Vittorio Morfino
El
propósito de esta intervención es analizar un elemento de la teoría negriniana
que ha adquirido una gran importancia en el debate filosófico-político
contemporáneo: el concepto de multitud. Sin embargo, mi análisis no abordará
–como quizá se podría esperar-- la importante trilogía divulgativa de Negri y Michael
Hardt (Imperio, Multitud, Común), sino su emergencia en
aquél período –en mi opinión crucial desde el punto de vista teórico-- que va
desde la Anomalía salvaje hasta el Poder constituyente.
Aunque
tenga una larga historia en la tradición occidental, el lector contemporáneo
difícilmente podría disociar el término Multitudo de la filosofía
spinoziana. Sin embargo, si tomamos en consideración la literatura sobre Spinoza anterior a 1981 no encontramos referencias a este término como un concepto fundamental
de la teoría política spinoziana. El salto lo produjo un gran libro de Negri,
la Anomalía salvaje. Ensayo sobre poder y potencia en Baruch Spinoza,
escrito en Rebibbia en el período de prisión. El libro, extremadamente denso y
complejo, propone tres grandes tesis interpretativas:
1)
La filosofía de Spinoza es una anomalía respecto de la sociedad holandesa del
siglo XVII que, a su vez, representa una anomalía respecto al horizonte mercantilista
y absolutista del siglo XVII.
2)
El pensamiento de Spinoza tiene una evolución precisa desde una primera fase
panteísta (a la que Negri llama “primera fundación” y que se localizaría en las
dos primeras partes de la Ética), atravesando una fase de crisis (el Tratado
teológico-político) hasta una segunda fase materialista (la “segunda
fundación”, localizable en las partes tercera y cuarta de la Ética y en
el Tratado político) en la que propiamente consiste la anomalía
spinoziana.
3)
La verdadera política de Spinoza se encuentra en su metafísica, más en general,
la verdadera política del siglo XVII se encuentra en la metafísica (1).
La
intersección de las tres tesis hace para Negri visible la importancia inaudita
del concepto de Multitudo. Éste, emerge como concepto (no como término)
en el segundo Spinoza, el Spinoza materialista, y se convierte en el centro de
la última obra incompleta, el Tratado político.
Pero
vayamos al primer acercamiento al término “multitud” en el texto de Negri, en
la Anomalía salvaje. Estamos en el comentario del principio de la
tercera parte de la Ética, en la definición de la esencia del hombre
como inmediatamente social:
“La
determinación materialista –escribe Negri-- del proceso constitutivo […] es
caracterizada desde esta ulterior modalidad: el colectivo, la multitud. Desde
el punto de vista histórico, la ruptura con el rígido individualismo de las
concepciones generalmente difundidas en el pensamiento del siglo XVII, y en
particular con la hobbesiana, se hace total. Desde el punto de vista
sistemático, la determinación spinoziana del colectivo tiene efectos poderosos:
permite que la concepción de la potencia se desarrolle verdaderamente de manera
integral” (2).
El
individuo no es anterior a la multitud, ya que sólo puede ser pensado en su
seno. En esta concepción de la naturaleza y de la esencia del hombre como
colectivo, como multitud, Negri ve la gran ruptura con la tradición
individualista y en particular con Hobbes (“Spinoza es el anti-Hobbes por
excelencia”) (3). El plano de inmanencia constituido en la segunda fundación
materialista es un plano colectivo, y el nombre de este plano colectivo es
multitud. Pero no sólo; en el pasaje de Negri que hemos citado se unen por
primera vez los dos términos fundamentales de su interpretación: multitud y
potencia. La potencia es siempre potencia de la multitud, multitudinis potentia.
Inmediatamente
Negri diseña una tradición, un pasado y un futuro, para esta multitudinis
potentia.
“[…]
Spinoza permanece totalmente en el absoluto de la fuerza productiva, al igual
que Maquiavelo en el absoluto de la identidad social de lo político, como Marx
en el antagonismo que funda el proceso revolucionario del comunismo: no para
distinguirse vanamente; más bien para indicar –Maquiavelo, Spinoza, Marx- la
unidad del proyecto humano de liberación” (4).
