En la Ética spinoziana, la libertad no parece tener cabida en un orden de absoluta y necesaria causalidad. La libertad se concibe como la posibilidad humana de actuar con independencia de las causas determinantes. En la filosofía de Spinoza, en cambio, tiene lugar la más estricta identidad entre causa, razón y naturaleza: causa es lo mismo que razón, razón es lo mismo que causa, y causa es lo mismo que causalidad necesaria. ¿Puede haber libertad en un universo regido por leyes de pura causalidad necesaria? ¿Puede explicarse todo lo humano dentro de una concepción estrictamente determinista? ¿Cómo se explica dentro de un orden perfecto la presencia universal de la irracionalidad, la destructividad y la maldad del hombre?
Roger Bartra explora aquí la posibilidad de un sentido de la libertad en la Ética de Spinoza.
Quienes niegan el libre albedrío suelen, abusivamente, acudir a la famosa frase de Spinoza: “Los hombres se equivocan, en cuanto piensan que son libres; y esta opinión solo consiste en que son concientes de sus acciones e ignorantes de las causas por las que son determinados.” Y digo abusivamente, porque el gran filósofo judío estaba muy lejos de creer en un determinismo implacable. La frase proviene de la Ética, una maravillosa obra que Spinoza no llegó a ver publicada y que es, entre otras cosas, un poderoso llamado a alcanzar la libertad humana. ¿Cómo concilia Spinoza su reconocimiento de que existe una cadena natural de causas y efectos con la lucha por lograr una verdadera libertad? Es necesario comprender el contexto y la lógica en que la frase citada está inscrita. Dice a continuación: “Su idea de la libertad es, pues, esta: que no conocen causa alguna de sus acciones [...] Pues qué sea la voluntad y cómo mueva al cuerpo, todos lo ignoran; quienes presumen de otra cosa e imaginan sedes y habitáculos del alma, suelen provocar la risa o la náusea.” La última es una dura referencia a Descartes, y la línea de razonamiento se basa en el hecho de que siendo ignorantes los hombres no pueden ser libres. Ya antes ha explicado que los hombres ignorantes creen que todas sus acciones tienen una finalidad decidida por ellos y que lo mismo creen sobre los hechos naturales, por lo que llegan a creer que los dioses dirigen todo para que sea útil a los humanos. Para Spinoza la naturaleza “no tiene ningún fin que le esté prefijado” y está convencido de que todas las causas finales no son más que ficciones humanas. Quienes siguen la cadena causal para encontrar una finalidad en las cosas no cesarán de preguntar por las causas de las causas, hasta que se hayan “refugiado en la voluntad de Dios, es decir, en el asilo de la ignorancia”.
Lo que afirma Spinoza es fundamental: ante los hechos naturales no hay una libre voluntad absoluta, porque ella depende del entendimiento de los objetos singulares que causan las ideas. La mente está “determinada a querer esto o aquello por una causa, que también es por otra, y esta a su vez por otras, y así al infinito”. Critica la idea cartesiana de un alma con poder absoluto unida al cerebro gracias a la glándula pineal, capaz de dictar libremente su voluntad al cuerpo.
Veamos ahora el proceso que lleva a Spinoza desde afirmar que la mente está sujeta a una cadena causal hasta su exaltación de la capacidad de los ciudadanos para actuar libremente. Piensa que en la mente no se da una voluntad absoluta sino solamente un conjunto de voliciones singulares que afirman o niegan una idea. Pero la voluntad no es infinita, no se extiende más allá de lo que percibimos y de lo que concebimos. Spinoza termina la parte de su Ética dedicada a la naturaleza y origen del alma afirmando que su doctrina contribuye a que los individuos aprendan a ser gobernados y a que “hagan libremente lo que es mejor”.
¿De dónde proviene la fuerza que puede permitir a los humanos ser libres? Spinoza ubica esa potencia en lo que llama conato (conatus), que es el esfuerzo que realiza la mente para perseverar en su ser. El conato es una tendencia, propensión o impulso que abarca tanto a la mente como al cuerpo: “como el alma es necesariamente conciente de sí misma por las ideas de las afecciones del cuerpo, se sigue que el alma es conciente de su conato”. Ya antes había señalado que “alma y cuerpo es una y la misma cosa”. Yo creo que la noción de conatus puede interpretarse como conciencia, en el sentido de un impulso o esfuerzo, basado tanto en el cuerpo como en el entorno social y natural, que nos hace darnos cuenta de nuestro yo y de nuestra identidad. Es en este esfuerzo donde reside la posibilidad del libre albedrío. En la cuarta parte de su Ética, dedicada a la esclavitud humana, Spinoza explica que el hombre libre es aquel que vive según el solo dictamen de la razón. Para impulsar el entendimiento y la razón sobre los afectos los hombres se apoyan en el conatus que conserva su identidad: “como este conato del alma con que el alma, en cuanto que razona, se esfuerza en conservar su ser, no es otra cosa que entender, ese esfuerzo por entender es el primero y único fundamento de su virtud”. Ciertamente, Spinoza cree que raramente los hombres viven bajo el dictado de la razón. Su impotencia y falta de libertad están determinadas por la ausencia de entendimiento y la debilidad de su conciencia. Pero no es imposible que puedan ser conducidos a vivir “bajo la guía de la razón, esto es, a que sean libres y gocen la vida de los bienaventurados”. Afirma que “el hombre que se guía por la razón es más libre en el Estado, donde vive según el común decreto, que en la soledad, donde solo se obedece a sí mismo”. Reconoce que la potencia humana es muy limitada y es superada por las fuerzas exteriores; hay que aceptar que somos parte de la naturaleza y que, si lo entendemos claramente, el mejor lado de lo humano –definido por la inteligencia– descansará en el orden natural: “en la medida en que entendemos correctamente estas cosas, el conato de la mejor parte de nuestro ser concuerda con el orden de toda la naturaleza”.
Al abordar este tema Spinoza ha invocado los grandes temas de la libertad moderna: razón, saber e identidad.
Fuente: Letras Libres
3 comentarios:
Es la paradoja de la libertad : no se trata de estar dterminados sino de ser consciente de nuestra determinación y esta distancia que marca la conciencia es la que nos permite decidir.
Me gustó como lo fraseaste: 'ser consciente de nuestra determinación', de nuestra naturaleza.
De todas maneras la cuestión es, en contra de Kant, de entender la paradoja de estar determinados y ser libres. Schopenahauer lo soluciona mal, inventándose un registro no fenómenico, el noumeno, a partir de uan mala lectura de Kant. Spinoza sigue siendo, me parece, el que lo soluciona mejor. Libre es el que es capaz de decidir y llevar a término su decisión. Decidir es el acto mental que realiza el que es capaz de distanciarse de sus condicionamentos. De esta manera la distancia permite verlos y al verlos los reestructuras : parece una nueva determinación que es libre cuando es capaz de traducirse en la extensión, es decir en un acto material.
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