20 octubre, 2014

1. Tratado de la reforma del entendimiento

Pierre-François Moreau
 
Menos de una decena de obras, y la mayor parte inacabadas; también la mayor parte inéditas cuando muere el autor. En el fondo, solo el TTP es efectivamente publicado como obra terminada. Es verdad que los Principia son publicados, pero quedan interrumpidos al comienzo de la tercera parte. La Ética es un texto completo, pero Spinoza había renunciado a publicarla en vida, y los comentaristas se han empeñado en encontrar pruebas en ella de que le falta una última mano. Spinoza se lamenta a veces de falta de tiempo. ¿Falta de tiempo para poner en orden y para alcanzar la claridad más perfecta? El TTP, por acabado que estuviese al ser publicado, ha estado a punto de conocer una segunda versión --‘’me proponía aclarar mediante un par de notas ciertos pasajes un poco oscuros de mi tratado’’, escribe su autor a Velthuysen [1]--. Aparentemente, la lucha por disipar del todo la oscuridad no cesa nunca. De ello dan fe no solo las Adnotationes del TTP, sino también las notas añadidas al Tratado de la reforma del entendimiento, las series de cifras que ponen en orden el Breve tratado, los escolios de la Ética, las precisiones y rectificaciones de las cartas. A pesar de toda la cháchara sobre la necesaria opacidad de la filosofía, el tiempo de la escritura spinoziana es el de la clarificación máxima.

Tratado de la reforma del entendimiento
 
“Compuesto por su autor hace muchos años’’, se nos dice en la advertencia que precede al tratado en la edición de 1677, Spinoza ‘’tuvo siempre la intención de terminarlo, mas, impedido por otros trabajos, finalmente arrebatado por la muerte, no lo pudo conducir al término deseado’’. El título latino (De intellectus emendatione) no tiene todo el sentido que le dan las tradicionales traducciones francesas y españolas (Reforma del entendimiento): el término emendatio remite más bien a la corrección (enmienda) filológica. Desde hace dos siglos, este libro se ha convertido en uno de los más citados de Spinoza, tal vez debido a malas razones: sus primeras páginas han sido leídas como autobiográficas, y el resto ha sido tomado por una lección de metodología aislable del resto del sistema; además, su brevedad ha permitido con facilidad la inserción del texto en los programas universitarios. A la inversa, quienes estudian la Ética como la mejor exposición del sistema, tienden a desestimar esta obra, o bien a buscar en ella tan solo complementos o prefiguraciones de lo dicho en aquella. Es probable que sea preferible leer el tratado intentando simultáneamente restituir su lógica propia y precisar su relación con las obras posteriores.

El texto se abre con un relato en primera persona. No es nada extraordinario, tras el Discurso del método y las Meditaciones metafísicas de Descartes, pero su tono mismo y el género de su escritura son diferentes. El narrador cuenta cómo la experiencia le ha enseñado que ‘’todo lo que sucede frecuentemente en la vida es vano y fútil’’, y cómo, en consecuencia, se ha entregado a la búsqueda de un verdadero bien que, ‘’una vez descubierto y adquirido, le permitiese gozar eternamente de una alegría suprema y continua’’. Tras haber tergiversado las cosas, por miedo a perder los bienes ciertos –los de la vida ordinaria—en beneficio de un bien incierto, el autor se ha convencido de que es preciso distinguir la certeza por naturaleza y la certeza en cuanto a la adquisición. Subraya entonces que bien y mal no se dicen sino de manera relativa, al igual que perfecto e imperfecto –pero inmediatamente retoma, a título procedimental, esta noción que acaba de criticar (procedimiento este que encontramos en toda la obra spinoziana)--. Se puede concebir una naturaleza humana más perfecta que la que existe, y llamamos verdadero bien a todo lo que permite que nos aproximemos a ella. En cuanto al soberano bien, consiste en gozar de semejante naturaleza (y Spinoza precisa: en gozar de él junto con otros individuos, si ello es posible). Para conseguirlo, es necesario ‘’corregir el entendimiento y purificarlo, tanto como se pueda, desde el principio, a fin de que comprenda las cosas más fácilmente, sin error y de la mejor manera posible’’. Cuando llegamos a este punto, constatamos que una búsqueda que primero se expresaba en términos éticos desemboca en el trazado de un programa epistemológico. Tal programa es ejecutado mediante un examen de los ‘’modos de percepción’’ (lo que en los textos posteriores será llamado ‘’géneros de conocimiento’’) utilizados hasta este punto por el narrador, a fin de elegir entre ellos el que sea más conforme con el proyecto en curso. Son cuatro: la percepción de oídas o por signos; la experiencia vaga; la percepción (verdadera pero inadecuada) que se remonta desde el efecto hasta la causa, o que ‘’saca una conclusión de un universal, porque siempre se acompaña de una cierta propiedad’’; finalmente, la percepción adecuada, con la que la cosa es percibida por su esencia o por su causa. Solo este cuarto modo de percepción puede conducirnos verdaderamente a nuestro objetivo y, por ello, será preciso usar sobre todo de él. El problema que se identifica al final de esta larga introducción (§§ 1-49) es, por tanto, el siguiente: ¿cuál es la vida y el método en función de los cuales podemos conocer, mediante tal tipo de conocimiento, lo que nos es necesario? Las partes del tratado serán consagradas, a partir de este momento, a las dos ‘’partes del método’’ (la segunda se interrumpe, pues la obra queda inacabada).
 
