Diego Tatián
No obstante la
burla de los satíricos, el desprecio de los teólogos y la alabanza melancólica
de la vida inculta, “de la sociedad común de los hombres nacen muchos más
beneficios que daños”; esa “sociedad común” despeja de la vida de los hombres
el estado de sometimiento propio de la circunstancia natural, y prepara la más
libre forma de existencia humana, que llamamos aquí estado de comunidad. Éste
es la conformación a la que tiende la sociedad común en cuanto impera en ella
la razón. Si, como hemos visto, autonomía y soledad son dos conceptos
contrapuestos --es decir: la soledad conlleva heteronomia y sometimiento, no
libertad--, Spinoza considera la vida en común, ante todo, como un espacio de
liberación. Un primer y más elemental estadio social se encuentra determinado
aún por nociones negativas como las de miedo, esperanza, castigo, premio, intervenciones
extrínsecas por parte del poder común sobre los afectos de los súbditos para su
despojo de todos aquellos derechos cuyo ejercicio podrían retrotraer la
existencia colectiva a formas de libertad mínima. Sin embargo, junto a esas
nociones negativas que permiten una primera institución de lo social, Spinoza
coloca una que no lo es. Se trata de una noción, presente tanto en la parte IV
de la Ética como también en los
tratados políticos, que concentra --junto a la amicitia y la generositas--
uno de los aspectos decisivos de la forma política pensada como comunidad de
las potencias en el modo de una democracia positiva, a saber el concepto de auxilium --que tal vez pueda ser
traducido por “solidaridad”. Amistad, generosidad y solidaridad son las tres formas
que el hombre libre, siempre que le sea posible hacerlo, establece con sus
semejantes.
Auxilium es el contraconcepto de solitudo; si ésta nos expone siempre al poder de otro, aquél abre
la posibilidad de una autonomía común, la posibilidad de ser sui juris, pues “sin solidaridad (mutuo auxilio) los hombres viven necesariamente
en la miseria y sin poder cultivar la razón” (1). La solidaridad humana es la
forma política que –si consideramos al hombre singular-- adopta lo que en el
capítulo III del TTP Spinoza había definido como Dei auxilium externum, es decir todo aquello que es útil al hombre
para su conservación pero que no proviene de su
propia
naturaleza ni de su sola actividad; en tanto que el poder divino presente en el
hombre por el cual éste persigue su propia utilidad es llamado por Spinoza Dei auxilium internum, auxilio interno
de Dios (2). Si consideramos ahora no ya a los hombres singularmente tomados
sino en conjunto, en tanto comunidad, las formas de solidaridad que la
constituyen como tal resultan de un poder divino interno a su propia
conformación común. La solidaridad, por consiguiente, es una manera de afirmación
de la potencia individual y colectiva, a la vez que una forma de resistencia a
todo lo que se contrapone a ella: “…los hombres se procuran con mucha mayor
facilidad lo que necesitan mediante la solidaridad (mutuo auxilio) y sólo uniendo sus fuerzas pueden evitar los
peligros que los amenazan por todas partes…” (E, IV, 35, esc.). Solidaridad y
composición de fuerzas redundan pues en el estado de comunidad, establecen los
principios de una política spinozista (3).
La parte IV de
la Ética explicita un programa según
el cual los hombres puedan vivir en la concordancia y en la solidaridad (homines concorditer vivere et sibi auxilio
esse possint) (E, IV, 37, esc. 2). Pero Spinoza realiza allí una
demarcación importante: la singularidad del concepto de auxilium radica en que no es un afecto, ni la resultante de un
afecto, sino algo más bien propio de quien vive ex ductu rationis. En primer término deberemos diferenciar la
solidaridad de la misericordia: es necesario ser solidario con el prójimo (proximo auxilio) pero no por “mujeril
misericordia (non ex muliebri misericordiâ)”
sino únicamente porque comprendemos su utilidad para la vida en común (4);
asimismo, en otro pasaje Spinoza desmarcará el auxilium de la conmiseración (commiseratio),
que en cuanto tristeza es de por sí “mala e inútil”. ¿Por qué mala? Porque sólo
reproduce en quien la experimenta la miseria que la motiva; sume en la
tristeza, impide el pensamiento, inhibe la actividad. ¿Por qué inútil? Porque
al igual que el odio, la burla o el desprecio, se trata de una pasión derivada
de la incomprensión y de la ignorancia respecto de la necesidad de la
naturaleza divina y del modo como ésta se expresa y produce; consiguientemente,
la commiseratio redunda casi siempre
en perjuicio --claro que, dice Spinoza, quien carece de solidaridad y también
de conmiseración merece el apelativo de inhumanus--:
“…quien acostumbra a ser tocado por la conmiseración y se conmueve ante la
miseria o las lágrimas ajenas, suele hacer cosas de las que luego se arrepiente,
tanto porque, si nos guiamos por el mero afecto, no hacemos nada que sepamos
con certeza ser bueno, como porque las falsas lágrimas nos embaucan fácilmente.
Y aquí hablo del hombre que vive expresamente bajo la guía de la razón. Pues
quien no es movido ni por la razón ni por la conmiseración a ser solidario con
otros, merece el nombre de inhumano que se le aplica” (E, IV, 50, esc.).
En cualquier
caso, se trata de una comprensión de lo político como producción de comunidad,
en cuya genética se inscribe positivamente la solidaridad entre sus miembros:
los hombres componen sus potencias para conformar una mayor, a la vez que --cuando
es necesario-- intervienen solidariamente en las circunstancias desfavorables
de sus semejantes. Ahora bien, ¿cómo es posible la producción de comunidad?
