Diego Tatián
Se ha
conjeturado muchas veces, a partir de un escueto comentario transmitido por
Bayle como única fuente de prueba (aunque luego reproducido por Colerus, Lucas,
Stolle-Hallmann, Van Til, etc.), que un texto de descargo ante el tribunal
rabínico compuesto por Spinoza al ser excomulgado --conocido como Apología para justificarse de su abdicación
de la Sinagoga—habría sido escrito en español. Pero lo cierto es que el
documento, si existió, jamás pudo ser hallado. Siendo así, las únicas tres
palabras en la lengua de sus ancestros que es posible encontrar en toda la obra
de Spinoza, constan en el capítulo XX de Compendium
gramatices linguae hebreae dedicado al verbo reflexivo activo. Allí, su autor,
escribe el término hebreo, luego su correspondiente en latín, y finalmente,
entre paréntesis, el equivalente en castellano: ‘hythyasseb, se sistere
(Hispanicè: pararse), hithal-lek, se ambulationi
dare (Hispanicè: pasearse, andarse)’. La lengua española pareciera
pues estar indicada aquí como más fluida que la latina para comprender el
reflexivo activo del hebreo. En La
potenza del pensiero, Giorgio Agamben se detiene en este pasaje para
reflexionar acerca de las posibilidades expresivas que encuentra en el lenguaje
el hecho ontológico en virtud del cual quien afecta y quien es afectado por una
acción no son distintos, y mostrar en la estructura misma de la lengua –en
particular del ladino—el ‘vértigo de la inmanencia’ y el ‘movimiento de la autoconstitución y la
autopresentación del ser’.
¿Por qué
motivo Baruch Spinoza no redactó su obra en español –en el español de los
judíos, que emplearon Menasseh ben Israel, Abraham Pereyra y los cabalistas de
Ámsterdam, y al que despectivamente se designaba con la palabra ladino?
En una carta
que debió escribir en holandés –lengua que dominaba aún menos que el latín—por
el hecho de no saber si su interlocutor conocía alguna otra, Spinoza habla de
la dificultad para escribir en lenguas adquiridas y de su anhelo de poder
hacerlo en ‘la lengua en que me he educado’, alusión que presumimos menta al
español –aunque tal vez se refiera al portugués, pero es menos probable, pues
en la biblioteca del filósofo no hay siquiera un solo libro en esta lengua. Mucho me gustaría –le escribe Spinoza a
Blijenbergh-- poder escribir en la lengua
en que me he educado, porque quizá pudiera así expresar mejor mis pensamientos.
Pero sírvase tomar esto a bien, y corregir usted mismo las faltas.
El español era
la lengua obligatoria en Ets Haim --donde
el pequeño Baruch fue ‘educado’-- y en la que a su autor, tal vez, le ‘hubiera
gustado’ redactar la Ética, de no
haber sido por el hecho de que sus destinatarios no eran –o no sólo-- los
miembros de la comunidad que lo había expulsado. Meinsma cree poder afirmar
que, aunque escribía en latín, Spinoza pensaba en español. Si esto es así, si
la Ética es un libro que fue pensado
en español, debe entonces ser considerado una traducción, de la que el original
se ha perdido para siempre.
Diego Tatián, Baruch, La Cebra, Buenos Aires, 2012,
pp. 13-14.
2 comentarios:
porqué pensamos sempre que foi em lingua castelá a apología duma condea que foi redatada em Galego-Portugués ?
Implacable e impecable, Diego, como siempre (o casi). El asuntito este de la lengua madre, muy en boga en los últimos 2,5 mil años, tuvo su lavado de cara (jabón blancotransparente) con Biendicto, allá lejos y hace tiempo. El hombre (pulidor de lentes), cincela que cincela, burila que burila, talla que talla, bruñe que bruñe cristales y conceptos, se descolgaba con uno de estos últimos que nos ampliaban el campo visual a otra fría dimensión. La lengua que nos habla no puede sino estar fuera de nosotrxs. Necesariamente somos hablados. La lengua madre inhabla en nosotrxs caminando a nuestro lado colgados que vamos de su mano. El cuento aquel del campesino (la bucolímia * siempre estuvo) enredado en unas raras contabilidades, que el gentilhombre Miguel de Epinoza) le arrobaba al pequeño Benjie, hizo su operación necesaria y nos lego el buen pensar matetransmetafísico.
* dícese (son puras doxas) del estado espiritual de añoranza por los paisajes rurales, agrestes, bucólicos, que, desarrollado casi un siglo de la última glaciación, comieza con las desnomadización del mono peludo, su correpondiente protourbanización y las primerísimas formas de comunicación preverbal y la necesaria caída en lenguaje del sentimiento que corresponde al nombre añoranza por lo bucólico. (no confundir con citalimia -afección de añoranza por lo urbano-
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