Antes de ir más lejos, se ha de notar hasta qué punto nos hallamos cerca del universo de la Ética por lo que hace a ciertos temas, y alejados de él por lo que se refiere al procedimiento. Tipología de géneros de conocimiento, distinción entre los verdadero y lo adecuado, relatividad del bien y el mal: todas estas ideas son parte integrante del spinozismo. Pero, simultáneamente estas ideas se organizan según otra lógica: la del descubrimiento de lo verdadero por parte del narrador. A partir de este punto, cada tema es introducido en el texto de manera diferente: los ‘’modos de percepción’’ son descritos en una rememoración, y no mediante un análisis de su producción; el tercer modo (que en parte se corresponde con lo que más tarde será el ‘’segundo género de conocimiento’’) es verdadero sin ser adecuado, lo cual no tendría sentido en la versión definitiva del spinozismo; el bien no es pensado a partir de las leyes naturales del individuo. Se puede referir esta diferencia de lógica al hecho de que Spinoza escribe para un público diferente: es probable que el tratado fuera escrito para los cartesianos (en el sentido amplio del término, esto es, para lectores marcados por la nueva filosofía, indistintamente Bacon, Descartes y tal vez Hobbes); se sitúa sobre su terreno y se expresa en un lenguaje también marcado por ellos. Spinoza mismo elabora su doctrina trabajando a partir de estas nociones. Pero, aparte de la diferencia de recepción y de redacción, se trata también de otra cosa: no es el mismo tipo de procedimiento filosófico el que aquí está en juego. Mientras que en el Breve tratado, por ejemplo, nos encontramos con una estructura que será la de la Ética, aquí se trata de otra cosa: la cuestión misma que se plantea es diferente. Spinoza lo dice claramente: ‘’Advierto que no voy a desarrollar aquí la esencia de cada percepción, ni a explicarla por causa próxima, ya que esto pertenece a mi Filosofía; trataré solamente lo que viene exigido por el método, es decir, lo que concierne a las percepciones ficticias, falsas y dudosas’’ (§ 50). La ‘’Filosofía’’ mencionada en este pasaje es, tal vez, el libro que Spinoza proyecta escribir (¿ha comenzado ya a hacerlo?) y que se convertirá en la Ética; también es su campo, la explicación de las cosas por sus causas, lo que se distingue del método.

Es necesario subrayar que, a medida que ha ido avanzando, Spinoza se ha encontrado con el problema de la regresión al infinito, Supone, en efecto, a un objetor que le opone la siguiente dificultad: si para encontrar la verdad se precisa de un método, entonces hace falta otro método para encontrar el método verdadero, y así al infinito. Si ello fuera así, nunca se podría alcanzar ningún conocimiento, pues el processus no comenzaría jamás. Tal objeción solo es válida si se supone que no se está en posesión, en absoluto, de una idea verdadera desde el comienzo, y que solo un método externo puede dárnosla. Ahora bien, nunca partimos de la nada: ‘’el entendimiento, por su fuerza nativa, se forja instrumentos intelectuales con cuya ayuda adquiere otras fuerzas, en vista de otras producciones intelectuales, y gracias a ellas adquiere otros instrumentos, es decir, el poder de llevar más lejos la investigación’’ (§ 31). El método consiste, así pues, en corregir, en mejorar la actividad espontánea del entendimiento. Un ejemplo --procedente, a través de Bacon, de la tradición humanista—ayuda a comprenderlo: esa misma objeción podría significar que, para forjar el hierro, hacen falta herramientas, y que para forjar esas herramientas hacen falta aún otras herramientas. Conclusión: nunca se habría podido comenzar a forjar hierro. Sin embargo, de hecho el hombre ha comenzado, mediante sus instrumentos naturales (el cuerpo y su uso gestual), a fabricar instrumentos rudimentarios, y poco a poco los ha ido perfeccionando. Sucede lo mismo con el método y las ideas verdaderas.

