Pierre-François Moreau
Menos de una decena de obras, y la mayor parte inacabadas; también la
mayor parte inéditas cuando muere el autor. En el fondo, solo el TTP es efectivamente publicado como obra
terminada. Es verdad que los Principia
son publicados, pero quedan interrumpidos al comienzo de la tercera parte. La Ética es un texto completo, pero Spinoza
había renunciado a publicarla en vida, y los comentaristas se han empeñado en
encontrar pruebas en ella de que le falta una última mano. Spinoza se lamenta a
veces de falta de tiempo. ¿Falta de tiempo para poner en orden y para alcanzar
la claridad más perfecta? El TTP, por
acabado que estuviese al ser publicado, ha estado a punto de conocer una
segunda versión --‘’me proponía aclarar mediante un par de notas ciertos
pasajes un poco oscuros de mi tratado’’, escribe su autor a Velthuysen [1]--.
Aparentemente, la lucha por disipar del todo la oscuridad no cesa nunca. De
ello dan fe no solo las Adnotationes
del TTP, sino también las notas
añadidas al Tratado de la reforma del
entendimiento, las series de cifras que ponen en orden el Breve tratado, los escolios de la Ética, las precisiones y rectificaciones
de las cartas. A pesar de toda la cháchara sobre la necesaria opacidad de la
filosofía, el tiempo de la escritura spinoziana es el de la clarificación máxima.
Tratado de la reforma del entendimiento
El texto se
abre con un relato en primera persona. No es nada extraordinario, tras el Discurso del método y las Meditaciones metafísicas de Descartes,
pero su tono mismo y el género de su escritura son diferentes. El narrador
cuenta cómo la experiencia le ha enseñado que ‘’todo lo que sucede
frecuentemente en la vida es vano y fútil’’, y cómo, en consecuencia, se ha
entregado a la búsqueda de un verdadero bien que, ‘’una vez descubierto y
adquirido, le permitiese gozar eternamente de una alegría suprema y continua’’.
Tras haber tergiversado las cosas, por miedo a perder los bienes ciertos –los
de la vida ordinaria—en beneficio de un bien incierto, el autor se ha
convencido de que es preciso distinguir la certeza por naturaleza y la certeza
en cuanto a la adquisición. Subraya entonces que bien y mal no se dicen
sino de manera relativa, al igual que perfecto
e imperfecto –pero inmediatamente
retoma, a título procedimental, esta noción que acaba de criticar (procedimiento
este que encontramos en toda la obra spinoziana)--. Se puede concebir una
naturaleza humana más perfecta que la que existe, y llamamos verdadero bien a
todo lo que permite que nos aproximemos a ella. En cuanto al soberano bien,
consiste en gozar de semejante naturaleza (y Spinoza precisa: en gozar de él
junto con otros individuos, si ello es posible). Para conseguirlo, es necesario
‘’corregir el entendimiento y purificarlo, tanto como se pueda, desde el
principio, a fin de que comprenda las cosas más fácilmente, sin error y de la
mejor manera posible’’. Cuando llegamos a este punto, constatamos que una
búsqueda que primero se expresaba en términos éticos desemboca en el trazado de
un programa epistemológico. Tal programa es ejecutado mediante un examen de los
‘’modos de percepción’’ (lo que en los textos posteriores será llamado
‘’géneros de conocimiento’’) utilizados hasta este punto por el narrador, a fin
de elegir entre ellos el que sea más conforme con el proyecto en curso. Son
cuatro: la percepción de oídas o por signos; la experiencia vaga; la percepción
(verdadera pero inadecuada) que se remonta desde el efecto hasta la causa, o
que ‘’saca una conclusión de un universal, porque siempre se acompaña de una
cierta propiedad’’; finalmente, la percepción adecuada, con la que la cosa es
percibida por su esencia o por su causa. Solo este cuarto modo de percepción
puede conducirnos verdaderamente a nuestro objetivo y, por ello, será preciso
usar sobre todo de él. El problema que se identifica al final de esta larga
introducción (§§ 1-49) es, por tanto, el siguiente: ¿cuál es la vida y el
método en función de los cuales podemos conocer, mediante tal tipo de
conocimiento, lo que nos es necesario? Las partes del tratado serán
consagradas, a partir de este momento, a las dos ‘’partes del método’’ (la
segunda se interrumpe, pues la obra queda inacabada).
Es necesario subrayar que, a medida que ha ido avanzando, Spinoza se ha
encontrado con el problema de la regresión al infinito, Supone, en efecto, a un
objetor que le opone la siguiente dificultad: si para encontrar la verdad se
precisa de un método, entonces hace falta otro método para encontrar el método
verdadero, y así al infinito. Si ello fuera así, nunca se podría alcanzar
ningún conocimiento, pues el processus
no comenzaría jamás. Tal objeción solo es válida si se supone que no se está en
posesión, en absoluto, de una idea verdadera desde el comienzo, y que solo un
método externo puede dárnosla. Ahora bien, nunca partimos de la nada: ‘’el
entendimiento, por su fuerza nativa, se forja instrumentos intelectuales con
cuya ayuda adquiere otras fuerzas, en vista de otras producciones
intelectuales, y gracias a ellas adquiere otros instrumentos, es decir, el
poder de llevar más lejos la investigación’’ (§ 31). El método consiste, así
pues, en corregir, en mejorar la actividad espontánea del entendimiento. Un
ejemplo --procedente, a través de Bacon, de la tradición humanista—ayuda a
comprenderlo: esa misma objeción podría significar que, para forjar el hierro,
hacen falta herramientas, y que para forjar esas herramientas hacen falta aún
otras herramientas. Conclusión: nunca se habría podido comenzar a forjar
hierro. Sin embargo, de hecho el hombre ha comenzado, mediante sus instrumentos
naturales (el cuerpo y su uso gestual), a fabricar instrumentos rudimentarios,
y poco a poco los ha ido perfeccionando. Sucede lo mismo con el método y las
ideas verdaderas.