Negri
habla aquí por primera vez de la línea Maquiavelo-Spinoza-Marx que atraviesa la
modernidad, la línea del proyecto humano de liberación, contra la línea del
poder, la línea Hobbes-Rousseau-Hegel; la línea de la potencia contra la línea
del poder.
Tomemos
ahora el análisis que Negri propone de la tercera y cuarta partes de la Ética,
esto es, del horizonte materialista de la segunda fundación. Negri las lee como
“[…] una fenomenología de la praxis colectiva […]” (5) en la que “[…] el
antagonismo multiplica, en todas las dimensiones debidas, la exuberante expansividad
del ser constituyente” (6). Por eso “el ser que se constituye, en Spinoza, es
una realidad explosiva” (7), y además:
“No
hay alternativa entre el pleno y el vacío, como no hay en Spinoza alternativa
entre ser y no ser: ni siquiera hay, en fin –y esto es determinante-- una simple concepción de lo posible como mediación
entre lo positivo y lo negativo. Hay sólo la plenitud constitutiva del ser
frente a la inconcebible metafísica y ética del vacío, del no ser y de lo
posible mismo. La emoción y el asombro filosófico que experimenta el
pensamiento humano en el límite del ser, en Spinoza, se lanza sobre el ser
constructivo, sobre la infinita potencia: no necesitamos del ser solicitado por
la ignorancia sino que vivimos del saber y de la fuerza constructiva de la
esencia humana” (8).
De
ahí se sigue que “el horizonte de la potencia es el único horizonte metafísico
posible” (9).
Lo
que Negri ve pensado en Spinoza es un ser que se expande, un ser pleno, en el
que la potencia no es una posibilidad sino acto, trama colectiva.
Tomemos
ahora un pasaje decisivo para comprender la lectura negriniana:
“El
infinito –escribe-- es […] organización de la liberación humana: se da como
potencia en la prospectiva de la liberación humana […]” (10).
El
infinito como potencia de la liberación humana. Encontramos aquí un punto
crucial, capital. El concepto spinoziano de potencia es negación de cualquier telos,
de cualquier forma de finalidad. La potencia no es la dynamis aristotélica,
un tender hacia una forma, un aún no que posee ya en germen la forma que será, actuosa
potentia. Por el contrario, Negri afirma explícitamente la potencia como telos.
El problema es comprender el significado de esta afirmación negriniana y en
este sentido se hace fundamental la cuestión de la temporalidad. Para entender
la interpretación negriniana es necesario comprender cómo Negri articula los
conceptos de potencia, telos y tiempo.
Negri
nos presenta la dimensión del tiempo en el comentario a la parte final de la
cuarta parte de la Etica.
“La
liberación se ha hecho libertad. El proceso se inspira en el resultado. El
infinito no es organizado como objeto sino como sujeto. La libertad es el infinito.
Cada trámite metafísico hacia la libertad se ha resuelto en la decisión
constitutiva de la libertad. Toda la serie de las condiciones sobre las que se
ha construido el mundo vienen dadas ahora como presencia. Presencia refundadora
de la acción. […] El tiempo se ha disuelto como dimensión que secuestra la vida
y se disuelve en la ilusión. Nunca como aquí ha estado lejos el barroco. El
tiempo se extiende en esperanza. La prisión del mundo se ha roto en sus
cancelas y en sus dispositivos de cierre. El mundo es un presente plano,
predispuesto y preparado para acoger la tensión futura, plena, proyectual, del
ser ético” (11).
El
ser es definido como sustancialidad de todo lo que la subjetividad construye
proyectualmente: “una subjetividad compacta y plena, como lo es el ser
sustancial, recuperado y reconstruido dentro de la proyectualidad (12).
Es
evidente que la relación entre potentia, telos y tiempo no es
pensada por Negri en el horizonte clásico de una filosofía de la historia, que
él critica explícitamente. Sin embargo no es fácil comprender cómo articula en positivo
estos conceptos. Intentemos disponer ante nosotros los elementos. Encontramos
en el análisis de Negri dos diferentes formas de temporalidad:
1)
el tiempo que secuestra la vida, que la aprisiona, que la disuelve en la
ilusión;
2)
el tiempo de la esperanza, de la vida, de la potencia del futuro.
