13 julio, 2011

Rosa Ma. Palazón Mayoral: La filosofía de la praxis según Adolfo Sánchez Vázquez

La sensible pérdida del filósofo marxista Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011) me ha movido a reproducir aquí este trabajo de la doctora Rosa María Palazón (UNAM), trabajo que es una útil introducción al concepto de praxis en nuestro autor.

ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ es un filósofo prolífico que ha afinado sus argumentaciones a lo largo de muchos años. Fiel a su convicción libertaria, elevó constantemente su voz de protesta porque, dice, “lo importante es cómo se está en la tierra”. En 1961, presentó como tesis doctoral la que considera su mejor obra, Filosofía de la praxis. Desde entonces, una de sus ambiciones ha sido que se supere “el dogmatismo y la esclerosis que durante largos años había mellado el filo crítico y revolucionario del marxismo” (Sánchez Vázquez, 1985: 11). Editó Filosofía de la praxis en 1967. Tras numerosas reimpresiones, su “filo crítico” lo obligó a eliminar, en la reedición de 1980, planteos personales en los que ya no creía particularmente sobre la esencia y la enajenación humanas para adentrarse en las propuestas filosóficas y económicas del joven Marx. Y este proceso de revisión no lo termina hasta la última edición que publicará el Fondo de Cultura Económica en 2003, en la que rehace y precisa la absolutización del proletariado como la clase mayoritaria que dominará la tierra y protagonizará el derrumbe del capitalismo, así como su animadversión por la palabra “utopía”, heredada de los ataques que escribiera este mismo filósofo alemán contra los llamados socialistas utópicos; por último, deja atrás su antigua pasión concordante con los resabios positivistas del Marx engolosinado con la palabra “ciencia” (y su método nomológico-deductivo, o basado en leyes cuantitativas probabilísticas), que a lo largo del siglo XIX y parte del XX se concibió como la poseedora de la Verdad, con mayúsculas, que antes detentaba como suya la religión. Sánchez Vázquez tampoco cree que la historia universal transcurra linealmente por las mismas fases o te, únicas. Por si fuera poco, el parteaguas de la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia, junto con los movimientos estudiantiles democratizadores que en 1968 repudiaron el marxismo-leninismo dogmático, lo han enseñado a dudar, a criticar (Sánchez Vázquez, 2003: 38) y auto-criticarse, como demuestra en Ciencia y revolución (el marxismo de Althusser), Filosofía y economía en el joven Marx (Los Manuscritos de 1844) y en su Ética.

Este filósofo hispano-mexicano ha llegado a la conclusión de que el pensamiento de Marx más vigente es estructuralista o, mejor, sistémico: “una concepción estructuralista de la historia” (Sánchez Vázquez, 1985: 24) que contempla la realidad social como totalidades o conjuntos estructurados de manera tal que si se altera una parte, se altera el todo –luego habrán de estudiarse los vínculos del todo con sus partes y viceversa. En cada conjunto estructurado existen normas jerárquicamente determinantes (que los estructuralistas y Marx llamaban “sistema”), que son heterogéneas y hasta incoherentes, razón por la cual, gracias a su puesta en práctica, ninguna sociedad permanece estable. Sin embargo, estas contradicciones del código constituyen sus modos normales de operar. No operan como una máquina coordinada a la perfección, sino que el orden prevaleciente sufre alteraciones sustanciales (en un tiempo histórico largo o corto). Por tanto, no basta con analizar nuestras organizaciones sociales mediante cortes sincrónicos ensimismados en la realización de un código, sino que es necesario preocuparse por entender cómo se rompe su relativa estabilidad, y cuáles son la génesis y los procesos evolutivos de un nuevo orden bajo otras normas: esto es, entender la historia o, si se prefiere, la diacronía. Las normas, una abstracción explicativa, no se cambian a sí mismas (no son seres vivos); sus cambios se deben a los comportamientos de personas que lograron destacarse (aunque ahora desconozcamos sus nombres). Al estudiar cada sociedad, se jerarquizan los factores determinantes de los procesos históricos y los individuos o agentes del cambio (con frecuencia las autoridades políticas máximas no son los más influyentes). Por ende, enfocar sincrónicamente el código como si careciera de alteraciones profundas es una hipóstasis. Tampoco el carácter histórico de la realidad en cuestión es aislable de su origen y desenvolvimiento.

Algunos trabajos no se interesan por los aspectos diacrónicos: “La prioridad del estudio de las estructuras sobre su génesis y evolución es innegable cuando la investigación se propone hacer la teoría de un sistema o todo estructurado” (Sánchez Vázquez, 1985: 29).

Pero cualquier teoría completa requiere observar lo fáctico; entonces, es menester que repare en la unicidad histórica concreta. El marxismo, una filosofía para el cambio, tiene que alejarse de abstracciones ontologizantes que nada explican de la vida y las vivencias que han ocurrido o pueden ocurrir en un espacio-tiempo, y saber que cada fenómeno histórico tiene un carácter singular, irrepetible. Por ejemplo: si los estados son un instrumento de las clases dominantes, debemos decir sin embargo que en el capitalismo han existido los bonapartistas, cuya tendencia es mediar entre las clases que existen bajo su jurisdicción. En el caso de nuestra América, siempre con una vocación antiimperialista, tenemos a Lázaro Cárdenas en México; Arbenz en Guatemala; el primer ministro Cheddi Jagan en la Guyana; Torrijos en Panamá, Goulart en Brasil. El marxismo se nutre con la historia para enriquecer las teorías que perduran y desechar aquellas que no están a la orden del día.

Sánchez Vázquez sostiene su perspectiva de la praxis como categoría central del marxismo: “seguimos pensando que el marxismo es ante todo y originariamente una filosofía de la praxis, no sólo porque brinda a la reflexión filosófica un nuevo objeto, sino especialmente porque cuando de ‘lo que se trata es de transformar el mundo’ forma parte como teoría del proceso mismo de transformación de lo real” (Sánchez Vázquez, 1980: 12), proceso interminable. En suma, para nuestro filósofo nacido en Algeciras, España, y nacionalizado mexicano, el marxismo es una nueva praxis de la filosofía y una filosofía de la praxis.

El libro que nos interesa consta de dos partes. La primera trata sobre las fuentes filosóficas fundamentales para el estudio de la praxis, subdividida en cuatro capítulos dedicados a la concepción de la praxis en Hegel, Feuerbach, Marx y Lenin. La segunda parte consta de siete capítulos acerca de problemas en torno a la praxis: qué es; su unidad con la teoría; la praxis creadora y la reiterativa; la espontánea y la reflexiva, y su combinación para alcanzar el éxito. Suele ocurrir que la praxis revolucionaria espontánea tiene una baja o ínfima conciencia de lo que socialmente quiere y debe ser, o es tan reiterativa que puede derrocarse con relativa facilidad. La praxis es crítica de la realidad, y autocrítica, porque no existen privilegiados jueces del conocimiento, y la crítica trabaja en conjunción con el comportamiento preventivo lleno de valores y conciencia de clase.

Analogías de la praxis con la actividad práctica

En primera instancia, el concepto de praxis es, según afirma Sánchez Vázquez, una actividad práctica que hace y rehace cosas, esto es, que transmuta una materia o una situación. Según sus etimologías griegas, explícitas en Aristóteles, praxis es el fenómeno que se agota en sí mismo; si engendra una obra, es poiesis o creación. Tal distinción es abandonada por nuestro autor, porque el uso de poiesis se ha restringido a lo artístico, mientras que en el término praxis caben todos los campos o áreas culturales y también las obras, porque es “el acto o conjunto de actos en virtud de los cuales el sujeto activo (agente) modifica una materia prima dada” (Sánchez Vázquez, 1980: 245). Su significado no se constriñe, pues, ni a lo material ni a lo espiritual, y únicamente entraña un trabajo creador.

La práctica humana revela funciones mentales de síntesis y previsión, afirma Marx en la primera Tesis sobre Feuerbach: como actividad previsora, ostenta un carácter teleológico o finalista: la actividad práctica se adecua a metas, las cuales presiden las modalidades de actuación (los actos de esta índole se inician con una finalidad ideal y terminan con un resultado). Lo dado en la praxis es el acto más o menos cognoscitivo y sin duda teleológico. El agente modifica sus acciones para alcanzar el tránsito cabal entre lo subjetivo o teórico y lo objetivo o práctico. Su obrar revela que la realización actualiza el pensamiento, o lo potencial-concreto-pensado. Ahora bien, el calificativo de actividad práctica no especifica el tipo de agente (un fenómeno físico o biológico, un animal o un humano) ni la materia (un cuerpo físico, un instrumento o una institución, por ejemplo), solamente se opone a la pasividad y subraya que la praxis debe tener efectos, hacerse actual. En tanto actividad científica experimental, los objetivos de la praxis son básicamente teóricos. Ahora bien, Sánchez Vázquez destaca la praxis política, a la vez activa y pasiva o receptora, que se realiza desde el Estado o desde los partidos políticos. Y subraya también la praxis social: los sujetos agrupados aspiran a cambiar las relaciones económicas, políticas y sociales (la historia es realizada por individuos cuyas fuerzas unidas en un pueblo son capaces de revolucionar un sistema. Marx identificó al proletariado como tal fuerza motriz en el capitalismo).

Para comprender el resultado de la práctica es necesario desentrañar su verdad y utilidad. Tal aprehensión no se reduce a lo meramente intuitivo, sino que ha de penetrar en la historia. Esto es básico: el trabajo de cada ser humano entra en las relaciones de producción relativas a un ámbito socio-histórico. La humanidad en sus actos y productos va dejando huellas, improntas, que revelan la historicidad de sus pensamientos y deseos, de sus necesidades, de sus ambiciones e ideales que han humanizado el entorno y van humanizando a las personas: la conciencia no sólo se proyecta en su obra, sino que se sabe proyectada allende sus propias expectativas. La praxis es, pues, subjetiva y colectiva; revela conocimientos teóricos y prácticos (supera unilateralidades).

La mano y la creatividad

Cuando nuestros ancestros se pusieron en pie, liberaron las manos, que de alguna manera se forman y deforman gracias a la inteligencia. En labores como las artesanales persiste la simbiosis de mano y conciencia, que se divorcian en la producción masiva. La grandeza de las manos fue menospreciada desde la perspectiva soberbia de las clases dominantes, cuando olvidaron que las manos vencen la resistencia de un material, tocan, exploran, escriben, expresan con dibujos o sonidos, crean objetos y son el inicio de los instrumentos y de las tecnologías y máquinas más sofisticadas.

En la sociedad griega, rigurosamente dividida en clases, las manualidades fueron colocadas en un rango inferior a la teoría. Consiguientemente, el trabajo se dividió en dos: el libre, propio de señores detentadores del ocio que supuestamente les permite meditar y enriquecer su alma, y el característico de banausus, los encargados de trabajar con sus manos para satisfacer las necesidades inmediatas. Los esclavos, casi siempre extranjeros o “bárbaros”, y los oficios manuales, fueron degradados, justificándose de este modo la explotación reinante. Sofistas y cínicos como Antístenes y Pródico, tal como se lee en los escritos de Diógenes Laercio y en el Carmínedes (163 a.C.), atacaron la división en la humanidad entre bárbaros o subhumanos esclavizados y pensantes, y denunciaron el desprecio de los atenienses (no de los jónicos) por las artes “mecánicas”. En el Renacimiento, la especie humana fue definida como activa. Pero las antiguas creencias persistieron: Leonardo luchó por elevar la pintura, manual por excelencia, a ciencia, para así liberarla de infamaciones. Giordano Bruno, sostiene Sánchez Vázquez, condenó el ocio, aunque añadió que el trabajo reduce el número de sabios que, por definición, son contemplativos. Este giro que ensalza las manualidades no pudo liberarlas, pues, de su colocación en un plano inferior.

Maquiavelo destapó lo que se mantenía encubierto y que se agudizó con la Revolución Industrial: las alabanzas de la técnica acompañadas del fuerte desprecio por el trabajador manual se deben a razones político-económicas. No sólo se pagan al trabajador sueldos de miseria, sino que paulatinamente se irá conformando un aparato estatal centralizado y dominante que cumplirá un rol fundamental en la escena política (esta, por cierto, nunca ha sido esfera de la moralidad, antes bien lo ha sido de los intereses de una expansiva burguesía que pretende unificar los mercados violentamente) prestando sus servicios a las ambiciones de las clases dominantes.

En otro orden de cosas, Francis Bacon, Descartes, los enciclopedistas y los clásicos economistas ingleses fueron admitiendo la importancia de la energía que, mediante el intelecto que crea la ciencia y la técnica, facilita que la humanidad domine, posea, utilice y maltrate nuestro acogedor hogar natural que nos alimenta y cobija. Rousseau, antes que Marx, aclaró que esta visión utilitaria ha sido a la vez positiva y muy negativa. Las prácticas dominantes lentamente han degradado el ambiente y hasta el potencial creativo de la mano humana. Al capitalista nada le importa la amenaza de la vida en la tierra, y, por lo mismo, incrementa las calamidades que ha desatado.

Asimismo, si Adam Smith y David Ricardo descubrieron que el trabajo es la fuente de la riqueza y del valor, Marx se pregunta por qué no llevaron hasta sus últimas consecuencias clasistas este hallazgo (su adoración a la “racional” oferta y demanda les impidió descubrir la plusvalía que agranda paulatinamente la situación más desventajosa de los trabajadores comparados con los dueños del capital); cerraron los ojos ante la enajenación del asalariado, quien desde la industrialización no se reconoce en sus productos, cuyo salario es tratado como una mercancía y al cual hasta le resulta extraña la idea de que pertenece a una especie con un gran potencial creativo. Hegel sí contempló tales injusticias; reconoció que la práctica socio-política y el trabajo son actividades enajenadas. No obstante, la mistificación idealista de este filósofo valoró a los males como indispensables para el progreso histórico del Espíritu. Aseguró que la “astucia de la razón”, en su camino invariable hacia el “progreso”, se aprovecha de las tendencias destructivas y dominantes de los individuos. Por su parte, Feuerbach se opuso a esta cosmovisión religiosa: en lugar del Absoluto como sujeto por excelencia de la praxis, colocó al sujeto humano real, dándole un contenido efectivo, terreno. La actividad crea el objeto, y el objeto tiene el poder de señalar muchos aspectos de su productor. Su antropología es incompatible con la teología y la religión. Sin embargo, Feuerbach deja en pie el peor lado de nuestra especie egoísta y traicionera. Perfila a la praxis “en su forma sucia y sórdida de manifestarse” (Sánchez Vázquez, 1985: 109), más utilitaria que útil, evaporándola como práctica comunitaria. Así también Feuerbach resta importancia al sujeto hasta convertirlo en predicado de los objetos o productos sociales que lo determinan, y diviniza a la humanidad desarraigando a los individuos del mundo, quienes no juegan ningún papel determinante sino que siempre son determinados. El toma y daca histórico que destruye la realidad anterior para poner en escena otra nueva ha devenido mecánico y “sórdido” en el capitalismo (Sánchez Vázquez, 2003: 74). Las fuerzas de trabajo son puestas bajo la bota de relaciones orientadas sólo a incrementar la producción, a optimizar los “tiempos y movimientos”. Han devenido especializadas, parciales, unilaterales, reiterativas y maquinizadas porque la economía prevaleciente impide la participación directa de la persona en el proceso productivo. Sin duda, se ha llegado al “idiotismo profesional”, en palabras de Marx. Empero, esta oposición entre objeto producido y sujeto productor no significa que este haya perdido sus capacidades inventivas, ya que no siempre se comporta como un pasivo y obediente autómata, sino que deja emerger su creatividad en otros momentos. El reino de la libertad crítica-práctica y transformadora empieza donde termina el reino de la necesidad, afirma Karl Marx; esto es: creando se responde adversamente a un trabajo que en forma paulatina va siendo más anticomunitario y competitivo (Marx tuvo en mente a las auténticas y no a las falsas necesidades, inducidas por un mercado a partir de la industrialización, agrega Sánchez Vázquez). Siempre queda la esperanza de la praxis o rebelión creativa que racionalice o cambie radicalmente las relaciones productivas y la repartición no equitativa de la riqueza, mientras que, paralelamente, rompa con los encadenamientos y las opresiones enajenantes para instaurar la justicia distributiva y retributiva.

Marx ensalzó la visión de la humanidad como activa y creadora, lo cual conlleva que la práctica es base y fundamento de los conocimientos que inciden en la producción y, por lo tanto, alteran a la sociedad, la historia y la naturaleza de los individuos. Su alabanza de la clase trabajadora, la actividad práctica y las manualidades marcó un giro radical. Las propuestas marxianas sobre la praxis no sólo se nutrieron con los planteamientos de Hegel, Feuerbach, Smith y Ricardo, sino que desataron una cadena episódica de argumentos que van desde los de Bujarin, Lukács, Korsch, Fogarasi, Gramsci, Althusser, Adam Schaff, Karel Kosík y Lefebvre, hasta llegar a los del grupo yugoslavo de la “Praxis”, encabezado por Petrovic. Sánchez Vázquez se afilia a Gramsci, Schaff (no en su tesis del trabajo como algo meramente utilitario), Kosík y al grupo “Praxis”.

La praxis es más que práctica, o su unidad con la teoría

Hay prácticas habituales con un conocimiento limitado a cierto know how. La praxis intenta adecuar los efectos a los ideales anticipatorios, a sabiendas de que la realidad nunca duplica el modelo pensado. Además, la práctica es subjetiva, colectiva o de clase conformada por “una especie de corte transversal” (Sánchez Vázquez, 2003: 297). Por si fuera poco, la historia de las ciencias y las técnicas brotan de unas prácticas de base, sea en la física, la química, las matemáticas o la ingeniería.

La práctica amplía los horizontes teóricos (los hallazgos de las fuerzas productivas caen bajo el control del intelecto) sin que se reconozca su origen. No sólo aporta criterios de validez, también principios, nuevos aspectos y posibles soluciones para el quehacer, y hasta medios o instrumentos innovadores. Es cierto que existen diferencias específicas o autonomía entre teoría y práctica. No son idénticas: no siempre la segunda se vuelve teórica; tampoco la primacía de la práctica disuelve la teoría. A veces la teoría se adelanta a la práctica y existen teorías aún no elaboradas como prácticas. Lo cual muestra que la práctica no obedece directa e inmediatamente a exigencias de la teoría, sino a sus propias contradicciones, y que sólo en última instancia, tras un desarrollo histórico, la teoría responde a prácticas y es fuente de estas.

No obstante estas diferencias, la praxis es, en definitiva, teórico-práctica. Esto es, dos caras de una moneda que se separan por abstracción. Marx se opone al idealismo que aísla la práctica de la teoría o actividad perfilada por las conciencias. Harto de la filosofía que operaba como medio ideológico de conservación de un statu quo nefasto, en Anales franco-alemanes, introducción a su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Marx, a la sazón parte de la izquierda hegeliana, afirma que un partido revolucionario ejerce la práctica. Sostiene que la crítica idealista de la realidad, una vez formulada, habría de suprimirse porque el mundo cambia aun cuando tal filosofía no pase por el mundo. Luego, el arraigo del razonamiento filosófico en lo que ocurre históricamente requiere que dicho razonamiento se niegue como argumentación pura y, volviendo la mirada a la realidad, acepte la influencia de la praxis. Sólo se posibilita su aceptación como crítica radical enfocada a una realidad injustamente opresiva.

A juicio de Sánchez Vázquez, las primeras dos Tesis sobre Feuerbach de Marx son las que perfilan su noción emancipadora de la praxis (Marx la aplica globalmente a la producción, a las artes, que satisfacen la expresión y el deseo de comunicarse, y a las revoluciones). Bajo la perspectiva marxiana, el mundo no cambia sólo por la práctica, requiere de una crítica teórica que incluye fines y tácticas. Tampoco la teoría pura logra cambiar el mundo. Es indispensable la íntima conjugación de ambos factores. Ahora bien, son los hechos los que prueban los alcances de la teoría misma. La práctica es fundamento y límite del conocimiento empírico: haz y envés “de un mismo paño” (Sánchez Vázquez, 2003: 305). Las limitaciones y fundamentos del conocimiento ocurren, pues, en y por la práctica que marca sus objetos de estudio, sus fines y, además, es uno de los criterios empíricos de verdad. La praxis opera como fundamento porque solamente se conoce el mundo por medio de su actividad transformadora: la verdad o falsedad de un pensamiento se funda en la esfera humana activa. Luego, la praxis excluye el materialismo ingenuo según el cual sujeto y objeto se hallan en relación de exterioridad, y el idealismo que ignora los condicionamientos sociales de la acción y reacción para centrarse en el sujeto como ser aislado, autónomo y no-social.

La praxis y los fines

Si la praxis es la actividad práctica adecuada a fines –algo desea cambiar y algo conservar–, ostenta un carácter teleológico. Como la historia no es explicable mediante la combinación de condiciones invariantes que mantienen en equilibrio o desequilibran a las sociedades, ni se de-sarrolla universalmente en las mismas fases, es menester que la acción se sustente en teorías con una orientación o finalidad (que jamás debe alejarse de las necesidades primarias e inmediatas, porque entonces operaría como especulación parasitaria). Si se alcanza un cierto nivel de éxito, los presupuestos teóricos no habrán sido del todo falsos (cabe aclarar que no debe confundirse la praxis con el sentido pragmatista del éxito o del fracaso dentro de iguales condiciones antisociales o anticomunitarias). Se tergiversa el marxismo cuando se lo reduce a una ma-nifestación del pragmatismo, o sea, el destinado a obtener, sin importar los medios, unas metas personales dentro de reglas negativas.

La adecuación relativa entre pensamiento y hechos requiere cierta planeación. Sánchez Vázquez afirma lo último en el entendimiento de que, a largo plazo, la acción colectiva llega a resultados imprevistos: la atribución de los actos a unos sujetos casi nunca conlleva su imputación moral por los efectos indeseados que producen a largo plazo (punto de vista de la historia efectual). Asimismo, la acción colectiva e individual es intencional en un plano y no-intencional en otro. Finalmente, subraya Sánchez Vázquez, la acción intencional obtiene efectos intencionales a corto plazo (la toma del poder obedece a una estrategia intencional; pero, episódicamente, a lo largo de un tiempo que se cruza con botas de siete leguas, obtendrá frutos no-intencionales). Con el tiempo, la actuación práctica se enriquece o deforma, pero nunca sus efectos son predecibles.

En su acepción revolucionaria, la praxis es una práctica que aspira a mejorar radicalmente una sociedad; tiene un carácter futurista, trabaja a favor de un mejor porvenir humano. La praxis revolucionaria aspira a una ética, a vivir bien con y para los otros en el marco de instituciones justas. Esto supone el cambio de las circunstancias sociales y del ser humano mismo. Los individuos son condicionados por la situación social en que se encuentran. Este ser-estar en una situación provoca sus reacciones más o menos revolucionarias o, en contrario, adaptadas a un statu quo. Si el comportamiento histórico no es predecible, sí debe explicarse por qué y cómo arraigan los proyectos colectivos.

El educador educado

La tercera Tesis sobre Feuerbach, anota Sánchez Vázquez, observa que la vida descubre que el que juega inicialmente el papel de educador cera también necesita ser educado. Desde la Ilustración, Goethe y Herder, las utopías se han concebido como una vasta empresa educativa que disipa prejuicios: el educador es el filósofo que asesora al déspota ilustrado, o el eterno conductor de las masas partidistas pasivas. Para Marx, en cambio, los papeles cambian, son producto de circunstancias determinadas. Y las circunstancias cambian y también son producto de sí mismas. Estos brincos sociales y la misma praxis enseñan que los papeles de maestro-discípulo varían (todos los agentes históricos son activo-pasivos, y el cambio de normas también cambia al sujeto). Aceptar estas premisas es indispensable para la práctica revolucionaria, nacida de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, donde las primeras ocupan el lugar subordinado en tanto clase social. Si se desata la revolución comunista, ella se encargará de abolir la organización clasista mediante la supresión de la propiedad privada de los medios de producción.

La teoría-práctica deseable de la revolución va señalando los objetivos sociales y los participantes activos que aspiran a una vida colectiva en el marco de instituciones más justas. La misión del resto de quienes se creen supuestos líderes es equivalente a “nada”. O sea que la creatividad social o praxis “está impregnada de un profundo contenido moral” (Sánchez Vázquez, 2003: 469).

La creatividad creadora

Sánchez Vázquez divide la praxis en creadora y reiterativa, habitual o imitadora. La creatividad tiene grados hasta llegar al producto nuevo y único. Aunque la creación siempre presupone la praxis reiterativa, no basta con repetir una solución constructiva fuera de los límites de su validez. Tarde o temprano deben encontrarse otras soluciones que generarán nuevas necesidades que impondrán nuevas exigencias. La creatividad emparenta la praxis espontánea y la reflexiva. Los vínculos entre ambas no son inmutables, porque la praxis espontánea no carece de creatividad y la reflexiva puede estar al servicio de la reiterativa. Además, existen grados de conciencia, los que revela el sujeto en su práctica y los implícitos en el producto de su actividad creadora.

La revolución y la filosofía de la praxis

Hemos llegado a la famosa Tesis XI sobre Feuerbach: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo” (Sánchez Vázquez, 2003: 164), en la cual el pensador marxista exiliado en México localiza el acta de nacimiento de la praxis. Contra la tradición que despreció las prácticas y a la filosofía misma, ahora esta no es un saber contemplativo que, por regla general, acepta, justifica y apuntala el statu quo, sino que el mundo, además de ser interpretado por la filosofía, lo es también en lo que respecta a su acción revolucionaria. No se trata de que, en sí misma, la filosofía modifique la realidad; sí de que coadyuve a este propósito.

Para destruir tantas falsas ilusiones, el filósofo debe observar las condiciones reales, las históricas, los procesos productivos vigentes, la distribución (que en ciertas épocas llamó “formas de intercambio”) (Sánchez Vázquez, 2003: 168) y el consumo de bienes de primera necesidad, así como de los tipos de fuerzas productivas; debe también observar los condicionamientos del Estado y las formas ideológicas prevalecientes, así como las relaciones dialécticas o sistémicas. Marx entrevió el comunismo (“proyectil lanzado a la cabeza de la burguesía”) (Sánchez Vázquez, 2003: 390) como solución a los antagonismos de clase: anulará y superará el estado de cosas que, llevadas a su extremo, sin acciones contestatarias, terminarían con la humanidad: los 72 días de la Comuna de París siguen floreciendo (en su papel destinado a abolir las clases, los revolucionarios no pertenecen a una clase específica, sino que son representantes de la sociedad frente a la clase dominante).

Desde el tiempo vital de Marx hasta el presente, el comunismo ha sido una propuesta que mantiene su vigencia. Así también, el corte ideológico-epistemológico de la Tesis XI mencionada afirma el marxismo como praxis revolucionaria y como filosofía de la praxis: no sólo reflexiona acerca de la praxis, sino que nace de la práctica misma. El Manifiesto del Partido Comunista es un documento teórico y práctico que explica y fundamenta la praxis revolucionaria, trazando fines, estrategias, tácticas y críticas a las falsas concepciones sobre el socialismo y el comunismo. Marx ilustra en este panfleto las contradicciones entre fuerzas productivas y relaciones productivas que generaron la revolución capitalista; la lucha de clases como respuesta a la violencia u opresión que ejerce la clase dominante en contra de otras clases y fracciones de clases. En suma, Sánchez Vázquez encuentra en El Manifiesto del Partido Comunista un ejemplo ilustrativo del marxismo como teoría de la praxis revolucionaria o del cambio radical del mundo. Además, el Manifiesto pone en claro la misión histórica de los agentes de la praxis, la retroalimentación entre teoría y práctica. Después de la citada Tesis XI y de otras precisiones de Marx, Sánchez Vázquez divide históricamente a las filosofías distinguiendo entre las que argumentan en falso su conciliación con la realidad (por ejemplo, Hegel) y las que se vinculan real y conscientemente con las prácticas revolucionarias. Estas son una guía teórica o parte de una guía para la transformación radical del mundo social, aunque en sí mismas no alcancen directamente consecuencias sociales. Su función es ser el arma teórica para replantear de raíz la sociedad. Tales filosofías cumplen una función ideológica.

No debe considerarse “ideología” en la acepción estrecha de falsa conciencia, sino como una toma de posición clasista de carácter cognoscitivo. En “La ideología de la neutralidad ideológica en las ciencias sociales”, Sánchez Vázquez sostiene que, en tanto ideología, las ciencias sociales se destinan al desarrollo, mantenimiento y reproducción de las relaciones sociales de producción, o a su destrucción: son terrenos de posturas opuestas. Sin embargo, más allá de “que una ideología puede ser una conciencia falsa, no toda conciencia falsa de por sí es ideología” (Sánchez Vázquez, 2003: 275). El conocimiento no es sinónimo de imparcialidad, sino de teorías fundamentadas en razones, comprobables, que incluyen, pero no se reducen a, una mera conciencia clasista; el ejemplo paradigmático al respecto es la explicación marxiana de la plusvalía.

Los obstáculos de la praxis revolucionaria


El amo y el esclavo

Las luchas o conflictos excluyentes no llegan a la destrucción del contrario, sino que lo dominan para que se subestime. La servidumbre del esclavo u oprimido, afianzada mediante prédicas manipuladoras, logra que este se identifique con el amo, que asimile y haga suyas las ideas que mantienen su explotación: es un alienado que estabiliza el poder de dominio (también el dominio utiliza el terror). Empero la sumisión externa no siempre significa espíritu de esclavitud.

La burocratización

Por mantener su afán de poder, la burocracia se divorcia de las necesidades que supuestamente debe cubrir. Su actual forma de actuar, heredada de procesos anteriores, congela o mata la creativa vida social. El cuerpo de funcionarios del Estado, la cultura, la educación y la salud degradan la capacidad creativa del ser humano mediante formulismos inútiles, contrarios a la aventura revolucionaria.

Las vanguardias, el partido político y la praxis

En La Sagrada Familia, Marx combate a Bauer y demás filósofos que redujeron la práctica a la teoría o crítica, desconocieron el real papel del sujeto en los cambios, e ignoraron la actividad real de las masas. La autoconciencia en Bauer es una caricatura sin contenido porque la separa de los condicionamientos sociales exteriores (la ubica fuera de la historia). Siendo que esta está hipotéticamente autocentrada, Bauer la perfila como los razonamientos de la vanguardia que educan a masas pasivas. Las categorías opuestas que maneja este autor son: espíritu-masa, idea-interés y creación-pasividad. Todas estas nociones las ubica al margen de las condiciones materiales y de su cambio. Todas ignoran el papel activo del pueblo como elemento generador de la evolución histórica.

Un partido político expresa unos intereses de clase y anhela la emancipación de esta (o de aquella que prolongue su dominio). Su declaración de principios y planes de acción sirve para que se afilien sus miembros. Su supervivencia y poder dependerán infaliblemente de que los primeros líderes teóricos escuchen a los otros, y todos acepten renovarse constantemente permaneciendo fieles a sus fines últimos liberadores. Una organización política tiene sentido por sus ideales y “por la base” (Sánchez Vázquez, 2003: 378). Las direcciones partidistas han de ser rotativas y renovarse elevando sus contenidos teórico-prácticos. Carecen, pues, de una forma inmutable, absoluta, universal para cualquier tiempo y situación.

Los insoslayables partidos llamados de izquierda han sido condición necesaria, no suficiente, de la praxis revolucionaria que transforma la sociedad para crear otra. Son un instrumento y, como tal, finito y superable. Si no saben renovarse actuarán como una dictadura, que termina por ser casi unipersonal, en donde cualquier disidencia es calificada como traición a la “vanguardia”.

La praxis y la violencia

Saint-Simon pensaba que mediante el amor y la persuasión se instaurarían las revoluciones, pero la milenaria realidad es que, en las agrupaciones sociales escindidas en clases, estas pugnan entre sí hasta ser mutuamente excluyentes. En política, unos han ejercido la dominación contra otros. Tal violencia aún persiste (e incluso se incrementa). Cuando la situación resulta intolerable y las condiciones son propicias, estalla la contra-violencia o violencia revolucionaria, que ha sido necesaria, aunque no forzosamente sea un factor decisivo o la fuerza motriz inalterable (su misión es desaparecer con las condiciones injustas que la engendraron). Sería innecesaria en una sociedad donde la libertad de cada uno presupusiera y respetase la de otros, es decir, cuando exista una sociedad libre de clases y demás aberraciones opresivas: cuando la praxis haya modificado al mundo hasta convertirlo en un hogar.

Praxis y creatividad

Sánchez Vázquez repite que los resultados de la praxis revolucionaria son impredecibles, sus agentes no tienen bajo su poder el por-venir, sino la esperanza de que llegue lo deseable y posible (esta anticipación afecta sus actos en el presente). Lo impredecible se debe a que la acción revolucionaria se enfrenta a resistencias que rebasan los planes individuales; no hay una continuidad entre la gestación subjetiva de proyectos y su realización efectiva, lo cual impele a que los actuantes peregrinen de lo ideal a lo real, y viceversa, dependiendo de situaciones no previstas. La praxis es, pues, creativa. En su curso sufre cambios en sus realizaciones episódicas y esto engendra la inadecuación entre intenciones conscientes y resultados.

Como los seres humanos son complejos, no robots, en sus tácticas, la praxis revolucionaria tiene que ser lo suficientemente creativa como para sorprender al enemigo. La praxis deja que lo espontáneo se manifieste. El extremo de pensar hasta el mínimo detalle, sin dar cabida a la innovación, falla. También yerra la espontaneidad ignorante o ciega. Así, Don Quijote, el que enamora las telas de nuestro corazón, puso en marcha su utopía sin pensar en gente destructiva que aspira sólo a dominar. Como tales aspiraciones destructivas son tan minúsculas (social y moralmente), quien las tiene carece de sitio colectivo adonde llegar y no distingue medios (sea el dinero o los cargos políticos) de fines. La impotencia quijotesca radica en cómo ejecuta su utopía: parte de no poder ver el mal porque ha perdido o ha invertido todo principio de realidad. En cambio, las ilusiones prospectivas deben analizar críticamente la realidad, no ser náufragos en un mar proceloso, sino marinos que, brújula en mano, enfocan la proa hacia un destino.

Las utopías fallan porque el resultado no se debe a un solo individuo sino a una colectividad con la cual originalmente cada uno contrae vínculos independientemente de su voluntad. No tienen éxito porque la praxis desarrolla potencialidades individuales y colectivas que permanecían dormidas, y fallan porque los agentes se ven obligados a cambiar sus fines inmediatos. Pero no todo es fracaso: la praxis innovadora “crea también el modo de crear” (Sánchez Vázquez, 2003: 313). En resumen, existe una enrevesada imbricación de planes y acciones subjetivas y colectivas que tornan los resultados de un proceso impredecibles, amén de que los sucesos y los productos tienen una unicidad. Es precisamente la complejidad humana lo que objeta la determinación incluso de la pertenencia a una clase y a su conciencia.

Concluiré diciendo que Sánchez Vázquez aspira a derrotar el capitalismo para instaurar otra organización, socialista y, más precisamente, comunista. Sabe que las intenciones de la izquierda formuladas por sujetos en condiciones históricas particulares quizá degeneren. Pero es seguro que, si las personas son hechas por la historia, también la historia es hecha por estas. Si la humanidad se hubiera mantenido alejada de la praxis revolucionaria, desde hace tiempo habría desaparecido. Por ende, “el bien no está condenado a ser desplazado fatalmente por el mal, ni la justicia por la injusticia, o la verdad por el engaño o el fraude” (Sánchez Vázquez, 2003: 541). Contra los nihilismos actuales, Sánchez Vázquez asienta que “no se puede vivir sin metas, sueños, ilusiones, ideales [...] sin utopías” (2003: 543-544). No, “no hay fin de la utopía, como no hay fin de la historia” (2003: 535).

Bibliografía

González, Juliana; Pereyra, Carlos y Vargas Lozano, Gabriel (comps.) 1986 Praxis y filosofía. Ensayos en homenaje a Adolfo Sánchez Vázquez (México: Grijalbo).

Sánchez Vázquez, Adolfo 1980 (1967) Filosofía de la praxis (México: Grijalbo).

Sánchez Vázquez, Adolfo 1985 Ensayos de marxistas sobre historia y política (México: Océano).

Sánchez Vázquez, Adolfo 2003 A tiempo y a destiempo. Antología de ensayos (México: Fondo de Cultura Económica).

Fuente: Rosa María Palazón Mayoral, “La filosofía de la praxis según Adolfo Sánchez Vázquez”, en Atilio A. Boron, Javier Amadeo y Sabrina González (comps.), La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas, Buenos Aires, CLACSO, 2006, pp. 309-323,
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/campus/marxis/P2C5Mayoral.pdf

25 mayo, 2011

Antonio Negri: Spinoza, la anomalía salvaje

Spinoza es la anomalía. Si Spinoza, ateo y maldito, no termina en la cárcel o en la hoguera, a diferencia de otros innovadores revolucionarios entre los siglos XVI y XVII, se debe al hecho de que su metafísica representa la polaridad efectiva de una relación de fuerzas antagonistas ya consolidada: en la Holanda del XVII, el desarrollo de las relaciones de producción y de las fuerzas productivas experimenta una tendencia hacia un porvenir de antagonismos. En este marco, la metafísica materialista de Spinoza es, por tanto, la anomalía potente del siglo XVII: no anomalía marginal y derrotada, sino anomalía del materialismo triunfante, del ser que actúa y que, constituyéndose, plantea la posibilidad ideal de revolucionar el mundo.

Tres son los motivos por los que es útil estudiar el pensamiento de Spinoza. Cada uno de estos motivos no sólo es positivo, sino problemático. Spinoza no sólo es el autor que plantea y resuelve algunos problemas de y en su tiempo, sino que además la forma misma de la solución comprende una problemática progresiva que alcanza y se instala en nuestro horizonte filosófico. Estos motivos problemáticos que hacen importante el estudio del pensamiento de Spinoza, son los siguientes:

Primero: Spinoza funda el materialismo moderno en su más alta expresión, es decir, determina el horizonte propio de la especulación filosófica moderna y contemporánea, que es el de una filosofía del ser inmanente y dado, y del ateísmo como negación de todo orden previo al obrar humano y a la constitución del ser. El materialismo spinozista, aun en su forma productiva y viviente, no supera, sin embargo, los límites de una concepción puramente «espacial» --o físico-galileiana—del mundo. Esto, sin duda, fuerza tal concepción, intenta destruir sus límites, pero no alcanza una solución, sino que, deja mas bien irresoluto el problema de la relación entre dimensiones espaciales y dimensiones temporales, dinámicas, creativas del ser. La imaginación, esa facultad espiritual que recorre el sistema spinozista, constituye el ser en un orden que sólo es alusivamente temporal. Aun así, el problema se plantea en términos irresueltos, sí, pero puros y fuertes: el ser --antes de la invención de la dialéctica-- evita el borrón del materialismo dialéctico. La lectura que autores socialistas y soviéticos han hecho de Spinoza no enriquece el materialismo dialéctico, sino que sólo empobrece las potencialidades que la metafísica spinozista posee para superar la dimensión puramente espacial y objetiva del materialismo.

Segundo: Spinoza, cuando afronta temáticas políticas (y la política es uno de los ejes fundamentales de su pensamiento), funda una forma no mistificada de democracia. Es como decir que Spinoza plantea el problema de la democracia sobre el terreno del materialismo y, por tanto, como crítica de toda mistificación jurídica del Estado. La fundación materialista del constitucionalismo democrático en Spinoza se enmarca dentro del problema de la producción. El pensamiento spinozista estrecha la relación constitución-producción en un nexo unitario. No es posible una correcta concepción de lo político que no esté desde el principio enlazada con estos dos términos. Es imposible y abyecto hablar de democracia fuera de este nexo esto lo sabemos bien. Pero Spinoza ha sido demasiado a menudo cocinado en la podrida olla «democrática» del trascendentalismo normativo hobbesiano, de la voluntad general rousseauniana y del Aufhebung hegeliano, función propia de la separación entre producción y constitución, entre sociedad y Estado. No; en el inmanentismo spinozista, en la especificidad spinozista de lo político, la democracia es política de la «rnultitud» organizada en la producción, la religión es la religión de los «ignorantes» organizados en la democracia. Esta construcción spinozista de lo político constituye un momento fundamental del pensamiento moderno, y, si no consigue hacer madurar la función antagonista de la lucha de clases como fundación de la realidad, sin embargo conquista íntegros los presupuestos y plantea en el protagonismo de las masas el fundamento de la acción transformadora, a la Vez social y política. El pensamiento spinozista es un pensamiento «cortante»: rechaza para siempre toda una serie de rnistificaciones, toda una serie de problemas propuestos a la burguesía en el curso de los siglos siguientes por el pensamiento liberal-democrático, particularmente en su versión jacobina (y en la línea teórica Rousseau-Hegel). Alude fuertemente a los problemas que se plantea todavía hoy la lucha de clases comunista, formulando el problema en su forma pura: la multitud que se hace Estado, los ignorantes que se hacen religión; un pasado rehecho, reescrito, toda solución jurídica e idealista del problema es eliminada --y sin embargo, terrible y monstruosamente, no dejará de proponerse de nuevo en el curso de los siglos siguientes. Constitución y producción son los elementos de un tejido sobre el cual se construye la experiencia de las masas y del porvenir. Bajo la forma de la igualdad radical impuesta por el ateísmo.

Tercero: Spinoza muestra que la historia de la metafísica comprende alternativas radicales. La metafísica, como forma ideal eminente en la que se organiza el pensamiento moderno, no es un todo único.

Comprende las alternativas que la historia subyacente de la lucha de clases produce. Existe «otra» historia de la metafísica: la bendita contra la maldita. Sin olvidar, sin embargo, que sólo desde la complejidad de la metafísica puede leerse la edad moderna. En consecuencia, si esto es cierto, el escepticismo y el cinismo no son la forma positiva del pensamiento negativo (de aquel pensamiento que recorre la metafísica para negarla y abrirla a la positividad del ser); al contrario, sólo la tensión constitutiva del pensamiento y su capacidad de moverse como mediación material del proceso histórico de la multitud, constituye la forma positiva del pensamiento negativo. El pensamiento constitutivo posee la radicalidad de la negación, pero la agita y usa instalándola en el ser real. En este marco, la potencia constitutiva de la transgresión es la definición spinozista de la libertad. Aquí, la anomalía spinozista, es decir, la relación contradictoria que su metafísica mantiene con el nuevo «salvaje», es decir, en expresión radical de una transgresión histórica de todo ordenamiento que no esté libremente constituido por las masas, posición de un horizonte de libertad que sólo es definible como horizonte de liberación –pensamiento tanto más negativo cuanto más progresivo y constitutivo es. Todo el atormentado conflicto antagonista del pensamiento innovador de la edad moderna, la génesis popular y proletaria de sus revoluciones y el arco de las posiciones republicanas que se extiende desde Maquiavelo al joven Marx, se concentra sobre esta ejemplar experiencia spinozista. ¿Quién puede negar que, también en este caso, Spinoza está sentado en medio del debate filosófico de nuestro tiempo, casi como el joven Jesús en el Templo de Jerusalén?

29 abril, 2011

Stefan Gandler, Marxismo crítico en México: Adolfo Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría

Stefan Gandler, Marxismo crítico en México: Adolfo Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría, México, FCE, UNAM y UAQ, 2007, pp. 621.

Este hermoso libro nos habla de la contribución latinoamericana --en este caso, mexicana-- a la renovación del marxismo crítico. Stefan Gandler logró no sólo exponer, de manera profunda y coherente --¡pero no acrítica!--, el pensamiento de Adolfo Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría, su biografía, la evolución de sus ideas, la bibliografía completa de sus obras, sus convergencias y divergencias, sino también aportó la demostración de que la ruptura con el eurocentrismo es una condición indispensable para una verdadera universalización de la teoría crítica.

En la obra de Mariátegui, conoció América Latina una primera versión del marxismo crítico, que buscaba romper con el método del ‘calco y copia’ de las experiencias europeas. (En este punto, no puedo compartir para nada el juicio de Gandler, según el cual Mariátegui simplemente representaría una manera "latinoamericanizada" de leer el marxismo soviético.) Después de su muerte (1930), predominará durante largos años en América Latina la vulgata soviética del marxismo estalinizado --con pocas y honrosas excepciones. Sólo después de la Revolución Cubana volverá a desarrollarse en el continente, bajo múltiples formas, el marxismo crítico, del cual nuestros dos pensadores mexicanos son una de las más originales e innovadoras manifestaciones. A pesar de pertenecer a dos generaciones distintas, los dos exilados políticos en México de quienes se habla en este libro, tuvieron como punto de partida de su reflexión renovadora la experiencia revolucionaria cubana, así como, años más tarde, la del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Adolfo Sánchez Vázquez tuvo no sólo el mérito de ser uno de los primeros marxistas --no únicamente en América Latina, sino a escala internacional-- en criticar el positivismo althusseriano desde el punto de vista de la filosofía de la praxis, sino también, como lo subraya Stefan Gandler, logró desarrollar, sin conocer la obra de Walter Benjamin, un concepto crítico de historia, inserto en su visión de la praxis; sin olvidar su aporte a la discusión política de los marxistas, insistiendo en la centralidad de la cuestión democrática para la implementación de una transformación socialista. Comparto la admiración de Gandler por la integridad filosófica y política del autor de la Filosofía de la praxis, independientemente de la crítica que se pueda hacer a tal o cual aspecto de su obra.

Creo que tiene también razón Gandler cuando subraya la novedad y la importancia de los trabajos de Bolívar Echeverría, y de su proyecto de crítica radical a la ‘modernidad realmente existente’, pero cuestiona su utopía de una ‘sociedad no capitalista de productores de mercancías’. El aporte decisivo de Echeverría a la superación del eurocentrismo y a la reformulación de una teoría materialista de la cultura es, sin duda, su concepto de los cuatro ethe. El más interesante y ‘productivo’ me parece ser el concepto de ‘ethos barroco’, que nos da una clave sumamente valiosa para entender múltiples aspectos de la cultura latinoamericana; una clave que nos permite dar cuenta no sólo de las Reducciones Jesuitas en Paraguay, sino también, en el siglo XX, del fenómeno del ‘cristianismo de la liberación’ y de las comunidades de base. (Entre paréntesis: me parece que se equivoca Stefan Gandler al considerar a don Samuel Ruiz y los teólogos de la liberación como ‘comprometidos’ con el ‘poder fuerte y brutal’ de Karol Wojtila.)

Mi principal divergencia con la sutil tipología de los ethe propuesta por Echeverría tiene que ver con su definición del ‘ethos romántico’ como confusión entre el valor mercantil y el valor de uso, concibiendo el capital como una gran aventura y, por tanto, naturalizando al capitalismo. Siguiendo algunas intuiciones de Lukács, creo al revés que el romanticismo, entendido no como simple escuela literaria o estilo artístico, sino, de forma similar al barroco, como ‘ethos’, principio de construcción del mundo que se extiende durante siglos y se caracteriza por una actitud hostil al capitalismo. El ‘ethos romántico’, en sus manifestaciones desde Jean-Jacques Rousseau hasta los surrealistas, pasando por Novalis, Hölderlin, William Morris, José Carlos Mariátegui y Ernst Bloch --además de varios movimientos sociales, culturales o religiosos--, es una protesta en contra de la civilización capitalista en nombre de valores culturales premodernos, y una tentativa, casi desesperada, de reencantamiento del mundo.

El libro de Stefan Gandler es no sólo una excelente introducción sino también una aguda reflexión sobre un importante capítulo ‘fuera de Occidente’ --en la periferia latinoamericana del sistema-- de lo que se ha llamado ‘marxismo occidental’, pero que se debería más bien designar, como lo hace él en su título, marxismo crítico, es decir, un pensamiento ‘universal/concreto’ que tiene por objetivo radicalizar la crítica marxista a lo falso existente.

Michael Löwy

20 abril, 2011

Stefan Bird-Pollan: Review of Amartya Sen's 'The Idea of Justice'

Amartya Sen, The Idea of Justice, Belknap Press, 2009, pp. 496.

It is a mark of the greatness of John Rawls’ A Theory of Justice that, after nearly 40 years, it still retains its position as the one work of post-war political theory which must be contended with. One might say of Amartya Sen’s new book what Jürgen Habermas, in his own debate with Rawls, once said: namely, that any disagreement between the two is basically a family feud. The dispute, to be sure, is a significant one. It concerns the viability of an idealized theory of society such as Rawls has presented it in A Theory of Justice. I say viability since it is not really Sen’s concern to argue about the philosophical foundations of Rawls’ approach. Rather, Sen wishes to substitute a more practically oriented theory of justice, the capabilities approach, for Rawls’ foundationalism about institutional structures and their relation to justice. Sen’s main criticism is thus that Rawls’ idealized theory excludes too much of what we should care about: the person’s
real position in the world, as well as parts of the world which are not included in Rawls’ closed system of the state. In short, Sen is driven by the practical need to provide a theory which is truly universal in scope, but which is also able to deal with vexing questions of real world politics like persistent inequalities among people and relative lack of basic freedoms. This situates Sen’s work at the intersection of political theory and social science.

Sen’s book is in many ways an introduction to and summary of work done over the past 50 years. Readers who are already familiar with Sen will find here a compelling elaboration and systematization of the many topics that Sen has worked on: economics, philosophy, and, it seems, all of the social sciences which lie in between. New readers will be dazzled by the copious references not only to Sen’s own work, but by the near encyclopedic knowledge Sen evinces of work done in the past 50 years in the social sciences and political philosophy. Sen peppers his pages with references to friends and colleagues, especially at Harvard, Oxford and Cambridge, who have influenced him and who, inevitably, have been influenced by him. His style in these references is chatty and warm, and further contributes to the impression that what we have in these pages is a disagreement only within liberalism, which, in different forms, Sen believes has carried the day. (The only prominent references to a non-liberal thinker that I could detect are to the late G. A. Cohen, whose own recent book takes issues with the central tenets of Rawls’ theory.)

Sen has many philosophical heroes but chief among these is Adam Smith who, for Sen, himself an avowed child of the enlightenment, represents a sort of counter current to the Kantian enlightenment, which Sen sees Rawls embodying in his emphasis on abstraction. This counter-current includes thinkers like Mary Wollstonecraft, the Marquise de Condorcet, Jeremy Bentham, John Stuart Mill and even Karl Marx. What all of these thinkers have in common, according to Sen, is their comparative rather than foundationalist approach. Thus, Smith’s concept of the impartial spectator is championed as a comparative version of Kant’s foundational categorical imperative. The difference between the two is that the impartial spectator, while impartial, proceeds by comparison of different perspectives rather than by moral judgment concerning the correct position to take, as the Kantian categorical imperative does. Smith’s view is meant to permit us to see other positions without judging them right or wrong, but rather giving the spectator an appreciation of the relative advantages and disadvantages of a particular comprehensive position.

Sen’s thought, as he makes clear on several occasions, is also influenced by Indian philosophical thought. Here the distinction between niti and nyaya conceptions of justice is particularly important to him. The niti conception of justice is characterized by “organizational propriety and behavioral correctness”, while the nyaya conception “stands for a comprehensive concept of realizing justice” (20). And with this, the centralconcern of theory has been named: Sen is concerned with realization of justice rather than the determination of its pure definition. Sen writes: “an approach to justice can be both entirely acceptable in theory and eminently useable in practice, even without its being able to identify the demands of perfectly just societies.” (401) What Sen wants, in other words, is a theory that is both responsive to the needs of justice and responsive to real world problems.

For someone who has worked as extensively on real world problems, from the Bengal famine of 1943, which Sen witnessed first hand, to the problems of the ‘missing’ generation of women in Asia (due to the impact of inequality on life expectancy of children and newborns), Rawls’ idealized theory of justice surely leaves something to be desired. The problem with a procedure like Rawls’ original position is that, as Senuts it, “there is still a large question about how the chosen institutions would work in a world in which everyone’s actual behavior may or may not come fully into line with the identified reasonable behavior [stipulated by Rawls].” (68) The problem, however, is not only that people are not sufficiently rational, but also, that formulating the question of justice in the way Rawls does means that certain important features of justice will be neglected. These are, as I have noted, the agent’s real position and her real possibilities.

Sen develops this theory out of the social choice model developed by Kenneth Arrow. While much social contract theory depends on an idealized conception of rational agents, the social choice model, as developed by Sen, relies on our actual and only somewhat rational ability to rank different outcomes based on our particular situation. Such ranking, for Sen, means that we can weigh outcomes that are not ideal againsteach other, regardless of how close to the ideal outcome they get. Social choice theory thus makes room for incompleteness.

Sen identifies several features of the social choice framework. (1) Focus on the comparative, not just the transcendental. For Sen this means that “a theory of justice must have something to say about the choices that are actually on offer”. (2) Recognition of the inescapable plurality of competing principles. This means that there will be different conceptions of freedom that can be employed in social choice theory and this, in turn, means that there will be different and potentially incompatible outcomes of social choice theory. (3) Permissibility of partial resolution. This means that the result of social choice may be tentatively incomplete (a work in progress) or that it may arrive at an impasse which is conceptually accounted for, though also open to further revision. (4) Social choice theory reflects diversity of input which means that social choice can give us functional connection between individual rankings and priorities on the one hand and results relevant to social policy on the other. These too will be helpful in determining a closer approximation to justice. (5) Finally, social choice, even if it yields conclusions which conflict, tells us a great deal about current positions and thus should help us come up with better solutions than the ones we already have (106-111).

Sen argues that this framework can help us evaluate relative freedom and justice in terms of outcome as well as in terms of agency. Avowing that he shares Rawls’ commitment to the priority of liberty (62), Sen argues that justice in actual human affairs is not simply a matter of cumulative outcome (what results) but also of comprehensive outcome (what results and how it is brought about), as in Rawls’ proceduralism. Sen thus sides with Rawls against economists and utilitarians who tend to see human freedom merely as welfare. Sen’s approach of freedom as capability holds that freedom is valuable for at least two reasons: freedom must provide
opportunity to pursue our ends, and freedom must give us a choice about which opportunities to pursue (228). Sen calls this capability. The approach is pluralist in the sense that it “points to an informational focus in judging and comparing overall individual advantages” without specifying how
information may be used (232). It does not specify any particular ‘primary goods’ as Rawls does. Its second decisive feature is that it “is inescapably concerned with a plurality of different features of our lives and concerns.” (233) These are what Sen calls functionings. Sen writes: “The capability that we are concerned with is our ability to achieve various combinations of functionings that we can compare and judge againsteach other in terms of what we have reason to value.” (233) Freedom as capability thus seeks to do justice to the diversity of human positions as well as to the diversity of human interests.

But how are these different interests to be coordinated? Sen’s answer is: through public debate. For Sen the model of debate is essentially given by the comparative model of Smith’s impartial spectator, as I have noted. The impartial spectator permits open and open-ended discussion, hence the opportunity for people to revise their views based on their changing positions and changing information. This, for Smith, is taken as a fairly unproblematic point.

It is difficult to do justice to such a synthetic work in a few pages, and perhaps more difficult to launch any substantive criticisms of it. However, philosophy being what it is, it is perhaps worth dwelling for a few moments at least on what Sen’s book is and what it is not. As I said at the outset, Sen’s book is not concerned with the grounding of its theory in any meta-ethical sense, that is, Sen does not seek to give a final justification of his pluralist approach to liberty nor to his claim that the impartial spectator is the best
sort of model for deliberation. He does argue, however, that the impartial spectator can help us become more clear about the ways in which human agency could be more fully realized in terms of both functionings and capability. He has, however, also argued that Rawls’ conception of the original position is idealized in a way that makes it unsuitable to tackle real world problems. This too I will not dispute. Sen’s book is a work that seeks to form a bridge between philosophy and social policy in the sense that it argues for the methodology of the capability approach largely from a mixture of philosophical and empirical observation but does not try to systematize these in a philosophical foundational way.

For all of Sen’s criticism of Rawls there is one concept that Sen barely mentions: the concept of the reflective equilibrium. The reflective equilibrium, which in Rawls is meant to ground the whole theory of justice, is the idea that we can abstract from our own perspectives, check these against those of others and adjust our own views accordingly. The reflective equilibrium, in my view, is remarkably close to Sen’s own view of public deliberation. When all is said and done, Sen’s and Rawls’ theories bare remarkable similarity to one another when it comes to their philosophical commitments about the role of rationality and human agency. What they share is a rejection of Kant’s attempt to provide a metaphysical foundation for morality. This means that they have, from a philosophical point of view, more in common than Sen may think.

Resource: Public Reason, Vol. 2, No. 2, December 2010

15 marzo, 2011

Salvador López Arnal: Entrevista a John Brown

I

Me gustaría preguntarte por asuntos de filosofía y política que, como es sabido, no forman sistemas disjuntos. Empiezo por el primer nudo. Tú sueles declararte spinozista. ¿Qué crees que tiene mayor interés en la obra del autor de la Ethica more geometrico demonstrata?

La obra de Spinoza es la mayor contribución de un solo autor al pensamiento materialista que se haya hecho hasta hoy. Lo que tiene mayor interés para mí en el spinozismo es la permanente lucha de Spinoza contra la abstracción. Para Spinoza estamos siempre ya en lo concreto, en lo complejo y en lo plural: lo complejo no debe ser deducido. A diferencia de las filosofías que parten de un principio y una esencia, el materialismo parte de la pluralidad como algo siempre ya dado: los infinitos átomos y el vacío que los separa en Demócrito o Epicuro, Dios como la causa y el efecto de los infinitos modos que lo constituyen en Spinoza, o, antes, la confluencia imprevisible, no regida por ningún principio de unidad, de la fortuna y la virtud en Maquiavelo.

Esto es lo que significa ese aparentemente místico comienzo de la filosofía por el concepto de Dios. No se trata aquí de una teología, sino de una indispensable deconstrucción materialista de la idea imaginaria, ideológica diríamos en términos marxistas, de Dios. Dios -una sustancia infinita que consta de infinitos atributos que se expresan en infinitos modos - no es sino la complejidad siempre ya dada, como único horizonte especulativo y práctico. Todo lo demás es mistificación, obra de la imaginación cuando no de la superstición. Si Dios se disuelve en la infinita complejidad de lo real -los infinitos modos que constituyen la realidad finita-, el hombre corre la misma suerte: el concepto de “hombre” no es sino la imagen especular del de Dios. Sólo el delirio teleológico universal que constituye el universo del “sentido común”, o lo que es lo mismo, de la ideología, para los cuales el mundo ha sido hecho para el hombre, y existe “algo” o “Alguien” que todo lo ha dispuesto en su beneficio, permite pensar los conceptos de Dios y de Hombre. El hombre, como sujeto libre, rinde culto a Dios, también Sujeto libre que ha organizado el mundo en favor del hombre y exige de él ese culto. Desde Jenófanes y Epicuro nadie había combatido la idea imaginaria y antropomorfa del absoluto con tanta energía como Spinoza. Nadie había combatido tampoco con tanta radicalidad la idea “antropomorfa” del hombre.

Ser spinozista hoy, ¿qué quiere significar? ¿Intolerancia ante la superstición como has señalado tú mismo en alguna ocasión? ¿No hay algún peligro que nos convirtamos en algo, digamos, políticamente muy extraño como ha sido el caso del ex spinozista y ex althusseriano Gabriel Albiac?

Más que intolerancia ante la superstición, lo que hay en el spinozismo -y en general en el auténtico materialismo- es una necesidad de entender los mecanismos de la superstición. Como afirmaba Althusser, el materialismo consiste en “no contarse cuentos” (ne pas se raconter des histoires). Es este un requisito indispensable de la libertad. Para ello, sin embargo, es necesario producir el conocimiento teórico de la ilusión, es preciso conocer la ilusión por sus causas. Es lo que hizo Spinoza, pero también lo que hizo Marx en el Capital: pasar de las relaciones efectivas que son la esencia del capitalismo a sus formas fenoménicas y explicar estas últimas como efecto necesario de las primeras. El antihumanismo teórico, la crítica radical de las ilusiones morales y políticas, el reconocimiento de que todo poder se basa en una correlación de fuerzas son, a mi juicio, elementos fundamentales de cualquier teoría materialista de la historia y de cualquier ética materialista tanto individual como colectiva. Liberarse de la idea imaginaria del hombre es una exigencia de la libertad intelectual y práctica.

Sin embargo, el problema de la libertad que se conquista duramente por y con el conocimiento verdadero, es que nada la garantiza y un materialismo, aislado de todo compromiso político comunista y practicado en un entorno universitario y periodístico, como ocurrió en el caso de Albiac, puede fácilmente degenerar en un cinismo misantrópico, en un pesimismo antropológico, un libertinismo triste. No creo que el problema sea del spinozismo, ni de Althusser, quienes siempre combatieron toda forma de antropología. El antihumanismo teórico no es una misantropía reaccionaria y elitista, sino, por el contrario, un requisito teórico indispensable para una práctica individual y colectiva libre de ilusiones ideológicas.

Aunque ya has dado pistas en tus respuestas, permíteme insistir sobre una noción que has usado: cuando hablas de materialismo, ¿de qué materialismo estás hablando? ¿No contarse cuentos, de eso se trata? Añado además, ¿esa permanente lucha contra la abstracción de la que hablas no es contradictoria con el proyecto de una Ethica, que no es sólo una ética desde luego, demostrada, no es poco, al modo o estilo de los geometría clásica?

Materialismo: recordaba Althusser en sus últimas obras que el término no era muy feliz y que la contraposición materialismo-idealismo era bastante menos clara de lo que parece. Existe en toda filosofía un elemento materialista que la despega de la ideología y de lo imaginario: las filosofías, en general, procuran, al menos en parte, no contarse cuentos o no sólo contarse cuentos, no adular al sujeto que interpelan de modo que pueda reconocerse en lo que dicen. Existe asimismo en las filosofías idealismo e ideología, reconocimiento imaginario y no sólo concepto.

Materialismo e idealismo existirían por lo tanto de manera tendencial en cada filosofía como los términos de un insuperable conflicto. De ahí que, a la hora de buscar una filosofía para el marxismo, Althusser procurase encontrar una nueva línea de antagonismo que permitiese entender mejor el conflicto constitutivo de la filosofía: el principio de razón. Existen así filosofías que se fundan en el principio de razón y pretenden que es posible una explicación racional de todo, un saber absoluto, y otras que se sitúan, como podríamos decir imitando el título de Freud, “más allá del principio de razón”. Más allá del principio de razón se encuentran los materialistas clásicos como Demócrito, Epicuro o Lucrecio, Maquiavelo, Spinoza y Marx, pero también Martin Heidegger. Heidegger hizo en su escrito sobre el principio de razón una crítica de la contraposición idealismo-materialismo, concebidos como las dos ramas de un pensamiento sometido al principio de razón. Frente al principio de razón está lo aleatorio, el clinamen de Lucrecio/Epicuro, la fortuna de Maquiavelo y las formas de causalidad estructural que se encuentran en Spinoza y Marx. Se constituye así un nuevo frente, en el que lo que está en juego es que la historia no se conciba como el despliegue de una esencia sino como el resultado aleatorio de un encuentro de elementos no ligados. Se trata de hacer compatible el materialismo histórico con la práctica de la política, con lo aleatorio de la coyuntura.

Y en cuanto a la lucha contra la abstracción…

En cuanto a la lucha contra la abstracción, uno de los aspectos materialistas de la filosofía de Hegel es su rechazo de la abstracción: ahora bien, la abstracción para Hegel es lo concreto de la experiencia común, el lenguaje de las verduleras. Frente a la abstracción de la conciencia inmediata en la experiencia común, está el concepto, que debe producirse a través del duro trabajo de las mediaciones internas a la conciencia. Lo concreto no es lo inmediato, sino el resultado del paciente trabajo del concepto. En idéntico sentido, el modelo constructivista euclidiano en que se basa la Etica de Spinoza sirve para dos cosas: impedir el reconocimiento inmediato, el libre curso de la imaginación que “reconoce” el sentido de los términos Dios, substancia, alma etc. y, sobre todo, producir, construir a partir de la productividad de las nociones comunes, el concepto de lo concreto, la idea adecuada, lo concreto pensado. Existe, con todo una importante diferencia entre Hegel y Spinoza: para Spinoza la idea y lo ideado no se identifican nunca, no se integran nunca en una esencia común superando sus diferencias a través de la negación. El círculo y la idea del círculo serán eternamente dos cosas distintas.

Déjame que vindique el lenguaje de las verduleras y permíteme también que, en el caso del círculo, señale que yo no estoy tan seguro que la cosa y su idea sean, eternamente o no, dos cosas distintas. Sea como sea, hablabas antes de “antihumanismo teórico” como sinónimo de crítica radical de las ilusiones morales y políticas. ¿No hay algún problema en el uso de ese término? ¿Qué conseguimos usando la expresión “antihumanismo”? ¿Liberarse de la idea imaginaria del hombre implica librarse de cualquier aproximación al concepto hombre o ser humano? ¿Se infiere también de ello la negación, uso términos althusserianos, del continente científico de la antropología? ¿Claude Lévi-Strauss fue un charlatán?

Quien tendría que justificarse a este respecto es el que afirma, no el que niega. Aparte de la evidencia imaginaria y de lo “concreto” ideológico en que todos nos reconocemos, aparte también de la teoría zoológica o biológica de lo que es la especie humana, la idea de hombre sólo tiene un uso ideológico dentro de los dispositivos modernos de gestión de la población y en la economía política. En la teoría, en la filosofía materialista o en la teoría materialista de la historia ese concepto no tiene cabida. Para escribir el Capital, Marx tuvo que deshacerse de la evidencia ilusoria del hombre, sus necesidades y sus intereses, en la que se basa la economía política: concebir los individuos como portadores, vectores (Träger) de las relaciones sociales. Como le dijo Laplace a Napoleón cuando este le preguntó por el lugar de Dios en su sistema de mecánica celeste, un marxista podría decir respecto del “hombre”: “no he necesitado esa hipótesis”.

En cuanto a que la antropología sea un “continente científico”, esto es algo que no se puede atribuir a Althusser…

No pretendía hacerlo. Usaba la terminología que él usó en alguna ocasión para referirse, por ejemplo, a la Historia, al continente “historia” según su forma de decir.

La antropología es un espacio intermedio entre el cuestionamiento sobre el hombre propio de las “ciencias sociales” y “humanas” y la historia materialista o científica. Lévi-Strauss no es un charlatán, pero tampoco es un humanista teórico, por mucho que hable de antropología. Su objeto, a pesar de ciertas ambigüedades, no es el hombre.

Ese compromiso político comunista del que también hablabas antes, ¿qué significa hoy para ti? ¿En qué consiste el comunismo del siglo XXI en tu opinión?

El comunismo en el siglo XXI creo que es idéntico en lo esencial al comunismo en el siglo XIX tal como lo veía Marx. A lo que no es idéntico es a una aspiración socialista. El socialismo, al igual que la dictadura del proletariado sólo puede ser una mediación evanescente del comunismo, un momento de transición inestable entre capitalismo y comunismo en el que se dan todas las “condiciones de inexistencia” (Althusser, Spinoza) del comunismo. Perseverar en el socialismo conduce al error y al horror de Stalin, quien, a diferencia de Marx y de Lenin, considera que existe un “modo de producción socialista”. Un modo de producción socialista es, en términos de Althusser, algo así como un “logaritmo amarillo”, una contradicción en los términos. Históricamente lo único que representó el socialismo fue la pesadilla ya prevista por Marx en el libro III del Capital de un “capitalismo sin capitalistas”, donde el Estado reproduce policialmente las relaciones sociales basadas en el trabajo abstracto y en el valor, sin que exista un mercado autónomo.

Naturalmente, el comunismo es otra cosa: la libre producción de los comunes, sin Estado, sin clases, sin mercado y sin derecho. El capitalismo de hoy ya ha descubierto las virtualidades de la libre asociación de trabajadores libres y las parasita y explota. La estrategia comunista tiene hoy por finalidad liberar esas relaciones sociales y esos comunes productivos ya comunistas.

Si mi memoria ha acuñado bien esta moneda, creo que fue Althusser en sus Elementos de autocrítica, un texto de principios o mediados de los setenta, quien señaló que la ausencia del legado de Spinoza en las aproximaciones y desarrollos de la obra marxiana era uno de los puntos débiles de la tradición. ¿Es así en tu opinión? ¿Qué pueda aportar la lectura de Spinoza a la interpretación de Marx?

Althusser buscó en Spinoza la filosofía de Marx. Esa filosofía que subyace al Capital, pero que Marx jamás llegó a formular. Una lectura spinozista del Capital aleja numerosas tentaciones: 1. en primer lugar la de una interpretación dialéctica de la historia, que concibe, a la manera de Hegel, el acontecer y los cambios históricos como despliegue de una esencia en la que estos cambios están preinscritos; 2. en segundo lugar, permite fundar teóricamente la tesis de Marx de que ningún concepto teórico tiene carácter ahistórico: toda realidad es una esencia singular que depende de unas condiciones de existencia (sobre)determinadas. Una perspectiva spinozista nos permite, por ejemplo, reconocer que, para Marx, a diferencia de lo que ocurre en la economía política, no existe el trabajo ni el valor en general, sino que estas categorías deben necesariamente integrarse en un modo de producción y en las condiciones de existencia reales de este modo de producción. Frente a la dialéctica, por lo tanto, lo que propone una lectura spinozista de Marx es una explicación de lo plural y lo complejo por y en lo plural y lo complejo.

Por tanto, en tu opinión, ¿el legado dialéctico-hegeliano en la obra de Marx no tiene ninguna interpretación que permita frutos político-teóricos? La dialéctica, si me permites la broma analítica, sería un cuento, uno de los cuentos que no debería narrar un materialista que se precie de serlo.

Sí, al igual que cualquier pensamiento teleológico, pues la dialéctica, como bien explica Hegel, es una teodicea. No hay materialismo dialéctico: es otro “logaritmo amarillo”.

Hablando de la tradición marxista y de aquellos años. ¿Queda algo de interés en la obra de autores como Althusser, Rancière, Dominique Lecourt, Balibar, etc? ¿Hay ahí jugo sustantivo que exprimir?

Depende para quien. Si de lo que se trata es de defender un proyecto teórico o político “moderno”, esto es, adaptado a la hegemonía definitiva del capital, en estos autores poco hay que exprimir. Con Althusser, por ejemplo es imposible hacer una defensa del Estado de derecho como las que hoy están de moda en ciertos sectores de la izquierda: para Althusser -como para Marx-, el “concepto clave” de la teoría marxista es el de dictadura del proletariado. Con Rancière también es difícil defender las “democracias” actuales que, para él constituyen prototipos del régimen policial, de aquel que gestiona el reparto de lugares sociales entre los distintos grupos, sin preocuparse de la existencia de ese grupo sin lugar, de esa clase sin clase que Marx llamaba “proletariado”.

Hablas, sin embargo de autores muy distintos entre sí. Althusser sigue siendo la gran referencia teórica de un marxismo que opta por un materialismo sin concesiones, integrado en la “única tradición materialista”, la de Demócrito, Epicuro, Lucrecio, Maquiavelo, Spinoza, Marx, etc. Rancière se sitúa en otro plano y en alguna medida, lo que intenta recuperar son las tradiciones políticas del movimiento obrero real frente al marxismo “teoricista”, por un lado, y frente a los aparatos de representación de la clase obrera. Rancière criticó muy duramente a Althusser en su libro La lección de Althusser, pero hay una importante dosis de malentendido entre los dos; Althusser, en sus escritos de mediados de los años 70 acepta explícitamente muchas de las críticas de Rancière. De Rancière, son por otra parte indispensables sus reflexiones sobre la democracia como poder de la parte sin parte, del sector del pueblo que queda fuera del reparto “policial” de las posiciones sociales. Mal que le pese, lo que llama Rancière “democracia” coincide en lo esencial con lo que Marx denominara “dictadura del proletariado”. Las reflexiones de Balibar sobre la ciudadanía no carecen de interés, aunque cada vez se orienta más hacia una concepción neutralista del Estado capitalista, que lo integra más en la tradición republicana francesa -en su versión radical- que en el marxismo. Con todo, la aportación de Balibar al estudio del Spinoza político es sumamente valiosa. En cuanto a Lecourt, considero que sus trabajos de epistemología siguen teniendo gran interés. Tampoco hay que olvidar los trabajos de Macherey sobre Spinoza y su seminario aún en curso en Lille sobre “la filosofía en presente”.

II

Tres preguntas sobre lo que has señalado. ¿Qué es para ti la dictadura del proletariado? ¿La izquierda comunista debe seguir vindicando esa noción incluso después de haber visto lo que se ha hecho en su nombre en sociedades y momentos históricos muy recientes? ¿En Cuba o en China, por ejemplo, existe o ha existido una dictadura del proletariado?

Abandonar la dictadura del proletariado en la teoría marxista de la historia es lo mismo que abandonar la ley de la caída de los graves en la física de Newton. Marx así lo entendía y lo dijo muy explícitamente en su carta a Weidemeyer. La idea de dictadura de clase es consustancial a la concepción marxista de la política en las sociedades de clase y concretamente en el capitalismo.

La dictadura del proletariado es sólo el reverso necesario de la dictadura de la burguesía. Sin embargo, las formas políticas de la dictadura de la burguesía no tienen por qué ser siempre “dictatoriales”, esto es violentas y liberticidas; existe un capitalismo democrático y también existen capitalismos dictatoriales en el plano político como el Pinochet o el de Ben Alí en Túnez.

En el caso de la dictadura del proletariado, sus formas políticas no pueden ser nunca “dictatoriales”, al menos en lo que se refiere a la relación de los órganos de gobierno a la mayoría social proletaria.

En China y en Cuba, como en la propia Rusia o en la Comuna de París, ha habido claramente momentos de dictadura del proletariado, sobre todo al principio de los procesos revolucionarios, que luego fueron sustituidos por formas autoritarias de gobierno, por esa perpetuación del socialismo de la que hablamos antes. Esas formas autoritarias han tenido cierta utilidad, pues han liberado a China y a Cuba de la dependencia respecto del imperialismo y han permitido a China convertirse en un polo capitalista autónomo, una potencia regional. En cuanto al futuro de Cuba, las cosas no están claras: es posible un paso a un capitalismo nacional de mercado controlado por el Estado como en China, pero también existe la posibilidad de un desarrollo comunista a partir de la gigantesca acumulación de comunes productivos y cognitivos que se da en la Isla. Un regreso puro y simple a la dependencia, al mercado mundial, me parece improbable.

Hablabas también, críticamente, de la defensa del Estado de Derecho que tan de moda está, en tu opinión, entre sectores de la izquierda. ¿no hay que defender pues el Estado de Derecho? ¿La tesis que señala la inconsistencia entre el Estado de Derecho y el modo de producción de capitalista te parece poco sensata?

Muy buenos y queridos amigos míos defienden esa tesis que ya fue defendida por ilustres marxistas como Kautsky y Bernstein. Creo que desde el marxismo es sencillamente indefendible. Por ello tienen que inventarse dentro de Marx o importar en el marxismo desde la antropología un invariante antropológico que sirva de base iusnaturalista al Estado de derecho.

En cuanto a la inconsistencia entre capitalismo y Estado de derecho, es la misma que existe entre feudalismo y religión. Si se es creyente, puede pensarse que la religión tenía un valor transcendente que le hacía superar incluso en la Edad Media el marco feudal, si no se es creyente, se analiza el funcionamiento de la religión dentro del modo de producción feudal y basta. Quien piensa que el Estado de derecho es portador de valores eternos, al igual que el hombre como sujeto de los derechos del Estado de derecho, es un creyente, no un materialista. En cuanto a la conveniencia política de levantar las banderas de la burguesía cuando esta está agrediendo a media humanidad en nombre de los derechos humanos y el Estado de derecho, más vale no hablar. Puestos a resucitar términos, me parece mil veces más útil el de dictadura del proletariado, siempre y cuando no se separe de la dictadura de la burguesía que es su necesario trasfondo. El Estado de derecho es hoy un regalo envenenado: su función es semejante a la del libre cambio que Inglaterra imponía a todos los países en el siglo XIX, reservándose el derecho de defender su propio mercado. Hoy, el Imperio impone a todos el Estado de derecho, reservándose el derecho soberano a actuar dictatorialmente. Ese regalo, por lo demás, de obligada aceptación, más vale que se lo queden. Nosotros nos quedamos con una democracia no estatal ni representativa, o, lo que es lo mismo, el comunismo.

“Althusser sigue siendo la gran referencia teórica de un marxismo”, has señalado. Pero él mismo, en su última obra, El porvenir es largo, hablaba de que su lectura de Marx no había sido muy profunda, que había hablado de oídas en algunas ocasiones, para impresionar, que había trabajado menos de lo que se pensaba la obra del autor de El Capital. ¿Exageró tal vez? ¿Ya eran malos momentos?

He visto personalmente los libros, los ejemplares de la obra de Marx utilizados por Althusser, llenos en cada página de notas y de subrayados, también los centenares de páginas de manuscritos preparatorios de Pour Marx o de Lire le Capital. No son indicios de un conocimiento escaso o de oídas. Sabido es que la exigencia despiadada del superego en algunas estructuras psíquicas obliga al sujeto a autohumillarse. Como recordaba Freud en El malestar en la civilización, son siempre los santos los que se sienten más culpables.

Lacan fue un pensador que cautivó a un sector numeroso e importante de la izquierda europea, fuera marxista o no. ¿Qué opinión te merece su obra?

Lacan es a Freud lo que Althusser es a Marx. Gracias a Lacan podemos hoy leer a un Freud distinto del que nos presenta el freudismo norteamericano, secuaz de Anna Freud. Lacan considera que la tarea del psicoanálisis no es la de “normalizar” el ego, ni de completarlo, lo que, por lo demás es tarea imposible, sino la de permitir al analizante -que no es un paciente- vivir con su síntoma. Tanto Freud como Marx son autores que nos enseñan a ver nuestra sociedad y nuestra subjetividad como realidades esencialmente divididas. Intentar “normalizar” un sujeto neurótico es someterlo al orden social que en gran medida es origen de su malestar.

Lacan es además quien, desde los años 50 anticipó el “giro lingüístico” al afirmar que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Lacan nos permite, por otra parte, pensar con mayor radicalidad en qué consiste el materialismo. No basta para Lacan que el yo sea un efecto del no-yo conforme a la definición fichteana del materialismo, o que la conciencia sea un efecto del ser social (Marx). La tesis del materialismo no puede ser una mera inversión de la tesis idealista según la cual el yo es originario y el no yo es derivado. Un materialismo que se limite a invertir la tesis idealista no ha salido del idealismo. Lo que aporta Lacan al materialismo -y esto es decisivo- es la idea de un sujeto dividido por el lenguaje, y de un no-yo, el Otro del orden de los significantes, necesariamente incompleto. La concepción determinista y finalista de la historia que se asocia con las formulaciones vulgares del marxismo se basa en la idea de una “determinación en última instancia” del acontecer histórico por la esfera económica. La economía es una esfera que adquiere su entidad propia en el capitalismo gracias a una presunta autorregulación: es un todo autónomo y autodeterminado con todas las características del Yo del idealismo. Romper con esta concepción supone reconocer que la economía no se autorregula, no se funda en sí misma. Esto es lo que tienen en común Lacan y Marx.

Apuntas, siguiendo a Lacan, que intentar normalizar a un “sujeto neurótico” es someterlo al orden social que, en gran medida, es la causa de su malestar. ¿Un enfermo mental (pongamos, una persona bipolar o un individuo esquizofrénico) es un sujeto neurótico? Si fuera así, ¿no habría entonces que “normalizarle”? ¿Qué habría que hacer con él entonces?

En los casos que citas se trata de psicosis, no de neurosis. De todas formas, aparte de normalizar a la gente, para lo que ya existen policías, médicos, sociólogos y psicólogos, pueden hacerse otras cosas: para empezar, respetar su singularidad y considerar que el trabajo sobre su síntoma corresponde al “enfermo”, incluso cuando se trata de un psicótico. Es esto lo que el psicoanálisis intenta hacer tanto en su dispositivo clásico, el “diván”, como en las instituciones en que su práctica puede producir efectos. No se trata de no hacer nada con los psicóticos, sino de hacer algo que les permita alcanzar por sí mismos el mínimo de enganche con el lenguaje necesario para la vida social. Por otra parte, la institución, incluso el encierro, pueden ser útiles como medios de protección del enfermo frente a un entorno social que consideran hostil y que les es hostil. Para ello, institución y encierro no deben ser un fin en sí, un elemento sustancial de la cura, sino un marco para una actividad del sujeto sobre sí mismo con asistencia de individuos capaces de escuchar, incluso de escuchar su silencio.

Hablabas también de la anticipación lacaniana del “giro lingüístico”: el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Pero eso, mirado con calma, es decir mucho y es decir muy poco. Todo, o casi todo, puede tener una estructura afín a la estructura de un lenguaje. Por lo demás, ¿todo lenguaje, natural o formal, tiene la misma estructura o una estructura afín? ¿Qué singulariza esa estructura?

A (casi) todo se le puede dar la estructura de un lenguaje por que casi todo es simbolizado por un lenguaje. El animal que habla no tiene ningún conocimiento de la realidad, ningún contacto con la realidad que no haga intervenir el lenguaje. Esto lo decía ya Aristóteles, mucho antes que Lacan. Lo que aporta Lacan es un desarrollo coherente de ciertas tesis freudianas sobre la relación entre el inconsciente y el lenguaje. El lenguaje no sólo, ni sobre todo, es un medio de comunicación. En el lenguaje existen fallos, errores, lapsus que apuntan más allá de él mismo, hacia el sujeto del inconsciente. Decía Lacan en Televisión que Freud se había adelantado a Saussure y que, en realidad era el verdadero fundador de la lingüística, al descubrir la estructura lingüística del síntoma en la psicopatología de la vida cotidiana y en el chiste, así como en el trabajo del sueño. Con ello lo que descubría Freud, a través de estos “fallos” en la comunicación interindividual era la centralidad del significante, del aspecto material de la palabra, en el lenguaje. El lenguaje se hace visible como estructura, como cadena significante, en el momento en que falla. Sin los síntomas que apuntan al sujeto del inconsciente, el lenguaje sería invisible como sistema, se confundiría imaginariamente con las cosas como ocurre en todas las teorías representativas de la significación lingüística. El lenguaje abre la posibilidad de mentir, mostrando así la presencia-ausencia del sujeto. Significante y sujeto (del inconsciente) son así inseparables. En términos de Lacan: “un significante representa un sujeto para otro significante”, mientras que un “signo” es aquello mediante lo cual un sujeto representa una cosa para otro sujeto.

Castillo del Pino, irónicamente, hablaba de Charlacán y Alan Sokal y Jean Bricmont, con cuidado y matizadamente, criticaron en Imposturas intelectuales algunos abusos lógico-metafóricos, en su opinión, de Lacan y también de otros autores y autoras franceses. ¿Qué opinión te merecen estas aproximaciones críticas?

Chomsky lo definió como “un brillante charlatán consciente de serlo”. Yo creo que Lacan no lo desmentiría, pues siempre afirmó que su prosa hablada representaba la posición del analizante que aplica la regla fundamental del psicoanálisis, la libre asociación. Hablar como el inconsciente es hablar como un charlatán. Sin embargo, las aproximaciones críticas de Sokal y Bricmont son burdas simplificaciones. Conste que la broma literaria de Sokal me parece divertida y su éxito es índice del grado gigantesco de pedantería y papanatismo de que hacen gala muchos intelectuales de la izquierda. Por lo demás, estoy convencido de que la Etica de Spinoza habría sido incluida por estos señores entre las “imposturas intelectuales”. Y es que existe una relación bastante estrecha entre la Etica more geometrico demonstrata de Spinoza y el discurso deliberadamente barroco de Lacan: en ambos casos se trata de impedir un reconocimiento inmediato del lector en lo que dicen; el lector tiene que trabajar sobre lo leído y lo leído tiene que trabajar en él, para producir un concepto. Es lo contrario de la concepción empirista del conocimiento -y de la lectura- que es habitual, y para la que existen hechos y datos transparentes que hablan por sí mismos y que basta leer en la realidad como en un “libro abierto”. Esta concepción empirista es considerada por Lacan como una posición imaginaria: Spinoza lo dijo en los mismos términos.

Dejo aparte lo que conjeturas sobre la Ethica de Spinoza. Ellos, de hecho, no la incluyeron en ninguna serie de imposturas y no es imposible que tuvieran documentadas noticias de ella. Broma literaria, dices, sus Imposturas intelectuales. No lo pensaron ellos así, no lo parece cuanto menos. ¿Por qué su éxito es índice del grado gigantesco de pedantería y papanatismo del que hacen gala muchos intelectuales de izquierda? ¿No inviertes la crítica? Es eso precisamente lo que ellos critican a Lacan y a otros autores: que, en ocasiones, en ocasiones que ilustran con referencias y selección de textos, hablan, por ejemplo, del axioma de elección o del teorema de incompletud gödeliano sin tener ninguna idea consistente y fructífera de lo que están hablando. ¿No habías dicho tú mismo antes que ser materialista era no contarse cuentos?

Es también una forma de papanatismo negar a cualquier otro discurso la utilización de temas y de resultados de la ciencia. Insisto, no sólo Spinoza, sino Platón y tantísimos otros caerían bajo la crítica de Sokal y Bricmont. El planteamiento inicial de Sokal y Bricmont es una broma, una broma tomada en serio como todas las buenas bromas, pero una broma, ni más ni menos. Hacer un collage de textos de filósofos postmodernos y presentarlo como artículo a una publicación de la universidad de Duke sometida a peer review me parece una humorada excelente, sobre todo porque la cosa coló.

Sí, sí, de acuerdo, es el origen del libro.

Todo chiste nos hace reír señalando un punto de realidad que no queremos aceptar conscientemente, que reprimimos. En este caso, se trata de la pedantería de cierto discurso progre que hace que algunos respondan aprobativamente de manera pavloviana a lo que huela a políticamente correcto, sin preguntarse por la coherencia del texto. Tal vez, sin embargo, el texto tuviera más coherencia de lo que los propios autores del pastiche pensaron y no haya que ser tan severos con el comité editorial de la revista. Es muy fácil hacer un pastiche de grandes filósofos con aspecto verosímil. En la Edad media eran frecuentes los textos como el Liber de causis que mezclaban alegremente temáticas aristotélicas y platónicas. Lo fascinante es que los textos tenían su coherencia y sirvieron incluso de inspiración a toda la filosofía árabo-musulmana clásica. Pensar que el hablante o el escribiente es dueño del significante es una ilusión de la que el psicoanálisis lleva más de un siglo intentando liberarnos.

Cambio de tercio. ¿Tienes alguna predilección por algún autor del marxismo italiano? ¿Gramsci sigue siendo un pensador a tener muy en cuenta? ¿Te interesa algún otro pensador o pensadora? ¿Lucio Magri, Rossana Rossanda?

Gramsci es para mí un autor fundamental en cuanto es el gran pensador marxista de la lucha de clases ideológica y, aunque no utilice este término, sino el de hegemonía, de la dictadura del proletariado. Gramsci nos permite mejor que ningún otro gran marxista -desde luego mucho mejor que Lenin- comprender la complejidad de los dispositivos de poder de clase. En ello es un poco reconocido precursor de Michel Foucault. En cuanto a Rossana Rossanda, como lector del Manifesto y de sus magníficos artículos, la admiro como periodista y como intelectual, pero no es un personaje comparable a Gramsci.

Déjame que te pregunte por autores que tienen actualmente gran o una notable influencia en amplios sectores de la izquierda europea y mundial. Empiezo por Negri. ¿Qué opinión te merece su obra y su resurgimiento?

Negri no sólo es Negri. Poco se entiende de su obra si se la separa del marxismo autónomo italiano donde antes del propio Negri destacan las obras de Panzieri y sobre todo de Tronti. Es fundamental para el marxismo de finales del siglo XX el doble vuelco que da el autonomismo al marxismo de la Tercera Internacional: 1. en primer lugar la afirmación del carácter determinante de la estructura interna del proletariado, su composición de clase: obrero profesional, obrero masa, obrero social; 2. la afirmación de la subjetividad obrera como elemento determinante de la lucha de clases, frente al pasivismo, victimismo y consiguiente mesianismo y milenarismo propios de la izquierda. Para Negri, la lucha de clases no es mera lucha contra la explotación, sino expresión de una potencia que al afirmarse se abre paso frente a la explotación. Nada que no esté ya dicho en Spinoza. El propio concepto de “multitud” utilizado en sentido positivo a la manera de Spinoza, frente al concepto negativo de multitud de la tradición política occidental, desempeña un papel fundamental en la teoría y en la política de Negri. La multitud describe la pluralidad interna de un proletariado desterritorializado, precario, fuertemente marcado en su nueva identidad a través de las nuevas formas de trabajo por la centralidad del lenguaje y de la comunicación. La multitud es asimismo la clase sin clase que despliega, que produce y reproduce los comunes productivos: a diferencia del pueblo de la filosofía política que era unificado por el Estado o de la clase obrera del marxismo de la IIa y IIIa internacionales que se veía unificada por el Partido, la multitud no necesita ninguna instancia representativa para acceder a su unidad, pues su unidad está siempre ya dada en los comunes productivos. Los conceptos de Negri son, para un spinozista político, pero también y por lo mismo, para un marxista, fundamentales si se quiere comprender algo del caos social y político del capitalismo tardío.

En cuanto a Zizek. ¿Es tan interesante su obra, su cada vez más voluminosa obra, como suele afirmarse entre algunos sectores de la izquierda marxista?

La obra de Zizek es interesante en la medida en que aplica de manera sumamente creativa la teoría psicoanalítica al análisis de la realidad social y política. Aprecio mucho la radicalidad con que reivindica conceptos como el de dictadura del proletariado o sus análisis sobre el terrorismo y la violencia. Sin embargo, Zizek tiene también una dimensión espectacular y comercial que me resulta cargante. Desde el punto de vista filosófico, su intento de conciliar la dialéctica hegeliana con la enseñanza de Lacan -a pesar de lo que afirma el propio Lacan sobre Hegel- me parece condenado al fracaso.

III

Aunque no sean autores propiamente de la tradición marxista, ¿crees que la obra de Deleuze, Derrida o Foucault tiene interés para la izquierda en estos tiempos de contrarrevolución conservadora y aguda lucha de clases?

Yo distinguiría. Muchos análisis de Foucault sobre los dispositivos de poder son de enorme actualidad. También Deleuze constituye un auxiliar fundamental a la hora de comprender la sociedad biopolítica y el régimen de control en que vivimos. En cuanto a Derrida, no creo que tenga gran interés para la izquierda, aunque Althusser lo consideraba el mayor filósofo francés vivo.

La postmodernidad es, como se ha afirmado, ¿la ideología del capitalismo en su fase más despótica y al tiempo terminal?

En su fase más explotadora y al tiempo terminal, el capitalismo no tiene que elaborar ninguna ideología que no sea directamente la ideología práctica del mercado y de la socialización a través del valor y del trabajo abstracto. Esa ideología se impone a machamartillo, pero no creo que tenga mucho que ver con la postmodernidad. Lo que se llama postmodernidad es un espacio intelectual muy poco definido en el que se incluye el postestructuralismo francés, el nuevo feminismo, los queer studies, los estudios postcoloniales etc. Hay muchas obras de gran valor en esa corriente y también mucho papanatismo, pero no se puede decir que sea la ideología del capitalismo actual. Creo que ciertas tendencias radicales postmodernas se han ganado el odio de ciertos marxistas tradicionales porque inciden en realidades que estos se niegan a ver: la pluralidad irreductible del nuevo proletariado, las nuevas formas de poder, el carácter directamente político de lo privado, la imposibilidad de considerar la realidad colonial desde una perspectiva meramente victimista, los mestizajes etc. Un mosaico barroco imposible de representar que espanta con toda la razón a toda organización política que prentenda ejercer una representación universal, sea esta el Estado burgués o los partidos “obreros”.

Has hablado en algún texto de “la necesaria incompletud del orden del significante”. ¿Puedes traducir la afirmación a un lenguaje menos afrancesado? ¿Por qué necesaria?

El orden del significante no es francés sino castellano. “Incompletud” es ciertamente un galicismo, pero me parece mejor introducirlo que hablar del “carácter incompleto”. El orden del significante es la cadena en que los significantes lingüísticos se relacionan oponiéndose unos a otros, de tal modo que la única definición de cada uno de ellos es la presencia/ausencia de uno u otro rasgo en comparación con los demás. Por otra parte, el individuo humano queda determinado como sujeto por el lenguaje: el ingreso en el lenguaje hace imposible la satisfacción directa que obtenía el niño del seno materno o, en general de la madre. El lenguaje es el instrumento que divide al sujeto separándolo del objeto de deseo con el que estaba identificado. Como decía Freud: “el bebé es el seno”. Esto significa que, a partir de la resolución de la crisis edípica, todo deseo tiene que formularse lingüísticamente como una demanda dirigida a otro. La demanda pide, sin embargo, siempre algo distinto de lo que el sujeto desea, algo que queda inevitablemente fuera del lenguaje. El lenguaje, por motivos estructurales, es incapaz de simbolizar el objeto de deseo que es, asimismo la causa del deseo, porque el sujeto que sólo puede constituirse como sujeto en él y por él, excede en su propia ex-sistencia y en el objeto-causa de su deseo lo que en él se puede expresar. Frente al sujeto coherente del cartesianismo que se considera transparente a sí mismo, Lacan reconoce en el sujeto una falla insalvable e interpreta el cogito ergo sum como un cogito “ergo sum” donde la existencia y el saber constituyen una alternativa: “pienso o existo”, pienso ahí donde no existo, existo ahí donde no pienso. En otros términos, o estoy en el orden del significante (pienso) o en el del ser (existo). Si el sujeto (el Yo) está dividido, el orden del significante está “agujereado” por el sujeto que lo habita y evita. En otros términos más sencillos, cuando hablamos, el decir (el hecho de que decimos) queda oculto y no expresado bajo lo dicho. La enunciación no se enuncia nunca en el enunciado.

En el ámbito del marxismo español, ¿qué autor crees que ha aportado más cosas a la tradición?

Lo que esperas que diga es que ha sido Manuel Sacristán…

Efectivamente, eso esperaba de ti.

Pues sí, es lo que diré. Dicho esto, estoy poco de acuerdo con Manuel Sacristán y en general con la “tradición”. En concreto, discrepo de Sacristán en su interpretación positivista de Marx (ya sabes lo que pienso de los hechos y de los datos). Sin embargo, sus traducciones e interpretaciones de Marx y de Lukács colmaron un enorme vacío y contribuyeron a difundir la Paideia marxista en el Estado Español. Con Sacristán, se empezó a leer a Marx.

Pues, la verdad, espero no molestarte, pero no me ha quedado claro qué piensas de los hechos y de los datos. ¿No es bueno saber, por ejemplo, que el paro en España supera el 20%, que la pobreza en Catalunya afecta a un 15% de las familias o que el 30% de los trabajadores de Nissan se han opuesto a un acuerdo que congela sus salarios y que les hace trabajar más días y con mayor explotación, control y disciplina empresarial? ¿No sirve para nada saber todo eso?

No sirve para nada sin una teoría adecuada. Los datos en sí no tienen ninguna existencia. El término “dato” (del latín dare, dar) sugiere una donación que nos hace la realidad, pero la realidad no nos da nada en términos de conocimiento que nosotros mismos no produzcamos. Sólo desde una posición teórica determinada puede haber una experiencia científica, sólo así existen “datos”, que son los datos pertinentes de una teoría científica dada. Después de Canguilhem, Bachelard, Althusser y Kuhn creo que no puede afirmarse que los datos preexistan a la teoría y que la teoría se limite a “interpretarlos”. Esta concepción empirista pertenece a la ideología espontánea de los científicos, pero poco tiene que ver con la práctica real de lo científicos. Aquí conviene seguir el consejo que daba Marx y, a la hora de comprar, no fiarse demasiado del tendero. Para eso sirve la filosofía.

¿Y por qué crees que Sacristán hizo una lectura positivista de Marx? ¿En qué se concreta esa interpretación? Por lo demás, si fuera así, ¿qué pecado habría cometido transitando ese sendero?

La filosofía, como toda práctica humana, está en la naturaleza, y en la naturaleza no hay pecado, sólo hay efectos que a su vez son causas. Una concepción positivista de Marx desfigura a mi juicio el pensamiento de Marx reduciéndolo a la práctica de historiadores y economistas prehistóricos, esto es anteriores a la fundación de la ciencia de la historia por Karl Marx. Es exactamente lo mismo que hacen quienes reducen el psicoanálisis a una psicología. Por lo poco que he leído de Sacristán, tengo entendido que reprocha a Marx una indecisión entre la science anglofrancesa, positivista y la Wissenschaft alemana con pretensiones metafísicas y de saber absoluto. No quiero entrar, por ahora, en un debate que me obligaría a releer lo poco que he leído de Sacristán y a leer lo mucho que aún no he leído, pero creo que Marx no se sitúa en ninguno de estos modelos, ni siquiera en una combinación de ambos.

No entremos, pues, en el debate. De los actuales marxistas españoles. ¿Tienes interés en la obra de algunos de ellos? ¿Por qué?

No vivo en España y tengo poco contacto con el marxismo español. Supongo que hoy no se podrá decir como Baroja en los años 30 que “Marx es un autor poco leído entre los marxistas españoles”, pero no conozco bien el panorama. La obra de mi amigo Carlos Fernández Liria a solas o con Luis Alegre Zahonero o mi otro viejo y querido amigo que es Santiago Alba, me parece interesante: plantea problemas que son fundamentales, pero no creo que los resuelva adecuadamente. No me extenderé sobre esto: estoy preparando mi recensión de su último libro, El orden de El Capital.

John Brown fue un abolicionista estadounidense del siglo XIX. En Wikipedia puede leerese esta información: “El 16 de octubre de 1859, con un reducido grupo, y pretendiendo crear un refugio donde albergar esclavos previamente liberados por las armas, asaltó y tomó el arsenal estadounidense de Harpers Ferry (Virginia) y se hizo con el control de la ciudad. Su grupo fue rodeado por una compañía del Ejército bajo el mando del coronel Robert E. Lee. Diez hombres de Brown, entre ellos dos de sus hijos, murieron en la batalla que se produjo a continuación, y él fue herido y obligado a rendirse. Fue detenido y acusado de traición y asesinato, siendo ejecutado el 2 de diciembre de 1859, en Charlestown (Virginia), convirtiéndose así en un mártir de la causa abolicionista para algunos, y un extremista para otros”. ¿Qué homenaje quieres hacer con tu nombre, además de recordar la figura de este luchador? ¿Qué arsenal deberíamos tomar a estas alturas del siglo y de la historia?

Lo de “John Brown” es antes de nada un pseudónimo, un falso nombre, que, como todos los nombres es primero un significante que, al enlazarse con otros, produce efectos de significado y determina a un sujeto como tal. Lo mismo ocurre, por cierto con mi “auténtico nombre”. Lo primero que busqué fue el nombre más corriente posible en una lengua que no fuera la mía, pero que tampoco fuese exótica. Sin pensarlo mucho, elegí John Brown. Lo del ilustre capitán cuya apología escribiera Thoreau y que, por sus actos, se convirtió en un clásico de la acción directa y en uno de los pocos blancos que tuvieron el honor de ser jefes de un quilombo, vino después. Primero está el significante y después todas sus metonimias.

El arsenal que deberíamos utilizar a estas alturas del siglo debería centrarse en todos los medios necesarios y posibles para que perdamos el respeto al Estado y al capital y recuperemos el respeto por nosotros mismos. Para ello no son necesarias las armas ofensivas, sino la inteligencia estratégica de masas que consiga bloquear los flujos de mercancías y los flujos de comunicación dirigidos desde el poder. Bloquear estos flujos es reapropiárselos, aunque sea temporalmente, como ocurrió recientemente en Francia. Tenemos un ejemplo más reciente aún en la revolución tunecina, en la que un pueblo sin armas neutralizó a un gigantesco aparato represivo, y sigue conquistando cuotas crecientes de libertad y de poder. Los acontecimientos de Túnez no son el resultado de una huelga obrera clásica, sino de una huelga metropolitana de masas que paralizó la capital y las principales ciudades, una huelga paradójica de los parados, de la juventud urbana con formación, incluso universitaria, que nutre las filas del precariado en África del norte, pero también en Europa. Reconocer la potencia de la nueva composición del proletariado y evitar toda nostalgia de los sujetos de la historia perdidos -y que tal vez nunca existieron- como la clase-obrera-representada-por-su-Partido es lo que nos permitirá reanudar con una auténtica “estrategia comunista” y abandonar definitivamente la melancolía que atenaza a la izquierda.

¿Eso implica, déjame preguntarte esto para ir finalizando, que la izquierda debe abandonar sus instrumentos clásicos: el partido, los sindicatos? ¿Cómo se consigue perder el respeto al Estado y al Capital? ¿No podemos perder ese respeto y no ser capaces de generar nada consiste y que nuestra revolución se diluya en el aire?

Todo depende de la “consistencia” que se persiga. No creo que con los instrumentos del régimen representativo burgués, con sus aparatos de Estado, se pueda fundar nada que realmente lo supere. Las revoluciones pasadas no se han diluido en el aire, pero sí en el horror de una caricatura del régimen burgués. La autogestión anarquista durante la revolución española sirve todavía de ejemplo, mientras que el régimen de Stalin sigue desprestigiando hoy las luchas anticapitalistas. Naturalmente, partidos y sindicatos pueden ser hoy medios de resistencia, pero han de ser abandonados en favor de otras formas de organización social y política coherentes con el comunismo. La representación se basa en el individuo propietario, es antitética respecto del libre acceso a los comunes productivos, es incompatible con el comunismo, no por un romanticismo democrático rousseauista, sino por motivos que tienen que ver con las condiciones materiales, con las relaciones de producción comunistas.

Permíteme una última pregunta. El fallecimiento de Jacques Texier el pasado 13 de enero casi me obliga a ello. Cuando antes hablábamos de dictadura del proletariado, y de dictadura de la burguesía y de sus formas concretas, puede haber dado la impresión que el concepto de democracia no era objeto de tu devoción. Texier, en cambio, habló de revolución y democracia en la obra de Marx y Engels. Déjame ahora reproducir un texto de Alma Allende, de 25 de enero de 2011, una crónica sobre lo que está sucediendo en Túnez estos últimos días. Dice así: “Hay algo siempre naif en la palabra “democracia” cuando la pronuncia un burgués que no se pregunta de dónde proviene su riqueza ni en qué fango se apoya su libertad. Pero hay algo enorme, grandioso, muy serio, emocionante y casi estremecedor en esa palabra gritada rabiosamente por jóvenes que sobreviven a ras de tierra. No hay nada de extraño en que sean pobres y no sean comunistas; lo extraño es que sean pobres y no pidan pan ni un rey bueno ni la intervención de Dios. Eso es lo que desearían nuestros medios occidentales y nuestros gobiernos colonizadores; eso es lo que esperarían los sociólogos y los misántropos. Pero hete aquí que estos bárbaros iluminados, algunos de los cuales no tienen ni siquiera carnet de identidad, se presentan en la capital, a pie o en sus camionetas abiertas, y exigen “democracia”. En un proceso que recuerda mucho a los primeros años de la revolución bolivariana, tienen la boca llena de “formas” que exigen un contenido, que no son compatibles con cualquier modo de gestión de la economía, que chocan con la hipocresía de nuestras instituciones europeas: democracia, constitución, gobierno del pueblo, dignidad”. ¿Qué te sugiere esta reflexión? ¿Tienes fuerzas para un comentario de texto para finalizar la entrevista?

Vamos allá. Creo que mi amiga Alma tiene toda la razón, incluso mucha más razón de lo que cree. Yo no me opongo a la democracia, muy al contrario, pero la democracia sólo cobra su sentido cuando es la exigencia del demos, esto es de la parte sin parte de la sociedad (Rancière), de los que no son nada, en términos de Marx, del proletariado. Ya sabes que en la democracia griega, los cargos políticos no eran electivos -sólo lo eran los “técnicos”- porque una elección es siempre una discriminación entre ciudadanos conforme a algún criterio: su saber, su fuerza, su popularidad, su riqueza etc. En la ciudad griega, los ciudadanos libres son iguales, son individuos que se rigen por la “isonomía”, esto es la igualdad definida por la ley de la ciudad, el nomos (sustantivo verbal del verno nemein, “repartir”), que expresa una determinada participación en lo común de la ciudad, en su tierra, en su riqueza, en su poder militar etc. Entre los que son libres e iguales conforme al nomos no puede haber elección, sino simple sorteo. El más pobre y el menos culto de los atenienses podía así ocupar las más altas magistraturas. Esto, hoy, nos parece surrealista y digno de la “Lotería de Babilonia” de Jorge Luis Borges y, sin embargo, una de las sociedades más cultas y libres que conoció el mundo se rigió así. Esto supone hoy que un mendigo podría ser presidente de la República.

La reivindicación de las “formas” legales de la igualdad (la isonomía), nada tiene que ver con la idea de una democracia representativa, ni con el Estado de derecho burgués (valga la redundancia). Lo que la gente en Túnez y en medio mundo reivindica tiene un sabor más antiguo y más auténtico que las modernas repúblicas de propietarios. Lo que en los suburbios de Caracas, al igual que ahora en Túnez, pero también en los movimientos de resistencia contra la Europa neoliberal se defiende y se exige es el libre y directo acceso a los comunes productivos, a la potencia colectiva material e intelectual como medio de producción de la vida y del orden político. Supongo que nuestra amiga Alma, después de vivir y narrarnos en directo y con suma brillantez este estallido de poder constituyente que está barriendo las tiranías (con formas representativas, por cierto) del mundo árabe podrá sacar de ello las consecuencias teóricas y políticas que se imponen. Defender la democracia no es defender el Estado de derecho: es oponerse al Estado y al derecho en cuanto ambos se basan en la propiedad privada o público-estatal e impiden la liberación de los comunes.

Esto parece una mera sutileza teórica, pero tiene inmediatos efectos políticos. Que nadie se llame a engaño: ni en Venezuela ni en el Norte de África, es posible una democracia representativa, un Estado de derecho que respete la propiedad. No es posible, porque las poblaciones no lo pueden tolerar so pena de recaer en la miseria y en la opresión, condición necesaria de las mayorías sociales en los países de capitalismo dependiente y cada vez más en los del propio centro capitalista. Sólo la salida de la dependencia respecto del mercado mundial y del capitalismo globalizado permitirá establecer democracias. Precisamente por ello, estas democracias que deben garantizar el acceso a los comunes y el desarrollo de estos frente a todas las formas de propiedad (incluso las estatales), no pueden adoptar las “formas” jurídico-políticas asociadas a la propiedad y al mercado cuya síntesis es el Estado de derecho.

Fuente: Rebelión
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=121710 (04/02/2011)
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=122178 (11/02/2011)
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=122647 (18/02/2011)