Diego Sztulwark
Sztulwark, Diego. Prólogo, en Henri Meschonnic, Spinoza poema del pensamiento, Buenos
Aires, Cactus y Tinta Limón, 2015.
"Todo el sentido del trabajo iniciado aquí es
pues el de mostrar la inanidad de una afirmación como esta: “una filosofía
construida more geometrico excluye absolutamente la
hipótesis de un sujeto creador de sentido, y al mismo tiempo, toda concepción
del lenguaje donde este sería expresivo de mis representaciones”. Mostrando que
el sujeto en cuestión ya no es por cierto el sujeto filosófico sino lo que
llamo el sujeto del poema".
“Spinoza no fue un erudito, sino un pensador”.
No se piensa
“para” la época sino para escapar de ella y para ventilarla. Spinoza poema del
pensamiento nos devuelve al más imprudente de los pensamientos, aquel que
piensa “contra” el orden, aquel que se dirige a la invención de pensamiento y a
la alegría que hace vivir. Es una imprudencia inventiva que exige enfrentarnos
al lenguaje, convertirlo en poema.
Para Meschonnic Spinoza funciona
exactamente en este sentido: como un antídoto contra el aplastante dominio del
signo en las representaciones del lenguaje. Y esta es la principal contienda de
la que nos habla este libro, la del pensamiento intempestivo contra las teorías
del lenguaje que borran el afecto en el concepto.
“No se trata impunemente al
lenguaje como una herramienta. Eso vuelve sordo” para pensar lo que un cuerpo
“le hace al lenguaje”.
En Spinoza la sistematicidad
filosófica es poemática y crítica. Y sin embargo, su explosividad afectiva no
acaba de estallar, metida como está en la máquina de lectura universitaria,
cuya insistencia en los marcadores lógicos y en los asuntos de la lengua no
deja escuchar. Es lo que pasa cuando la filosofía opera como actividad
intelectual meramente explicadora –el comentario–, dentro del orden y no contra
él. Se acomoda en lo teológico político, en la metafísica dominante,
tradicional, que todo lo somete a la separación entre cuerpo y pensamiento. Es
este el reproche central que Henri Meschonnic dirige a los filósofos: el hecho
de moverse siempre dentro del espacio de la analítica y la pedagogía, en el horizonte
del signo, en el que el poema queda reducido a un filosofema y el ritmo al
sentido.
La ausencia de una relación
concebida y construida entre el ritmo, la prosodia y el pensamiento permanece
en el estado actual, el más extendido, tan trivial que ni siquiera lo vemos.
Este estado se inscribe en el signo, en la cultura griega-cristiana del
lenguaje. Y este estado constituye un obstáculo epistemológico insalvable para
entender un pensamiento de la inseparación entre el afecto y el concepto. Por
consiguiente para traducirlo en su ritmo y su prosodia, que no son más que el
movimiento mismo del pensamiento en su continuo.
El poema, movimiento que organiza
el sentido, hace invención de pensamiento y crea modo de vida; abre el lenguaje
a la historicidad y piensa más allá de lo que ya se sabe; hace sujeto; rechaza
el mundo, lo transforma. Poema del pensamiento es la crítica que el
ritmo le hace al signo, y el afecto al concepto. Es la crítica que batalla
contra el dualismo metafísico cuerpo/alma, para buscar la unidad
afecto-concepto; la fuerza de esa unidad a la que Spinoza llama Natura.
*****
La célebre “soledad” de Spinoza
–exiliado de su comunidad de origen, recluido luego voluntariamente– resulta
inseparable de la “repugnancia” que le causaba el poder de cualquier autoridad
sobre el pensamiento, sea el rabinato o la Universidad de Heidelberg, cuya
invitación para enseñar rechaza. Y es rechazo, no aislamiento: “los rebeldes
acudían a él de todas partes”, escribe Bayle. Se trata de una estrategia de
la libertad.