Lo político
spinozista no ha de ser pensado como un imperio dentro de otro imperio, sino
como ese ámbito natural conformado por un juego dinámico de pasiones y de
razones, de conflictos y de concordancias, de servidumbre y de libertad; una
composición de potencias cuyo despliegue se opera en virtud de pasiones comunes
--o más bien de afectos comunes-- y de nociones comunes que serán la sustancia
misma de la comunidad. En el capítulo
X del Tratado político encontramos un
texto que determina a la razón política como una razón afectiva, más aún, como
una razón afectiva común en virtud de la cual la comunidad se constituye pero
también se defiende contra lo que la vulnera o la amenaza. Esa razón afectiva
común establece a la vez un dispositivo de constitución y una reserva de
resistencia: “…si éstos (los derechos del Estado) se conservan, se conserva
necesariamente el Estado. Pero los derechos no pueden mantenerse incólumes, a
menos que sean defendidos por la razón y por el común afecto de los hombres (communi hominum affectu); de lo
contrario, es decir, si sólo se apoyan en la ayuda de la razón (si scilicet solo rationis auxilio nituntur)
resultan ineficaces y fácilmente son vencidos” (TP, X, 9). Es una comunidad de
afectos --cuyo límite es la “indignación”-- lo que permite la defensa de los
derechos de la ciudad, que no se mantienen incólumes por muchas razones, entre otras
por la avaricia y la ambición --afectos eminentemente privados-- de quienes
gobiernan. Son asimismo afectos comunes, en la medida en que se complementan
con la razón y la fortalecen, los que activan un incremento político de los
derechos, una constitución dinámica de la libertad pública.
Pero será
sobre todo en la Ética donde
encontraremos los elementos a partir de los cuales pensar la comunidad spinozista
-marcando inmediato y singular contrapunto con la neutralización hobbesiana de
la comunidad en cuanto “inmunización” jurídica del conflicto entre los hombres,
que no puede serlo sino, a la vez, de lo que permite su composición (5). Antes
que nada hay en Spinoza toda una crítica del universalismo en sus diversos órdenes
de significación --epistemológico, ético, político--: un radical desplazamiento
de las nociones universales, que imponen su violencia sobre toda
particularidad, en favor de las nociones comunes, que componen las singularidades
en formaciones complejas de las que siempre es posible una explicación
genética. Lo universal es incapaz de mantener las diferencias; lo común las
articula en una totalidad, que no las sintetiza sino que las agrega. La
comunidad no es un universal sino una formación, y un deseo. Es la apertura
construida por lo que los hombres tienen de componible en sus diferencias: en
un extremo, la sociedad en sentido amplio es posible por un “mínimo común” en
virtud del cual tiene lugar la existencia civil --”…hay ciertas ideas o
nociones comunes a todos los hombres. Pues… todos los cuerpos concuerdan en
ciertas cosas…” (E, II, 38, corol.)--; en el otro extremo de la idea de comunidad,
un “máximo común” se expresa en la forma de existencia que Spinoza considera
ética y políticamente más elevada, a saber la amistad --”Pienso que entre
amigos, todas las cosas, sobre todo las espirituales, deben ser comunes” (carta
2 a Oldenburg) (6). La amicitia
constituye el punto de mayor intensidad en que se plasma el deseo de comunidad,
deseo al que Spinoza reserva un nombre sumamente simple, cuya significación, no
obstante, tiene un alcance no banal: “Al deseo por el cual se siente obligado
el hombre que vive según la guía de la razón a unirse por amistad a los demás,
lo llamo honestidad” (Honestatem voco);
por el contrario, “deshonesto” (turpis)
(7) es todo aquel y todo aquello “que se opone al establecimiento de la
amistad” (E, IV, 37, esc. 1). “Honestidad” es el modo de nombrar una ética de
la amistad, que marca una de las aspiraciones más profundas del spinozismo.
¿Cómo está
constituido ese arco de comunidad que se extiende desde “ciertas nociones
comunes a todos los hombres” hasta la experiencia por la cual “todas las cosas,
sobre todo las espirituales” son comunes? No es la esencia, es decir la
potencia, lo que los hombres tienen en común, pues “Lo que es común a todas las
cosas… lo que está igualmente en la parte y en el todo, no constituye la
esencia de ninguna cosa singular” (E, II, 37) (8). La esencia es más bien lo
componible a partir del mecanismo de comunidad que realiza la composición de formaciones
complejas; lo común no es la potencia sino aquello que complica a las potencias
en una totalidad mayor, siempre abierta, dinámica, en expansión. Lo que
establece una comunidad de singulares es, ante todo, un conjunto variable de
propiedades y actividades del cuerpo, una capacidad suya de modificar otros
cuerpos y de ser modificado por ellos (E, II, 14), pues “…la Mente es tanto más
apta para percibir más cosas adecuadamente, cuantas más propiedades tiene su
cuerpo en común con otros cuerpos” (E, II, 39, corol.). De manera que es a
partir de una dimensión práctica que los hombres son capaces de instituir
formas de comunidad jamás preestablecidas conceptualmente, en el interior de
las cuales el sabio tanto dispone su “honestidad” o deseo de amistad, como
antepone su “cautela” o ejercicio de no-comunidad, que consiste en primer lugar
en un conocimiento --“…pues mientras más observemos y mejor conozcamos las
costumbres y las condiciones de los hombres, que por ningún modo se pueden
conocer mejor que por sus acciones, con más cautela podemos vivir entre ellos…”
(TTP, IV, p. 141)--, y en segundo término en una abstención de la palabra: “…la
capacidad de suspender el juicio es, en efecto, la virtud más rara…” (TP, VII,
27). El pensamiento político de Spinoza es así la afirmación de un deseo de
comunidad que traza el horizonte de la vida buena, a la vez que el registro de
todo lo que lo amenaza y obliga a la no-comunidad: el resentimiento, el odio,
la envidia, la persecución… La amistad es la práctica ético-política que
conjuga el deseo de comunidad con la necesidad de no-comunidad.
