Eugenio Fernández García
MOREAU, Pierre-François. Spinoza. L’expérience
et l’éternité, Paris, Presses Universitaires de France, 1994, 612 pp.
Por la novedad del tema, la magnitud de la documentación que maneja, el rigor de sus análisis y el alcance de las perspectivas que abre, este libro marca una inflexión importante en el panorama de los estudios spinozistas.
Guiado por el lema «rentimus
experirnurque nos aeternos esse» (E 5p23s), se propone «reevaluar el
estatuto de la experiencia en el pensamiento spinozista» (p. v). Noción
descuidada por los estudiosos, está, sin embargo, presente a lo largo de su
obra y es crucial en la trayectoria que va del comienzo del T.I.E. [Tratado de la reforma del entendimiento]
al final de la Ethica. Siguiendo sus
huellas, Moreau lee a Spinoza a la letra, compone una excelente monografía y
ofrece una nueva visión de su obra y de lo que es un sistema filosófico.
Habitualmente se reduce la lógica spinozísta a su orden geométrico, de
manera que el proceso experiencial queda reducido a sustituto pedagógico de
aquel o a indicador de fallas de la razón. P.F. Moreau asume que se trata de un
sistema cuyo modelo de inteligibilidad es matemático, pero para explicarlo
recurre no sólo al análisis estructural, sino también a la historia de la
recepción que hace aparecer las diversas posibilidades lógicas que animan el
sistema, y a los micro-análisis de las diferencias que, a partir de un punto
crucial, indican puntos de torsión. Ahí adquiere toda su importancia «la
imbricación de lo geométrico y lo experiencial» (p. v). Justamente porque la
filosofía de Spinoza es una arquitectura de razones, la pregunta decisiva es
cómo se constituye el sistema y no sólo como se organiza (p. 556). La
convicción, acertada, de que su inteligibilidad radica en sus estructuras,
lleva, como sucede en Gueroult, a hacer desaparecer «lo real común” ya reducir
los elementos de las ciencias, la política, la religión…, a periferia fugitiva
de los sistemas. Siguiendo la tradición de Bachelard, Canguilhem, Belaval,
Desanti..., Moreau escoge a Spinoza, prototipo de racionalismo, para mostrar el
carácter constituyente de las relaciones de un sistema con «su exterior». El
spinozismo, como las demás filosofías, recoge experiencias prefilosóficas, problemas,
lenguajes... con los que elabora su sistema. De su capacidad de construir en
ese espacio común depende, además, su capacidad de convencer. La experiencia da
cuenta de ese punto de intersección y principio de construcción. Por eso, «la
experiencia no es la periferia; es el punto por donde lo exterior está en el
interior» (p. 558). Siguiendo su hilo conductor, Moreau hace una genealogía del
sistema.
La obrase
estructura en tres partes. La 1ª trata del «itinerario de la filosofía» y lleva
a cabo (en 190 págs.) un estudio extraordinariamente detallado del prólogo del
TIE. La 2ª, sobre «la determinación y campos de la experiencia», delimita qué
es y qué funciones cumple experiencia, y analiza tres campos especiales en los
que opera: el lenguaje, las pasiones y la historia. La 3ª, sobre «la
experiencia de la eternidad», reconstruye desde la problemática de E5 la
semántica de ese término en sus diversos aspectos. En la conclusión ofrece una
síntesis de «la constitución del sistema spinozista». El volumen se cierra con
una bibliografía minuciosa de 52 pp. y un índice de nombres propios.
Presente en la
primera línea, la experiencia organiza ese texto de extraordinaria intensidad
que es el prólogo del TIE. Ella recoge lo que cada uno vive, lo que ha visto
vivir a los demás y lo que la tradición recibe de todos y nos transmite.
Adoptando la forma de un relato de conversión, Spinoza elabora una
autobiografía singular que lo es de todo el mundo porque la experiencia es el
terreno común. Relato dramático, en el que aflora «el tono trágico del
spinozismo» (p. 24), de la experiencia incierta de enredo entre los bienes
perecederos, que no son falsos pero sí engañosos con respecto al verdadero y
soberano bien. La búsqueda de lo útil propio, en virtud de la heurística de la
ocasión, la dialéctica de la limitación y la lógica de la anticipación, señalan
la salida de ese laberinto. No se trata de retórica destinada a desvanecerse en
el sistema, sino de un itinerario que introduce en él. La exhortación a la
filosofía es un verdadero compromiso hacia ella. El narrador desde su
debilidad, en el claroscuro y avanzando de crisis en crisis, se encamina hacia
su verdadero bien y cambia la vida.
El último cap.
de la 1ª parte muestra que la experiencia no es un círculo infernal expulsado
de círculo lógico, sino que constituye el comienzo del filosofar, aunque no sea
el fundamento de la filosofía. No obstante y a pesar del alcance del experientia docuit, ésta muestra en TIE
y en los escritos del mismo período KV [Tratado
breve] y PPhC [Principios de filosofía
de Descartes], una estrechez que conduce a afirmar la necesidad de su
propio fin. Moreau relaciona esa debilidad con la «ausencia del concepto de
conatus» (p. 219), que explica el inacabamiento de esa obra.
