Giorgio
Agamben
En 2006 la
editorial italiana Neri Pozza publicó una edición bilingüe de la Ética de Baruch Spinoza. Además del
texto latino y la traducción italiana de Gaetano Durante, incluye el siguiente
prefacio de Giorgio Agamben que resulta decisivo para rastrear el lugar central
de Spinoza en su filosofía, pero también para analizar la formación
terminológica de uno de sus conceptos más importantes: la inoperosità, donde se vislumbra que
el neologismo «inoperosidad» podría ser sustituido por una palabra más común en
lengua castellana: el descanso que, como desactivación del cansancio de las
obras, resulta más afirmativo que el simple reposo o, incluso, la pereza como
antítesis simple y pasiva de la actividad del trabajo.
De
la Ética hoy se encuentran disponibles en librerías varias traducciones
italianas, pero ninguna con el texto original latino para confrontarse. No
obstante, la filosofía tiene en común con la poesía el ligamen indisoluble y
casi «musaico» que la liga a la lengua original (sin importar si es materna o
adquirida). Y no solamente porque, como se ha dicho, la terminología —tan
importante en filosofía— es algo así como el momento poético del pensamiento,
sino también y sobre todo porque la operación que la filosofía lleva a cabo
incumbe en primer lugar al lenguaje, es un camino en la lengua, a través de la
lengua y hacia la lengua. Por esto leer la filosofía sin al menos la
posibilidad de la confrontación con el texto al frente es simplemente
imposible.
Es
desde esta perspectiva como tenemos que considerar el latín de Spinoza, en
apariencia tan dimitido y escolástico al que estudios recientes muestran
abarrotado de sintagmas terencianos — por consiguiente cómicos y de registro
bajo. Este latín no es de ninguna manera reducible a una lengua instrumental —
la lengua de los doctos europeos, ciertamente más accesible que el portugués
(quizá la lengua materna del filósofo, incluso si, en el Compendium
Hebraicae linguae, parece darle prioridad en los ejemplos al recurso del
ladino, el español hablado por los sefardíes) y que el holandés, también
utilizado por Spinoza en el Breve tratado. Gilles Deleuze comparó una
vez el latín de Spinoza con una «nave sin época», que sigue imperturbable el
río eterno e incomparablemente sereno de su pensamiento. No es así (Deleuze
mismo es quien lo sugiere). La lengua, en apariencia neutral, de la Ética
tiene una relación de absoluta intimidad con la operación de pensamiento que en
ella se lleva a cabo; operación de la lengua y operación del pensamiento no
son, en realidad, de ninguna manera discernibles. Pero ¿de qué operación se
trata?
Lo
que define la operación más propia del pensamiento de Spinoza, su gesto
característico, es que éste se asemeja singularmente a una inoperosidad, a un
desactivar, a un aquietar. Spinoza mismo llama a esta operación inoperosa acquiescentia
in se ipso y la define como «una alegría que nace del hecho de que el
hombre se contempla a sí mismo y su potencia de actuar». Se ha sugerido que
Spinoza podría haberse influenciado por Uriel da Costa, que a menudo usa el
adjetivo descansada[1] a
propósito del alma. Es más probable que en esta alegre contemplación de la
potencia propia haya que entender un eco de la menujá judía, del
descanso sabático de Dios luego de las obras de la creación. Ya Filón había
observado que la inoperosidad (anapausis, Pablo dirá katapausis o
sabbatismos) de Dios no significa simplemente inacción o apraxia, sino
que indica una forma particular del actuar. Y es sabido que, en la
interpretación rabínica, en el sábado se prohíben únicamente las obras
productivas: una obra de destrucción pura estaría permitida. La verdadera
fiesta no es inmovilidad y reposo; es, más bien, el gesto que desactiva y
vuelve inoperosas todas las obras de los hombres. Spinoza llama «contemplación
de la potencia» a una inoperosidad interna, por así decirlo, a la obra, una
praxis sui generis que consiste en el exponer y volver inoperosa toda
potencia de actuar y de hacer. Y esta inoperosidad, dice Spinoza, es la máxima
felicidad que la mente puede alcanzar.
¿Cómo
pensar, entonces, una acquiescentia in se ipsa de la lengua? Si
trasladamos a la lengua la definición spinoziana, tendremos aquí una lengua que
se contempla a sí misma y su potencia de decir. Una lengua en estado de menujá
y sabatismo, que vuelve inoperosas y expone festivamente todas sus
posibilidades de decir. El latín simple y escolástico de Spinoza (no por
casualidad una lengua ya no hablada, como el hebreo) es esta lengua que ya no quiere
decir nada, sino que contempla su potencia de decir. Como un templete en ruinas
perdido en un paisaje deshabitado, ella no parece dirigirse a nadie ni solicita
ser escuchada. Descansa en sí misma, beata.[2]
Por
esto Spinoza puede escribir —con una intención polémica y, al mismo tiempo,
irónica, de la que tal vez no se ha entendido todo su alcance— que la
«aquiescencia»[3] no se distingue de la gloria (re vera […] acquiescentia
a gloria non distinguitur). La «gloria» que está aquí en cuestión es el kabod
de la tradición judía, el terrible y deslumbrante esplendor que acompaña las
apariciones de yhwh en la Biblia. La
mente y la lengua en estado de aquiescencia son «gloriosas», pero se trata de
una gloria que ha perdido su carácter activo y tremendo y es ahora simplemente
la aureola imperceptible que muestra su inoperosidad. El latín de la Ética es esta gloria.
Descargado
de Artillería Inmanente.
Notas
1. Riposata, «reposada», en la nota de traducción de
Agamben. En castellano también se cuenta con el adjetivo «descansada», lo que
lo hace más exacto que riposata.
2. Beata o bienaventurada. El estado de
beatitud es para Spinoza idéntico a la suprema felicidad: el conocimiento de
Dios. Cf. capítulo 4 de la cuarta parte de la Ética.
3.
«Estar contento» es la traducción normalmente usada por los
traductores castellanos. La idea de una inoperosidad queda así anulada.
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