Respecto de esto
último, en el Epistolario del
filósofo se conserva un significativo documento que muestra en acto la
preceptiva de “evitar los beneficios de los ignorantes”, el ejercicio de
no-comunidad con quienes se hallan predispuestos contra lo que no podrán comprender
por no ser conmensurable con su propia condición afectiva, propensa al temor y
al odio --una cosa por la otra-- cuando no directamente dominada por ellos. Se
trata de la respuesta a Fabritius, Profesor en Heildelberg y Consejero del
Elector Palatino, quien el 16 de febrero de 1673 le escribe a Spinoza en nombre
del Elector para ofrecerle un puesto de Profesor ordinario en la Universidad de
Heildelberg. Más allá de la amabilidad formal con la que está formulada, la
carta en cuestión deja entrever una clara hostilidad de fondo por parte de su
redactor. “Tendrá usted la más amplia libertad de filosofar --le advierte Fabritius--,
y el príncipe confía en que usted no abusará de ella para perturbar la religión
públicamente establecida”. La construcción negativa de la frase siguiente
resulta por demás admonitoria: “Yo no he podido menos que cumplir con la orden
del sapientísimo Príncipe” (Ego
Sapientissimi Principis mandato non potui non
obsecundare). Y finalmente: “…si usted viene aquí, disfrutará de
una vida digna de un filósofo, a menos que todo suceda en contra de lo que
esperamos y pensamos” (nisi praeter spem,
et opinionem nostram alia omnia accidant, carta 47). Son demasiados
indicios como para que alguien como Spinoza --que dice tener ya “experiencia en
esto”-- no advirtiera el carácter real de la proposición. La respuesta es
obvia; lo que sigue es su pasaje más significativo: “…pienso, en primer lugar,
que dejaré de promover la filosofía si quiero dedicarme a la educación de la
juventud. Pienso, además, que no sé dentro de qué límites debe mantenerse esa
libertad de filosofar, si no quiero dar la impresión de perturbar la religión
públicamente establecida; pues los cismas no surgen tanto del amor ardiente
hacia la religión cuanto de la diversidad de las pasiones humanas o del afán de
contradecir, con el que se suele tergiversar y condenar todas las cosas, aunque
estén rectamente dichas. Y como ya tengo experiencia de esto, mientras llevo
una vida privada y solitaria, mucho más habré de temerlo si asciendo a tan alta
dignidad” (carta 48). No se trata, claramente, de una renuncia ascética, ni de
un desprecio “heroico” (9) por los bienes de este mundo, sino de una
preservación del pensamiento, una abstención que evita el lugar de su mayor
exposición a la “ignorancia” y al fanatismo: la cátedra universitaria;
denegación cortés, por tanto, de lo que inevitablemente redundará en perjuicio.
En una sola palabra: caute.
Pero será
necesario también tomar en consideración una evocación de lo “común”
transversal a la determinación de la comunidad como producción en el sentido
antes aludido. Tal evocación la leemos en una de las páginas más intensas de
Spinoza, la apertura del Tractatus de
Intellectus Emendatione, que comienza del siguiente modo: “Según lo que la
experiencia me ha enseñado, todo lo que sucede frecuentemente en la vida común
(communis vita) es vano y fútil…”
(TRE, p. 75). Se trata del único texto de Spinoza escrito en primera persona,
que ha sido leído a la vez como protréptico y como relato de conversión (10),
en el que el autor pone en escena la tensión entre los bienes de la vida común,
esto es, el placer, la riqueza y los honores, y un bien no común sino
extraordinario, cuyo hallazgo nada garantiza (cuyo hallazgo es “incierto”),
pero que exige el abandono de lo corriente, de lo habitual, de lo dado. Spinoza
nos invita aquí a operar un trastorno del orden ordinario de la vida, concebido
como decisión existencial bajo la forma radical de todo o nada, pero que sin embargo
no aduce razones trascendentes al estatuto mismo de la vida común: no la
religión sino un orden inmanente (filosófico) de razones conduce al abandono de
las riberas familiares --pobladas de bienes “inciertos por naturaleza”-- y a la
apertura a un bien soberano, por el momento desconocido, que es asimismo
incierto pero no por naturaleza sino “en cuanto a su adquisición”. No es una
certeza -a lo sumo una promesa-, sino la experiencia lo que induce al trastorno
de la vida, pues nos enseña que todo lo que en ella sucede comúnmente es “vano
y fútil”; así, “Se agitaba en mi espíritu la cuestión de saber si acaso sería
posible acceder a esta nueva institución o al menos a la certidumbre sin
trastornar el orden y la institución común de mi vida; lo intenté muchas veces
pero en vano” (TRE, p. 76).
¿Cuál es el
significado del término communis vita
en el pasaje del Tractatus de Intellectus…?
¿Cómo entender su relación con el sentido que posteriormente --en la Ética-- adquiere el término “común” en
cuanto principio de desterritorialización de lo dado, producción de
composiciones por las cuales los hombres incrementan su potencia individual en
el encuentro concordante con sus semejantes? ¿Cómo poner en relación estos dos empleos
de la palabra, aparentemente contrapuestos entre sí?
Communis vita presenta una primera acepción de vida corriente u
ordinaria, pero parece asimismo aludir a lo que es compartido por la mayoría de
los hombres, su condición común pero no en cuanto producida o generada sino en
cuanto dada; no construcción merced a encuentros sino facticidad inicial,
inmediatez, dato. Esta manera de vivir corriente y espontánea no es sin embargo
meramente pasiva sino más bien un tipo de praxis,
que Spinoza, en un pasaje de la Ética,
llama praxis communis (11). La vida
común y su praxis, lo que en un sentido
clásico tal vez podríamos llamar la costumbre, no coincide en absoluto con la
vida ética, o bien constituye sólo su límite inferior, su punto de partida, el
nivel más elemental de una genética ético-política abierta a formas de vida insólitas
y extraordinarias, posibles siempre y únicamente por operaciones inmanentes.