Necesitamos desandar entonces la
confusión entre “polémica” y “crítica”. Ambos términos proceden del término
“guerra”, pero mientras que “la polémica es del orden de la retórica, y de
la sofística. La crítica es un ejercicio de reconocimiento de las estrategias,
y de denuncia de los efectos de poder. En este sentido, es lo contrario mismo
de la polémica, que es una maniobra para tener poder”. Donde la polémica
consiste en la pretensión de imponer una opinión o argumento por cualquier
medio, la crítica busca transformar y posee una ética y una estrategia
específica. Descubre funcionamientos; identifica y desmonta
trascendencias.
Y aunque se haya querido ver en el
Tratado teológico-político el inicio de la crítica bíblica, lo cierto es
que la crítica de Spinoza apunta a desarticular la apropiación por parte de un
poder, de una interpretación: “cuando se interioriza la religión, siempre es
de la libertad de lo que se trata. Es decir de la felicidad”. La crítica
del TTP desteologiza a dios, a la ética y a la historia. Pero
desteologizar es “algo diferente a la laicidad, que es de otra época”.
La potencia desteologizante de la crítica hace comenzar la “historicización
radical de los valores”. A partir de allí, “el sentido, es la felicidad”.
Es la singularidad del discurso de Spinoza, en el TTP: la conjunción
inseparable de “la desteologización, el análisis del discurso y el sentido
del lenguaje”. Y es lo que no entendió la “ortodoxia”, que solo veía
en Spinoza un rechazo de “lo divino, mientras que lo que rechaza es la
teocracia”, a la vez que le otorgaba un nuevo estatuto a lo divino
desacralizado en el pensamiento.
Spinoza se ubica, ante la
religión, en una posición de “desbordamiento”, dice Meschonnic,
tanto respecto de las religiones constituidas, del cristianismo y del judaísmo,
como “del ateísmo ordinario”. Spinoza “quiere a la vez la Biblia y la
libertad del pensamiento”. Es esta “pluralidad interna” la no llegó
a captar Leo Strauss, el “defensor de la religión”.
*****
Es contra el agobio de las
trascendencias en el pensamiento (Ser o Estructura; Hermenéutica o Lingüística)
que Meschonnic redescubre el continuo spinozista. Contra las teorías que se
dicen críticas pero sostienen que el pensamiento se divide en facultades, y en
las categorías heterogéneas de la razón. El continuo afecto-concepto en el
lenguaje reactiva la interacción entre el poema, la historia, la ética y la
política.
Por una vez será el poeta quien
lea a los filósofos. O los masacre.
Ni heideggeriano, derridiano, ni
lacaniano o foucaultiano Meschonnic desafía a todas las escuelas. Tal vez sea
esa la razón por la cual se lo acalle en nuestro medio, a pesar del creciente
interés por la edición en castellano de su obra (1).
Henri Meschonnic no fue un
desconocido en vida (1932-2009) en la Francia de su tiempo. De padres judíos
pobres de Besarabia, fue traductor de la biblia hebrea y ha sido un escritor
prolífero. Formó parte, además, del Centro Universitario Experimental de
Vincennes –origen de la actual Universidad de París VIII– y enseñó durante
largos años lingüística en la Universidad de Lille y en París.
Y sin embargo, no participó del
estilo de politización sartreana del intelectual comprometido, ni de las
rememoraciones del 68. Más bien se
mantuvo distante de lo que consideraba denegaciones de la potencia de la
revuelta, gestos de adecuación al poder.
*****
Lo que Meschonnic enseña en su
lectura de Spinoza es el valor estratégico de lo que llama marcadores
afectivos, operadores cuya potencia es la del trazado del continuo, la
invención de relaciones entre afectos y conceptos, la concreción de la unidad
ritmada –no de la “unión”– cuerpo-alma.
Pensar a Spinoza en su ritmo.
Pensar el cuerpo en el ritmo de su pensamiento.
Esos marcadores afectivos,
inseparables de la prosodia, están en latín. Toda la obra de Meschonnic puede
ser leída como una advertencia sobre lo que se pierde en las traducciones que
borran estas marcaciones. La traducción se politiza. Ya no se trata del latín
como lengua culta, ni de determinar las lenguas de Spinoza (¿y el español, el
portugués, el holandés, el ladino, el hebreo?), sino de leer el latín del
pensamiento y la escritura de Spinoza, y de “la cuestión de las relaciones
entre la invención de un pensamiento en una lengua, y esta lengua. Lo que un
pensamiento puede en lo que una lengua puede”.
Al latín de
Spinoza se lo reconoce por sus impurezas: su paso por el hebreo; su escritura “contra
el uso, forzando la lengua, voluntariamente”. Y es que –esta es una de las
grandes premisas del trabajo de Meschonnic– no es la lengua la que hace a la
obra sino la obra la que hace a la lengua. Lo materno es la obra, nunca la
lengua. El latín de Spinoza no es el latín de Descartes. La obra entera de
Meschonnic es un ataque al “genio” de la lengua. Sea el latín o el francés, el
hebreo o el alemán: “la lengua no es la generadora. Eso también es
falso. Lo que es generador, es un pensamiento de un sujeto en una lengua. Una
relación cada vez única. En la medida en que solamente podemos decir que
tenemos relación con un pensamiento si este pensamiento es una transformación
del pensamiento. A diferencia del mantenimiento del orden, o del comentario”.
*****
Los poetas han sido los primeros
cómplices de Spinoza en un medio dominado por el odio teológico político:
Goethe, Heine, Byron y Shelley. El poeta lee buscando la oralidad en el texto.
Meschonnic no está pensando en el poeta que busca la rima, sino en aquel otro
que anda en la búsqueda de combatir la tiranía del signo y romper la trampa de
la comprensión temática.
¿No es así aproximadamente como
nos enseñó el filósofo Gilles Deleuze a leer a Spinoza? Este libro es, entre
otras cosas, una puesta a prueba del poderoso vínculo Deleuze-Spinoza. Fue la
última parte de su libro Spinoza, Filosofía práctica (donde Deleuze lee
en términos rítmicos la quinta parte de La Ética) lo que
decidió a Meschonnic a emprender este trabajo; para entender a fondo lo que
allí se dice sobre las velocidades infinitas.
Meschonnic encuentra a Deleuze a
la vez muy cerca y muy lejos de Spinoza. Muy próximo cuando atiende a los
afectos, pero extraviado a causa de su comprensión de la potencia, demasiado
categorial, incapaz de dar real cuenta del continuo afecto-concepto-lenguaje.
Su crítica al más sensible de los filósofos es del tipo “lo dice pero no lo
hace”: “el problema aquí no es hacer una lectura afectiva, sino leer el
afecto como escritura del pensamiento”. Deleuze desprecia la cuestión del
lenguaje (no forma parte de su filosofía de la “expresión”); si bien apuntó a
la cuestión del ritmo, no llegó a hacerse de él una idea viva y concreta. Esta
crítica es uno de los grandes intereses de este libro. No tanto porque haya que
considerarla necesariamente justa, sino porque ayuda a sacudir cierta
autocomplacencia filosófica ambiente. Y porque le sirve a Meschonnic para
avanzar en su propia relación con Spinoza. En su anti-estilística. En su teoría
del lenguaje como escucha, que es idea de “leer el afecto como escritura del
pensamiento”. Leer la afectividad del que escribe.
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Así como la teoría de los
marcadores afectivos introduce una comprensión no lingüística del lenguaje en
la que lo que importa son los índices de intensidades rítmicas, el sujeto del
poema del que habla Meschonnic no procede ni se confunde con el de la filosofía
ni el del psicoanálisis. Tal y como lo encuentra en Spinoza, dicho sujeto es lo
que funciona en la doble unidad de pensamiento y cuerpo, y de deseo humano y
naturaleza. En los discursos que concretan esta unidad y crean modo de vida; y
que se crean a partir de los modos de vida. El sujeto del poema es
singularización, maximización de corporeidad en el lenguaje. Carga del afecto
en el concepto. Trastocamiento del sentido que ya no parte de la significación
de las palabras, sino del trabajo de las fuerzas que retuercen una lengua. El
sujeto es esos retorcijones.