El
primero es vacío, el segundo pleno: es el presente de la práctica colectiva.
Evidentemente, en el análisis de Negri esto está implícito. De manera explícita
Negri afirma que no hay en la Ética una analítica del tiempo, pero que,
si debiéramos imaginarla, sería “una filosofía del futuro” (13). En cambio, hay
una analítica del tiempo en la última obra de Spinoza, el Tratado político,
aunque sólo sea implícitamente:
“La
libre necesidad es la actualidad del proceso constitutivo que se hace explícita
como potencia ontológica dinámicamente alcanzada […] casi se estaría tentado de
hablar de una nueva fundación ontológica del proyecto. Pero sería algo
extrínseco. Estamos sólo frente a una extensión temática de la segunda
fundación. ¿Podemos decir entonces que, dentro de ésta extensión, Spinoza afronta
por primera vez una metafísica del tiempo, después de haber desarrollado tan
ampliamente una analítica del espacio? La cosa parece evidente, la potencia
constitutiva o expresiva del ser pide al tiempo que se cualifique como esencia real.
[…] La constitución de lo real, en su fuerza y en su dinámica, comprende el
tiempo como dimensión implícita de lo real. Duración y eternidad se funden en
la libre necesidad” (14).
Esta
es la determinación de la potentia multitudinis. La potentia
multitudinis es contra el poder, aunque sólo ella funde el poder. Y aquí
aparecen nuevamente dos formas de temporalidad:
1)
el tiempo de la potentia multitudinis, tiempo pleno de la libre
necesidad, tiempo de la praxis colectiva, de la fusión de duración y eternidad;
2)
el tiempo del poder, un tiempo vacío, existente pero sin realidad.
ISBN:
1885-477X YOUKALI, 13 página 71 MISCELÁNEA
Dado
este cuadro, se comprende por qué Negri afirma que los capítulos del Tratado
político sobre la monarquía y la aristocracia son contradictorios con la necesidad
constitutiva: sólo la democracia puede verdaderamente identificarse con ella;
el ser que se construye colectivamente es un ser intrínsecamente democrático.
La
conclusión del libro vuelve sobre la cuestión del tiempo y es un pasaje
fundamental para comprender toda la interpretación de Negri:
“El
poder es contingencia. El proceso del ser, el afirmarse siempre más completo de
la potencia subjetiva, la construcción de la necesidad del ser, socaban la base
del poder, para demolerlo. El poder es superstición, organización del miedo, no
ser: la potencia se le opone construyéndose colectivamente” (15).
Por
lo tanto, la filosofía de Spinoza, según Negri, es una metafísica del tiempo
como constitución; no aún una filosofía del devenir, una filosofía de la
historia como será pensada en los siglos siguientes, sino una filosofía del
futuro. ¿Qué significa eso? La respuesta de Negri consiste en pensar la
transición a un mayor grado de perfección no en términos históricos sino ontológicos.
Vamos
a detenernos y resumir. Las dos formas de temporalidad que hemos identificado
en el discurso negriniano pueden ser redefinidas del modo siguiente:
1)
el tiempo de la historia, que es el tiempo del poder;
2)
el tiempo de la ontología, del ser, de la praxis colectiva.
¿Qué
relación subsiste entre estas dos formas de temporalidad? La segunda funda a la
primera, la potentia multitudinis funda el poder, y esto es subrayado por
Negri (16), pero al mismo tiempo son dos realidades separadas. Se da una
transición ontológica que no es transición histórica, no es un crecer del ser a
través del tiempo según un modelo geschichtsphilosophisch. En la lectura
de Negri, la ontología es un eterno presente y, por lo tanto, la transición en
el interior de la praxis constitutiva de la multitud es en el presente, pero,
por paradójico que pueda parecer, no es en la historia. Propongo aquí denominar
a este específico paso teórico negriniano –paso, en realidad, constitutivo de
su pensamiento-- desarticulación de ontología e historia.