Será pues la experiencia el ámbito inicial (12) de una ética, no empirista sino
experimentalista, que no instituye una predeterminación de las maneras de vivir
sino que proporciona ese fondo común cuya facticidad será necesario dejar atrás
en favor de la promesa de un hallazgo, según el texto del Tractatus de Intellectus…; por medio de una práctica de la concordancia,
según la Ética. Si el primero
describe la tensión entre la vanidad de la vida común y el deseo de un bien no
afectado de incertidumbre --el itinerario a cumplir concierne aquí a la
existencia singular--, la Ética pone
en el centro de la actividad por la cual los hombres trastornan su vida tal
como les es dada, la relación con los otros hombres, esto es la amistad, la
política, la mutua agregación de potencias. De cualquier manera, la apertura
del Tractatus de Intellectus…
establece ya lo esencial: “…nuestra entera felicidad o nuestra entera miseria
dependen únicamente de la calidad del objeto al que nos adherimos por amor”
(TRE, p. 78).
En cuanto
seres naturales, en cuanto cuerpos, los hombres son capaces de concordar (convenire) con otros cuerpos y con otros
hombres, y establecer con ellos formas de comunidad. ¿Qué significa
“concordar”? Convenire es tanto una
adecuación o un acuerdo entre, por ejemplo, la idea y su objeto, como el hecho
de tener algo en común con otra cosa (13). Por la simple circunstancia de ser
modos de la extensión y, por tanto, formas capaces de movimiento y reposo, de
una cierta velocidad, etc., “todos los cuerpos concuerdan en algunas cosas” (E,
II, lema 2). La condición inmediata de ser un cuerpo establece pues la
dimensión elemental a partir de la que se organizan sistemas de concordancia
múltiples, según los cuales nos encontramos siempre complicados en diversos
grados de complejidad con las cosas y con otros hombres. La concordancia es a
la vez un hecho y una operación; presenta un aspecto físico y un aspecto ético.
Ser un cuerpo significa dos cosas: en primer lugar, ser ya una composición de corpora simplicissima según un cierto
equilibrio de movimiento y reposo, y, en segundo término, ser con otros
cuerpos, composiciones relativas y dinámicas también ellos, con los que nos modificamos
mutuamente desencadenando una circulación ininterrumpida de afecciones. Ser un
cuerpo, por consiguiente, significa siempre existir
en comunidad (14). Pero, asimismo, los hombres se encuentran determinados
por una doble comunidad en un sentido diferente. La primera concierne a los
otros modos, cosas, animales y hombres, es decir, a la natura naturata, en el interior de la cual se desenvuelven las
operaciones éticas y políticas por la que toda comunidad de hecho es
susceptible de variar según calidades diversas. Una segunda comunidad concierne
a la natura naturante, y respecto de
ella no cabe operación alguna sino sólo una comprensión de su realidad. “Es
necesario ahora poner de manifiesto --dice Spinoza en el Tratado breve-- que el hombre percibe en sí mismo una doble ley…;
la primera de esas leyes tiene por causa la comunidad que él tiene con Dios; la
otra la comunidad que tiene con los modos de la naturaleza. La primera de esas
leyes es necesaria, no la segunda, puesto que en lo que concierne a la ley que
nace de su comunidad con Dios, el hombre está siempre y sin interrupción unido
a Dios; por consiguiente debe tener siempre ante los ojos las leyes según las cuales
debe vivir para Dios y con él. Por el contrario, la ley que nace de su
comunidad con los modos de la naturaleza no es necesaria, puesto que el hombre
se puede separar de los hombres” (TB, II, 24,7-8) (15). ¿Cuáles son los casos
en los que el hombre se separa del hombre, y queda así suspendida la ley de
comunidad entre ellos? ¿Cuáles, en suma, los casos de no-comunidad entre los
hombres? Sería posible mencionar aquí dos motivos fundamentales, contrapuestos
entre sí. En primer término, la “deshonestidad”, que hace imposible la amistad
y precipita a los hombres en la soledad: la tiranía es su forma límite. En
segundo lugar, la “cautela”, por cuya necesidad el hombre libre se ve obligado
a realizar su deseo de comunidad --en sí mismo ilimitado-- en una amistad
impolítica con unos pocos hombres libres. Pues si bien es cierto que “Nada es
más útil al hombre que el hombre mismo” (homini
igitur nihil homine utilius) y que “los hombres no pueden desear nada más
excelente para conservar su propio ser que concordar con todos en todas las
cosas” (quam quod omnes in omnibus ita conveniant;
E, IV, 18, esc.), poco más adelante Spinoza escribe que “El hombre libre que
vive entre ignorantes, en la medida de lo posible, procura evitar sus
beneficios” (E, IV, 70). El hombre libre que vive entre ignorantes se verá
obligado a ejercer la no-comunidad, “para no hacerse odiar” por ellos “ni ceder
a sus apetitos”. Las sociedades reales
se hallan siempre tensadas por estas dos formas de vida o estilos de
existencia, que guardan entre sí una relación asimétrica: pues si la
no-comunidad del hombre libre “enseña a no odiar ni despreciar a nadie, a no
burlarse de nadie ni encolerizarse contra nadie” (E, II, 49, esc.), el
ignorante --que en cuanto tal no participa tanto de una condición
epistemológica como sobre todo de una condición ética-- se halla siempre inclinado
a la persecución. De manera que la relación entre los bioi (16) será necesariamente antagónica, conflictiva, aunque no en
modo frontal; pues si el hombre que vive bajo la ignorancia y la esclavitud se
relaciona con el hombre libre bajo la forma del odio y la persecución, este último
procura ante todo aprehender los comportamientos del primero por el
conocimiento, luego evitarlo “en la medida de lo posible” y ocultar todo lo que
pudiera suscitar su resentimiento y su ira.