La primera parte del método (§§ 50-90) consiste en una confrontación de la idea verdadera con los tres tipos de idea que se oponen a ella –la idea ficticia, la idea falsa, la idea dudosa--. Si es la idea ficticia la que sirve de referencia (los otros dos tipos solo son definidos en relación a ella), esto significa que la verdad ya no es pensable en una simple relación de oposición con lo falso –también aquí estamos ante una posición estable del spinozismo, pero la instancia mayor es la ficción, y no la imaginación, como sí lo será más tarde, cuando Spinoza piense más bien en términos de producción de conocimientos--. A esta primera parte le son añadidas algunas reflexiones sobre la memoria y el lenguaje (§§ 88-89).

La segunda parte del método (§§ 91-110) consiste en una investigación sobre la definición y la demostración. El objetivo es desarrollar la potencia del entendimiento: tener ideas claras y distintas, concatenarlas de manera que nuestra mente reproduzca, tanto como se pueda, la concatenación de la naturaleza. La obra queda interrumpida cuando se están describiendo las propiedades del entendimiento.

El término clave del libro es, así, el de ‘’entendimiento’’ (intellectus). En él desemboca la narración del prólogo, comenzada en términos de animus y de mens (alma y mente, la instancia atormentada por los acontecimientos de la vida, la que es distraída, según dicho prólogo, por los bienes ordinarios). Lo realmente peculiar de esta narración consiste, justamente, en que ha conducido al lector desde las incertidumbres y los errores de estas instancias a la fuerza productiva del entendimiento. En cuanto al ‘’yo’’ que escribe el tratado, parece dispersarse entre estas funciones, y su unidad está menos en un carácter fundador que en el hecho de que proporciona el apoyo que hace que se pase de la una a la otra. La forma del pensamiento verdadero ‘’debe depender de la potencia y de la naturaleza misma del entendimiento’’ (§ 71); estudiar la memoria es distinguir entre la que se refuerza por el entendimiento y la que se refuerza sin él. Es por contraste con este como se describe la imaginación (a propósito, justamente, de la memoria): ‘’entiéndase lo que se quiera por imaginación, a condición de que sea algo diferente del entendimiento y en lo que el alma desempeño una función pasiva (§ 84). También es en relación con esta oposición entre entendimiento e imaginación como es situado el lenguaje (§ 88-89). Es aquí, por tanto, donde se traza la frontera decisiva.

‘’Certeza’’, ‘’método’’, ‘’ideas clara y distintas’’, oposición entre entendimiento e imaginación: entre otros tantos índices lexicales y conceptuales que remiten al mundo cartesiano, al igual que la expresión ‘’experiencia vaga’’ y el ejemplo de las herramientas remiten al de Bacon. Pero, en cada ocasión, remiten a estos mundos operando ciertos desplazamientos, cierta reescritura, ciertos cambios de intención que muestran un trabajo conceptual con el que se intenta plantear unas cuestiones que no son ya ni cartesianas ni baconianas. ¿Equivale esto a decir que, cuando dichas cuestiones hayan sido desarrolladas del todo, Spinoza romperá con las tesis del tratado? El problema es complejo. Lo que sí es cierto es que su autor no lo lleva a término (las razones de este inacabamiento siguen siendo debatidas por los comentaristas), que no hace que se difunda en el círculo de sus amigos más próximos tanto como la Ética (la prueba de ello está en que Tschimhaus, que ha tenido acceso a esta última, y que está particularmente interesado por las cuestiones metódicas – hasta tal punto que más adelante escribirá una Medicina de la mente—pide el tratado en vano a su autor; de hecho, solo podrá leerlo en la edición póstuma de sus obras). No obstante, Spinoza hace clara alusión a él en la segunda parte de la Ética (prop. 40, sch. 1), y en una carta de junio de 1666 a Bouwmeester retoma sus temas, pero para delimitarlos: para comprender todo esto –escribe-- no es necesario conocer la naturaleza del alma por su causa primera (una historiola a la manera de Bacon es suficiente); por el contrario, es preciso entender que para los objetos tratados en la Ética la descripción ya no es suficiente, y que este conocimiento por la causa primera se convierte en necesario. En adelante, la explicación genética tendrá más importancia que la descripción rememorativa. Ello quiere decir que, para Spinoza, un mismo tema puede ser tratado según varios registros –pero tal vez con los mismos efectos--.

Esta evolución puede hacernos reflexionar sobre la manera como se constituye un sistema, retomando algunos temas para reorganizarlos de otro modo, dominando poco a poco las cuestiones que su desarrollo produce, descubriendo, en fin, el género de exposición que mejor conviene a sus estructuras.

Moreau, Pierre-François. "La obra", en Spinoza y el spinozismo, trad. Pedro Lomba, Escolar y Mayo, Madrid, 2013, pp. 62-68.

Notas
 
1. Y a Tschirnhaus, en su última carta, le escribe lo siguiente: ‘’Mas tal vez algún día os hable de esto con mayor claridad, si me es dada la suficiente cantidad de vida, pues hasta ahora me ha sido imposible disponer nada sobre este asunto con algún orden’’ (carta 83).

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