Valeria
N. Bula
Lordon,
Frédéric. Capitalisme, désir et servitude. Marx et Spinoza, Paris, La fabrique,
2010, 216 pp. [Capitalismo, deseo y
servidumbre. Marx y Spinoza, Buenos Aires, Tinta Limón, 2015, 176 pp.]
“Si la idea de progreso tiene un sentido… es orientarse ‘al
verdadero bien’”: “yo entiendo por esto una vida humana”, concluye en Capitalisme,
désir et servitude. Marx et Spinoza
[Capitalismo, deseo y servidumbre. Marx y Spinoza], Frédéric
Lordon. Con esta contundencia hacia la búsqueda de una vida humana, la presente
obra ofrece la ocasión de reflexionar acerca de la evolución del capitalismo a
partir de dos autores fundamentales como Marx y Spinoza. Desde un enfoque
sociológico --y no psicologizante-- y de manera muy pertinente, el autor propone
que la antropología de las pasiones de Spinoza, completa la teoría de las
relaciones binarias marxista del capital-trabajo y brinda una posible llave de
superación del capitalismo.
La obra de Lordon está articulada en tres partes: la
primera titulada “Hacer hacer” en la que explica cómo el empleador capitalista
tiene métodos muy particulares para hacer hacer, a través del dinero o interés
que es igual al deseo o el conatus spinozista y la estrategia
capitalista de alinearse a partir de este deseo de los asalariados en el
deseo-maestro, que es el deseo del capital. En la segunda parte, titulada
“Felices automóviles” reflexiona acerca de cómo el capital logró hacer mover
los cuerpos de los asalariados a través del deseo inculcado desde afuera; ese
deseo definido como una ephitumia es capitalista porque busca perseguir
la felicidad capitalista y no humana en el sentido en que se alinean a los
intereses materiales del capital. Y se pregunta si la sociedad capitalista no
es la primera en presentar un régimen de un conjunto de deseos y afectos a gran
escala. En la tercera, y última, parte cuyo título es “Dominación, Emancipación”,
siguiendo el Tratado político de
Spinoza, Lordon propone reconocer lo que denomina sociedad radiante y superar
la exodeterminación.
Lordon recuerda que Spinoza nombra conatus al
impulso por el cual cada cosa se esfuerza por persistir en su ser, es la fuerza
de existir. El ser es un ser de deseo, existir es desear y, en consecuencia,
activarse en la búsqueda de sus objetos de deseo, es el “hacer hacer” para
satisfacer los deseos del capitalista; así el conatus capitalista se
incrementa indefinidamente porque no encuentra resistencia. El empleador
capitalista tiene métodos muy particulares para “hacer hacer”: el dinero que
tiene intrínseco el valor de las cosas que se pueden obtener para subsistir biológicamente.
“La legitimidad de sus ‘ganas de hacer’ (del empresario)
no debe extenderse a las ganas de hacer hacer” (Lordon 2010: 19). Lordon
plantea el problema de las formas cuando el empresario tiene ganas de emprender
y se extiende a las ganas de “hacer hacer”, convirtiéndose en capturador de los
conatus de los
asalariados, los productos de la actividad común y el reconocimiento para sí
mismo, lo que bajo otras formas de participación política debería ser compartido.
Un deseo implica terceras fuerzas. Para la conformación de
una empresa es necesario entonces, expone Lordon, deshacer la idea de
“servidumbre voluntaria”. En este sentido Lordon rescata a La Boétie quien
rechaza esta idea de servidumbre voluntaria haciendo perder de vista la
servidumbre; no es que los hombres olvidarían que son miserables, sino que
ellos viven el descontento como un fatum. Así, recuerda La Boétie, las
sumisiones exitosas son aquellas que llegan a cortar en la imaginación de los
sumisos, los efectos tristes de la sumisión de la idea misma de la sumisión,
siempre susceptible de presentarse en la conciencia de hacer renacer los
proyectos de revuelta. Esta advertencia laboeciana es útil y Lordon la toma
para pensar la servidumbre capitalista y medir su profundidad en lo que ya no
sorprende: que algunos hombres llamados patrones pueden arrastrar a otros
muchos a entrar en su deseo y a activarse por y para ellos. De esta manera, la
relación de dominación salarial como captura de un cierto deseo, el de la
subsistencia material-biológica, pone al desnudo el principio real de la esclavitud.
Como son las estructuras sociales de las relaciones de producción capitalistas,
en el caso salarial, las que configuran los deseos y predeterminan las
estrategias para alcanzarlas, ninguna servidumbre es voluntaria porque los
objetos a desear le vienen designados desde afuera como deseo bajo las
estructuras de la heteronimia material.
Bien recordaba Spinoza que no hay una voluntad autónoma,
un control soberano o de libre autodeterminación, pues el ser humano no ha
llegado al estadio de la razón sino que se rige por las pasiones. Si bien el
individuo-sujeto se cree con libre albedrío y autonomía de voluntad, su deseo
está contraído por el encuentro de recuerdos y asociaciones y es a partir de
estos que Spinoza nombra a las afecciones en la que la vida pasional se impone
al hombre y está encadenada al azar de los encuentros alegrantes o
entristecedores. La salida de las relaciones sociales del capitalismo marxista,
explica Lordon, no suprime la servidumbre pasional y no libera de la violencia
desordenada del deseo y de los esfuerzos de poder. Y es la división del
trabajo, término marxista pero que Spinoza apoyaba, como una división propicia
para el ser humano porque no hay nada más útil al hombre que el hombre y los
invita a interactuar; aquí la importancia de las pasiones, porque los hombres
entran en la sociedad desigualmente armados en la composición del poder y
entonces, en un sentido bourdiano, desigualmente deseantes.
El autor propone tres etapas históricas del desarrollo capitalista:
la época de la indigencia o el “aguijón del hambre”, la fordista o consumo y la
neoliberal o la etapa de “felicidad”. “El primer régimen de movilización por ‘el
aguijón del hambre’ que Marx estudió y que es el hueso del deseo base de la
reproducción material-biológica, cedió lugar al régimen fordista de la
movilización por la alineación mercantil feliz y el amplio acceso al consumo.
Todo hace creer que este régimen conoce una mutación de los métodos empresariales
del enrolamiento y sus susceptibilidades afectivas que son capaces de explotar”
(Lordon 2010: 53). “El aguijón del hambre” o la promesa del consumo a gran
escala fueron los dos primeros mecanismos de producción de alineamiento de los conatus
enrolados sobre el vector del conatus patronal capitalista, pero
parece que estos dos primeros no fueron suficientes para el apetito capitalista
y para su perpetuación pues ha cambiado de método pero la empresa neoliberal
contemporánea continúa lanzándose al infinito de acciones y a la conquista del
deseo del asalariado, es decir, a diferencia del “aguijón del hambre” que
tomaba las fuerzas de trabajo por vías de la coerción o por afectos tristes,
ahora se produce una sumisión espectacular de la interioridad de los
individuos, a la manera de la Iglesia católica, que tomaba el control de la
plena construcción de subjetividades. En este sentido, Lordon considera a la
empresa como totalitarista, y se pregunta si el totalitarismo no es el último estadio
del capitalismo, por su intento neoliberal y unilateral de la posesión entera
de las pasiones de las almas: se pasó de las afecciones tristes, de la coerción
al “consentimiento”, a través de las “alegrías” que ofrece/inyecta el
capitalista.
En este sentido las empresas neoliberales encontraron que,
a través de los afectos, se puede manipular y llegar a los fines de acumulación
del capital y, más precisamente, a través del afecto felicidad, se puede
convertir a los individuos en naranjas mecánicas totalmente coalineadas a los
deseos del patrón y deseosas de determinados “bienes”. De hecho, el coaching o el Management son los ejemplos supremos de normalización capitalista
que prometen “realización en el trabajo” y “realización de sí” y a los cuales los
asalariados a veces parecen darles la razón; para presentarse como una
actualización de la servidumbre voluntaria.