La primera parte del método (§§ 50-90) consiste en una confrontación de
la idea verdadera con los tres tipos de idea que se oponen a ella –la idea
ficticia, la idea falsa, la idea dudosa--. Si es la idea ficticia la que sirve
de referencia (los otros dos tipos solo son definidos en relación a ella), esto
significa que la verdad ya no es pensable en una simple relación de oposición
con lo falso –también aquí estamos ante una posición estable del spinozismo,
pero la instancia mayor es la ficción, y no la imaginación, como sí lo será más
tarde, cuando Spinoza piense más bien en términos de producción de
conocimientos--. A esta primera parte le son añadidas algunas reflexiones sobre
la memoria y el lenguaje (§§ 88-89).
La segunda parte del método (§§ 91-110) consiste en una investigación
sobre la definición y la demostración. El objetivo es desarrollar la potencia
del entendimiento: tener ideas claras y distintas, concatenarlas de manera que
nuestra mente reproduzca, tanto como se pueda, la concatenación de la
naturaleza. La obra queda interrumpida cuando se están describiendo las
propiedades del entendimiento.
El término clave del libro es, así, el de ‘’entendimiento’’ (intellectus). En él desemboca la
narración del prólogo, comenzada en términos de animus y de mens (alma y
mente, la instancia atormentada por los acontecimientos de la vida, la que es
distraída, según dicho prólogo, por los bienes ordinarios). Lo realmente
peculiar de esta narración consiste, justamente, en que ha conducido al lector
desde las incertidumbres y los errores de estas instancias a la fuerza
productiva del entendimiento. En cuanto al ‘’yo’’ que escribe el tratado,
parece dispersarse entre estas funciones, y su unidad está menos en un carácter
fundador que en el hecho de que proporciona el apoyo que hace que se pase de la
una a la otra. La forma del pensamiento verdadero ‘’debe depender de la potencia
y de la naturaleza misma del entendimiento’’ (§ 71); estudiar la memoria es
distinguir entre la que se refuerza por el entendimiento y la que se refuerza
sin él. Es por contraste con este como se describe la imaginación (a propósito,
justamente, de la memoria): ‘’entiéndase lo que se quiera por imaginación, a
condición de que sea algo diferente del entendimiento y en lo que el alma
desempeño una función pasiva (§ 84). También es en relación con esta oposición
entre entendimiento e imaginación como es situado el lenguaje (§ 88-89). Es
aquí, por tanto, donde se traza la frontera decisiva.
‘’Certeza’’, ‘’método’’, ‘’ideas clara y distintas’’, oposición entre
entendimiento e imaginación: entre otros tantos índices lexicales y
conceptuales que remiten al mundo cartesiano, al igual que la expresión
‘’experiencia vaga’’ y el ejemplo de las herramientas remiten al de Bacon.
Pero, en cada ocasión, remiten a estos mundos operando ciertos desplazamientos,
cierta reescritura, ciertos cambios de intención que muestran un trabajo
conceptual con el que se intenta plantear unas cuestiones que no son ya ni
cartesianas ni baconianas. ¿Equivale esto a decir que, cuando dichas cuestiones
hayan sido desarrolladas del todo, Spinoza romperá con las tesis del tratado?
El problema es complejo. Lo que sí es cierto es que su autor no lo lleva a
término (las razones de este inacabamiento siguen siendo debatidas por los
comentaristas), que no hace que se difunda en el círculo de sus amigos más
próximos tanto como la Ética (la
prueba de ello está en que Tschimhaus, que ha tenido acceso a esta última, y
que está particularmente interesado por las cuestiones metódicas – hasta tal
punto que más adelante escribirá una Medicina
de la mente—pide el tratado en vano a su autor; de hecho, solo podrá leerlo
en la edición póstuma de sus obras). No obstante, Spinoza hace clara alusión a
él en la segunda parte de la Ética
(prop. 40, sch. 1), y en una carta de junio de 1666 a Bouwmeester retoma sus
temas, pero para delimitarlos: para comprender todo esto –escribe-- no es
necesario conocer la naturaleza del alma por su causa primera (una historiola a la manera de Bacon es
suficiente); por el contrario, es preciso entender que para los objetos
tratados en la Ética la descripción
ya no es suficiente, y que este conocimiento por la causa primera se convierte
en necesario. En adelante, la explicación genética tendrá más importancia que
la descripción rememorativa. Ello quiere decir que, para Spinoza, un mismo tema
puede ser tratado según varios registros –pero tal vez con los mismos
efectos--.
Esta evolución puede hacernos reflexionar sobre la manera como se
constituye un sistema, retomando algunos temas para reorganizarlos de otro
modo, dominando poco a poco las cuestiones que su desarrollo produce,
descubriendo, en fin, el género de exposición que mejor conviene a sus
estructuras.
Moreau, Pierre-François. "La obra", en Spinoza y el
spinozismo, trad. Pedro Lomba, Escolar y Mayo, Madrid, 2013, pp. 62-68.
Notas
1.
Y a Tschirnhaus, en su última carta, le escribe lo siguiente: ‘’Mas tal vez
algún día os hable de esto con mayor claridad, si me es dada la suficiente
cantidad de vida, pues hasta ahora me ha sido imposible disponer nada sobre
este asunto con algún orden’’ (carta 83).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario