Fernando Infante del Rosal
Baruj
Spinoza, el pensador de la sustancia, es también y, sobre todo, un pensador de
esquemas. La red de canales subyacentes trazada entre los sentimientos morales
en su Ethica ordine geometrico demonstrata no sólo afecta a las
relaciones entre sentimientos, pasiones y deseos, en tanto que unos y otros se
contienen o se provocan, sino, en un nivel más básico, a las relaciones entre
sujeto y objeto. Es en estas relaciones donde se revela la geometría más allá
del método demostrativo y donde se muestra Spinoza como certero descriptor de
las estructuras lógicas que subyacen al intercambio afectivo entre
sujetos.
Desde
este punto de vista, el interés de su Ética se concentra en los libros
III y IV, en los que Spinoza trata “del origen y de la naturaleza de los
afectos” y “de la servidumbre humana o de la fuerza de los afectos”
respectivamente. En ellos, la geometría aplicada adquiere un matiz diferente de
la utilizada en los dos primeros libros, dedicados a Dios y al alma, y eso es
lo primero que pretendemos mostrar.
No
obstante, en un pensamiento tan esquemático y jerárquico –por no decir
piramidal– como el suyo, se hace siempre necesario partir de su idea matriz y
sustentante: la idea de sustancia, procurando a la vez reproducir sus
inferencias con su mismo método deductivo. Este método opera mediante
definiciones con las que se delimita a la cosa de manera análoga a como se
describe una figura geométrica. Ahora bien, dicho método no es algo ajeno a la
sustancia.
En
el Tratado de la reforma del entendimiento –auténtica atemperación del
pensamiento filosófico más allá de las afinaciones del Novum Organum y
del Discurso del método–, el método aparece como punto de partida, como
fundamentación de todo conocimiento científico, y es allí donde se enuncia el
supuesto más hondo del sistema de Spinoza: que el orden y conexión de las
ideas, cuando son simples e irreductibles, es equivalente al orden y conexión
de las cosas, porque no hay separación estricta entre una cosa y la idea
perfecta y adecuada de ella. No es posible concebir la cosa sin su idea
adecuada y la idea perfecta y adecuada es la cosa misma en tanto que conocida
de manera perfecta (1).
El
método, cuando es correcto, se dirige a la comprensión de la idea verdadera.
Esta idea, esencia objetiva (concepto universal) o certeza, es
distinta de su objeto y, como él, es una cosa real que tiene su esencia
peculiar. La idea, en cuanto esencia formal (idea de un objeto singular
real) puede ser a su vez objeto de otra esencia objetiva, de otra idea. Por
eso, el método, como conocimiento reflexivo, es también idea de la idea. Y el
buen método, por tanto, será aquel que muestre cómo dirigirse «según la norma
de una idea verdadera dada» (2), que es para Spinoza la idea del Ser más
perfecto. La norma de la idea de Dios es la base genética de toda deducción y
viene a coincidir con el pensamiento en tanto que atributo infinito de la
sustancia como realidad total y global (3) (la
dualidad finita e infinita del pensamiento, tal y como se
demuestra a partir de la proposición XXI, es, a nuestro entender, la clave de
la conexión entre las ideas y las cosas, pero este asunto
desborda nuestro cometido).
En
Spinoza no es posible, según lo expuesto, escindir la sustancia del método
porque ambos se unen en su supuesto más hondo: Ordo & connexio idearum
idem est ac ordo & connexio rerum. Ahora bien, ¿qué significa aquí «ordo
& connexio»? Esto atañe a la norma de la idea de Dios, a la regla que
ordena todo en la sustancia, pero también al estatuto que la geometría posee en
la Ética. Que ésta sea ordine geometrico demonstrata no implica
que a la Realidad y a las realidades expuestas en ella se les haya aplicado un
método matemático que no conviniera a la esencia misma de aquéllas. La
geometría es un modo de demostración porque la demostración se adecúa a
la sustancia. La compleja estructura de definiciones, axiomas, proposiciones,
corolarios y escolios no constituye un simple juego formal, un divertimento
especulativo o un oscuro ejercicio cabalístico (4). La adecuación de la
definición a la sustancia y la garantía de la deducción hacen que el método y
el pensamiento se mantengan en los límites del conocimiento cierto y auténtico,
como sucede en el conocimiento de las verdades matemáticas (5).
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