Lordon muestra cómo estos programas alineadores de
afectos se asimilan a los deseos de la empresa capitalista. “Los afectos no
tienen nada de subjetivo: son objetivamente causados y producen objetivamente
los movimientos del conatus –como su propósito” (Lordon 2010: 188). Como
plantea Lordon, a partir de Spinoza, la sociedad capitalista se convirtió en
una sociedad de afectos, los afectos son los principios estructurantes de este
nuevo antagonismo capital-trabajo. Hay una repurificación, así, demuestra Lordon,
de la situación de clase porque sus contornos y periferia se convirtieron en
imprecisos: el esquema binario de clases marxista no había sufrido la
emergencia histórica de los ejecutivos, raros asalariados “felices” que se
encuentran simbólicamente del lado del capital y materialmente del lado del
trabajo. Cada vez hay más homogeneidad en este sentido de clases, porque los
límites se resquebrajaron, lo que existe entonces es una sociedad de tristes o
felices, y en los tristes o descontentos está la llave para poner la historia en
marcha. Del antagonismo capital-trabajo se pasó a uno de felices-tristes.
Lordon postula que el afecto descontento, es decir todos los
descontentos/indignados del mundo, es la clave para la evolución hacia una
“vida de concordia”.
A lo largo de toda la obra, Lordon recorre y expone entonces
cómo en la conjunción del deseo de uno, el poder de actuar de los otros y las
emociones producidas por las estructuras de las relaciones de salarios que
determinan su encuentro, es el lugar donde la antropología espinozista de las
pasiones cruza la teoría marxista del asalariado ofreciendo repensar, resuelve el
autor, la explotación y alienación, es decir, rediscutir el capitalismo.
En la última parte el autor propone una recomuna como una
nueva forma social de producción, como instancia superadora de la democracia
ineficiente. En efecto Spinoza identifica a todos los hechos de poder, como
captura, en el poder inmanente de la multitud.
De hecho rescata que Spinoza fue quien mejor definió al
comunismo verdadero: “La explotación pasional llega a su fin cuando los hombres
saben dirigir sus deseos comunes --y formar empresas pero empresas comunistas--
hacia objetos que no son más materia de captura unilateral, es decir cuando
comprendan que el verdadero bien es aquel en el que hay que desear que los
otros posean al mismo tiempo que uno. La razón es querer ser más numerosos a
poseer porque los hombres en tanto que viven bajo la conducta de la razón son
supremamente útiles a los hombres” (Lordon 2010: 196). En este sentido, el
capitalismo se encuentra en tierras del comunismo. Así, para cortar con la
explotación pasional, no basta solo con salir de estas relaciones de dominación
entre capital-trabajo propuesta por Marx, sino que hay que desbaratar el deseo
del deseo-maestro, es decir, entrar en una verdadera emancipación donde el ser
humano se pueda expresar mediante la razón, esto es utilizar su propio poder, y
no ser exodeterminados y guiarse a través de meros afectos.
El verdadero bien que se posee es el de la vida humana,
es por esto que la verdadera figura que es necesario superar es la del deseo-maestro,
es decir, permitir el “florecimiento de sí como condición del libre
florecimiento de todos, como verdadero medio para salvar la emancipación”.
(Lordon 2010: 198). Es imperante entonces --finaliza Lordon-- si se quiere salir
de la coerción violenta que nos propone la sociedad capitalista (siguiendo el Tratado político de Spinoza), “reconocer
a la sociedad radiante y pensar así cómo maximizar las efectuaciones de
nuestros propios poderes de actuar y pensar” (Lordon 2010: 200).
Bula, Valeria N. (2014). “La sumisión de la interioridad
en el capitalismo neoliberal” en Revista Latinoamericana de
Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad - RELACES, N°15. Año 6. Agosto - Noviembre 2014.
Córdoba. pp. 114-116. http://www.relaces.com.ar/index.php/relaces/article/view/328
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