices que él aporta: hay, en los estoicos, una Providencia a amar, y no la
hay en Spinoza.
Así se busca el excluir
la interpretación «estoicotizante» de nuestro texto: la necesidad universal,
según Spinoza, no tiene nada para regocijarse o afligirse. Es entonces la otra
interpretación la que es correcta. El contento el cual está aquí en cuestión
nos viene del hecho mismo de comprender,
que se vuelve el único fin del hombre libre y se vuelve aún más el del sabio.
Sin duda no podríamos comprender nada intelectualmente si las cosas en sí
mismas no fueran inteligibles, es decir necesarias; pero no es el hecho mismo de esta necesidad el que
nos alegra: es la intelección. Lo
que, bien entendido, queda como verdadero, incluso más verdadero que nunca,
cuando abordamos la parte V de la Ética.
Contrariamente, en efecto, a ciertas interpretaciones del escolio de Ética V/18, ¡el amor de Dios que resulta
del conocimiento del tercer género no implica en nada una adoración
«masoquista» de la necesidad que nos aplasta! Ya que el amor erga Deum de las proposiciones 15 a 20 de aquella parte V se
dirige a Dios, no simplemente en tanto que es causa de los acontecimientos que
nos llegan (y que pueden ser más o menos molestos), pero en tanto que es causa
--y que comprendemos que es causa-- del
conocimiento adecuado (y luego alegre) que tenemos de su acción causal. Y
el amor intelectual de Dios de las
proposiciones 32 a 36, parte eterna de este amor
erga Deum, se dirige más precisamente a Dios en tanto que comprendemos que
es la causa de nosotros-mismos-en-tanto-que-somos-causa
de este mismo conocimiento adecuado. Pero no estaremos entonces más allá de
todo lo que, en Spinoza, podría dar lugar a una eventual confrontación con el
estoicismo.
Volvamos entonces a
nuestra última frase, cuyo sentido está claro. La fórmula según la cual «en
tanto que comprendemos, no podemos desear más que lo necesario» no es en ningún
caso una invitación a «querer lo que Dios quiere», ni a «querer que los
acontecimientos se produzcan tal como se produjeron»: ella significa simplemente
que no podemos desear lo que sabemos que es imposible, y que en consecuencia,
puesto que sabemos que todo lo que llega es necesario y que todo lo que no
llega es imposible, no deseamos, bajo la guía de la razón, más que lo que
pensamos poder producir necesariamente por nuestra acción con la ayuda de
causas exteriores; de donde resulta que en caso de fracaso «la mejor parte de
nosotros mismos» no se aflige en nada, puesto que ha cesado de desear
aquello que escapa a su dominio. Pero lo importante es lo que viene
inmediatamente después, y que es la contraparte positiva: «y, absolutamente
hablando, no podemos encontrar el contento más que en lo verdadero», es decir
en la intelección de lo verdadero, incluyendo cuando esta intelección tiene por
objeto cosas molestas. Con respecto al «acuerdo» del conatus de esta «mejor parte de nosotros mismos» con «el orden
total de la naturaleza», su significación es la siguiente: en tanto que
comprendemos, nos esforzamos de comprender todavía aún más, es decir de deducir
las consecuencias de lo que ya comprendemos. Así pues «el orden y conexión de
las ideas son los mismos que el orden y conexión de las cosas» [13]; entonces,
en tanto que comprendemos, nos esforzamos en encadenar nuestras ideas en el
mismo orden que aquel de la naturaleza total, cuyo conocimiento adecuado nos
regocija en consecuencia siempre, de la misma forma, por otro lado, si este nos
destruye. Y nos queda ver lo que significa la segunda frase de nuestro texto:
lo que nos da contento, de la misma forma que en el caso de que fracasemos, es
el de comprender, no será más que
bajo una forma muy abstracta y muy general, las razones de nuestro fracaso; y nos esforzaremos --al menos para lo
que concierne a la parte de nuestro espíritu que consiste en ideas inadecuadas--
de perseverar en este contento, es decir en comprender siempre aún más las
razones.
Pero es verdadero
también que, dentro de la medida donde no comprendemos lo bastante como para
impedir los acontecimientos molestos de producirse o de reproducirse, la otra parte de nuestro espíritu, --la
que consiste en ideas inadecuadas-- yace
triste. Es la que, muy precisamente, Spinoza llama «conocimiento verdadero
del mal», y que lo asimila a un afecto de tristeza [14]. Ya que dentro de esta
medida, las causas exteriores que nos destruyen, aunque ellas no sean ni buenas
ni malas en sí mismas (y aunque su
intelección, como tal, sea incondicionalmente buena), son efectivamente malas en relación a nosotros en tanto que son
el fracaso de nuestros deseos racionales. Y contrariamente a lo que pensaban
los estoicos, no podemos hacer
desaparecer esta tristeza. Sin duda no es posible, dentro de los limites
eventualmente muy amplios, de reducir nuestros afectos pasivos, tristes también
aunque alegres, transformarlos en afectos activos siempre alegres por el
conocimiento adecuado que hemos tomado [15]: las primeras proposiciones de la
parte V son consagradas a los de medios de alcanzarlo ahí, que desembocan
finalmente sobre el conocimiento y la existencia del tercer género [16]. Pero
no podemos eliminarlos por una simple decisión de nuestra voluntad; y no las
eliminaremos jamás totalmente, ya que permaneceremos siempre afectados por las
causas exteriores. De donde surge, precisamente, la breve critica que nos da
Spinoza, en el Prefacio de esta misma parte V, de la concepción estoica del
poder absoluto de la voluntad sobre los afectos.
Se comprende luego
porqué Spinoza insiste tanto sobre el hecho de que el contento del cual habla
concierne únicamente a la mejor parte
de nosotros mismos, la que comprende. Se trataría para él, antes de llegar más
lejos, de definir con precisión los límites del género de la felicidad que está
en derecho de esperar aquel que vive, en el mejor de los casos, bajo la guía
del solo conocimiento del segundo género.
Y se comprende al mismo tiempo porqué él emplea aquí un lenguaje
deliberadamente estoico. Ya que es en los límites un poco análogos que se
chocan, no por cierto el sabio estoico «ideal» que no ha existido jamás, sino
los estoicos reales, o al menos los que entre ellos que, si solo de vez en
cuando, se esfuercen verdaderamente de
vivir según su propia doctrina: Séneca, puede ser, en sus mejores momentos;
y ciertamente muchos de los contemporáneos de Spinoza. Luego, era interesante,
teniendo en cuenta el contexto, de sugerirnos que en caso de fracaso de
nuestros deseos nacidos del conocimiento del segundo género (y, en tanto nos
mantengamos en este solo conocimiento, no solamente el fracaso es más bien la
regla que la excepción, pero la parte de nosotros mismos que se aflige queda
cuantitativamente muy importante), podemos al
menos, a cambio de algo peor, beneficiarnos de un contento más o menos
parecido al cual se espera generalmente de la puesta en práctica del
estoicismo, aunque no sea por las razones que imaginan sus teóricos ni que sean
perfectas para el que las describe.
Y he aquí porqué, en la Ética, hay un lugar para un momento
estoico que se sitúa muy precisamente aquí.
Su función, en definitiva, es doble. En tanto que conclusión del Apéndice
considerado aisladamente, para el uso de los lectores que tienen el
conocimiento del segundo género, nuestro texto, ajustándose a un género
literario muy preciado por los mismos estoicos, cumple la función de consolación. En tanto que conclusión de
la parte IV en su conjunto, para el uso de los lectores ya comprometidos en un
conocimiento del tercer género de exigencias de la razón y de la necesidad de
su fracaso parcial, él explica
causalmente la necesidad de consolación, la respuesta ilusoria que pretende
aportar el estoicismo, y el carácter aun insatisfactorio de lo que se puede
retener de esta respuesta; por lo mismo, él inspira o debería inspirar a los
lectores el deseo de acceder a la existencia
del tercer género de la cual va a tratar en la parte V.
Matheron, Alexandre. “El
momento estoico en la Ética de
Spinoza”, trad. Paulo Cárdenas M., en Mutatis
mutandis. Revista internacional de filosofía, no. 3, Universidad Alberto
Hurtado, Santiago, diciembre de 2014, pp. 163-173. PDF
Notas
[…]
2. Tratado de la Reforma del Entendimiento, § 74.
3. E V/pref.
4. E IV/20 esc.
5. Cf. O. Pfoietti,
“Lettres à Lucilius. Une source du De
intellectus emendatione de Spinoza”, Travaux
et documents, n°1: Lire et traduire
Spinoza, Groupe de recherches spinozistes, Paris, Presses de l’Université
de Paris-Sorbonne, 1989, p. 39-60.
6. E IV/60 dem; cap. 27.
7. TRE, § 74.
8. O. Proietii, op. cit., p. 46-50.
9. Cf. V. Goldschmidt, Le système stoïcien et l’idée de temps,
Paris, Vrin, 1953, p. 91-99.
10. E I, Apéndice.
11.De donde la
apreciación por Spinoza del suicidio de Séneca (E IV/20, esc.): el filósofo estoico, según él, de ninguna forma ha
manifestado su libertad en su retiro de la escena del mundo después de haber
comprendido que el role que a él le estaba asignado había finalizado; él, al
contrario, ha sido totalmente vencido por las causas exteriores.
12. Sénèque, Lettes à Lucilius 65, 2: Causa autem, id est ratio.
13. E II/7.
14. E IV/8.
15. E V/3.
16. E V/14.
1 comentario:
Buenos días, te escribo porque llevo varios días investigando a Spinoza y he dado con la entrada de este blog. Me parece muy interesante lo que escribes y me encantaría poder tener una conversación contigo acerca de Spinoza, puesto que lo he descubierto recientemente y me fascina su filosofía (dejando a un lado las pasiones jajaja).
Sin más, enhorabuena por el artículo, muy inspirador.
Un saludo.
Publicar un comentario