En
Spinoza subversivo, una recopilación de 5 artículos escritos en los años
ochenta, después de la Anomalía salvaje, durante el exilio parisino, encontramos
la misma ambivalencia en la relación entre multitud y poder. En particular en
el primer texto dedicado al Tratado político, “El Tratado político,
o la fundación de la democracia moderna”, Negri insiste sobre la relación de
fundación:
“La
democracia que teoriza Spinoza, como conclusión sistemática de su metafísica en
el Tratado político, no es una democracia que cubra y mistifique las
relaciones de producción y que legitime las relaciones políticas existentes --sino
que es una democracia que funda un hacer colectivo en el desarrollo de las
potencias individuales y que, con ese hacer colectivo, construye relaciones
políticas y libera inmediatamente de la esclavitud de las relaciones de
producción. Formando el mundo, la potencia de los individuos forma también el
mundo social y político. No es necesario alienar esa potencia para construir lo
colectivo –lo colectivo y el Estado se constituyen sobre el desarrollo de las
potencias-. La democracia es la fundación de lo político” (17).
Al
mismo tiempo encontramos eso que hemos propuesto denominar “desarticulación de
ontología e historia”. En el segundo texto dedicado al Tratado político,
“Reliqua Desiderantur. Conjetura para una definición del concepto de
democracia en el último Spinoza”, la democracia no aparece como una forma política,
como una forma histórica del poder, sino como una epifanía inmediata de la potentia
multitudinis: la multitud es el sujeto de una acción colectiva, la
democracia absoluta, imperium omnimo absolutum; no una forma histórica,
por tanto, sino ontológica, que, si alguna vez ha aparecido en la escena de la
historia, ha sido en los breves días de la Comuna de París:
“La
concepción del magistrado y de la magistratura es […] en Spinoza absolutamente
unitaria. No se excluyen funciones de control y de equilibrio, pero éstas no
derivan de una condición constitucional del poder aplastada o dialéctica. Estas
funciones pueden ser, por el contrario, figuras del expresarse de la potencia
constitutiva, fragmentos y versiones de la tensión unitaria del sistema. En ella,
del mismo modo que todo súbdito es ciudadano, todo ciudadano es magistrado” (18).
Pero,
a propósito de eso que hemos llamado “desarticulación de ontología e historia”,
es interesante leer la primera página del ensayo que abre el libro. “Spinoza:
cinco razones para su actualidad”; una página, en este sentido, sorprendente:
“En
la historia de la práctica colectiva hay momentos en los que el ser se coloca
más allá del devenir. La actualidad de Spinoza consiste ante todo en
esto: el ser no quiere someterse a un devenir que no detenta la verdad. La
verdad se dice del ser, la verdad es revolucionaria, el ser es ya revolución. […]
El devenir manifiesta su falsedad frente a la verdad de nuestro ser
revolucionario. Así, pues, no es casual que hoy el devenir quiera destruir el
ser y suprimir su verdad. El devenir quiere aniquilar la revolución” (19).
Frente
a la derrota histórica del movimiento obrero, Negri sitúa la revolución más
allá del devenir, más allá de la historia. Plantea el desafío en el plano
ontológico, a través de un parmenidismo de la revolución (si se me permite el
oxímoron), que desvincula, desarticula, la praxis colectiva del devenir (que Negri
identifica siempre con “desarrollo dialéctico”, mediación y, por tanto,
reformismo y falsificación de la revolución) y la sitúa en el eterno presente
de la ontología.
Tomemos
finalmente en consideración el Poder constituyente. Ensayo sobre las
alternativas de lo moderno, publicado en 1992, donde encontramos el par conceptual
potentia-poder de la Anomalía salvaje transfigurado en la forma
del par poder constituyente-poder constituido: el terreno no es aquí el de la
metafísica del siglo XVII, sino el de la ciencia jurídica del XX. El libro
arranca de una crítica de la paradoja de la doctrina jurídica según la cual el
poder constituyente viene de la nada, no es legitimado por otros poderes, funda
todo el poder y todo el derecho para entonces garantizar su propia
desaparición: la ciencia jurídica cree, de hecho, que el poder constituyente no
puede funcionar como un poder excepcional de modo permanente sino que debe
empezar a funcionar de manera normal, esto es, hacerse poder constituido. Negri,
por el contrario, concibe el poder constituyente como la fuente omnipotente y expansiva
que produce las normas constitucionales; por su propia naturaleza, potencia
rebelde a cualquier forma de integración total. El autor fundamental para
comprender de manera correcta el concepto de poder constituyente es Spinoza,
ausente de la historia del poder constituyente y, sin embargo, omnipresente:
“[…]
la filosofía de Spinoza permite fijar un primer esquema del concepto de poder
constituyente y salvaguardarlo de malas comprensiones y de mistificaciones.