Si tratamos de
comprender la relación entre estas dos formas paradigmáticas de la vida humana
a partir de las leyes de la concordancia formuladas en E, II, 29-32, debería
decirse que el ignorante y el sabio no son dos maneras de existencia “diversas”
sino “contrarias”: “En cuanto efectivamente (una cosa) no concuerda con nuestra
naturaleza ella será necesariamente diversa con nuestra naturaleza, o le será
contraria. Si es diversa, entonces… no será ni buena ni mala; si es contraria,
entonces también será contraria a lo que concuerda con nuestra naturaleza, es
decir… contraria a lo bueno, o sea mala” (E, IV, 31, corol.). Las cosas que nos
son contrarias no solamente disminuyen nuestra potencia de actuar operando en
nosotros estados de menor perfección, sino que llegan a destruir su singularidad
misma. Spinoza era bien consciente del poder de la impotencia: si para esta es
imposible la concordancia, aquél es el efecto que procura impedirla allí donde
advierte su posibilidad, o destruirla allí donde la encuentra realizada. La
impotencia no logra acceder a ninguna situación de concordancia o de amistad,
pues “al decir que las cosas concuerdan en naturaleza, se entiende que concuerdan
en potencia, pero no en impotencia o negación…” (E, IV, 32, dem.). Por lo que
una sociedad establecida a partir del miedo mutuo, o sobre un pacto que
instituye mis obligaciones para con otro como el espejo invertido de mis
derechos con relación a él, no es sino una prolongación de la “soledad”, dado
que “…las cosas que concuerdan sólo en algo negativo, o sea, en algo que no
tienen, no concuerdan realmente en nada” (E, IV, 32, esc.). Los seres
impotentes no concuerdan pero se alían, no se mancomunan por amistad pero se unen
por complicidad (17). Quienes no son capaces de concordancia establecen
acuerdos. Un “ánimo impotente” significa tristeza, prohibición y superstición,
los tres grandes poderes del bios
ignorante, que no sólo impiden la amistad entre los hombres sino también la
concordancia con las cosas que promueven la potencia a estados más perfectos;
en efecto “…sólo una torva y triste superstición puede prohibir el placer…
Ningún ser divino, ni nadie que no sea un envidioso puede deleitarse con mi
impotencia y mi desgracia, ni tener por virtuosos las lágrimas, los sollozos,
el miedo y otras cosas por el estilo que son señales del ánimo impotente… Así
pues, servirse de las cosas y obtener en ellas todo el placer que sea posible
(no hasta la náusea, pues esto no es ya obtener placer) es propio de un hombre
sabio” (E, IV, 45, esc.). Asimismo, continúa Spinoza, “alimentos”, “bebidas”,
“perfumes”, “plantas verdeantes”, “ornamentos”, “música”, “juegos”,
“espectáculos”, componen el bios del
hombre sabio, dado que concuerdan con su potencia (18). ¿Un estilo de
existencia concebido según una filosofía del placer en una comunidad de amigos?
No podríamos sin embargo --aun considerando la mención positiva que, junto a
Demócrito y Lucrecio (y por contraposición a Sócrates, Platón y Aristóteles),
se hace de Epicuro en la Carta 56 a Hugo Boxel-- aprehender en la filosofía del
Jardín, al menos en este aspecto, una
matriz importante del spinozismo (19). Pero seguramente ningún filósofo
post-epicúreo como Spinoza ha vaciado tan radicalmente de significación el
sufrimiento, ni ha asestado un golpe más definitivo al mito de su dignidad y de
la redención por el padecimiento (20); la sabiduría y la libertad se articulan
más bien con una ética de la laetitia
contra la tristitia, de la hilaritas contra la melancholia (21), como operación de ruptura con todo un “uso de las
pasiones” orientado a la despotenciación de los hombres. En cuanto da curso a
un deseo común de sustracción de la tristeza, de la ignorancia y de la
servidumbre, la práctica de la amistad es el ejercicio mismo de la libertad, la
institución de una forma de relación entre los hombres que cancela la
alienación y la soledad, expandiéndose según una ley de inclusividad que aspira
a una “comunidad sin restricciones” (22), virtual adición ad infinitum de las esencias singulares (23). Concebida así como
producción ilimitada de comunidad, la Ética describe el pasaje no sólo de la
servidumbre a la libertad o de la ignorancia a la sabiduría sino también de la
amistad impolítica a una política de la amistad, pasaje estrictamente
conjuntivo que acaso no encontrará nunca su conclusión ni su plenitud, pero que
recomenzará siempre su movimiento, aun desde las condiciones más desfavorables,
cuando parece definitivamente interrumpido, desactivado y desplazado por la
“inercia de los súbditos”, por la sumisión supersticiosa al Uno, por la
impotencia y por el miedo. Si es posible presumir que la comunidad sin
restricciones no encontrará nunca su forma plena, tampoco el tirano podrá jamás
concluir su tarea. La aspiración de comunidad y la voluntad de
dominio/servidumbre son dos potencias contrarias, ilimitadas e irrealizables.
La primera podrá desplazar considerablemente el límite que le imponen las
pasiones tristes, la superstición y la obediencia servil (tal sería la
democracia spinozista), pero nunca eliminarlo; la segunda jamás podrá suprimir completamente
esos espacios de amistad, por restringidos que sean, que desahucian su
pretensión totalizadora. Es en virtud de esta relación de proporcionalidad
inversa que es posible estimar la calidad de una formación social determinada.
El poder de restricción de la concordancia marca el nivel de su servidumbre; la
proximidad a la comunidad sin restricciones, el nivel de su libertad.
Tatián, Diego. “Comunidad”,
en La cautela del salvaje. Pasiones y
política en Spinoza, Adriana Hidalgo (ed.), Buenos Aires, 2001, pp.
195-217.
Notas
1. Spinoza, Tratado teológico-político, cap. XVI, p.
334; 0, III, p. 191 –texto que reaparecerá casi idéntico en TP, II, 15: “sin
solidaridad, los hombres apenas si pueden sustentar su vida y cultivar su
mente”.
2. Ibid., cap.
III, pp. 118-119; ibid., p. 46.
3. Por lo
demás, la lógica de la composición activada por Spinoza no se agota en la
constitución de una comunidad particular sino que es virtualmente ilimitada y
se extiende por consiguiente a la relación entre diferentes civitates. Hobbes --como lo hará también
Hegel-- considera que, en la sociedad internacional no sometida a un poder
común, se da necesariamente un estado de naturaleza “inter-estatal” (cfr.
Norberto Bobbio, Thomas Hobbes, Fondo
de Cultura Económica, México, 1992, p. 46); la salida de ese status naturalis entre las naciones es
exactamente lo que Kant buscará pensar con sus tres artículos acerca de la paz
perpetua entre los Estados (republicanismo; una federación de los Estados
libres en la que fundar el derecho de gentes; una ciudadanía mundial -y una
consiguiente hospitalidad universal). En un pasaje del Tratado político, Spinoza traslada a la relación entre sociedades
el auxilium --en virtud del cual
había explicado la necesidad de los hombres de abandonar el estado natural para
vivir en un status socialis--: “…no
podemos siquiera dudar --leemos allí-- que si dos sociedades son solidarias
entre sí, tienen más poder y, por tanto, más derecho las dos unidas que cada
una por sí sola” (TP, III, 12).
4. Justamente
porque la solidaridad es una práctica de la razón y no una reacción afectiva
inmediata, su institución, a diferencia de la compasión o la misericordia, es
una cuestión política que concierne al conjunto, un modo de ser propio de una
sociedad libre: “…ser solidario con todos los indigentes (unicuique indigenti auxilium ferre) es algo que supera con mucho
las posibilidades y el interés de un particular… Por otra parte, un solo hombre
no tiene bastante capacidad para hacerse amigo de todos; por ello, el cuidado
de los pobres compete a la sociedad entera y atañe al interés común” (E, IV, Ap.
cap. 17).
5. Cfr. el
primer capítulo (“El miedo”) de un reciente trabajo de Roberto Esposito, Communitas. Origine e destino della comunità
(Einaudi, Torino, 1998), donde el autor alude a una “cura homeopática” del
conflicto en la filosofía de Hobbes: “si la relación entre los hombres es de
por sí destructiva, la única vía de salida de ese estado de cosas insostenible
es la destrucción de la relación misma” (p. 12). De modo que sólo en virtud de
una “absoluta disociación” los hombres evitan la muerte mutua; “el Estado es la
disociación del vínculo comunitario”, la lógica de la soberanía coincide con la
disociación: “los hombres se asocian ahora en el modo de una recíproca disociación,
unificados en la eliminación de todo inter-esse
que no sea puramente individual. Artificialmente mancomunados en la sustracción
de la comunidad” (p. 13).
6. La frase “amicorum omnia… debere esse communia”
(que Spinoza repite en la Carta 44 a Jarig Jelles, atribuyéndola a Tales)
recoge una larga tradición procedente del mundo griego. Ya Timeo (cfr. Diógenes
Laercio, Vita philosophorum, VIII,
10) adjudicaba a Pitágoras la máxima según la cual “los amigos tienen todo en
común” (koiná tá tón philon).
Aristóteles alude a ella dos veces en la Ética
Eudemia (1237b 30-35 y 1238a 15-20), y será retomada en los Adelphoe de Menandro (C.A.E III, 9), y
en los Adelphoe de Terencio (nam vetu’ verbum hoc quidemst, communia esse
amicorum inter se omnia, 803\4), será asimismo citada en el Libro I del De Legibus ciceroniano: “Unde illa Pythagorica vox, tá phílon koiná
kai philían isóteta, i. e., Res amicorum communia, et amicitiam aequilitatem”
--también en Laelius, XVII, 61,
Cicerón vincula amicitia y communitas “cuando las costumbres de los
amigos sean correctas, entre ellos habrá comunidad respecto de todas las cosas
(cum emendati mores amicorum sint, tum
sit inter eos omnium rerum… sine ulla exceptione communitas)--. En las Epistulae ad Lucilium, Séneca refiere al
tópico pitagórico en reiteradas ocasiones: “(los amigos) saben que tienen todas
las cosas en común, especialmente las adversas” (Ep. VI); “La amistad hace
entre nosotros la comunidad de todas las cosas. Ni lo próspero ni lo adverso es
separadamente de cada uno; se vive en común… contribuye mucho también a
fomentar aquella otra sociedad íntima de la amistad… Porque tendrá muchas cosas
comunes con el amigo quien tiene muchas en común con el hombre” (Ep. XLVIII),
etc. Si bien el ideal epicúreo era el de una comunidad de doctrina y existencia
y la vida en el jardín era concebida como una vida en común en el sentido más
elevado, el apotegma pitagórico experimenta aquí un giro, o más bien una
radicalización: “Epicuro no consideraba oportuno que las posesiones debieran
ponerse en común, contra la opinión de Pitágoras según la cual toda cosa debe
ser común entre los amigos. En efecto, Epicuro sostenía que este es el
procedimiento de gente que desconfía, y donde no hay confianza no hay amistad”
(Diógenes Laercio, X, 2) (cfr. Pizzolato, Luigi, L’idea di amicizia nel mondo antico classico e cristiano, Einaudi,
Torino, 1993, pp. 18-21).
7. Cicerón
vincula asimismo la amistad con el honestum
tanto en el tratado retórico De
inventione (II, 161 sg.; 167) como en el Laelius (XIII, 44) y la contrapone a la res turpes (XII, 40).
8. En una
página particularmente compleja de La
comunidad que viene (Pre-textos, Valencia, 1996), Giorgio Agamben presta
atención a este texto de Spinoza, y deriva de él la idea de “comunidad
inesencial”. “Nada más instructivo… que el modo en que Spinoza piensa lo común.
Todos los cuerpos, dice (Eth., II, lema II) convienen en que expresan el
atributo divino de la extensión. Y sin embargo (por la prop. 37 ibid.), lo que es común no puede constituir
en ningún caso la esencia de la cosa singular. Decisiva es aquí la idea de una
comunidad inesencial, de un convenir que no concierne en modo alguno a una
esencia. El tener lugar, el comunicar a las singularidades el atributo de la
extensión, no las une en la esencia, sino que las dispersa en la existencia”
(p. 18).
9. Cfr. El
ensayo de Paolo Cristofolini, “La cattedra avvelenata”, en La scienza intuitiva di Spinoza, Morano, Napoli, 1987, pp. 107-117.
10. Véase el
notable libro de P F Moreau sobre Spinoza.
L’expérience et l’éterníté, PUF,
Paris, 1994, pp. 11-63.
11. “Por
consiguiente, este ordenamiento de la vida está perfectamente de acuerdo con
nuestros principios y con la praxis
communis” (E, IV, 45, esc.).
12. “…la
experiencia --escribe P. F. Moreau-- es ese terreno común a todas las vidas
individuales que está registrado en un cierto modo en la memoria de todos los
individuos, aunque en cada uno de ellos haya sido llamada de una manera
diversa; uno ha sido comerciante en la comunidad judía de Amsterdam; el otro
luterano, médico y director de teatro; el tercero noble, alemán y matemático…,
pero todos han visto, frecuentado o padecido los honores, el placer y el
dinero” (op. cit., p. 57).
13. Véase al
respecto la nota de Rolland Caillois sobre el significado de este verbo en su
versión francesa de la Ética; Spinoza, Oeuvres complétes, textos traducidos,
presentados y anotados por R. Caillois, M. Francés y R. Misrahi, Gallimard,
Paris, 1962 (prim. ed. 1954), p. 1428.
14. Cfr. Alexandre Matheron, Individu et communauté chez Spinoza, Minuit, Paris, 1988 (prim. ed.
1969), p.19.
15. Esta idea
reaparece en un pasaje de la parte IV de la Ética,
bajo una formulación diferente: “Es imposible que el hombre deje de ser una
parte de la naturaleza y que no siga el orden común de ella. De todas maneras,
si convive con individuos que concuerdan con su propia naturaleza de hombre, su
potencia de obrar resultará mantenida y estimulada, pero si, por el contrario,
convive con individuos que no concuerdan en nada con su naturaleza, será muy
difícil que pueda adaptarse a ellos sin una importante transformación de sí
mismo” (E, N, Ap., cap. 7).
16. Toda una
reorganización spinozista de la reflexión antigua respecto de la relación entre
poiesis, praxis y theoria en cuanto
determinaciones de un bios
específico, es puesta de manifiesto por André Tosel. “Mientras que la tradición
antigua –escribe-- interrogaba a la physis
propia del hombre a partir de la tríada poiesis-praxis-theoria,
suponiendo representar la jerarquía de los géneros de vida propiamente humanos,
Spinoza recompone praxis-poiesis-theoria
en la unidad de una misma forma de vida. Toda forma de vida, todo bios, es una unidad específica de poiesis, praxis y theoria. O, más
bien, en cada género de vida, a una modalidad de existencia del cuerpo
individual, en relación a los otros cuerpos de la naturaleza (poiesis) y a los cuerpos de la misma existencia
humana (praxis), corresponde una
modalidad de existencia del alma, una modalidad de conocimiento (theoria)”. “Spinoza renueva… la teoría
aristotélica de los bioi, que coloca la vida filosófica en relación de continuidad-ruptura
con la vida práctica por una parte, y con la vida poiética por otra…”; “…cada
modo de vida es pensado a partir de su poiética y de su práctica corporal, la
cual reúne apropiación económica y comportamientos ético-políticos. El género
de vida dominado por las pasiones y la imaginación, así como el género dominado
por la actividad y la razón, se definen por la capacidad de actuar (poiética y
práxica) del cuerpo” (André Tosel, “Quelques remarques pour une interpretation
de l’Ethique”, al cuidado de Emilia Giancotti Boscherini en Spinoza nel 350° anniversario della nascita, actas del Congreso de Urbino de 1982,
Bibliopolis, Napoli, 1985, pp. 155-159).
17. La
“complicidad” es exactamente la principal categoría de socialización entre los
voluntarios de la servidumbre y el tirano, a quienes, por el contrario, les
está vedada la amistad según Étienne de la Boétie. Cfr. Le discours de la servitude volontaire, Paris, Payot, 1976, p. 221.
18. La
negación de la tristeza y el dolor como vías hacia la constancia, así como la
denuncia de toda forma de tormento y mortificación, tiene un antecedente de
importancia en Maimónides. Para el filósofo medieval, el virtuoso “que sigue su
inclinación y su disposición espiritual en sus actos y que saca provecho del
placer y del deseo”, es mejor que el abstemio “que anhela y ansía realizar
malas acciones pero lucha contra esta locura, actúa contra su impulso, su
sensualidad y sus tendencias espirituales y hace el bien aunque le resulte
difícil”. Los necios “atormentan su cuerpo de todos los modos posibles, y
piensan que han hecho algo virtuoso y bueno y que se acercan más a Dios con
ello, como si Dios fuese enemigo del cuerpo y lo quisiese destruir y aniquilar;
no caen en la cuenta de que estas acciones son malas en sí y por sí” (citado
por Abraham Joshua Herschel, Maimónides,
Muchnik, Barcelona, 1995, pp. 45-46). Más próximo a Spinoza, Uriel da Costa
escribía en su Exemplar humanae vitae.
“Y qué decir de los gravísimos terrores y ansiedades en que la maldad de unos hombres
ha arrojado a los otros; de los cuales cada uno de ellos estaba libre tan sólo
con haber escuchado a la naturaleza, que ignora por completo cosas tales.
¿Cuántos son los que de su salvación desesperan? ¿Cuántos los que sufren mil
martirios, obsesionados por divergentes opiniones? ¿Cuántos los que,
espontáneamente, llevan una vida por completo mísera, macerando lastimosamente
su cuerpo, buscando soledades y apartamientos de la común sociedad de los demás
hombres, perpetuamente autoinfligiéndose suplicios? ¡Como que se lamentan ya
como si estuvieran presentes, de los males que temen puedan acaecerles en el
futuro! Estos y otros innúmeros males los trajo para los mortales una falsa
religión maliciosamente inventada… Pero me replican que si no existiera más ley
que la natural, ni tuvieran los hombres que subsistir, como establece la fe, en
otra vida, ni temieran los eternos castigos, ¿qué es lo que les impediría
empecinarse en el mal?” (Espejo de una vida
humana, Hiperión, Madrid, 1985, pp. 54-55). Este notable texto de Gabriel
da Costa --llamado Uriel entre los judíos-- anticipa a Spinoza no sólo en la
denuncia de la inutilidad del martirio, sino también en la defensa de la “común
sociedad de los hombres” contra la apología de las “soledades”; en la crítica,
asimismo, del uso ideológico del miedo (…
mala, quae futura timent…); en el rechazo, finalmente, del absurdo
servilismo que conlleva el recurso a los “eternos castigos” (poenas aeternas) para apartar a los
hombres del mal (cfr., por ejemplo, E, V, 41, esc., y también la carta 43 a
Ostens).
19. Al igual
que Spinoza, Epicuro concibe la filosofa como una actividad principalmente
práctica y el conocimiento, ante todo, como una vía de liberación. Una diferencia
fundamental, no obstante, se registra en lo que respecta a la relación
amistad/política. Spinoza establece un continuum entre ambos conceptos, formas
de explicitación de un mismo deseo ilimitado de comunidad, que si son --o
pueden ser-- contradictorios fácticamente, no se contraponen en cuanto a su
explicación genética: la amistad impolítica es el remanente de una aspiración política
imposible, pues la producción de comunidad se ve siempre interferida e
interrumpida por las pasiones tristes, que limitan la afirmación política
desviándola hacia concreciones impolíticas, esto es, inconmensurables con las
formaciones de convivencia reales que se establecen entre los hombres,
signadas, estas últimas, por lo negativo, la desconfianza, el temor, la esperanza,
el resentimiento, la deshonestidad. La amistad epicúrea, por el contrario, se
contrapone por principio a la sociedad política, no es su embrión irrealizado
sino su negación más radical. “Si se quisiera… indagar cuál es la cosa más
opuesta a la amistad y la más fecunda en aversiones, se encontraría sin lugar a
dudas que es la política, por la envidia que despiertan quienes se ejercitan
allí como atletas, debido a la manía de aventajar inherente a tales personajes,
para la discordia generalizada…” (Filodemo, De
rethorica, II).
20. Cfr. Jean
Préposiet, Spinoza et la liberté des
hommes, Gallimard, Paris, 1967, p.103.
21. Hilaritas excessum habere nequit, sed semper
bona est, et contrà Melancholia semper mala (E, IV, 42).
22. El término
es de A. Matheron, Individu et communauté
chez Spinoza; op. cit., p.613.
23. Si bien en
el libro V de la Ética la palabra amicitia sólo se lee en el escolio de la
proposición X, acaso habría que reconducir los textos del libro IV a la
temática que quizá constituye el punto que articula la ecuación “De potentia intellectus, seu de libertate
humana, a saber, el amor erga Deum como amor Dei intellectualis”. La puesta
en relación de este concepto con la producción de comunidad aparece claramente
en E, V, 20, dem.: “Este amor hacia Dios es el sumo bien que podemos desear (appetere) según el dictamen de la razón;
es común a todos los hombres y nosotros deseamos (cupimus) que todos gocen de él. Por consiguiente, no puede ser
contaminado por un sentimiento de envidia ni tampoco de celos. Por el
contrario, debe ser tanto más favorecido cuanto más numerosos son los hombres
que imaginamos gozan de él”. El tercer género de conocimiento abre así el
espacio para la más elevada comunidad entre los hombres, que incrementa su
intensidad a medida que mayor es la cantidad de seres singulares que participan
en ella. Tal vez sea posible pensar el sentido último de lo político spinozista
como “amor intelectual”. La scientia
intuitiva concluye el trabajo de destrucción del universalismo que habían
iniciado las nociones comunes y promueve contra él --así como contra la
estadística, su variedad contemporánea-- una política de las res singulares cuyo principio sería el
individuo constituido por su potencia y sus pasiones, por su capacidad de
componerse con otros individuos.
3 comentarios:
Hola Alfredo. ¿ Cómo va todo ? Yo voy muy liado y no puedo seguir tu blog como me gustaría, como siempre los artículos son excelentes. Dos comentarios sobre este post. El primero es que veo a Spinoza en una tradición, a partir de este artículo, que lo ligaría al último Foucault, al del cuidado de sí y de los otros. O incluso al mejor Sturat Mill cuando defiende la utilidad de la moral como aquello que aumenta el bienestar de todos. El otro comentario es que se marca aquí la semblanza/distancia con Nietzsche. la semblanza en la crítica d ela compasión y la distancia de la actitud dooperativa de Spinoza frente a la competitiva de NIetzsche. Un abrazo
Hola Luis, Aquí las cosas caminando pero con mucho trabajo. Te ofrezco mil disculpas por la dilación en responderte, sucede que recién entro a mi blog para preparar la siguiente entrada y encuentro la grata sorpresa de tu comentario.
Estoy de acuerdo con respecto a la primera parte sobre Foucault y Mill; respecto a Nietzsche, sí encuentro una afinidad entre la crítica nietzscheana de la compasión, y la compasión en el mapa de las pasiones tristes en Spinoza; pero no estaría muy seguro en afirmar la crítica de la actitud cooperativa (utilitaria) en Spinoza si la entendemos como composición de potencias, composición cuyo efecto sería una sinergia de potencias --creo que Nietzsche estaría de acuerdo con esta lectura. Un fuerte abrazo.
Hola Alfredo.Me gustaría pensar lo mismo que tú porque Nietzsche no deja una de mis debilidades, pero me temo que incluso si acepta esta sinergia de potencias lo hace en contraposición con otras que son dominadas.
Un abrazo
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