Y por eso el sujeto del poema no
se confunde con lo poetizante, que hace del lenguaje un encadenamiento de
clichés.
Sujeto del poema es lo que
encontramos en la “concatenatio”, en la Ética, una sistematicidad
que es al mismo tiempo una contra-coherencia respecto de la persistente
escisión cuerpo (carne-afecto) y alma (espíritu-concepto) de lo teológico
político, esa “logo-masticación” que suprime la invención de vida.
El sujeto comienza cuando ya no se
lo confunde con el individuo. Ni como lo otro del objeto. Como en el arte, dice
Meschonnic, el sujeto es actividad, subjetivación.
Y todo esto
funciona en la Ética, donde “la prosodia, el ritmo, contribuyen a la
demostración”, y donde se plantea una “relación entre inteligencia y
mundo en la que el sujeto se extiende hasta absorberse en y absorber a Dios o a
la Naturaleza”. “La inmanencia se come la trascendencia” porque es
“su escritura”.
*****
Hay en la Ética una
sistematicidad poética “entre la pequeña y gran unidad, la escritura y el
more geométrico, entre el afecto y el concepto”, un modo de significar
en el que el lenguaje no es mero medio de expresión ni una forma para un
sentido, sino energía: “movimiento del sentido del cual el sentido no
es separable”. No son “los fonemas de una lengua, sino los significantes
de un sistema de discurso”. Es el ritmo como significante mayor.
Esos movimientos son “intensivos
del pensamiento”, fuerzas del cuerpo en el lenguaje: sensualizadores.
Hay una “energía increíble en el pensamiento” de Spinoza: “su
pensamiento es esa energía. Y de ese modo, es también una erótica
generalizada en el lenguaje. Hay un erotismo del pensamiento”. Es el deseo
como esencia humana: “lo que sentía Nietzsche. De ahí toma un sentido
imprevisto tener cuerpo. El pensamiento aquí tiene cuerpo. Otra
cosa muy distinta al motivo erótico mismo, localizado. Como en Georges
Bataille”.
Todo esto interesa también desde
el punto de vista político. Porque lo erótico de Spinoza (en el
cuerpo-idea-lenguaje) no solo actúa como premisa de la potencia del sujeto,
sino también como condición efectiva y como índice de verdad de todo
contrapoder. Sin esta extensión de lo afectivo-sensual al mundo de las
prácticas micropolíticas, el sujeto se vuelve a confundir con el individuo, o
con lo social objetivado.
*****
¿Cómo es que a los más finos
comentaristas se les escapó este Spinoza afectivo del lenguaje? Para llegar a
él, en todo caso, Meschonnic batalla de un modo brutal. Despluma unos ciento
sesentas libros, prácticamente todos los comentarios disponibles sobre el tema:
machete en mano, avanza desmalezando, refutando a partir de grandes
demarcaciones. Locura desatada: se desbroza, se refuta a mansalva. Deseo de
escuchar el lenguaje de Spinoza como nadie hasta el momento lo había hecho.
Lo que Meschonnic siente es que se
ha descuidado ostensiblemente el problema del lenguaje en Spinoza. Si bien le
concede a Toni Negri la tesis según la cual Spinoza elabora como política y
lenguaje lo que en la Holanda de su tiempo se daba como anomalía salvaje,
le objeta que en lo que respecta al lenguaje, a esa anomalía “hay que saber
reconocerla”, ya que es en la política del lenguaje en donde vive la verdadera
política en Spinoza. En Pierre Macherey lee una negación total del problema del
lenguaje, y en Etienne Balibar ve la sustitución del lenguaje por la
comunicación. Y así con los demás autores, sean maestros clásicos o
celebridades: de Matheron a Althusser, de Moreau a Badiou.