Porque el esfuerzo por pensar ‘una causalidad que dé cuenta de la eficacia del Todo
sobre sus partes y de la acción de las partes sobre el Todo’ hace de Spinoza
‘el único o casi el único testigo’ del pensamiento de ‘un Todo sin cierre’, de
un poder constituyente sin limitaciones” (20).
La
referencia de este pasaje-clave es el Althusser de Elementos de autocrítica,
cuya referencia a Spinoza, mediante el concepto de totalidad sin cierre, debía servir
para distanciarse del concepto hegeliano de totalidad, expresiva y teleológica
y, por lo tanto, cerrada. Sin embargo, la referencia a Althusser no nos debe
distraer. Es aquí interesante entender el uso que Negri está haciendo de ello,
es decir, entender cómo entra en su estrategia teórica la cita de Althusser.
Evidentemente, el todo sin cierre no es en Negri una estructura o, mejor, una
estructura de estructuras, una compleja red de relaciones, como en Althusser,
sino un sujeto. Un sujeto que, en cuanto totalidad sin cierre, no puede ser
identificado ni con la nación ni con el pueblo. El sujeto del poder
constituyente o, mejor, el sujeto que el poder constituyente es, es la multitud
spinoziana. Mejor aún: entre Maquiavelo, Spinoza y Marx se define la dinámica del
poder constituyente:
“Ese
absoluto que ve al mismo tiempo constituirse lo social y lo político, no tiene
nada que ver con el totalitarismo. Una vez más, por lo tanto, la filosofía política
encuentra en la metafísica su dignidad y sus distinciones –de un lado la
metafísica idealista que entre Hobbes y Hegel produce una concepción
trascendental de la soberanía, del otro el materialismo histórico que
desarrolla una concepción radical de la democracia, de Maquiavelo a Spinoza, a
Marx. En este cuadro es evidente que lo opuesto de la democracia no es el
totalitarismo sino el concepto mismo de soberanía, y que el concepto de
democracia no es una subespecie del liberalismo o una subcategoría del
constitucionalismo sino una ‘forma de gubernamentalidad’ que tiende a la
extinción del poder constituido, un proceso de transición que libera poder
constituyente, un proceso de racionalización que ‘desvela el enigma de todas
las constituciones’” (21).
Es
aquí decisivo comprender qué forma de temporalidad es la propia de este sujeto.
A este propósito escribe Negri:
“Por
tanto, ese sujeto nuestro es y sólo puede ser un sujeto temporal, una potencia
constituida temporal” (22).
¿Qué
es, entonces, este poder constituyente que Negri traslada del terreno jurídico
al terreno de la ontología? En el curso del texto, Negri ofrece una serie de
respuestas.
1)
El poder constituyente es el comunismo. ¿En qué sentido? En el sentido de un
célebre pasaje de la Ideología alemana en el que se afirma que “el
comunismo no es un ideal a realizar sino el movimiento real que destruye el
estado presente de las cosas”. Esta formulación, el mismo Negri lo reconoce,
mantiene residuos idealistas que serán eliminados en los estudios históricos,
en particular en el escrito sobre la Comuna de París, donde según Negri se
produce la síntesis de un sujeto histórico y de un procedimiento absoluto.
2)
El poder constituyente es democracia absoluta. Aquí la referencia es,
evidentemente, al imperium omnimo absolutum del Tratado político.
3)
Finalmente, el poder constituyente es revolución.
Comunismo, democracia, revolución. De nuevo, como en la Anomalía
salvaje, estamos en presencia de dos formas de temporalidad:
1)
El tiempo de la ontología es el pleno, transparente, y el pleno de las
inexorables expansiones de la cupiditas, del egoísmo a la generosidad y
de la generosidad al amor:
“En
Spinoza –escribe Negri-- la cupiditas, socializándose, cambia el signo
de la existencia e impone la generosidad al egoísmo, impone el amor a la
generosidad – un amor que es la clave misma del mundo, de su progresivo
expandirse de la naturaleza a la civilidad” (23).
Este
proceso expansivo coincide con el manifestarse de un dios vivo democrático:
“Spinoza
recupera y profundiza la definición maquiaveliana, transfiriendo su figura
sobre el horizonte de la gran metafísica. La trama de la constitución de lo
político se sostiene aquí en la irresistible y progresiva expansión de la cupiditas,
como forma determinante del constituirse social, determinada en la formación de
las instituciones políticas como resultante del entramado de la multitud de las
singularidades, sobrepasada y exaltada por la absolutez de la síntesis
democrática, como momento de plena compenetración de la voluntad de todos y de
la soberanía. Este proceso es siempre constituyente, pero también siempre con
flictivo –la potencia es, al mismo tiempo incontenible y aleatoria, el proceso
es siempre recompuesto y siempre roto hacia delante por una cupiditas que
se hace pasión de la sociedad y soberanía y después redunda, como amor que
constituye en la multiplicidad la imagen misma del dios vivo. Un dios vivo democrático.
La potencia de la multitud, los grados diversos de una cupiditas constitutiva,
la transformación de esta densidad y complejidad de los procesos en la unión y en
el amor son por lo tanto las determinaciones que constituyen siempre nuevo ser
social” (24).
2)
El tiempo de la historia que, en cambio, es un tiempo opaco, el tiempo del
poder, del dominio, de la explotación.
Sin
embargo, respecto de las dos obras que hemos considerado previamente, aparece
algo novedoso en la relación que Negri instituye entre las dos formas de
temporalidad. Ciertamente, la potentia multitudinis funda el poder
continuamente en una especie de creación continua secularizada; sin embargo no
está más allá del devenir sino que aparece en la escena de la historia de modo
instantáneo.
Entonces,
la cuestión fundamental es: ¿por qué el todo sin cierre se manifiesta en un
plano histórico sólo en la forma del instante, si a nivel ontológico se despliega
de modo pleno? En la tradición marxista teníamos dos respuestas clásicas a
propósito de la relación temporal entre totalidad y sujeto:
1)
La respuesta de Althusser, según la cual la totalidad no puede ya hacerse
sujeto (ejemplificada en la famosa categoría de “proceso sin sujeto”)
2)
La respuesta del Lukács de Historia y conciencia de clase que, guiado
por una sintaxis hegeliana piensa el devenir sujeto de la totalidad como un proceso
histórico teleológicamente orientado (esto es, la estructura se hace sujeto
porque era ya sujeto ab origine).
¿Cuál
es la respuesta de Negri? La encontramos en la última página del libro:
“Aquello
político del pasado que había hecho del poder constituido su única trama se
muestra a nuestros ojos como dimensión podrida y al tiempo cruel. El tiempo de
lo político parece absolutamente opaco. Sin embargo, está atravesado por el
proceso continuo de la potencia de la multitud. De cuando en cuando este
movimiento sale a la luz. La materialidad metafísica del poder constituyente se
manifiesta en enormes incendios que iluminan de multitud las plazas de los
imperios que se desmoronan. Entre 1968 y 1989, nuestras generaciones han visto
el amor por el tiempo oponerse a todas y cada una de las manifestaciones del
ser para la muerte. El movimiento de la multitud ha expresado en todas partes
su potencia con una fuerza tan extraordinaria que no puede pensarse como
eventual excepcionalidad sino como necesidad ontológica” (25).
