Spinoza
es la anomalía. Si Spinoza, ateo y maldito, no termina en la cárcel o en la
hoguera, a diferencia de otros innovadores revolucionarios entre los siglos XVI
y XVII, se debe al hecho de que su metafísica representa la polaridad efectiva
de una relación de fuerzas antagonistas ya consolidada: en la Holanda del XVII,
el desarrollo de las relaciones de producción y de las fuerzas productivas
experimenta una tendencia hacia un porvenir de antagonismos. En este marco, la metafísica materialista de Spinoza es,
por tanto, la anomalía potente del siglo XVII: no anomalía marginal y
derrotada, sino anomalía del materialismo triunfante, del ser que actúa y que,
constituyéndose, plantea la posibilidad ideal de revolucionar el mundo.
Tres
son los motivos por los que es útil estudiar el pensamiento de Spinoza. Cada uno de estos motivos no sólo es positivo,
sino problemático. Spinoza no sólo es el autor que plantea y resuelve algunos
problemas de y en su tiempo, sino que además la forma misma de la solución
comprende una problemática progresiva que alcanza y se instala en nuestro horizonte
filosófico. Estos motivos problemáticos que hacen importante el estudio del
pensamiento de Spinoza, son los siguientes:
Primero:
Spinoza funda el materialismo moderno en su más alta expresión, es decir, determina el horizonte
propio de la especulación
filosófica moderna y contemporánea, que es el de una filosofía del ser
inmanente y dado, y del ateísmo como negación de todo orden previo al obrar
humano y a la constitución del ser. El materialismo spinozista, aun en su forma
productiva y viviente, no
supera, sin
embargo, los límites de una concepción puramente «espacial» --o físico-galileiana—del mundo. Esto,
sin duda, fuerza tal concepción, intenta destruir sus
límites, pero no alcanza
una solución, sino que, deja
mas bien irresoluto el problema de la relación entre dimensiones espaciales y dimensiones temporales, dinámicas,
creativas del ser. La imaginación, esa facultad espiritual que recorre el sistema spinozista, constituye el ser en un orden que sólo es alusivamente temporal. Aun así, el problema se plantea en términos irresueltos,
sí, pero puros y fuertes: el ser --antes de la invención de la dialéctica--
evita el borrón del materialismo dialéctico.
La lectura que autores socialistas y soviéticos han hecho de Spinoza no
enriquece el materialismo dialéctico, sino que sólo empobrece las
potencialidades que la metafísica spinozista posee para superar la dimensión puramente espacial y objetiva del materialismo.
Segundo:
Spinoza, cuando afronta temáticas políticas (y la política
es uno de los ejes fundamentales de su pensamiento), funda una forma no
mistificada de democracia. Es como decir que Spinoza plantea el problema de la
democracia sobre el terreno del materialismo y, por tanto, como crítica de toda
mistificación jurídica del Estado. La fundación materialista del constitucionalismo democrático en Spinoza se enmarca dentro del problema
de la producción. El pensamiento spinozista estrecha la relación
constitución-producción en un nexo unitario. No es posible una correcta concepción de lo político que no esté desde
el principio enlazada con estos dos términos.
Es imposible y abyecto hablar de democracia fuera de
este nexo esto lo sabemos bien. Pero Spinoza ha sido demasiado a menudo cocinado
en la podrida olla «democrática»
del trascendentalismo normativo hobbesiano,
de la voluntad general rousseauniana y del Aufhebung
hegeliano, función propia de la separación entre producción y constitución,
entre sociedad y Estado. No; en el inmanentismo spinozista, en la especificidad spinozista de lo político, la democracia es política de la «rnultitud» organizada en la producción, la religión es la
religión de los «ignorantes»
organizados en la democracia.
Esta construcción spinozista de
lo político constituye un momento fundamental del pensamiento moderno, y, si no consigue hacer madurar la función
antagonista de la lucha de clases
como fundación de la realidad, sin embargo conquista íntegros los presupuestos y plantea en el protagonismo de las masas el
fundamento de la acción transformadora, a la Vez social y política. El
pensamiento spinozista es un
pensamiento «cortante»: rechaza para siempre toda una serie de
rnistificaciones, toda una serie de problemas propuestos a la burguesía en el
curso de los siglos siguientes por el pensamiento liberal-democrático, particularmente
en su versión jacobina (y en la línea teórica Rousseau-Hegel). Alude fuertemente a los problemas que se plantea
todavía hoy la lucha de clases comunista, formulando el problema en su forma
pura: la multitud que se hace Estado, los ignorantes que se hacen religión; un pasado rehecho, reescrito, toda
solución jurídica e idealista del problema es eliminada --y sin embargo,
terrible y monstruosamente, no dejará de proponerse de nuevo en el curso de los siglos siguientes. Constitución
y producción son los elementos de un tejido sobre el cual se construye la
experiencia de las masas y del porvenir. Bajo la forma de la igualdad radical impuesta por el ateísmo.
Tercero: Spinoza muestra que la historia de la
metafísica comprende alternativas radicales. La metafísica, como forma ideal
eminente en la que se organiza el pensamiento moderno, no es un todo único.
Comprende
las alternativas que la historia subyacente de la lucha de clases produce. Existe «otra» historia
de la metafísica: la bendita contra la maldita. Sin olvidar, sin embargo, que sólo desde la complejidad de la metafísica puede leerse la edad moderna. En consecuencia,
si esto es cierto, el escepticismo y el cinismo no son
la forma positiva del pensamiento negativo (de aquel pensamiento que recorre la metafísica para negarla y abrirla a
la positividad del ser); al contrario, sólo la tensión constitutiva del
pensamiento y su capacidad de moverse como mediación material del proceso histórico de la multitud, constituye la
forma positiva del pensamiento negativo. El pensamiento constitutivo posee la
radicalidad de la negación, pero la agita y usa instalándola en el ser
real. En este marco, la potencia constitutiva de la transgresión es la
definición spinozista de la libertad. Aquí, la anomalía spinozista, es decir,
la relación contradictoria que su metafísica mantiene con el nuevo «salvaje»,
es decir, en expresión radical de una transgresión histórica de todo
ordenamiento que no esté libremente constituido por las masas, posición de un horizonte de libertad que sólo es
definible como horizonte de liberación –pensamiento tanto más negativo cuanto
más progresivo y constitutivo es. Todo el atormentado conflicto antagonista del pensamiento innovador de
la edad moderna, la
génesis popular y proletaria de sus revoluciones y el arco de las posiciones
republicanas que se extiende desde
Maquiavelo al joven Marx, se concentra sobre esta ejemplar experiencia
spinozista. ¿Quién puede negar que, también en este caso, Spinoza está sentado
en medio del debate filosófico
de nuestro tiempo, casi como el joven Jesús en el Templo de Jerusalén?
He
aquí, por consiguiente, los primeros motivos que hacen útil interrogar a
Spinoza. Pero tal vez merezca la pena insistir en ellos un poco más. Porque
este remontamos a los orígenes de una alternativa de pensamiento (la de la
revolución respecto a la génesis del ordenamiento capitalista, contradicción
emplazada precisamente en el corazón del desarrollo del pensamiento moderno),
este reconocer --por otra parte—sobre todo, pero no sólo en el pensamiento de
Spinoza, un terreno y una propuesta que nos permitan pensar «más allá» de la
tradición del pensamiento de la burguesía, todo esto constituye, en realidad,
una operación destinada a otro fin: el de pensar «más allá»
de la tradición,
igualmente anquilosada y estancada, en el mismo pensamiento revolucionario.
Nos encontramos frente a una tradición que ha recogido del fango las banderas de la burguesía. Merece la pena
preguntarse, ante la némesis histórica de esta vicisitud, si no se ha recogido
exclusivamente el fango.
En
este sentido, leer a Spinoza ha representado para mí una experiencia de
increíble frescura revolucionaria. Por otra parte, no he sido el único que ha
juzgado posible proceder por este camino. Una gran renovación de los estudios
spinozistas se ha producido en los dos
últimos decenios. En el plano interpretativo, filológico en sentido estricto, tal renovación tiene un buen ejemplo en la extraordinaria y,
desgraciadamente, incompleta lectura que de la Ethica ha realizado
Martial Gueroult. Pero tal vez haya algo que es más apasionante: a saber, las tentativas de releer a
Spinoza que se han hecho dentro de la problemática crítica de la filosofía
contemporánea, incluso de la marxista. Ahora bien, en el ámbito de la escuela althusseriana, Macherey,
por ejemplo, analizando la lectura hegeliana de
Spinoza, no
se contenta con denunciar sus hondas falsificaciones: profundiza en el pensamiento
de Spinoza hasta identificar en el mismo una base de anticipada crítica de la
dialéctica hegeliana y de fundación del método materialista. En otra vertiente
y con diversas preocupaciones sistemáticas, pero tal vez con aún más alta
capacidad innovadora, Deleuze nos ha mostrado en Spinoza un horizonte pleno y
solar de la filosofía, cual es la reconquista del materialismo como espacio de
la pluralidad modal y como concreta liberación del deseo como potencia
constructiva. De aquí, sobre el terreno de la filosofía de la religión y de la
política, la redefinicíón
histórico-estructural de Hecker y aquella,
aún más feliz, de Matheron: la democracia se presenta
como esencia material, producto de la imaginación de las masas, técnica y
proyecto constitutivos del ser, que barre el embrollo dialéctico. Contemplado
desde este punto de vista, Spinoza
es un crítico que prevé el porvenir: es, por tanto, un filósofo contemporáneo,
porque la suya es una filosofía de nuestro porvenir.
Cuanto
he venido diciendo --como comentario de la profunda novedad del marco
interpretativo que desde finales de los años sesenta ha circunscrito el
pensamiento spinozista—debería servir también para
clarificar las motivaciones del autor a la hora de afrontar este estudio. Pero tal vez convenga explicitarlas
ulteriormente. Ahora bien, está fuera de dudas que al estudio de los orígenes
del pensamiento moderno y de la propia historia moderna del Estado, nos impulsa
la conciencia de que el análisis de la crisis genética puede ser útil para
clarificar los términos de la crisis disolutiva del Estado burgués y capitalista. Debo añadir, sin embargo, que si este proyecto ha servido para apoyar mis
estudios precedentes (sobre Descartes, etc.),
tiene para mí hoy una
intensidad menos acuciante. Lo que me interesa,
en efecto, no es tanto la génesis del Estado burgués --y su crisis-- cuanto las alternativas teóricas y las posibilidades subjetivas de la
revolución en acto. Me explicaré mejor: el problema que Spinoza plantea es el
de la ruptura subjetiva de la unidimensionalidad del desarrollo capitalista (en
su aspecto burgués y sobreesctructural,
así como en su aspecto propiamente capitalista y estructural): es como decir que Spinoza muestra la alternativa del
vivir como potencia material en el interior del bloque metafísico de la filosofía moderna --de aquella
vicisitud filosófica, para entendernos, que va desde Ficino y Cusano hasta la muerte de la filosofía en el siglo XIX (y,
o sea, a su feliz, por decido como Keynes, eutanasia
en cuanto saber del rentista). Siempre me ha parecido paradójico que la
historiografía filosófica reconstruya las alternativas hacia abajo: Gilson con
la cultura moderna hacia la filosofía medieval cristiana, Wolfson con Spinoza hacia
la cultura medieval hebrea, sólo por dar algún ejemplo. ¡Quién sabe por qué este procedimiento se
considera científico! ¿Quién lo
sabe? A mí este procedimiento me parece exactamente lo opuesto de un discurso
científico, porque
es una búsqueda de genealogías culturales y
no genealogía material de condiciones y de funciones
de pensamiento, no es descubrimiento del futuro como lo es siempre la ciencia. Tampoco la liberación
de un pasado oneroso es útil si no se traslada al disfrute del presente y a la producción del futuro. Es por eso por lo que quiero invertir la
paradoja y hacer de interlocutor con el porvenir sobre la base de la potencia
del discurso de Spinoza. y si, por prudencia o pereza,
fracaso con el porvenir, quiero al menos ponerme a
prueba en un ensayo de lectura invertida del pasado:
es decir, trayendo
a Spinoza aquí ante nosotros --yo, pobre doctor entre otros, interrogando
a un verdadero maestro. En un ensayo de lectura del pasado que me permita, en este caso, tomar aquellos elementos que
pueden confluir hoy en la definición de una fenomenología de la praxis revolucionaria constitutiva del porvenir. En un
ensayo de lectura del pasado, sobre
todo, que me permita (que nos obligue) hacer cuentas con toda la confusión, mistificada
y culpable, que --desde Bobbio a Della Volpe y a sus últimos subproductos-- nos
ha (desde pequeños) enseñado la santa doctrina de que la democracia es Estado de derecho; de que el
interés general «sublima» el particular en la forma de la ley; de
que las funciones constitucionales del Estado son responsables ante la
generalidad; de que el Estado de los partidos* es
una formidable mediación política, de unidad y de multiplicidad, y otras muchas martingalas semejantes.
Spinoza, en el siglo XVII, no tenía nada que ver con este montón de infamias. La libertad, la verdadera, la íntegra, aquella que amamos y por la que
vivimos, y
morimos, construye el mundo directamente, inmediatamente. La multiplicidad no está mediatizada por el derecho, sino
por el proceso constitutivo: y
la constitución de la libertad es siempre revolucionaria.
Los
tres motivos recordados que justifican hoy una relectura de Spinoza confluyen
todos, por otro lado, en aquel terreno de investigación que se ha dado en llamar definición de una nueva racionalidad.
Spinoza definió, de forma radical, una racionalidad «otra» de aquella de la
metafísica
burguesa. El pensamiento materialista, el de la producción, el de la constitución, se convierten, por
consiguiente, hoy, en la base elemental, imprescindible, de toda propuesta
neoracionalista. Todo esto lo hace Spinoza llevado por una fortísima tensión para
determinar una dinámica de transformación, de proyecto pujante, de la ontología. Una ontología constitutiva, fundada en la
espontaneidad de las necesidades, organizada por la imaginación colectiva: esta
es. la racionalidad spinozista. Como base.
Pero no basta. En Spinoza no sólo existe la definición de una base; hay también un impulso para
desarrollarla y, cualesquiera que sean los límites del desarrollo, la
estructura proyectada se recoge y somete a crítica.
Sobre todo, allí donde comprende la dialéctica, no
como forma concluyente del pensar, sino como articulación de la base ontológica, como determinación de la
existencia y de la potencia. Superando con ello toda posibilidad de transformar
la dialéctica en una clave genérica, asumiéndola en cambio como organización directa
del conflicto, como elemental estructura del conocimiento. Y así he intentado
establecer en este estudio, respecto
al pensamiento materialista, cómo la tensión spinozista se dirige hacia una
definición de un horizonte de absoluta multiplicidad de las necesidades y de
los deseos; respecto al pensamiento productivo, la tentativa spinozista de
recoger en la teoría de la imaginación la filigrana de la relación entre necesidad
y riqueza, la solución de masas de la parábola platónica del amor, socializada por las dimensiones modernas de la proximidad, por los presupuestos religiosos de las
luchas, por las condiciones capitalistas del desarrollo; respecto al pensamiento
constitutivo, la primera definición spinozista y moderna de un proyecto revolucionario en la fenomenología, en la ciencia, en la política, de
refundación racional del mundo basada en la liberación y no en la explotación
del hombre sobre el hombre. No
como fórmula y forma, sino como acción y contenido. No como positivismo, sino
como positividad. No como legislación, sino como verdad. No como definición y ejercicio del poder, sino como expresión y gestión de la potencia. Estas
tensiones spinozistas deben estudiarse todavía más a fondo. Porque Spinoza es
propiamente un escándalo (si nos atenemos a la base del corriente saber
«racional» del mundo en vivimos): es un filósofo del ser que realiza inmediatamente
la inversión de la totalidad de la imputación trascendente de la causalidad en
causa productiva inmanente, transparente y directa del mundo; es un democrático
radical y revolucionario que inmediatamente elimina, asimismo, incluso la sola
posibilidad abstracta del Estado de derecho y del jacobinismo; es un estudioso
de las pasiones, a las que define no como padecer,
sino como actuar --un actuar histórico, materialista, por tanto constitutivo. Desde tal punto de
vista, este trabajo es sólo un primer ensayo de ahondamiento. Exige urgentemente, por ejemplo, que se complete el
análisis de las pasiones en Spinoza, es decir, el análisis de los modos concretos en los que el proyecto
spinozista de refundación se desarrolla. Este será el tema de un segundo ensayo, centrado en las partes III y IV de la
Ethica. Tarea por hacer y que potenciar, de la que ciertamente no puede
de hacerse cargo un solo estudioso, en la
dimensión de y hacia una fenomenología de la praxis colectiva, constitutiva,
que es la red en la que debe aprehenderse una actual,
positiva y revolucionaria definición de
la racionalidad.
Este
trabajo ha sido escrito en la cárcel. Pero también pensado, en su mayor parte, en la cárcel. Ciertamente, conocía bien a
Spinoza desde siempre --por así decir--, porque desde el colegio me apasionó la
Ethica, lectura
filosófica del bachiller superior (y aquí querría recordar con ternura al
profesor de aquellos años). Después continué trabajando y no dejaba escapar
ninguna lectura sobre la materia. Pero se necesita demasiado tiempo para
elaborar un trabajo. Confinado en la cárcel, recomencé desde el principio. Leyendo y haciendo notas, atormentando a mis amigos para que me
enviasen libros. Les doy las gracias de todo corazón. Estaba convencido de que en prisión habría tiempo.
Iluso; en verdad fui un iluso. La prisión,
su ritmo, los traslados, la defensa, no dejan tiempo porque
disuelven el tiempo: es esta la forma principal de la pena en una sociedad
capitalista. Así, como
cada uno de mis trabajos, también
éste ha sido robado al sueño, arrancado
al régimen de lo cotidiano. Que la cotidianidad de la cárcel es terrible y
menos agradable de cuanto lo son los estudios universitarios, es sin duda
cierto; y espero
que esta falta de agrado se resuelva, en esta investigación, en
concreción
demostrativa y expositiva. Por lo demás, pido excusas por no presentar una
bibliografía completa (aunque creo haber visto cuanto era necesario); por no haber explorado tal vez suficientemente el
entramado histórico de la cultura spinozista (aunque creo que el recurso a
Francés y a Kolakowski, por encima de todos, permita sentirse en buena
compañía); por haber cedido tal vez demasiado fácilmente a las lisonjas de Huizinga
y Kossman en la interpretación del Siglo de Oro (pero, ¿con qué sustituir su
lectura?); por haber, en fin, gozado a veces del placer de la tesis --inevitable
cuando se trabaja fuera de la comunidad
científica. Pero dicho esto, no creo que la cárcel confiera una calidad específica –mejor o peor—al producto: no pido
benevolencia a la crítica. Me gustaría, por el contrario, imaginar que la soledad de esta maldita celda haya sido
tan fecunda como la soledad spinozista del laboratorio óptico.
*
En italiano, Stato
de partiti: expresión corriente en esa lengua que designa el hecho de que toda la
estructura del Estado está organizada en función del juego de los partidos políticos. (N. del T.)
Antonio Negri, La anomalía salvaje:
Ensayo sobre poder y potencia en Baruch Spinoza, 'Prefacio', Barcelona, Anthropos /
México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 1993, pp. 13-22.
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