¿Qué hace con esta arrogancia?
¿Estamos
realmente con Meschonnic tan lejos del Deleuze que insistía en su búsqueda de
un habla extranjera, un tartamudeo en la propia lengua, en la escritura a base
de ritmos intensivos y en la afirmación según la cual Spinoza escribe su Ética fundada en
la potencia de los cuerpos porque era demasiado astuto para escribir una
ontología? ¿No aprehende Negri acaso el carácter anómalo del movimiento
spinoziano de la constitución y de la democracia absoluta como anuncio de un
comunismo de la multitud singularizado precisamente en el lenguaje? ¿Es la
“comunicación” en Balibar algo distinto que la conexión entre afectos, como
base de un nominalismo de las singularidades?
Puede que este modo de proceder de
Meschonnic –serial–, desconcierte e incluso fastidie. Pero en ningún caso se
trata de provocaciones gratuitas, sino de un esfuerzo enorme por hacerse oír,
por despejar, en el superpoblado campo de los comentarios spinozianos, un
espacio en el que decir lo que tiene para decir: que Spinoza debe ser leído en
“la unidad del espíritu y del cuerpo como el continuo en el lenguaje”,
dado que “el lenguaje no participa de la disociación entre el pensamiento y
la extensión” sino que en él se escucha el “movimiento del pensamiento,
es inseparable del pensamiento”. Que no se llega a Spinoza (se lo asimila a
Descartes o a Leibniz) cuando se descuida la concreción historizante del
afecto-concepto en la escritura.
*****
Lo que hace falta entonces, para
que haya escucha, es una teoría del lenguaje, y el poema es ya esa teoría, en
la medida en que –y esta es otra gran premisa del trabajo de Meschonnic– la
“teoría” es la reflexión sobre aquello que aún no sabemos. La teoría como
escucha de lo que podemos y aún no sabemos, porque “no se sabe lo que puede un
cuerpo… en el lenguaje”.
Y Spinoza mismo se ha ocupado de
elaborar una teoría práctica del lenguaje. Y sino ¿para qué dedicarse a
redactar un compendio de gramática hebrea en latín siendo que en su siglo
habían otras tantas disponibles?
Su relación con el hebreo es una
relación de afecto. Un testimonio de esto, es su juicio sobre los acentos, en
su Compendio
de gramática de la lengua hebrea, en el capítulo IV, de los cuales esperaba
que estuviesen allí para expresar los afectos del alma.
Su relación con el hebreo es “tan
necesaria, y se hace en latín, como necesaria es su relación con el latín, y
pasó por el hebreo”. Y es en ese “paso” por el hebreo y con esta “notación
escrita de los afectos” que en la Ética funciona la concatenación
potencia-afecto, potencia-concepto, potencia-lenguaje, donde lo divino
inmanente resulta desacralizado. Deus Sive Natura.
El lenguaje del poema es el
lenguaje ordinario, lo que importa en él es su aptitud para crear vida humana.
Lo que en el TTP se da como combate del lenguaje y del modo de vida
contra lo teológico político.
*****
La casa editorial que editó hace
años en su idioma original Spinoza poema del pensamiento quebró luego de
hacer una única tirada. Luego no hubo intentos de reedición en francés ni de
traducción a otras lenguas. Por lo que las primeras noticias que tuvimos del
Spinoza de Meschonnic provinieron de las de sus propios trabajos. Fue gracias a
Guillermo Korn, amigo en común, que dimos con Hugo Savino, escritor, traductor
e introductor de Meschonnic en castellano. Y Hugo aceptó ponerse a traducir
(¡latín/francés/castellano!), y nos puso en contacto con Régine Blaig, la
compañera de toda la vida de Henri. A partir de allí, se trató de compartir los
esfuerzos entre dos editoriales amigas, Cactus
y Tinta Limón, para afrontar la
edición argentina.