Contra la
mayoría de los intérpretes sostiene que la experiencia juega roles decisivos
también en la obra madura de Spinoza. Para mostrarlo revisa la interpretación
de la escuela de V. Cousin y Saisset y establece una clara delimitación. No se
trata de la «experiencia vaga», de la experimentación física, ni de la
experiencia mística. Su compleja identidad se explicita en sus funciones: a)
Confirmativa o sustitutiva, que enseña de otra manera lo que el orden
geométrico ha demostrado. b) Constitutiva, que prolonga las leyes de la
naturaleza en la red de las cosas singulares, cuando la definición no es
suficiente y necesitamos de ella para afirmar la existencia, las relaciones de
fuerza etc. c) Indicativa, que determina a la mente a pensar y orienta la
búsqueda de explicaciones.
Es notorio el
interés de Spinoza en el análisis del lenguaje y su empeño en constituir una
lengua filosófica. Pues bien, la experiencia tiene en este campo una presencia
destacada. El uso resulta determinante en el vocabulario, la gramática o la
retórica; y no por fallo de la razón, sino por su conexión con el uso de la
vida. Así, al explicar el orden de los afectos y buscarles nombres adecuados,
Spinoza constata que hay más pasiones que nombres y que algunas pasiones
reciben varios nombres, pero en vez de hacer tabla rasa del lenguaje común e
inventar uno nuevo (tentación del «imperio en el imperio»), reconoce que ese
lenguaje condensa la experiencia y tiene un orden propio que es preciso conocer
para transformarlo en instrumento quasi-conceptual. En consecuencia, el uso no
es arbitrario sino que tiene densidad histórica y resulta regulador.
En el campo de
las pasiones destaca la importancia de «consultar la experiencia» (E3p32s) y no
explicarlas sólo según el orden prolijo de los geómetras. Del magnífico estudio
de Moreau cabe subrayar los análisis de sus funciones confirmativa y
constitutiva. Esta se articula en torno a la individualidad y ofrece una 1ª
explicación del ingenium, completada
luego con el estudio del ingenium de
los pueblos. La explicación de la función de las pasiones en la constitución
del Estado incluye una interesante interpretación, en contraste con Hobbes, del
estado y el derecho natural, que llevan a «salir de la geometría del pacto» y a pensar las identificaciones individuales
y colectivas que aquel enmascara (p. 465).
La historia
suele presentarse como campo de la fortuna, figura del poder puro de la
exterioridad, y de hecho Spinoza la vincula a la superstición y la servidumbre.
Según Moreau se trata de «la figura que toma la experiencia cuando se aplica a
la historia» (p. 468). Elaborar una teoría crítica de la fortuna es para
Spinoza escapar a ella y a la circularidad de la historia, y hacer valer el
carácter propio de la experientia sive
praxis y de la virtud.
La frase
«sentimus experimurque nos aeternos esse», tan célebre como poco explicada,
indica para unos la superación de la razón, para otros la recaída en la
irracionalidad y para otros carece de significado. A juicio de Moreau esa
incomprensión se debe al desconocimiento del registro en el que se inscribe.
Para reconstruirlo adopta como principio la univocidad del léxico de la
experiencia. Explica la «semántica de la eternidad» vinculada a la de
necesidad. Distingue las verdades eternas o conocimiento de las cosas como
necesarias y las cosas que son eternas en virtud de una necesidad interna que
basta para hacer existir. El sentimiento de eternidad no se confunde con la
inmortalidad ni con una perspectiva de conocimiento. Su función precisa es
testimoniar la presencia en el seno de cada hombre de la conciencia de una
necesidad que puede orientarlo hacia las formas más potentes de esa necesidad.
La experiencia de eternidad incita, dentro de una ontología de la finitud positiva,
a pasar de un sentido absoluto o pobre de la eternidad a otro diferencial
propio de los modos finitos que se aproximan a la plenitud de la razón. ¿Una
experiencia constituyente, propia del tercer grado de conocimiento?
Concluyendo,
Moreau descubre a la largo de la obra de Spinoza un «orden experiencial»
irreductible al geométrico, que hace legible un universo y vuelve coherente lo
que parecían incoherencias, ilustraciones… dispersas. Esta experiencia no se
opone a la razón, sino que es un modo de intervención allí donde la razón no
tiene acceso directo, de manera que el spinozismo es racionalismo absoluto
precisamente porque apela a la experiencia. Además Moreau establece un
criterio, «el estatuto de la experiencia se desarrolla en la historia del
sistema paralelamente al de la potencia» (p. 556), que puede valer de guía para
continuar la investigación, incluso para reexaminar el trabajo de P.F. Moreau.
Eugenio Fernández García, en Boletín de bibliografía spinozista, no.1, en Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, no.13, UCM, Madrid, 1996, pp. 335-337.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario