Warren Montag
En
Naissance de la biopolitique, el texto de su curso en el Collège de
France durante el año académico 1978-1979, Michel Foucault argumenta que en
los siglos XVII y XVIII surgieron dos formas distintas de subjetividad gobernada:
la primera, el sujeto legal (le sujet de droit), el individuo concebido
en tanto que poseedor de derechos y fundamento de la soberanía legítima, y, la
segunda, el sujeto de interés (le sujet d’intérêt), un sujeto de cálculo
y elección. Al contrario que el sujeto legal, el sujeto de interés no determina
la legitimidad de los estados, sino más bien su habilidad práctica para
subsistir: el estado que no tenga en cuenta el hecho básico de que los individuos
persiguen su propio interés dejará pronto de regir por completo,
independientemente de su condición legal. De hecho, de acuerdo con el modo de
gubernamentalidad que surgió en el siglo XVIII, los individuos, sostiene
Foucault, eran considerados como gobernables sólo en tanto que fueran
categorizados como sujetos de interés. El interés solo, entendido como un
cálculo de ganancias y pérdidas, convierte su conducta, no sólo respecto a lo
que hoy consideramos asuntos económicos, sino incluso en sus decisiones más
íntimas y privadas, en algo a un tiempo inteligible y predecible.
Pero,
¿qué eran? A. O. Hirschman ha mostrado que el afán de poder y posesiones, que
con anterioridad había sido condenado como pecado, pasó a ser entendido como
rasgo inalterable de la naturaleza humana y, por ello, como parte de un
propósito: si los individuos estaban gobernados por el interés, este interés,
que, tal como sugería Mandeville, se mostraba a cierto nivel como vicio (que
podía adoptar las formas del egoísmo, avaricia o falta de caridad), observado desde
un nivel superior, esto es, desde la perspectiva de sus resultados a escala de
la sociedad en su conjunto, podía entenderse como el instrumento de un bien general,
o, al menos, de la prosperidad que por sí misma proporcionaría muchas de las condiciones
de un bien de esa especie. De esta línea de investigación emergió la visión, de
la que todavía no nos hemos liberado, de una utopía mucho más convincente y
duradera que cualquier sueño sobre el comunismo: la de una sociedad cuyo avance
perpetuo en términos materiales y culturales está garantizado por la
persecución, por parte de los individuos autónomos, de su interés libre de
interferencias (provengan estas de los estados o de sombrías asociaciones de
trabajadores o consumidores envidiosos e irracionales, los primeros actuando a menudo
a instancias de las segundas), cuyas acciones se combinan produciendo una
racionalidad que sobrepasa la comprensión o la planificación de los seres humanos.
Se aseguraba, y se nos sigue asegurando, que una sociedad semejante no puede
dejar de ofrecer una estabilidad hasta ahora inimaginable: prosperidad irreversible,
sin crisis o penuria, que proporcionará, a su vez, la base para una política
sin necesidad de revoluciones o represión.
Por
muy tentador que pudiera ser en este punto conectar los temas del gobierno por
consenso y la economía de la elección libre, Foucault introduce una nota de
precaución: mientras que el sujeto legal y el sujeto de interés están
históricamente vinculados, siguen siendo distintos en aspectos importantes. De
hecho, y siguiendo el ejemplo de Hume, postulará, como rasgo del pensamiento
político desde la mitad del siglo XVIII en adelante, una tendencia a otorgar
una primacía permanente al interés sobre el derecho, como si el primero animara
y diera contenido a las, de otra manera, vacías formas del segundo. Mientras
que el interés puede invalidar la ley y el derecho, la ley no puede disipar el
interés, incluso si la fuerza de la ley puede contener sus efectos. En el
momento en que deja de servir a los intereses de una de las partes, el contrato
(privado o público y social) no obliga de modo incontestable. Foucault observa
que, mientras que en las últimas décadas se le ha dedicado mucha atención a la
génesis del sujeto legal, el sujeto de interés y su emergencia histórica ha
sido objeto de mucha menos reflexión, y, por ello, ha permanecido como lo
impensado de la especulación política, tanto liberal como marxista.
Este
tratamiento, que el propio Foucault reconoce como esquemático, de las dos
formas de subjetividad y su relación a lo que llama “gubernamentalidad” suscita
numerosas preguntas, una de las cuales es importante en particular para la
discusión que sigue. Podría ser que Foucault redujera con demasiada rapidez el sujeto
de interés al “modelo de homo economicus”, esto es, a la teoría de la
conducta humana que es posible encontrar, por ejemplo, en La riqueza de las
naciones, el predecesor, no muy distante, del maximizador de utilidad cuyas
elecciones sirven de fundamento para tanta ciencia social contemporánea. El
interés concebido de un modo más amplio (más allá no sólo del interés
económico, sino del “interés propio”) fue objeto de gran cantidad de
especulación y debate todo un siglo antes de la publicación de la obra maestra
de Smith. De hecho, se puede defender que la deducción del derecho a partir del
interés y la afirmación de la primacía permanente del último respecto al
primero se encuentra en El Leviatán de Hobbes. Al mismo tiempo, la
relación de Spinoza con estas discusiones y debates ha quedado en suspenso.
Aparece en The Passions and the Interests de Hirschman como defensor del
interés contra los moralizadores cristianos, pero desaparece por entero de la
extraordinariamente completa e interesante obra de Pierre Force, Self-Interest
Before Adam Smith. La desaparición, o, mejor, invisibilidad, de Spinoza que
ronda estas discusiones, más todavía cuando parece que no tiene cabida en
ellas, es absolutamente típica y por supuesto necesaria: en un cierto sentido,
él representa aquello que debe ser desplazado fuera del marco de visión para
que la discusión se produzca como de hecho lo hace. Se ha dicho lo suficiente acerca
de Spinoza en los últimos treinta años, no sólo por reconocidos estudiosos
franceses e italianos, sino por historiadores como Jonathan Israel, como para
que haya quedado claro que Spinoza se oponía a toda teología de la
trascendencia, así como al moralismo que es el correlato necesario de tales
teologías. De cualquier manera, quisiera preguntar si no es posible, además,
pensar su obra como un todo en relación con lo que Foucault llamó las dos
formas de la subjetividad moderna, el sujeto de la ley o el derecho y el sujeto
de interés. Algunas de las más importantes contribuciones de los estudios
recientes sobre Spinoza han demostrado la crítica de Spinoza a la idea del
sujeto de derecho, su insistencia en que el derecho es en cualquier sentido
coextensivo con el poder y que un contrato no es más que la expresión de una
relación de fuerzas (lo que, aunque no sea necesario decirlo, es bastante
distinto de deducir el derecho del interés). En consecuencia, quiero argumentar
que del mismo modo que podemos leer partes del Tratado teológico-político y
todo el Tratado político como críticas del sujeto legal (y del aparato
de derecho, contrato y consenso en su conjunto), es posible leer la Ética en
tanto que contiene una de las críticas más rigurosas del concepto de sujeto de
interés que jamás se han escrito.