La
composición de esta trama es una apuesta por renovar, al interior de las
preocupaciones vitales y políticas que nos animan, el interés por una teoría
histórica y materialista del lenguaje. Apostamos a que Spinoza poema del
pensamiento enfatice el trabajo de la crítica en tres dominios de
importante desarrollo en lengua castellana, y en Argentina en particular. El
primero de ellos es el campo vinculado a la reflexión del lenguaje, debilitado
según Meschonnic por el “giro lingüístico”. De la poesía al ensayo y al
psicoanálisis. El segundo es el de la filosofía y en particular los estudios
sobre Spinoza, que seguramente recibirán el impacto de esta anti-pedagogía. Y
el tercero es el del pensamiento político, en ebullición tanto en Sudamérica
como en el sur de Europa. Atravesado, como está, por la querella en torno al
populismo, el continuo del poema ofrece una alternativa, en la medida en que
desplaza la oposición entre los partidarios de la “hegemonía” concebida como
actividad lingüística/comunicativa, y los de la “posthegemonía” asentada en los
hábitos y afectos.
Aunque podemos imaginar la
producción de efectos en más dominios: en el campo de discusiones en torno al
hebreo, a las religiones, a eso a lo que se llama “judaísmo”; y muy
particularmente, en torno al oficio del traducir.
Al respecto ha escrito Hugo Savino:
“Traduzco en la Argentina. Contra la chifladura de borrar el poema para que
solo quede la declamación”, “contra el concepto de literatura latinoamericana.
Que nos encierra identitariamente. Nos aísla en bloques de identidades. En el
bosque de las identidades”.
*****
Este trabajo de Meschonnic sobre
Spinoza no aspira al camino fácil, que conduce directamente al mercado, ni a
constituir modelos políticos o retóricos listos para usar. Se nos pide muchos
menos (o mucho más): la invención de un sujeto de la lectura capaz de retomar
desde sí, para crear modos de vida, la labor histórica subterránea y siempre
inconclusa, que la crítica no ha dejado de trazar.
1. Los
libros de Meschonnic editados en castellano hasta ahora son Golpe bíblico a
la filosofía (traducido por Alberto Sucasas y editado por Lilmod, Bs-As,
2007); Heidegger o el nacional-esencialismo (traducido por Hugo Savino y
editado por Arena Libros, Madrid, 2009); Puesto que soy la zarza ardiente (libro
de poesía prologado y traducido por Hugo Savino y editado por Leviatán, Bs-As,
2008); Ética y política del traducir (traducido por Hugo Savino y
editado por Leviatán, Bs-As, 2009); La poética como crítica del sentido (compilación
de textos varios, traducido por Hugo Savino, prologado por Isabel Goldemberg y
Savino, y editado por Mármol izquierdo editores, Bs-As, 2007); y Modernidad
Modernidad, traducido por Eduardo Uribe, La cabra ediciones, México DF, 2014.
Con menos circulación, se ha publicado en México “Para terminar con la palabra
Shoa” (traducción de Silvana Rabinovich). Gracias a Hugo Savino se puede
acceder al artículo “Demagogia del silencio, el deber de la resistencia. Cómo
ser posthitleriano sin saberlo” (2002), http://anarquiacoronada.blogspot.com/2014/07/demagogia-del-silencio-el-deber-de.html.
Se ha publicado otro artículo, “Continuar a Humboldt” (traducido por Hugo
Savino) en revista Redes de las letras - Escrituras del Psicoanálisis,
número 12/13.Los desiertos de la palabra, Legere, Bs. As., 2009.
Diógenes Céspedes ha traducido al castellano, además, Para la poética,
Editora de Colores, S.A. Santo Domingo, República Dominicana, 1996. Además se
prepara la edición de Conversaciones con Henri Meschonnic que
próximamente publicará Editores Argentinos Hnos.; y Poétique du traduire (Poética
del traducir), será editado por Dedalus Editores.
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