Para
resumir: la potentia multitudinis funda lo político, lo recrea instante
por instante; y sin embargo el tiempo de lo político permanece opaco,
impenetrable para la luz de esta potencia salvo en la forma instantánea del
incendio. Aquí Negri rearticula ontología e historia: por una parte está la
instantaneidad del tiempo de la multitud, el tiempo del incendio, el tiempo,
por utilizar las palabras de Derrida, de una escatología sin teleología, el
tiempo de Pablo que viene como un ladrón en la noche, el Jetztzeit benjaminiano;
por otro lado hay acumulación, progreso. Aquél irrumpir instantáneo y puntual
no está privado de un telos. Los incendios de la modernidad diseñan un
camino:
“El
concepto de constitución republicana, luego democrática, luego socialista, se
repropone sin cesar como intento de fundar un “político” que intenta
estabilizar su legitimidad sobre el poder constituyente de lo “social” y sobre
los antagonismos que están en él presentes. Pero la continuidad, esta
continuidad, es también negativa. En cada paso este proyecto fracasa:
Maquiavelo lo problematiza genialmente y propone una solución utópica.
Harrington y los republicanos ingleses prueban una solución en términos de
contrapoder político de los productores –solución ineficaz que será
neutralizada con un simple salto adelante del sistema productivo-; los
constitucionalistas americanos, mediante un astuto trabajo, clausuran las
contradicciones del espacio político con una máquina jurídica tan sofisticada
como manipulable y pronto distorsionada en cuanto Jefferson y la “libertad de
la frontera” se convierten en mistificación política y en proyecto
imperialista. Los revolucionarios franceses agotan en el terrorismo el desgarro
de la aceleración temporal que había traído del terreno de la emancipación del
ciudadano al de la liberación del trabajo. Los bolcheviques, finalmente,
realizan el salto mortal de exagerar el poder del Estado para afirmar la
libertad de la sociedad. Y sin embargo, también en los fracasos, se afirma el
diseño de racionalidad que la revolución renacentista había propuesto como
trama de lo político – y como en un proceso de acumulación ontológica que está detrás
de y se prolonga a través de cada una de estas experiencias y de cada uno de
estos fracasos, el concepto y la práctica del poder constituyente se ensanchan
e imprimen al desarrollo del poder constituyente una especie de
irreversibilidad tendencial” (26).
A
primera vista, la temporalidad parecería ser pensada según el esquema hegeliano
de la inmensa potencia de lo negativo. Hay sin embargo una diferencia que
reconduce a aquella desarticulación de ontología e historia que hemos
encontrado en la Anomalía salvaje: en las irrupciones revolucionarias, en
los incendios, no hay acumulación histórica, sino ontológica. Se produce una
acumulación de la potentia multitudinis en el plano de la ontología,
pero no en el plano del devenir histórico. Mariana Gainza sugiere que Negri
parece reproponer la interpretación hegeliana de Spinoza según la cual en esas irrupciones
no habría historia, y el desarrollo temporal existiría sólo para la
imaginación, dándole la vuelta en positivo, haciendo de la presencia ontológica
de la potencia de la multitud la única presencia real y del devenir histórico
una especie de presencia fantasmática (27).
La
cuestión fundamental me parece esta: ¿por qué el “Todo sin cierre”, el todo
abierto de la potentia multitudinis deviene sujeto sólo de modo
instantáneo? ¿Por qué estructura y sujeto no se identifican? La respuesta me
parece contenida en el concepto spinoziano de Multitudo y en la mala
comprensión del mismo por parte de Negri. La Multitudo no es un pleno,
no es un presente como piensa Negri (y, dicho sea de paso, en la tradición
occidental, la presencia es la metáfora temporal del espíritu). La multitud es una
red compleja de relaciones, una textura en sentido lucreciano o, en
términos rigurosamente spinozianos, una connexio de cuerpos, trazas,
imágenes, ideas, palabras, prácticas, pasiones, hábitos, dispositivos, aparatos,
instituciones, conflictos (28) y resistencias, una connexio respecto de
la cual poder, ideología y violencia no son lo otro, la forma vacía que la aprisiona,
sino la forma misma de la necesidad de su interconexión. En este sentido me
parece que eso que hemos llamado desarticulación de ontología e historia
produce un cortocircuito entre ontología y política en el sentido de que la política
es sustituida por la ontología, la historia de la Comuna por su mito, hipostasiado
como modelo intemporal.
Respecto
de la posición negriniana es preciso subrayar que la multitud es una carta que
no puede ser jugada dos veces: una vez que su potencia es situada a la base del
orden existente (“el tiempo de lo político […] está atravesado por el proceso
continuo de la potencia de la multitud”) no podemos decir que este orden no es
nada disociado imaginariamente de esta potencia, produciendo, otra vez
imaginariamente, otro orden que toma la forma, precisamente en cuanto
imaginario, de un triunfo báquico.
El
problema estriba ahora precisamente en concebir la temporalidad de la multitud
en la forma de la presencia. La temporalidad de la multitud debe ser más bien
definida como una interconexión de tiempos y de ritmos, en la forma de una
temporalidad plural, de una contemporaneidad imposible, si se la quiere pensar
a la altura de su lectura como ontología de la relación, como transindividual.
Quiero decir que la ontología no es un lugar distinto a la historia, no está
dotada de otra forma de temporalidad (eterno presente versus filosofía
de la historia), es el mismo lugar, la misma compleja interconexión temporal. En
este contexto, por tanto, la política no puede ser entendida como la acción del
dios vivo democrático, sino como intervención en una coyuntura compleja y
plural: en este sentido Spinoza es un alumno de Maquiavelo; no en el sentido
negriniano.
Traducción
de Juan Pedro García del Campo.
Youkali. Revista crítica de las artes y el pensamiento, no. 13, Madrid, julio de 2012, pp. 69-76. PDF
Youkali. Revista crítica de las artes y el pensamiento, no. 13, Madrid, julio de 2012, pp. 69-76. PDF
Notas
1. En Spinoza subversivo Negri
escribe: “En realidad, la verdadera política moderna, en la época del ascenso
de la burguesía, es la metafísica –sobre este terreno debe trabajar la historia
del pensamiento político” (A. Negri, Spinoza sovversivo. Variazioni
(in)attuali, Milán, Pellicani, 1992, pp. 23-24).
2. A. Negri, L’anomalia selvaggia. Saggio
su potere e potenza in Baruch Spinoza, Milano, Feltrinelli, 1981, p. 167.
3. Ibid., p. 172.
4. Ibid,
p. 173.
5. Ibid.,
p. 181.
6. Ibid.,
p. 186.
7. Ibidem.
8. Ibid.,
p. 188.
9. Ibid.,
p. 189.
10. Ibid., p. 189.
11. Ibid., pp. 200-201.
12. Ibid., p. 201.
13. Ibid., p. 216.
14. Ibid., pp. 223-224.
15.
Ibid., p. 263.
16.
Negri escribe en Spinoza subversivo: “la relación entre poder y potencia
es de hecho invertida por completo y sólo la potencia, constituyéndose, sólo la
potencia de los muchos, haciéndose constitución colectiva, puede fundar un
poder. Un poder que, en esta imagen, no es visto como una sustancia sino como
un producto del proceso siempre reabierto de la potencia de la multitudo para
la constitución colectiva” (Spinoza sovversivo. Variazioni (in)attuali,
cit., p. 27).
17.
Ibid., p. 25 (edición castellana, p. 42).
18.
Ibid., p. 65.
19.
A. Negri, Spinoza subversivo. Variazioni (in)attuale, cit., p. 3 (ed. castellana, p. 29).
20.
A. Negri, Il potere costituente. Saggio sulle alternative del moderno,
Roma, Manifesto libri, 2002, p. 40.
21. Ibid., p. 47.
22. Ibidem.
23. Ibid., p. 379.
24. Ibid., p. 376.
25. Ibid., p. 414.
26. Ibid., p. 374.
27. M. Gainza, per litteras. Pero cfr. Lo mismo en Espinoza. Uma Filosofia Materialista do
Infinito Positivo, São Paulo, Edsup, 2011.
28.
Es verdad que en las tres obras Negri reconoce la centralidad del conflicto
para pensar el concepto de multitud, pero lo concibe sólo en términos
expansivos, constructivos, en términos de transición a una mayor perfección, y
en este punto, para no caer en un hegelo-marxismo bastante pobre, el
hegelo-marxismo de la contradicción simple, se ve obligado a trasladar esta
expansión al plano de la ontología desarticulándola de la historia.
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